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lunes, 31 de enero de 2011

3144.- SALVADOR RUEDA


SALVADOR RUEDA SANTOS nació en Macharaviaya (caserío de Benaque), en Málaga, el 3 de diciembre 1857, fue periodista y poeta precursor del Modernismo Ibérico.

Junto con Manuel Reina, Manuel Machado, Francisco Villaespesa o el joven Juan Ramón Jiménez, será uno de los pocos representantes de este movimiento en España. Dominando el metro clásico del soneto, también tiene pequeñas composiciones líricas, las coplas, que enlazan con las que más tarde producirá un noventayochesco Antonio Machado.

Hijo de jornaleros, tuvo una formación autodidacta, así él mismo nos cuenta:

"Aunque de niño en mi casa pobre yo no servía más que para vagar a todas horas por los campos, pretendiendo descifrar los profundos misterios y las grandes maravillas, mi padre siempre me amparó por desgraciado y me tuvo un sitio en su corazón. Aprendí administración de las hormigas; música, oyendo los aguaceros; escultura buscando parecido a los seres en las líneas de las rocas; color, en la luz; poesía, en toda la naturaleza".

Fue estudiante de latín, monaguillo, jornalero, guantero, carpintero, droguero, corredor de guías del puerto de Málaga, pirotécnico y oficial primero del Cuerpo facultativo de Archiveros Bibliotecarios y Arqueólogos. Y en Madrid trabajó en la “Gaceta de Madrid”.

Escritor muy fecundo, es autor de novelas y relatos costumbristas de ambiente andaluz como “El patio andaluz” (1886), “El cielo alegre” (1887), “El gusano de luz” (1889), “La reja” (1900), idilios poéticos y obras teatrales. Su obra poética se inició en 1880 con “Renglones cortos” (1883) y siguió con “Noventa estrofas”.

Sus libros poéticos de madurez son “Piedras preciosas” (1900), “Fuentes de salud” (1906), “Trompetas de órgano” (1903) y “Lenguas de fuego” (1908). En 1928 aparece “Antología poética” y en 1957 su obra póstuma “Claves y símbolos”.

En sus composiciones buscó la armonía, basada en la melodía y el ritmo. Así, su obra se convirtió en un repertorio variado de formas y combinaciones estróficas renovadoras; introdujo novedades métricas que luego utilizarían casi todos los vates modernistas.

Son las principales características de su poesía la intensidad pictórica de su colorido y la nota de musicalidad, conseguida por medio de nuevos ritmos y originales combinaciones de inusitadas estrofas. Los temas son muy variados, pero entre ellos destacan los que se refieren al mundo de la naturaleza y la meridional geografía andaluza, que el poeta describe con brillantez.

Su poesía fue muy bien acogida en Hispanoamérica y allí marchó el poeta, que agradeció la hospitalidad en su poema "El milagro de América" (1929). Rueda fue solemnemente coronado en La Habana en 1910. Regresó sin embargo a Málaga, donde vivió modestamente en una casa cerca del Alcazaba; cayó enfermo en marzo de 1933 y murió el 1 de abril de ese mismo año.




ACERCAD LAS ALMAS, QUE ÉSTA ES LA CANDELA

Acercad las almas, que ésta es la candela;
acercad las almas, que ésta es la alegría;
son versos que cantan llenos de energía,
y alzan una lumbre que, ondulando, vuela.

Es un bosque que ardiendo que el helor deshiela,
es Dios hecho lenguas, Dios hecho poesía,
este libro es alto temblor de armonía,
fuego melodioso, que abriga y consuela.

El crujiente ritmo dice: «¡Allá van ramas!»,
y la fantasía las convierte en llamas,
como promontorio de dorado velo.

Mientras que, candente, la inexhausta lira
lanza en rubios hace versos a la pira,
y las lenguas de oro suben hasta el cielo.








AFRODITA

Venus, la de los senos adorados
que nutren de vigor savias y rosas;
la que al mirar derrama mariposas
y al sonreír florecen los collados;

la que en almas y cuerpos congelados
fecunda vierte llamas generosas,
de Eros a las caricias amorosas
ostenta sus ropajes cincelados.

Ella es la fuerza viva, el soplo ardiente
de cuanto sueña y goza, piensa y siente;
de cuanto canta y ríe, vibra y ama.

