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lunes, 27 de junio de 2011

4221.- CORAL BRACHO


Coral Bracho (Ciudad de México, 1951) es profesora de Lengua y Literatura de la Universidad Nacional Autónoma de México. Entre sus libros de poemas se encuentran Peces de piel fugaz (1977), El ser que va a morir (1982), Bajo el destello líquido (1988), Tierra de entraña ardiente (1992, con tintas de Irma Palacios), Huellas de luz (1994), Jardín del mar (1993), La voluntad del ámbar (1998), ¿A dónde fue el ciempiés? (2007, ilustraciones de El Fisgón), Cuarto de hotel (2008), Si ríe el emperador (2010), y diversas antologías.
En 1981 recibió el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes por El ser que va a morir; el premio Xavier Villaurrutia en 2003, por Ese espacio, ese jardín y el reconocimiento al conjunto de su obra poética por la Fundación para las Letras Mexicanas en 2007. Ha sido becaria de la Fundación John Simon Guggenheim de Nueva York (2000), y del inbafonapas (1978). En 1993 ingresó al Sistema Nacional de Creadores de Arte del fonca.
Libros suyos han sido traducidos a diversas lenguas, entre ellos. Igualmente, numerosos poemas suyos han aparecido en antologías de poesía mexicana, hispanoamericana y mundial, como Poems for the Millenium. The University of California Book of Modern and Postmodern Poetry (J. Rothenberg y Pièrre Joris eds., ucp, Berkeley, 1998), Conjunctions. New World Writing (B. Morrow ed., Random House, Nueva York, 1994) y muy diversas revistas y suplementos en Japón, China, Canadá, Estados Unidos, varios países europeos y casi toda Latinoamérica, donde ha participado en lecturas y mesas de poesía, y en universidades como Oxford y Stanford. Ha impartido cursos y talleres de poesía en Estados Unidos y México, y ha participado en giras por Europa y Reino Unido.





ESTO QUE VES AQUÍ NO ES

Esto que ves aquí no es.
Alguien te oculta una pieza.
Es el fragmento
que da el sentido. Es la palabra
que altera el orden
del furtivo universo. El eje
oculto
sobre el que gira. Este recuerdo
que articulas
no es. Falta el espacio
que ajusta
el caos.
Alguien jala los hilos. Alguien
te incita a actuar. Cambia los escenarios,
los reacomoda. Sustrae objetos.
Cruzas de nuevo
el laberinto a oscuras. El hilo
que en él te dan
no te ayuda a salir.







Imagen al amanecer

El agua del aspersor cubría la escena
como una niebla,
como una flama blanquísima, dueña
de sí misma, de su brotar cambiante, de su pulso
ritual
y cadencioso.
Un poco más allá y más allá hasta
tocar las rocas. Lienzos de sol
entre la cauda humeante; lluvia de cuarzo; interno
oleaje
silencioso. Un mismo
denso
movimiento lo centra; lo ahonda
en su asombrado corazón. Profundo, colmado
vórtice.
Renace, tenue, su palpitar. Marmóreo y lento
borbollón luminoso.
Un poco más allá, más allá, su tacto límpido
se estremece. Son remanso
las rocas
a su enjambre estelar, a su incesante,
encendida nieve. Por un momento se cubre
con su seda el jardín. Suavemente
los troncos ceden
y van tendiéndose sobre el pasto;
largas sendas oscuras bajo el tamiz
que inunda el amanecer. Cuando su lluvia
se ha expandido hacia el este
pesan menos las sombras
y los troncos se adensan y se levantan.
Vuelve entonces el arco
a resplandecer. Una llama reciente nubla la escena,
un olor de magnolias
y rocas húmedas.







Una avispa sobre el agua

La superficie del agua es tensa
para una avispa,
es un sendero múltiple fluyendo siempre
como el tacto del tiempo
sobre la hondura quieta
de un corto espacio.

Corto es el tiempo
en que flota; corta
la distancia en que gira
por incesantes laberintos,
remolinos inciertos, llamas,
y transparencia
inextricable.







Mariposa

Como una moneda girando
bajo el hilo de sol
cruza la mariposa encendida
ante la flor de albahaca.







La brisa

La brisa toca con sus yemas
el suave envés de las hojas. Brillan
y giran levemente.
Las sobresalta y alza
con un suspiro, con otro. Las pone alerta.

Como los dedos sensitivos de un ciego
hurgan entre el viento las hojas;
buscan y descifran sus bordes,
sus relieves de oleaje, su espesor.
Cimbran
sus fluidas teclas silenciosas.







Como un acuario

La luz de la tarde escoge algunas plantas
y en algunas de sus hojas penetra.

