Jacques Ancet (Lyon, Francia 1942) es traductor, ensayista y, sobre todo, poeta. Buen conocedor de la literatura española, a él se debe la introducción en Francia de la poesía de Cernuda, Valente, Aleixandre o Gamoneda, a quienes ha traducido con idéntica destreza. En castellano contamos con dos de sus libros de poesía La habitación vacía (Ediciones Canarias, 1996) y Bajo la montaña (Bartleby, 2004), con su edición de Entrada en materia, de José Ángel Valente (Cátedra, 1985), y con su participación en el volumen colectivo En torno a la obra de José Ángel Valente (Alianza, 1996). Recientemente, Ancet nos ha visitado en dos ocasiones: la primera vez la primavera pasada, invitado por el CBA y la Embajada de Francia a presentar su obra en castellano y a ofrecer un recital poético; la segunda en octubre, en el marco del II Congreso Internacional de Poesía dedicado a Manuel Altolaguirre, organizado por el CBA, la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, la Residencia de Estudiantes y la Casa de América. Con el objeto de contribuir a paliar el relativo desconocimiento en nuestro país de este poeta, MINERVA presenta en versión bilingüe un poema inédito en castellano, traducido por Amelia Gamoneda Lanza, profesora de Literatura Francesa en la Universidad de Salamanca, crítica literaria, traductora ocasional de poesía y autora del ensayo Marguerite Duras. La textura del deseo.
La identidad oscura
Traducción Amelia Gamoneda Lanza
Canto 10
Dices que la nieve no es un blanco manto,
nada recubre, revela lo que, sin ella,
sería invisible, la ciudad o el árbol
en su nombre ocultos surgen ante los ojos
como trozos de lo desconocido, polvo
de escarcha, damero blanco y gris donde el vaho
fijo de la mirada duda, quizá se halla,
se pierde, no es ni mirada cuando el frío
te asalta, te ata para morderte mejor
sin boca ni dientes, claro, son las imágenes
dispersas y pálidas, dices yo y el frío
el frío y yo, repites yo, frío, percibes
en los labios las sílabas, eco que de uno
a otro os confunde, entonces no hay palabra
ya, sólo presencia como un bloque macizo,
en un suspenso que todo lo petrifica,
aliento, espacio, hasta el tiempo se hace
pobre, no te reconoces, tu voz se fija,
lames un trozo de hielo sonoro, nada
sale ya de la boca más que un filamento
de saliva que brilla y fragua, acaso ya
no podrás hablar nunca, cual blancas imágenes
pasan los días, te traen ante la misma
presencia de esa voz más sabia que tú a veces,
se diría que no se ha movido y te espera
no sabes dónde, allí entre las palabras
que pronuncia en tu boca, las escuchas, hablas
como si no supieras hablar, lo que dices
no lo entiendes mas ahí está, evidente
como el aire que respiras, como la mesa
debajo de tu mano, en la que te apoyas,
que te resiste, que te recuerda el milagro
cotidiano, el vapor de la madrugada,
recorrer una plaza, decir estoy vivo,
ando, creo el espacio, ir por una calle,
el café donde un hombre lee las noticias,
el joyero, la tienda de modas, de nuevo
decir que estoy vivo, enfilar la alameda,
encontrarse a una bici, o con la basura,
subir escalones polvorientos, abrir
una puerta, cerrarla, escuchar las voces
fuera, el perro que se desgañita, pasos
que crujen arriba, sentirse vivo pero
no decirlo, vivo, aun con razones para
no creerlo, sí, quisieras que repitieran
contigo vivo, la mesa, la silla, vivo
el viandante, vivo las hojas, el cielo
cubierto, los tejados de nieve, el viento
que azota, el aire que corta, mas las manos
tendidas, los cuerpos postrados y los ojos
vacíos escupen silencio, ya no dices
nada, hundido en vergüenza de vivo vivo
sientes que te gana, que llama, un rumor,
un rugido, y cuando gritas no es la tuya
sino el grito de todas las gargantas, quieres
decir la vida y su belleza, dices muerte,
y dolor, aprietas los dientes y los puños
o no aprietas nada, sólo te ahogas, pero
estás vivo, cerca de ti está el dios,
destella su brillo, cómo pues saber, cómo
hacer vida con la muerte, de las tinieblas
sacar esta luz y cómo no saludarla,
en pie, ciego, en su silencioso clamor,
con el cuerpo entero abriéndose en mirada,
cristal, polvo, nieve, nada está y está todo,
fluye el espacio de tus ojos, monte, día,
roble y cercado se levantan en la voz,
siempre la misma, la que otra vez te atraviesa
y no sabes de dónde viene para que haya
ese en suspenso, ese olvido en lo que empieza
de pronto, vidrio, rostro, otro día pero
sin nombre, sin fecha, la sorpresa sin más
de estar, de este equilibrio para siempre sobre
el nudo del rayo en torno al que gira el mundo,
callas, ves, oyes, tocas, vacilas, el círculo
de las cosas se cierra, dónde te hallas tú
Aunque no lo sepamos.
