Juan Pablo Pereira (Santiago, 1978) es egresado de derecho de la Universidad de Chile. Participó en el taller de Gonzalo Millán, en el Centro Cultural de España (Santiago, 2002) y el taller Premio Mustakis/ Biblioteca Nacional, a cargo de Elvira Hernández (Santiago, 2003). Algunos de sus poemas aparecieron en la antología de autores de dicho taller, (SIC) (Valente Editores, 2004). Participó asimismo en los encuentros de poesía joven "Violento Sur", en Temuco, y "Riesgo País", en Valdivia. Ha publicado reseñas y críticas es diversos medios impresos y digitales. blácbuc (Alquimia Editores, Santiago, 2010) es su primer libro.
Poemas
Quizá porque los puercos se dirigen hacia el río
innumerables mis vecinos recogen ya sus ropas
y sin volver atrás más que los ojos al cerrarse
preparan sus cuchillos y los guardan en su toga
con el filo y las pezuñas vertidos hacia adentro.
A veces me temo por las noches
pues creo que mi ojo oscuro acecha
y en ellas pretende derribarme, a bastonazos
alguien que se ríe de mis lentes
y procede.
El creciente y luminoso candelabro que jugara
con nosotros en el cuarto a sus chinescas figuras
si bien está (parece) a punto de cubrirnos
en realidad ya va a apagarse de un momento a otro.
.....................Para Alejandra
Fue hace un día el mar se entregó a tu perfume
en que las luces de la frente calcináronse a sí mismas
y una pequeña puerta colindante a nosotros mismos embriagados
cerróse de golpe y para siempre.
Mentiras: habéis sido mis hermanas
larvas en el cuerpo, y las mayores
y los catecúmenos
de légamo arrancado
piedras pulidas de hueso
hasta la madre.
Rotura de cristales
destellan gaitas y se yerguen
pierden la piedad por las ranuras su terror
paredes amargas borrones
de mármol aterran las casas
de otros las mías
se cubren de moho
Se veía venir lo aplastante de la vida
otoño del noventa y seis lo recuerdo
daba náuseas ser adulto mercenario estudiante
solitario de una causa más sola que la calle
república infame y mis drogas
callejeados libros ululando.
XIII?
Un hijo
bombardea el viñedo
un hijo
se lleva
cántaros
a
su guarida
bombardea
el sueño
en demostraciones de celeridad
para un brazo amputado
Poemas de blácbuc
(Alquimia ediciones, 2010. 100 p.)
Juan Pablo Pereira
[Cuando yo oscurecía…]
Cuando yo oscurecía
también se cerraban las puertas de lo oscuro
detrás mío. Era una grieta inescalable, separada del viento
por el odio al azul que se paseaba, y recuerdo
haber fotografiado a un burro
que miraba en mis ojos. Pero pasó de largo
para comer en un lugar tranquilo. Desde ahí
casi siempre por mi cuenta,
durmiendo sobre arcilla que sólo yo secaba.
No distinguía en esa época
el amor del odio. Todo era posible de mirar,
aposando al mismo tiempo en mis rodillas, en mi pelo
y picaba de igual modo. Sólo sus frutos eran diversos,
todos inquietantes. Con facilidad
me confundía, sonreía como escudo
y me resigné a equivocarme dos de cada tres.
Para la construcción de un nuevo árbol de pascua
caíste. Fue tan fácil.
Te dormiste en la estación que lleva al árbol de la horca
donde hombre alguno cuelga,
pero el que pasa deja ofrenda de hongos
o un puño de azúcar para herir la tierra
y la tierra abre sus ojos cada tanto,
toma nota
con la regularidad de un pulso en la cabeza: luz,
y luego luz de nuevo, un bulbo
cada vértebra quebrada.
[Supera esta traba. Es una falsa traba…]
Supera esta traba. Es una falsa traba. Los escritores al servicio
de la mantis religiosa bien lo saben. La comezón
no es su tema. La proliferación de emperadores los deja sin cuidado,
la epifanía es su patio trasero. El pie,
la columna invertebrable de estos nudos en tinta,
la conjunción de un codo ortopédico
con la carne más o menos fresca; nada de eso
les duele, ni un poco. No hay aquí ni allá
verdaderos artífices. Así que en vez de ellos
seamos asaltantes escondidos
debajo del camión, los rastreadores
de este cargamento mísero, lleno de palabras resonantes
el remedio para ansiosos de sentido,
buscadores de culpables
u oradores tristes que han perdido su púlpito.
[Pondera el amor que has recibido…]
Pondera el amor que has recibido
y cállalo ante extraños, procede
a cuantificar el placer dado
y recibido, y verás que no se puede.
Sólo acércate, entonces
al error que es corregible,
a la flor reparada
inclinada sobre el rostro bienamado,
así de cerca, pásalo
a esta tierra en contrabando, pulsa
mi temblor como un botón dañado
que tendrá que funcionar, que abre tus puertas
y las mías, que se hace
tanto más que cierto bajo un ausente ritmo
de tambor, de tierra húmeda,
de plazas requemadas
de uno como tú o como yo
que se toma a sí mismo de la mano.
Todo es así, reducible al reposo
y espera a su despertador.
war without war
O es que verte no parece afectarme
o es al lado de lo real en que en verdad duelen los brazos
de un peso increíble por cargar: las bolsas de basura
reunidas en el patio tras un año
preparando esta pira. No es el volumen
lo que podría impresionar a los hablantes de esta tarde
minuciosamente bulliciosa. Tampoco la eficacia
del amontonador, quien se ríe de su obra.
Más bien es esa disposición al martirio
ajeno, por supuesto, que transita como un gato en la alegría de vernos
y parece pedirnos disculpas, con tranquilidad,
esperando la caída de una oscuridad propicia
y (por cierto) a que alguien aparezca acelerando el fuego
para no tener que arrojar a alguno de nosotros
a buscar en el fondo de esta acumulación
un último fósforo que podamos mojar.
[Salimos a esperar la caída de un avión…]
Salimos a esperar la caída de un avión
con helados en la mano, los rostros bien abiertos
a las trazas de ceniza, como un tajo
de jirones de alegría sobre el cielo: aquí vienen los jets
en formación de hombre ausente. Que se callen los ciegos
porque mirar no cuesta nada, valer la pena esta caída
nada en absoluto.
Interinato
Abandonar. Tal vez es necesario
cada cierto tiempo abandonar, dinamitar las provisiones
e irse silbando de una casa en ruinas. No pretendo describir
al que se va y deja cosas sin hacer. El que se va
para volver sabe que nada
es esencialmente irremediable. Ni la muerte de tus muertos
ni el diente que es trizado al trizar dulces.
Pasamos como todo. Y queda el papel sucio.
Quejarse es tan vacuo que asquea.
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