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domingo, 13 de marzo de 2011

3529.- EDNA ST VINCENT MILLAY


Edna St. Vincent Millay (22 de febrero de 1892 – 19 de octubre de 1950) fue una poetisa lírica y dramaturga estadounidense y la primera mujer en recibir el Premio Pulitzer por poesía. También se la conoce por su estilo de vida bohemio y sus numerosas relaciones amorosas. Usaba el pseudónimo Nancy Boyd para su trabajo en prosa.
Su obra se caracteriza por su dominio del verso tradicional y la expresión de hondas y sencillas emociones. Nació en Rockland (Maine), y estudió en el Vassar College. En 1917 publicó Renacimiento y otros poemas. Escribió, además, varias obras de teatro para el grupo experimental los Provincetown Players, entre las que destaca Aria da Capo (1919), una fantasía satírica sobre la guerra. Millay escribió principalmente poesía lírica: Unas cuantas cosas sobre los cardos (1920), Segundo abril (1921) y La balada de Harp Weaver (1922). En 1923 recibió el premio Pulitzer de Poesía. Su obra posterior está marcada por una honda conciencia social pero con menor fuerza lírica. El asesinato de Lidice (1942) es una balada escrita para la radio. Su habilidad para el soneto se pone de manifiesto en Sonetos completos (1941) y Poemas completos (1943). Los pensamientos que expresa en su poesía no son especialmente originales o complejos, pero destacó sin embargo por su vitalidad, y su fama de “mujer nueva y mala”. Su obra causó un hondo impacto en toda su generación.






Sepelio

Mi cuerpo que debería morir en el mar!
y tener por tumba, en lugar de una tumba
A dos metros de profundidad y de mi talle,
toda el agua que hay bajo las olas!

Y terribles peces para apoderarse de mi carne
tanto como podría temer un hombre vivo,
me comerán mientras estoy firme y fresca
Sin esperar hasta que lleve años muerta!







He olvidado qué labios me han besado

He olvidado qué labios me han besado,
dónde y por qué, en qué brazos he dormido
hasta el amanecer; pero en el ruido
de la lluvia esta noche han llamado,
mi corazón dulcemente ha sufrido
por los tiernos muchachos que yo olvido
y que ya no despiertan a mi lado.







No te apiades de mí porque tropieza
la luz en los umbrales del ocaso,
no te apiades de mí por la belleza
que el tiempo quita al campo con su paso.

No te apiades por la luna menguante,
ni por la bajamar enarenada,
ni por el fuego que dura un instante,
ni por el desamor de tu mirada.

Siempre supe que es el amor apenas
una flor en el viento, mal presagio,
unas olas que invaden las arenas
y desguazan los restos de un naufragio.

Apiádate de mí porque no cabe
dentro del corazón lo que se sabe.

Traducción. José Luis Fernández



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