Con gestos para nada.
Aunque dormidos,
o en la lentitud del amor,
antes del sueño. Decimos
lo oíste, escuchá.
Las manos se detienen, las palabras.
Vemos la sombra de una taza,
su asa sobre la pared.
Es el borde. No vemos.
O algo más
que la mesa, las lágrimas,
la montaña o la esperanza.
Más que el espacio.
El que viene es precedente,
Una especie de sombra ausente,
lo contrario de una imagen.
O, en el cielo, a mediodía,
como una luz inversa.
Nadie puede saberlo.
Crees que se escapa
pero algo se acerca.
Al final de la calle ves
lo que no podés decir.
Es como si un rostro
se inclinara sobre la ciudad,
o como si una mano sostuviera
las cosas sin tocarlas.
Te dices que se va
pero ahí está, y te mira.
Extractos de Lo imperceptible
http://lavidaacuatica.blogspot.com/ BLOG DE Santiago Venturini
De Bajo la montaña
Traducción: Rafael-José Díaz
La voz. Este gesto en la luz gris: pasar páginas.
Oír también en el silencio: “Mas mi amor nada puede
sin que tu mano acceda”.
Cuenta. El tiempo es una gelatina donde se agitan reflejos:
una mesa junto a la ventana, tal vez un aparador, sillones.
Afuera gritos, un organillo triste como una partida.
Ya no tiene edad.
Traducción: Rafael-José Díaz
La voz. Este gesto en la luz gris: pasar páginas.
Oír también en el silencio: “Mas mi amor nada puede
sin que tu mano acceda”.
Cuenta. El tiempo es una gelatina donde se agitan reflejos:
una mesa junto a la ventana, tal vez un aparador, sillones.
Afuera gritos, un organillo triste como una partida.
Ya no tiene edad.
La identidad oscura
Traducción Amelia Gamoneda Lanza
Canto VII
Cada día una sílaba tras otra
palabras que sirven para saber
que escribes y acudir a la llamada
al eco llegado no sé de dónde
como cabo de hilo apenas visible
del que tiras y se mueve resiste
y que hay que atraer suavemente pero
no romperlo y no comprendes por qué
aquí donde menos te lo esperabas
por qué así hoy y por qué a este ritmo
que no controlas bien ya que te arrastra
o te atraviesa hacia lo que ignoras
como un camino que sin seguir trazas
porque no existe y que haces con pasos
palabras e imágenes que son tuyas
con el paisaje que viene a tu encuentro
no sabes nada y sabes que te espera
algo que es como una mañana llena
de luz un silencio o un rostro que se
inclina es el sol no puedes verlo
o esta blancura vas hacia su encuentro
tu cuerpo es tan ligero que es el mundo
está la montaña como una mano
el aire es como un monte de frescura
cada palabra es una quemadura
dices eres aire eres colina eres
la vida contra la muerte me quemas
no escribo para mañana ni para
el futuro sino para el ahora
para que el sí atraviese el no y éste
sea la fuerza del sí y resistir
a las voces que en mi voz hablan y oigo
poniendo sus palabras en mi boca
babeo bullen bobadas nonadas
escribo para escupir y arrancarme
la lengua y que haya otra vez quemadura
de lo que ignoro de lo que sin tregua
comienza alguien al abrirse el siglo
dijo que en la palabra no hay étimo
sino un puro milagro y era un sabio
este hombre-verbo maestro en espejos
de mil reflejos donde brilló el mundo
un instante y quién añadió que escribir
es la vida al tomar de sí conciencia
hormigas nebulosas electrones
piedras pirámide silla olvidada
una tarde en una calle desierta
el gesto desdoblado de una mano
trazando en el papel su propia imagen
juntos en el mismo fulgor tu cuerpo
mi cuerpo ni tú ni yo tú me quemas
para que obre la quemadura escribo
para saber que te veo y te toco
y que somos el mismo devenir
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