Como un acuario encendido por sus peces;
como un fluir
de la noche
entre rastros de estrellas,
transcurre
en su quietud
la maleza.







La actitud de los árboles

La actitud de los árboles,
su gesto,
es momentáneo.







La penumbra del cuarto


Entra el lenguaje.

Los dos se acercan a los mismos objetos. Los tocan
del mismo modo. Los apilan igual. Dejan e ignoran
las mismas cosas.

Cuando se enfrentan, saben que son el límite
uno del otro.

Son creador y criatura.
Son imagen,
modelo,
uno del otro.

Los dos comparten la penumbra del cuarto.
Ahí perciben poco: lo utilizable
y lo que el otro permite ver. Ambos se evaden
y se ocultan.







Una piedra en el agua de la cordura

Una piedra en el agua de la cordura
abisma las coordenadas que nos sostienen
entre perfectos círculos

Al fondo,

Pende en la sombra el hilo de la cordura
entre este punto
y aquél
entre este punto
y aquél

y si uno
se columpia
sobre sus rombos,
verá el espacio multiplicarse
bajo los breves arcos de la cordura, verá sus gestos
recortados e iguales
si luego baja
y se sienta
y se ve meciéndose.







Sobre él discurren con suavidad

En el espejo del tiempo
centellea la conciencia.

Fina serpiente de cristal, rodea las cosas.
Las envuelve, las crea, las fija.

–Se ve mirarse en el reflejo.
Ve su imagen mirar.-–

Los movimientos se hacen cautos
y lentos
y van dejando en su discurso fisuras.

Los dibujos que trazan al brillar las fisuras
van reemplazando
el movimiento.

Son subyugantes sus arabescos contra el lomo
del mar.

En él respira su silencio.
Es un espejo el tiempo
bajo el azul: sobre él,

con punzones finísimos argumentan,
sobre él discurren con suavidad.







Sombra

Por la sombra
que formulan los pliegues
sobre el muro de cal
nadie descifraría la forma de esta apacible
cortina azul:
triángulos, fauces, crestas,
estalactitas, bloques agudos
y caóticos.







¿Le puedo hacer una pregunta?

"¿Le puedo hacer una pregunta?"

El sol transcurre entre las nubes
como tibia cascada. Estamos encima de ellas,
encima de la tierra y el mar
y el cielo es una vasta
plenitud sostenida. "Una pregunta,
óigame bien:
¿Si a usted,

si a usted le hubieran consultado...?"
Como los ojos suaves de esta niña ante el mar,
como su calma nítida.
"¿Le puedo hacer
una pregunta?"

(Un asiento adelante
el gris luido de la cortina encubre
este mar silencioso.)

Miro sus ojos a contraluz,
fijos e inquietos
y casi secos.
"¿Si a usted...?"

Veo el metal, su perfil,
entre la trama blanca. El azul.
Cambios de matiz, de textura, en el caudal
de la cortina. La cabeza que escucha,
que voltea "¿Quiere algo de tomar?"

Sus ojos, tercos, me ven de frente:
"¿Si a usted,
si a usted le hubieran preguntado
si quería o no nacer?"

"Haga la prueba –me dice–,
pregunte también usted; a sus parientes,
a sus amigos;
¿y usted, sí, usted –ojos ariscos
y brumosos frente al arco de luz–
qué hubiera dicho?"







Luz derramada sobre un estanque de alabastro

Una pequeña piedra transparente
y en ella,
la deslumbrada alegría del sol.
Eres el canto del agua
y entre sus hebras, el canto fresco
de la alondra, el viento suave
al amanecer. Luz derramada
sobre un estanque de alabastro.
Sobre sus aguas:
el azahar
y el jazmín.







La voz indígena

Es un dolor
de voz que se apaga. De voz eterna
y profunda
que así se apaga. Que así se apaga
para nosotros.







El amor es su entornada sustancia

Encendido en los boscajes del tiempo, el amor
es su entornada sustancia. Abre
con hociquillo de marmota,
senderos y senderos
inextricables. Es el camino
de vuelta
de los muertos, el lugar luminoso en donde suelen
resplandecer. Como zafiros bajo la arena
hacen su playa, hacen sus olas íntimas, su floración
de pedernal, blanca y hundiéndose
y volcando su espuma. Así nos dicen al oído: del viento,
de la calma del agua, y del sol
que toca,
con dedos ígneos y delicados
la frescura vital. Así nos dicen
con su candor de caracolas; así van devanándonos
con su luz, que es piedra,
y que es principio con el agua, y es mar
de hondos follajes
inexpugnables, a los que sólo así, de noche,
nos es dado ver
y encender

Coral Bracho, "Poemas", Fractal n° 7, octubre-diciembre,
1997, año 2, volumen II, pp. 27-42.



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