En el niño es candor, eco en la risa;
en el agua canción, beso en la brisa,
ascua en corazón, flor en la rama.






BAILADORA

Con un chambergo puesto como corona
y el chal bajando en hebras a sus rodillas,
baila una sevillana las seguidillas
a los ecos gitanos que un mozo entona.

Coro de recias voces canta y pregona
de su rostro y sus gracias las maravillas,
y ella mueve, inflamadas ambas mejillas,
el regio tren de curvas de su persona.

Cuando enarca su cuerpo como culebra
y en ondas fugitivas gira y se quiebra
al brillante reflejo de las arañas,

estalla atronadora vocinglería,
y en un compás amarra la melodía
palmas, risas, requiebros, cuerdas y cañas.







CLAVELLINERO

Quiero cuando yo muera, Patria mía,
que formes con mi cráneo una maceta,
y de sus ojos por la doble grieta
eches la tierra que tus flores cría.

En su interior de luz y de armonía
deja una mata de clavel sujeta,
y ese clavellinero de poeta
te brindará corolas como el día.

Por mi boca, mis ojos, mis oídos,
entreabriré capullos encendidos
con que de galas quedaré cubierto.

Y, cuando en mayo florecer me veas,
aún lanzaré claveles como ideas
para besarte hasta después de muerto.






EL AVE DEL PARAÍSO

Ved el ave inmortal, es su figura;
la antigüedad un silfo la creía,
y la vio su extasiada fantasía
cual hada, genio, flor o llama pura.

Su plumaje es la luz hecha locura,
un brillante hervidero de alegría
donde tiembla 1a ardiente sinfonía
de cuantos tonos casa la hermosura.

Su cola real, colgando en catarata;
y dirigida al sol, haz que desata
vivo penacho de arcos cimbradores.

Curvas suelta la cola sorprende,
y al aire lanza cual tazón de fuente
un surtidor de palmas de colores.






ESTAMBRES Y PISTILOS

Bajo el velo del agua transparente
impregnada de rayos luminosos,
estambres y pistilos pudorosos
se citan, para amarse, en el ambiente.

Atravesando el líquido luciente
asómanse los tallos amorosos,
y a los himnos del viento rumorosos
los desposa la luz resplandeciente.

A la vez en las frondas escondidos,
cuántas dulces escenas misteriosas
entre los bosques formarán los nidos.

El lento desplegarse de las rosas,
el crujir de los granos, los latidos...
¡Oh concierto invisible de las cosas










COPLAS

1

Como el almendro florido
has de ser con los rigores,
si un rudo golpe recibes
suelta una lluvia de flores.

2

Antes que el sepulturero
haya cerrado mi caja,
echa sobre el cuerpo mío
tu mantilla sevillana.

3

Tiro un cristal contra el suelo
y se rompe en mil cristales,
quiero borrarte del pecho
y te miro en todas partes.

4

Sobre su negro ataúd
daban las gotas del agua,
¡qué lejos el cementerio
y qué noche tan amarga!

5

A las puertas de la muerte
sentado habré de aguardarte;
no faltarás a la cita,
allí te espero, ya sabes.

6

Allá en el fondo del río
cuando nada turba el agua,
palpita de las estrellas
el hormiguero de plata.

7

Aprovecha tus abriles
y ama al hombre que te quiera,
mira que el invierno es largo
y corta la primavera.

8

Para alcanzar las estrellas
sonda el cisne la laguna;
en el mar de los amores
yo soy cisne y tú eres luna.

9

A la luz de tu mirada
despido mis penas todas,
como a la luz de los astros
la hoja despide la sombra.

10

No soy dueño de mí mismo
ni voy donde a mí me agrada,
atado llevo el deseo
al hilo de tu mirada.

11

Parecía la amapola
que ayer vi en el cementerio,
sus rojos labios que ansiaban
darme los últimos besos.

12

Cuando eche mi cuerpo flores
sólo una cosa te pido,
que las pongas en el pecho
donde no pude estar vivo.

13

Mira qué triste está el cielo,
mira qué sendas tan solas,
mira con cuánta amargura
se van quejando las hojas.

14

Para mirar qué es la vida,
cuando estoy en mi aposento
con un fósforo señalo
la forma de un esqueleto.

