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miércoles, 8 de diciembre de 2010

2575.- ELKIN RESTREPO


Elkin Restrepo nació en Medellín (Colombia) en 1942. Es poeta, narrador, dibujante y grabador. En 1968 ganó el Premio Nacional de Poesía Vanguardia, El Siglo con su libro Bla, bla, bla. Ha publicado los libros: La sombra de otros lugares (1973); Memorias del mundo (1974); Lugar de invocaciones (1977); La palabra sin reino (1982); Retratos de artistas (1983); Absorto escuchando el cercano canto de sirenas (1985) y La Dádiva (1991). Es Abogado de la Universidad de Antioquia, y Profesor Titular de Literatura de la misma Universidad. Fue cofundador y codirector de la Revista Acuarimantina y actualmente es codirector de la Revista Poesía y de la Revista Deshora. Ha publicado los libros en prosa: Fábulas (1991) y Sueños (1993). Poemas y textos suyos han sido traducidos al inglés, francés, ruso, y hebreo. Publicaciones en antologías y revistas de México, Estados Unidos, España, Francia, Argentina., Venezuela, Alemania, Rusia, Israel, Cuba. Actualmente dirige un Taller de Lecturas Literarias para profesionales de las distintas áreas en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín. Ha sido invitado a Congresos de Escritores y Ferias del Libro en Estados Unidos, Israel y Venezuela.



Rango

Sabía, sin mucha razón,
que alguien venía.

Ignoraba quién,
pero alguien venía.

Este era el día
¿cómo no marcar la fecha?
de una dicha imprevista.

El lugar, la mesa,
los preparativos,
imponían un cuidado.

Alguien venía.

Abrió la puerta.

Su apretado corazón
midió la espera.

El rango le inquietaba,
el poder de su belleza.

¡Jamás su expectativa
había sido tanta!

Alguien venía.

Esperó y esperó.

Nadie vino.

Pero supo
(con mucha razón)
que a su vida daba valor,
¡y en qué medida!,
aquella espera.








Huésped

Viniste a mí
sin darme aviso.

Ningún sueño presagiaba
tu paso de cometa,

ni advertía
acerca del mal
que roba
lo que está seguro.
Pronto debí servir
a quien tenía modales
de huésped
y alma compuesta
con rosas de la luna.

Con besos y argucias,
con ultrajante lengua,
te tomaste la casa
y te quedaste a vivir en ella.

Y dueña te hiciste
de lo que no era tuyo.










El don

Ningún lugar mejor
que la ciudad
para pensar en ciervos
y bosques,

para hacer del momento
una pura ensoñación,

la vida que queremos
y no existe,
o existe en otra parte.

Venados, osos, perros,
montes y lagos,
y en el camino que traza
el candil
de una luna de hielo,
un hombre
con la pieza de caza
a cuestas.

Por un instante
soy aquél
que, primitivo,
se libra al destino
de un mundo naciente y áureo.
Y pacta acuerdos
con la ruda Ley
que le ofrece por sueño
la vida.

La vida salvaje y bella,
donde copular, cazar, pescar,
cambiar con el tiempo nómade,
es suficiente,
y donde no cabe
ilusión distinta
a la labor de cada día,
y el sueño es el simple
descanso,

el dios que vela tus fatigas.

Y vivir, el don.






Museo

Está en el museo de Jerusalén.

Una sandalia de cuero
encontrada en una excavación
junto a un trozo de contrato matrimonial.

En él aparece el nombre de la desposada, Ruth.
Por la dote, pertenecía a una familia pudiente de Samaria
y tenía doce años.

Un estudio de la sandalia, explica
que sufría de una leve deformidad en el pié derecho.

Vivió en el siglo I antes de Cristo.

Lo poco que sobrevivió a su vida,
ahora es pieza única de museo,

pues tan frágil testimonio

corresponde a un lugar y una época
de los cuales se sabe poco.

Aquello sí era el olvido,
nada escapaba a él,

ninguna noticia acerca de algo
(de la época apenas vestigios),

la vida borrada por el mismo paso de la vida,

como si aquella otra no hubiera existido,

y como si del curso del mundo
apenas importara el instante presente.

Polvo, ruinas, silencio, lo demás.

Ningún monumento o memoria
que disputar a los cuidados de la muerte.









Senelitá

¿Será lo mismo el amor
cuando yo envejezca
y no quiera ver mi cuerpo
y el placer nada tenga
que ver conmigo?

Temo a este instante.

El paisaje vuelto
pensamiento melancólico,

el sol que no calienta,

el deseo que no vuelve a casa.

Y la enfermedad,
ocupándose en no darte tregua
como una amante rencorosa.

¿Qué sentido
tendrá entonces vivir
si el amor
te rehusa su promesa?

!Ah, el feroz matrimonio
de los cuerpos bellos y jóvenes,
su pasional hechizo!

Si hay una verdad,
es ésta:

tu voraz y obsceno abrazo
con la vida,

tu burda canción de proxeneta,

el fiel aroma de una mujer.

Porque de acostarse con el dolor,
sólo habla la vejez.








Jardín de suburbio

Desperdicios, latas, hierros retorcidos,
un nido de alimañas.

Nada sobrevivió
al ángel disgustado que lo cuidaba.

En un instante se desvaneció
su lumbre arcaica,

su vocabulario de aves
y verdes perennes,

su confusión carnal.

Nada quedó,

y hasta la pisada de Dios
perdió seguridad
ante tanta puerta cerrada.

En su lugar,
un baldío, un basurero, una cloaca,

un sucio rincón de la ciudad.

Para no hablar de nostalgias,
me cocí la boca.

Había dejado de amarte.

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