Laia López Manrique (Barcelona, 1982) es licenciada en Filosofía y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universitat de Barcelona. Escribe poesía y relato breve. Ha publicado textos críticos, poemas, relatos y microrrelatos en diversos medios, revistas literarias y antologías colectivas, como Oficio de brevezas (Ediciones Acumán, 2004), Microvisions (Montcada Comunicació, 2005), Voces Nuevas-XX Selección (Ediciones Torremozas, 2009), Aldea Poética IV-SXO (Ediciones Opera Prima, 2009), Cartoemas (Catálogos de Valverde 32, 2010) o Primera escala (Paralelo Sur Ediciones, 2010). En la actualidad prepara un libro de cuentos, así como diversos proyectos poéticos.
Lleva el blog http://www.palidofuego.wordpress.com
FE DE ERRATAS
No hay poema
sin simulacro
sin falla
sin la letra que no escribo
sin el ansia de lo que está por venir
y no viene
sin un cristal
que tuerce la mirada
sobre la carne incierta
del verbo.
COMÉDIE D’UN JOUR
Cuando la vida no contiene un nombre
en que reconocer mansamente al enemigo,
al otro, al que acecha o pasa indiferente por el lado
y posee un cuerpo tentado por la muerte,
los que estamos solos
amaestramos al fantasma obsceno
de la espera.
Como anfibios
desperezándose en una sala de hospital,
los que estamos solos
alejamos el velo sonoro del tiempo,
la adherencia fútil de un ayer palmario
y un mañana dibujado en calles que no existen.
Nosotros,
arrolladas cariátides
que a la brújula del azar
ruegan un norte,
nos sentamos en la escalera de la catedral
a oír cómo se deshace la tarde
y elegimos morir de un pretexto cualquiera
para que nadie sepa que morimos de olvido.
(Publicado en Voces Nuevas-XXII Selección)
TAUTOLOGÍAS
Un hombre triste en una estación de autobús
no es más que eso. A veces, ese mismo
hombre triste es un lacayo, se rasca
el cogote, miente,
sube en ascensor
o escucha un blues
en la intimidad de su cuarto de soltero.
Pero hoy no es más que un hombre triste
que espera. No está en la cárcel,
ni huelen sus botas a pescado
frío, ni su mano a conquistas
u obscenas rendiciones,
ni su boca a nombres
mendigados, a media voz,
tras los matojos de un parque
a las nueve, un lunes.
Es un hombre triste que espera.
Nadie lo ha visto. Si se sentara,
caería un mechón de su cabello
negro de orfebre deslucido
sobre uno de sus ojos
—el derecho—
y lo apartaría empujando furioso
el aire, como quien expulsa
a un mal espíritu.
Si se arrodillara, caería de rodillas.
Si quisiera gritar, se apagaría su voz
en el pálpito primero.
Si quisiera morir, renacería
en mitad del retablo de un martirio.
Pero el hombre no se mueve.
Por momentos parece
como si su cuerpo menguara,
como si su alma se tragase
el polen, la ceniza, los humores
mugrientos de la calle,
como si sus dedos
de endeble palmípedo
hubieran arraigado en el asfalto.
Cualquier apariencia es engañosa.
Es un hombre triste que espera.
Solo eso.
EL TEXTO QUE NO ENTREGARÍAS
El texto que no entregarías es éste: el del desprendimiento, el de la vigilia de todas las dudas. El que pregunta a los poetas por sus huellas gastadas, por aquello que dicen y no dicen, por aquello que cae de sus frentes delicadamente sucias. ¿Dice alguna verdad la poesía? ¿Dicen un gesto, una variz, un trago, más que la poesía? ¿De dónde sale el lenguaje que estás dejando asomar mientras escribes? ¿Por qué ese ritmo diletante, esas pausas? ¿Por qué el cálculo, el azar, la calificación, la devaluación, la ruptura? ¿No podrías dejar que corriera el aire? ¿No podrías? ¿Aire sin música, sin quiebra, sin alguien que vocea por detrás, rompiéndolo?
El texto que no entregarías es éste: el del gran interrogante, el de las raíces, el que no deja lugar para la asfixia porque el solo estertor ya sería indicio de la voluntad de un habla. Pues el habla no sirve si no tiene como materia el silencio, lo que empuja como una fatalidad a demoler el canto, a demoler el poso, a demoler los hedores vacíos y el aparato oval de las grandes palabras.
El texto que no entregarías es éste. Y, sin embargo, es el único que sabes escribir.
VERAMENTE, OGGI NON HO LA VOGLIA
(I)
lo que dicen los otros
no es más que un grito
sin forma
oyes las voces
que templan
la sangre
tú estás debajo
sabes rebozar los adoquines
que te encierran
el techo que te arma
la carcasa de odio
que te cubre
(II)
dirías que hoy odias la vida
con el más rotundo de los síes
no conoces el amor fati
no te hicieron probar
sino el desprecio
la vida es vertical
como una regla
y tú
apaisada
la frunces
bajo el arco
(III)
te manchas
y la voluntad no vuelve
tú extienes los dedos
en perfecta sincronía
con el tiempo
con sus marcas
con su crujiente
circular
desatino
(IV)
¿supiste alguna vez responder
a la única pregunta que cuenta?
las preguntas no son redes
las preguntas
son formas coriáceas
lo sostienen todo
en inestable equilibrio
como un amarre
a punto de ser soltado
(V)
las palabras pesan bajo los párpados
rellenos de savia
de arena
la vida pesa
como un cadáver
reciente
con la lengua adobada
en sus contornos
con las manos
abiertas
y vacías
[http://www.dvdediciones.com/firmas_laia_lopez.html]
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