15
La campiña cuando sales
se inunda de luz alegre,
y las hojas de las ramas
baten las palmas al verte.

16

De dos montañas distintas
corren al mar dos arroyos,
y en el camino se juntan
para no caminar solos.

17

Tengo los ojos rendidos
de tanto mirar tu cara,
si los cierro, no es que duermen,
es tan sólo que descansan.

18

Tus ojos son un delito
negro como las tinieblas,
y tienes para ocultarlo
bosque de pestañas negras.

19

De aquella peña más dura
sale el manantial alegre,
de un pecho con ser humano
no sale el cariño siempre.

20

Dentro de una calavera
dejó la lluvia un espejo,
¡y en él a la media noche
se contemplaba un lucero!

21

Para formarle un collar
a tu pecho, dueño mío,
voy buscando por las ramas
los diamantes del rocío.

22

Fuera entre todas las cosas
por abrazarte temblando,
enredadera florida
de tu cuerpo de alabastro.

23

Rayito fuera de luna
para entrar por tu ventana,
subir después por tu lecho
y platearte la cara.

24

Cuando me esté retratando
en tus pupilas de fuego,
cierra de pronto los ojos
por ver si me coges dentro.

25

Dos velas tengo encendidas
en el altar de mi alma,
y en él adoro a una virgen
que tiene tu misma cara.

26

Cuando me envuelvo en el rayo
de tus pupilas siniestras,
como terrible martillo
toda mi sangre golpea.

27

Creyendo darlo en tu boca
he dado en el aire un beso,
y el beso ha culebreado
como una chispa de fuego.

28

Divididas en manojos
están tus negras pestañas,
y cuando la luz las besa
no he visto sombras más largas.

29

Si quieres darme la muerte
tira donde más te agrade,
pero no en el corazón
porque allí llevo tu imagen.

30

Viviendo como tú vives
enfrente del cementerio,
qué te importa ver pasar
un cadáver más o menos.

31

Una lápida en su pecho
pone al amar la mujer,
que en letras de luto dice:
«muerta, menos para él».

32

A saludar a su amada
voló un dulce ruiseñor,
vio otro pájaro en su nido
y de repente murió.

33

El día de conocerte,
mira qué casualidad,
tu nombre estuve escribiendo
en la escarcha de un cristal.

34

En el altar de tu reja
digo una misa de amor,
tú eres la virgen divina
y el sacerdote soy yo.

35

Yo no sé qué me sucede
desde que te di mi alma,
que cualquier senda que tomo
me ha de llevar a tu casa.

36

Sobre la almohada
donde duermo a solas,
¡cuántas cosas te he dicho al oído
sin que tú las oigas!

37

Cuando el claro día
llama a mis cristales,
desvelado me encuentra en la sombra
trazando tu imagen.

38

Hay en tu mirada
yo no sé qué cosa,
que en mis fibras penetra y penetra
como espada sorda.

39

Creyendo en mis sueños
poder abrazarte,
¡qué de veces, mi bien, he oprimido
las ondas del aire!

40

Jugara la vida
gozando en perderla,
si a las cartas les dieran su sombra
tus pestañas negras.

41

El acento dulce
de tu voz amada,
me parece una ola de llanto
que besa las playas.

42

Cada vez que a verte voy
en tu puerta me detengo,
pues temo que la alegría
me trastorne el pensamiento.

43

Sólo le pido al Eterno
que al despuntar cada día,
las sombras de nuestros cuerpos
sorprenda la luz unidas.

44

Si fuera rayo de luna
por tus ojos penetrara,
y en silencio alumbraría
el sagrario de tu alma.

45

Quisiera tener un rizo
de tu oscura cabellera,
para gastarme los ojos
en sólo mirar sus hebras.

46

Ya viene la primavera,
ya los pájaros se hermanan,
¡cuánto espacio entre nosotros
y cuán cerca nuestras almas!

47

Tu desaire más ligero
pone mi pecho vibrando
como un granillo de arena
hace temblar todo un lago.

48

Antes de yo conocerte
soñaba que me amarías;
¡quién presta oído a los sueños,
quién de los sueños se fía!

49

Cuando muerto esté en la tumba
toca en ella la guitarra,
y verás a mi esqueleto
alzarse para escucharla.

50

Cuando a media noche
los ramajes tiemblan,
el silencio interrumpen y pasan
las almas en pena.










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