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sábado, 9 de abril de 2011

3875.- EDGAR MORISOLI




Edgar Morisoli, poeta. Nació en la localidad de Acébal, Santa Fe, en 1930. Desde muy joven se radicó en La Pampa, actualmente reside en la ciudad de Santa Rosa, donde trabajó durante décadas como agrimensor en diversos proyectos hídricos provinciales. Profesión que le permitió recorrer y conocer palmo a palmo las localidades y paisajes de su tierra de adopción.
En 1957 da a conocer su primer volumen de poemas Salmo Bagual, al que le siguieron: Solar del viento (1966); Tierra que sé (1972); Al sur crece tu nombre (1974); Obra callada (1994) Cancionero del Alto Colorado (1997); Bordona del otoño / Palabra de intemperie (1998); Hasta aquí la canción (1999); Cuadernos del rumbeador (2001); La lección de la diuca (2003); Última rosa, última trinchera (2005); Un largo sortilegio (2006) y Pliegos del amanecer (2010).
Su trayectoria poética ha recibido entre otras distinciones el “Reconocimiento a los creadores” otorgado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (1997), el premio
“Testimonio” (1997) concedido por el gobierno de la provincia de La Pampa y el Tercer Premio Nacional de literatura (2004) correspondiente al rubro poesía concedido por la Secretaría de Cultura de la Nación.



SANGRE AZULERA

A la memoria de doña Eustaquia Morales Vda de Cortés,
nuera de la “Reina Bibiana”, en Colonia Catriel,
a comienzos de los `60.


Llegaron a la Costa tras un éxodo amargo
y un incierto futuro,
media centuria antes que nosotros.
A algunos conocí: Mariluán, Guindo,
Cheuquel... y sobre todo
a doña Eustaquia, hija de “El Cautivo” Morales. La gente de Bibiana.


Con ella conversé. Ya había dejado
“Puesto Cortés” –al Sur, un par de leguas-,
allá por “Medanito
de Los Barreales”. Los corrió el petróleo,
un nuevo tiempo que instauró una nueva
riqueza, una nueva pobreza. El pueblo mismo
cuyo nombre los nombra,
se soñaba ciudad. Eustaquia era
comadrona mentada
-es fama que jamás falló en un parto-,
y hechos a toda adversidad.
Confiaron sus poco animales a pariente o amigos,
y afrontaron sin miedo un mundo que cambiaba.

¿Recordar? –Recordaba más de lo que decía,
estoy seguro. Pero la tristeza
o el orgullo paisano de defender lo propio
con armas de silencio...
Hablamos de Benigar
y Sheypukiñ: nombró a las cultruneras
(Marcelina Parada, Catalina
Currumil), y también al oficiante
del camaruco: Juan Huaifil. Su rostro
nostalgió una sonrisa
cuando contó del canto tayil. Lo oyó de niña
(¿Por Guaminí, quizás?)
y ya en esta comarca lo siguieron cantando las abuelas
“Allá en El Aguará, la costa abajo...”

Murió de ochenta años. Raigonosa,
esa sangre azulera todavía da gajos, da flores y da frutos








Curacó

Tuvo que ser de sílex,
tuvo que ser de pedernal durísimo o acaso de diamante,
el hacha con que el sol labró este surco,
abrió este tajo entre áridas mahuidas,
para que toda el agua del ande descendiera en demanda del mar.

(¿O tal vez fue la diosa más antigua
-ella, la Giradora-‘
la que marcó tan honda rastrillada cuando pasó danzando, trompo del remolino,
dura púa de cuarzo que taladró hasta el hueso las colinas del Sur?)

¡Siglos habrá cavado,
siglos habrá tardado en tallar este largo cañadón guijarroso, esta angostura
de la Puerta-de-Piedra,
los peldaños pulidos por remotos deshielos o una vieja canción...!


Ponciano Anquito la recuerda, a veces,
cuando cruza silbando.








RAPSODIA DE LOS OLVIDOS

“No Hay que confundir olvido
con no querer recordar,
y lo que el tiempo ha perdido
con mañas para ocultar
algo en verdad sucedido
que quien manda ha decidido
no se deba ni mentar.”



Desde las tornadizas riberas del Popopis
al austral Onashaga (después nombrado Beagle),
¿Qué cosa habrá que no se llame Roca?

Pueblos, ciudades, calles, avenidas,
lagos, ferrocarriles, ventisqueros, quiosquitos
de mala muerte, escuelas, bastas jurisdicciones
territoriales, cerros, colonias, fiambrerías
de especiosos efluvios, plazas, cines, hoteles,
todo lleva su nombre.
(Julio argentino al frente, y a sus flancos
Rudesindo, Ataliva.)

Frente a notoriedad tan abusiva,
conviene recordar
un inicuo episodio a menudo olvidado. Me refiero
“Arreo de indios” (aunque el rótulo
que consignan los partes se: “Traslado
de prisioneros”. Impecable. Neutro.)

Eran hombres rendidos: se habían entregado
a la Nación. La “chusma” –es decir, sus familias,
con ellos las mujeres, los ancianos, los niños.
Pasaban de seis mil los “sometidos
al gobierno”. E igual fueron arreados
hacia lo que llamaban los “Depósitos
de prisioneros” (Chos Malal, Valcheta,
Malargüe, Trenque Lauquen, Villa Mercedes o Martín García),
de a pie, por centenares de leguas, sin descanso
ni compasión. Caían al borde la huella
los enfermos, los viejos, los exhaustos. Las madres
próximas o recientes. Y caían
para no levantarse. Los dos tercios
murieron en la marcha, rematados
a cuchillo o a bala. así contó Rosario


Unepeo. Así también contaron
Félix Manquel, Laureana Nahueltripay, Antonio
Kalcuer... son testimonios de sevicia,
páginas de vergüenza. Por ellos, para ellos,
vaya esta trova que ojalá cobijen las guitarras del Sur.

*

Ya terminó “la limpieza”,
la tierra quedó vacía
o mejor decir vaciada
de gente y alma. Baldía.

Que vengan los “Suscriptores”
del Empréstito” a elegir
campos y aguadas; que el alma
no la podrán conseguir.

Silva Kürrüf por los montes
su canción de despedida.
Capaz que algunos volvamos
rastreando el alma perdida.

**

Ay, los que marchan al Norte
sin saber a donde van.
Ay, rumbo de los vencidos.
Ay, los que sombra serán.

La sangre buscó su cauce
sobre angustia y soledad.
la sangre encontró su cauce
para confiar su verdad.

Silva Kürrüf por los montes
su canción de despedida.
Capaz que algunos volvamos
rastreando el alma perdida.

II

Lo demás es sabido, mano de obra cautiva,
los que sobrevivieron al arreo
fueron distribuidos a yerbales
de Misiones, a ingenios tucumanos, a estancias
de jefes militares o de amigos
patricios. Las mujeres, privadas de sus hijos,
terminaron sirvientas. Y los niños
se dieron a familias “decentes y cristianas”

(Cualquier similitud con hechos ocurridos justo un siglo más tarde,
no es mera coincidencia). Vade retro.

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