Chema Barredo
Escritor español (Madrid, 1951). Ha publicado poemas en las revistas Almiar/Margen Cero, Arrebato Libros, Ariadna RC, El Fantasma de la Glorieta y Herederos del Caos, entre otras. Es autor de las colecciones de relatos Varios asuntos y alguna ocasión para el portento (Editorial Virtualibro) y El rito cotidiano, y ha ganado premios en diversos concursos literarios.
En 2010 Chema Barredo publicó el poemario 'Marea'.
UN POEMA
Dedicado a la flotilla humanitaria
El mar está en calma,
pero se elevan banderas del miedo
cuando amanece en oriente,
cuando las balas son el discurso
que nos rodea, cuando los gritos
son mas que palabras, o gestos.
Después el sol que alumbra
ojos de ciego y puñales,
sombras que agitan bastones
del loco furor y descargan la ira
y baten las olas del miedo
y en Belén las cadenas,
y en Jericó las barreras
siempre en el nombre de Marte, o Yahvé,
el dios que les da la razón y la orden,
y yo tengo miedo de que lleguen
desde su aire porque es suyo el aire,
y aúllen desde su barco de guerra
con redes que atrapan el miedo,
y huele a sangre en el mar
entre las barcas de la fe.
Miedo en la ruta de Gaza.
Postal 10: Chema Barredo
Versos: Chema Barredo
Diseño: José Naveiras García
Siempre hay alguien que recorre los jardines
junto al cuervo más voraz,
y sabe de su tiempo, y adivina.
Siempre hay alguien- Chema Barredo
Me aguarda
La mujer que me aguarda
cada día, con la cesta de cerezas
apoyada en su regazo
urde horas en el telar del tiempo,
cubre el hueco de la ausencia
sin que medie la noche,
gira el cuerpo con el vuelo de los pájaros
y mira desde el fondo de los ojos
porque me aguarda.
Me aguarda y yo sólo lo sé.
Octubre cerrará la última puerta
Las hojas en el suelo de la calle
son testigos de un traspiés, dos,
alguno más delataría que vacila
nuestro paso. Las sillas en el bar
quedaron boca arriba.
Y entonces advertimos
que Octubre cerrará la última puerta.
Alguien sospecha que buscamos
imposibles, la foto de los años
que volaron, humo lejano,
el sol de cada día que es rutina,
palabras que nos mientan
y fingimos carreras
en un coche que no es nuestro,
vivir la vida en un instante,
restar algún año en el carné.
Pero sabemos bien
que sólo nos queda la risa
que descorcha la tercera botella,
después nada,
no queremos una noche
en que la verdad incomode
porque nos espera la calle
y prometí pagar la última,
o dos más aunque Octubre acelere, sí.
Mañana es veinte,
no pises las hojas en el suelo.
Octubre cerrará la última puerta.
El río
He vuelto a leer tu libro.
Dicen que se parece a un buen tratado
de geografía humana.
El río lo atraviesa, sin fronteras,
fluye entre las hojas como un protagonista
y modela las tierras, la gente
que habita sus orillas,
el tiempo detenido. Se ve muy claro.
Quizás te inspiraste en aquel viaje
de no hace tantos años,
el gran canal varado entre la historia
royendo la piedra con el agua.
A un lado los turistas y el bullicio, al otro
los vecinos, inmersos en su vida cotidiana,
dos mundos diferentes y en medio nosotros,
tercos con la foto de ángulo imposible
en uno de los puentes,
el más famoso, nunca recuerdo el nombre.
Isla sin oficio
Te vas y antes de irte
ya sueñas con hacerlo,
la vida siempre busca su aire
más allá de distancias
que son humo y enfrentas el camino
sin mirar el asfalto.
Ser isla sin oficio,
sin causa,
torrente, viento libre y te vas
en busca del tiempo que fue tuyo,
de la promesa sutil,
con hambre de selva,
con el vuelo bajo
y sin medir el norte
de un nuevo septiembre
que muestre
donde habitan los viajes.
NUNCA ES EL SILENCIO
Siempre llegan sonidos
que se clavan como hierros
en la esfera que envuelve
los cristales y la casa está vacía
a la espera del signo,
de señales precisas.
Alguien escucha una voz,
una mirada
y nunca es el silencio,
pero todos callamos
con sombras del olvido.
Después hablarán los espejos,
la noche y su evidencia,
los rasgos del futuro
con voz inexorable
del que lo sabe todo.
Hombre pájaro
Con alas de hombre pájaro
te cubres, los sueños de madera
y el equipaje breve,
con sombras del viento que no vuela contigo.
Extraño dios en los altares
con alas de hombre pájaro
a quién entregarás tu suerte.
El mismo que desarma
las nubes, los flecos del sol,
el dueño de la luz que te ilumina
los viajes que ocultan su destino.
No te desprendas de unas alas.
La fosa más profunda
jamás te hará invisible a su tutela,
por más que te escondas,
por más que huyas hacia el norte
el hombre pájaro te aguarda
y cuando seas aire,
se elevará a tu altura.
El que se llama niebla
El que se llama niebla
y memoria y la luz, el dueño
del poema ciego que habla de ti,
de llaves y de puertas,
del viento y su mensaje en el filo
de la vida a la que algunos se asoman.
El que te ofrece tiempo
por si lo necesitas.
El que pasea gatos persas a lomos
de unicornios, busca en las nubes
y canta en una esquina
la canción de los viejos derrotados
y en las fiestas que duran siete noches,
el que no admite preguntas
ni adora ningún dios, ni revisa las cartas
que predicen el futuro.
El que poda los brotes en el mármol
de los escaparates,
el hombre murciélago en el reino
de los peces, la sombra
del sabor a pecado,
la foto de ti mismo si no quieres verte,
el que guía cuando falta la luz,
el más audaz que sobrevuela
la delgada línea roja.
No es un sueño, existe. Le esperas.
Después de la batalla
Descansa bajo el puente
donde construyen nidos
los pájaros del norte,
donde has encontrado tu casa
después de la batalla
y crecen las sombras y la voz
en la orilla secreta del invierno.
Duerme en los días breves
que protege la piedra,
la urgencia ya no es tuya.
Hazlo en el suelo de bronce
que olvida la derrota,
al abrigo del cauce
donde el agua se vierte sin medida
ni la edad incalculable del futuro.
ALAS DE PLOMO
No saben reír
a pesar de los felices cumpleaños,
o del tiempo que retrasa su carrera,
nunca sucede nada
sobre el cuerno de abundancia
de las horas que son rocas,
y no sucede nada
debajo de los besos de un domingo,
ni al lado de las fotos
que decoran el salón,
ni de cada mirada.
Ella, él, alas de plomo.
Nunca sucede nada
detrás del comentario satisfecho
en el sofá que les acoge,
la vida no molesta su rutina
de un norte puntual con los horarios,
sólo la eternidad como testigo
en la escena que nunca se alborota,
ni se conmueve, mecida en el silencio
y la distancia exacta de las manos.
Y no sucede nada en la quietud
de noches sin milagro,
de días que se agolpan
y encadenan, nada ocurre
en esa placidez que se prolonga,
de no ser, de nada ser
en una geografía que recorren
con los ojos cerrados.
Sin cielo que refleje cualquier nube.
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