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lunes, 31 de enero de 2011
3143.- ROGELIO BUENDÍA
ROGELIO BUENDÍA BUENDÍA nació en Huelva el 14 de febrero de 1891.
Doctor en Medicina, pronto se interesó por la literatura. Pertenece como poeta a la Generación del 27, aunque se inició en la estela, ya algo pasada, del Modernismo como queda patente en sus tres primeros libros: al que corresponden sus tres primeros libros poéticos, “El poema de mis sueños” (1912), “Del bien y del mal” (1913) y “Nácares” (1916).
Con su libro “La rueda de color” (1923), donde acogía poemas ya publicados, se situó en el Ultraísmo. Este libro le permitió entrar en contacto con Fernando Pessoa, de quien será el primer traductor al español.
En la línea neopopular y gongorista se sitúa “Guía de jardines” (1928). Un paso más en la trayectoria de vanguardia supone “Naufragio en tres cuerdas de guitarra”, próximo al surrealismo. Tras su sexto libro de poemas, Buendía no volvió a publicar libros, aunque seguirá escribiendo hasta su muerte.
También dirigió revistas literarias como “Renacimiento y Centauro” de Huelva, y colaboró asiduamente en las vanguardistas “Los Quijotes”, “Tableros”, “Grecia” y “Cervantes” entre otras.
Al acabar la guerra fue desposeído de sus cargos profesionales. Desde 1946 hasta su jubilación ocupó en Elche la plaza de médico titular. También escribió dos novelas cortas: La casa en ruinas (1913) y La dorada mediocridad (1923).
Murió en Madrid, el 27 de mayo de 1969.
INTERMEDIO
Por el cristal, la vida. Bajo mis pies, la tierra.
No hay nadie en la planicie erizada de lenguas
que forman las ardientes llamas de fuego.
Los árboles tundidos por los vendavales,
por los solazos y por las orugas serradoras.
La casa abierta a los planos verdes
y a los volúmenes de las casas y de las yerbas,
es un prisma irisado.
En cada muro blanco, toda clase de aves
y todas las flores del campo y del jardín,
que se entran por la puerta abierta,
por los limpios cristales que avanzan
como lentes para estudiar belleza.
Detrás de los cristales, abiertos ojos de cristal,
abiertas lentes,
penetradas por la primavera,
y cerradas, a medio abrir la persiana,
en estío, gritan los colores:
el azul del cielo que parece que se va a romper
como un búcaro gigante y frágil,
búcaro de cristal y de cansancio.
Flores a miles. Y en verde acuático, la estancia.
Y yo, siempre yo en soledad, solo.
El pie sale, el corazón se queda,
como el caracol de goma,
no se separa de su estancia.
¡Buenos días, mañana!
LA POESÍA DE LO DESCONOCIDO
¡Oh, la dulce delicia de lo incógnito
que se esfuma en las calles y en los campos!
¡Oh, el anhelar saber quién es la dama
que cerca de nosotros ha pasado,
oliendo a violetas o a caléndulas
o al perfume fragante de los nardos!
Delicia del anónimo inocente
que sin querer firmarse está firmado,
al hablar de unos celos y un amor,
por una temblorosa y blanca mano.
Curiosidad ingenua que tenemos
por unos ojos y un perfil románticos...
Pensamiento infantil de nuestra mente
al escuchar de noche ciertos pasos,
que nos hacen rezar estremecidos,
creyéndolos de brujas o de trasgos.
Música que se queda en la memoria,
sin que se sepa quién la habrá engendrado...
Versos que yerran por nuestro cerebro
y que locos acuden a los labios,
sin que jamás se sepa quién los hizo
sonar a río y trascender a prado...
Carreta que se oculta en la vereda
de rosas y de lirios del ocaso,
sin dejar más que surcos paralelos
que acabarán no se sabe dónde y cuándo.
¡Poesía sagrada de lo incógnito,
tienes tú para mí todo el encanto
de lo que se ha tenido y que se va,
y de lo que se espera y no ha llegado!
Del bien y del mal
SERENATA
Árbol de sol colgando en la noche,
tu pelo caía,
escala de oro
por la ventana abierta.
La luna helaba, fría,
con su gumía
el cielo plafonado.
Nieve azul en la estrella
mayor, ojo de oro
sobre el negro absoluto.
La escala caía
de la ventana honda.
Decoración de noche,
de campanario y de estrellas.
Y la canción decía:
Sobre tus ojos se ha caído mi alma;
en el fondo, en el fondo
la veo, guija perdida en la laguna.
¿Qué vas a hacer de mí
si dentro
no tengo más que la penumbra,
como esta noche
metida está en la tierra?
¿Qué vas a hacer de mí, que vivo loco,
vacío de mí mismo?
Bosque de oro
que cuelgas en la noche,
luna aturdida en árboles de otoño,
mía sin serlo, sol de la noche.
Mi alma se cayó
en el fondo sombrío
de tus ojos de espejo.
Déjame que suba,
déjame que suba
por la rampa de oro
de tu pelo.
En el jardín, la risa de una estrella.
La rueda de color
SOLEDAD
Uno.
Por todas partes que miro sólo veo
el número uno.
El número uno fatídico:
I árbol
I pájaro
I hombre
El sol, solo en su soledad,
la luna, una en su unidad,
y yo, como un miembro amputado
me desangro sobre la mesa del café
como en un quirófano.
Y mis ojos llenos de luz lejana,
y mis manos extendidas
miran instintivamente hacia el Sur.
-¡Oh, aquella canción!,
I árbol
I pájaro,
I flor
Pero entre los ojos vivos de los dos
dos.
[Grecia, núm. 48, 1920]
TAPIZ MARROQUÍ
El oro y el moro, y el fuego
que, detrás, pone el viento que quema.
El oro y el moro que teje
tapices de lanas y sedas.
Con aires de fuego están hechos
los rojos, los verdes y azules;
la lana trenzada y tejida
con brasas, de abril hasta octubre.
La brisa del Sur en invierno,
y el oro fraguado en la roca,
telares de ensueño refrescan,
y el dátil, surcando la boca.
El oro y el moro y el fuego
-la vieja y vivaz fantasía-
y como en las mil y una noches,
volando en la alfombra la vida.
TE TIRA EL DOLOR DE LAS PIERNAS
Te tira el dolor de las piernas,
te hinca lo feo su garra.
Ya quieres volar y no puedes,
hay algo que quiere añadirte
ideas de pan amasado
con cuajo que emporca la masa.
Los bajos y astrosos dolores
echados a ti te envanecen,
creyéndote físico tonto
que al fin triunfará de la muerte.
Por fin te has librado de todo:
del eco, del mal, de la nada.
Y sales, poema, tan limpio
e inútil, tan puro, que, clara
la luz que te trajo a la vida,
espejo o arroyo,
de ti se engalana.
De Poéticas
VUELO
El árbol, la mañana, el pensamiento,
todo en azul volcado y construido;
todo en azul desde el primer momento:
la tierra, el corazón, el blando nido.
La sombra de la casa es amplia y queda
dentro de la caricia de su ambiente
un aroma de arroyo y de arboleda
que se entró con el aire y el relente.
El árbol, la mañana y este anhelo
de volar con los pájaros en vuelo
que no termine nunca. Con el nido
debajo de las alas, y en la rama
de un árbol y otro árbol, que la llama
de la canción revele su sentido.
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