ANTONIO J. SÁNCHEZ. Nací en Sevilla en 1971. Trabajo de administrativo contable. Como Borges, puedo decir que el acontecimiento fundamental de mi vida ha sido la biblioteca de mi padre.
En mi ya lejana adolescencia estuve durante un tiempo dedicado a escribir y producir audiovisuales, uno de los cuales, El Aire y el Árbol, obtuvo el Premio Especial de Tema Flamenco en el Concurso Claudio Guerin (Alcalá de Guadaira, 1994).
Hay escritos míos en las antologías Dos Palabras de Amor (Asoc. Itimad, Sevilla 2006); Poemas para un Minuto II (Edit. Hipálage, Sevilla, 2008); El Cadáver Exquisito, La Creación Colectiva como fin (Literatura Libre, México, 2008); De la Voz Invisible (Myrtos, Córdoba, 2008); así como en la Revista Aldaba, de la Asociación Itimad (con la que colaboro habitualmente), y en la revista virtual Groenlandia. Participo en las actividades del Proyecto Fahrenheit 451 – Personas Libro.
Obtuve en 2002 el II premio en el concurso de cuentos Al Pie de la Giralda; y en 2008 el Premio de poesía erótica Saigón y el Primer Accésit del I Certamen de Ensayo Alenarte.
Encuentro
Te descubrí en esa hora extraña
Envuelta entre los pliegues de satén de la penumbra.
Te adiviné, rozándote apenas,
Inventándote en una mezcla de aromas y deseos.
Me viste con la punta de los dedos
Enroscándote alrededor de tu belleza,
Floreciendo en ternura a cada encuentro,
Sin querer saber si dormías o despertabas.
Entre nosotros se abrió un lago luminoso
Y ambos nos sumergimos sin pensarlo:
Yo navegué en ti,
Tú nadaste en mi pecho.
Las aguas,
Al principio plácidas y acogedoras,
Se fueron llenando de espuma, de olas.
La tormenta nos inundó;
Nos dejamos arrastrar
A un estallido de música y luceros.
Y entonces, uno en otro,
Dejamos que el mundo se fuera disolviendo,
Perdiendo sus perfiles los objetos;
Y descansamos
Envueltos en los pliegues de satén de la penumbra.
Nocturno
El cielo es gris, o azul, o blanco;
Y, en su centro exacto, la luna;
Su luz de agua
Se posa sobre el suelo sin ruido,
Como un velo de niebla transparente.
El aire es plata suave,
La noche fluye mansa.
Los hombres duermen, también sus máquinas.
Sólo algunos bohemios
Se sientan en los tejados
O desenredan jirones de luna
De las ramas de los árboles.
En la serena quietud,
Que es gris, o azul, o blanca,
Anidan besos silenciosos y furtivos
Escapados quién sabe de qué labios.
La brisa trae el perfume
De alguna música lejana,
Y es que la vida se ha dado una tregua
Recostada en los brazos de la noche.
Combate
Mis ojos taladran el suelo;
Una lengua de lenta miel
asusta a las palabras,
que ya nacen mutiladas.
Mi vientre se hincha
con fluidos de sal amarga
y yo me disuelvo tramo a tramo en el paisaje...
Pero basta
¡No!
Renazco:
Esta vez
La furia está de mi parte.
Invoco a las tormentas, a las máquinas;
la espina encorvada se endereza;
todo el fuego aletargado
recorre venas y nervios,
se congrega en un solo rugido.
Las vísceras revientan
con salvaje resplandor
y saltan en pedazos
las cadenas de lágrimas que me apresaban
(Al final
resulta que sólo eran agua...)
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