Jean-Marc Desgent. Poeta quebequeño, nació en Montreal (Canadá) el 15 de septiembre de 1951. Después de estudios universitarios en literatura y antropología, trabaja como profesor de poesía y lingüística. Colabora como crítico literario en diversas revistas literarias.
Su primer título publicado en Herbe Rouge en 1981, "Faillite sauvage", fue finalista en el Premio Emile-Nelligan. Luego, produce seis poemarios más y una novela corta. Su libro, "On croit trop que rien ne meurt", publicado en "Ecrits des Forges" en 1992, queda como finalista en los premios literarios UNEQ-Journal de Montreal y de la “Fondation des Forges”. Publica en 1994: "Ce que je suis devant personne" y "Les quatre états du soleil". Sus poemas aparecen publicados en más de una veintena de revistas de Québec, de Méjico, francesas y belgas. Algunos críticos describen a Jean-Marc Desgent como autor de "tonalidad que golpea, delirante, sensual, llevado por un lirismo atormentado".
El amor, la angustia, la soledad y los efectos de la cultura, son los temas que frecuentemente brotan en sus actualmente publicados. Su poesía narrativa, a flor de piel, sin concesión, siempre ha sido marcada por la lucidez. Hace algunos años, Jean-Marc Desgent publicaba un poema cuyo título resume muy bien el conjunto de su obra: "Mi vida será bella y violenta o no será".
Selección del Poemario:
Ce que je suis devant personne.
Lo que soy frente a nadie
Nadie, pronto, nadie, en otra parte. Entonces, voy donde no hay
camas para dos, donde no existen palabras inútiles. Por
supuesto, a veces envidio al enamorado que se desviste sin
pensar, que se desliza cerca de su próxima catástrofe, que
no se equivoca traicionando la luz o la materia de su propia
realidad. Imagino, conmovido, sus pequeñas vestimentas
dobladas o tiradas sobre la silla, en la pieza, en la vida.
Prefiero las cosas abandonadas. Están ahí para nuestros cuerpos
cesantes, para nuestros cansancios de obreros. Ellas nos
llevan de regreso al cero, ellas reflejan la unidad del ser
y del mundo, ellas se quiebran por nosotros, ellas se quiebran
muy bien; se alejan, pues, de los que piensan en los libros o
que se ven como verdades.
Lo que soy frente a nadie
Nadie, pronto, nadie, en otra parte. Entonces, voy donde no hay
camas para dos, donde no existen palabras inútiles. Por
supuesto, a veces envidio al enamorado que se desviste sin
pensar, que se desliza cerca de su próxima catástrofe, que
no se equivoca traicionando la luz o la materia de su propia
realidad. Imagino, conmovido, sus pequeñas vestimentas
dobladas o tiradas sobre la silla, en la pieza, en la vida.
Prefiero las cosas abandonadas. Están ahí para nuestros cuerpos
cesantes, para nuestros cansancios de obreros. Ellas nos
llevan de regreso al cero, ellas reflejan la unidad del ser
y del mundo, ellas se quiebran por nosotros, ellas se quiebran
muy bien; se alejan, pues, de los que piensan en los libros o
que se ven como verdades.
II
Tantas miserias, de dolor me absorben, me interrogan, me invaden
que me es imposible ser exacto. Ellas me devuelven a mis
zapatos desolados, a inviernos interminables, a pasos en el
centro de la borrasca, a la soledad que creada por frío, al
desdoblamiento del ser. Pensar, morir, llorar no me pertenecen
más. Los sueños se apagan por si solos, ningún resguardo
es conveniente.
III
Sucede que inadecuado en lo real, me enamoro de una silla, de una
cama, o de un teléfono público.
Los ojos, cuando son verdaderos ojos, ojos enloquecidos, ojos de
profundas necesidades, me vigilan, me siguen y toman lo que
arrastra...lo poco que me queda. Mis hermosos ojos irrespon-
sables no conservan nada; ni el movimiento, ni la blancura de
las aves, ni la fachada de los monumentos, ni el movimiento
de la blancura de las aves sobre la fachada de los monumentos.
Me alejo de la forma humana como huyo de mi persona
insuficiente. Frente a la ventana, veo el marco, frente a la
suma de necesidades, de las urgencias absolutas, sano
el hambre y la sed.
IV
El hablar me complica y me destruye. Entonces, lo digo todo sin
gravedad: Tengo escalofrío, acelero el paso, agarro un catarro,
acomodo mi bufanda, bajo las pupilas, tengo calor, tengo
frío, soy una pequeña mecánica espiritual atrapada por la nieve.
Después del paso de los veinte últimos siglos, después de todas
esas voces sin unidad formal, después de tantos otros
corazones malditos, después del amor esparcido fuera de nosotros,
después de nuestros poemas destructores de poemas,
comprendo que nada me sana, que nada me consuela.
acomodo mi bufanda, bajo las pupilas, tengo calor, tengo
frío, soy una pequeña mecánica espiritual atrapada por la nieve.
Después del paso de los veinte últimos siglos, después de todas
esas voces sin unidad formal, después de tantos otros
corazones malditos, después del amor esparcido fuera de nosotros,
después de nuestros poemas destructores de poemas,
comprendo que nada me sana, que nada me consuela.
V
Dominado por un dolor que me irrita hace dos días, dominado
también por esta luz de atardecer que entorpece y que me
recuerda un día en que amé a alguien, tengo el ritmo lento de
los buques de carga, doy mi voz al ser de la soledad, de
memoria, aprendo los poemas que transportan el agua,
el abastecimiento adonde la existencia es frágil
y sin contemplación.
Seamos concisos, materiales, indiferentes, perfectos: La realidad
es nuestra monstruosidad; Ella nos deja a merced de nuestro
rechazo al inmediato. Sin embargo, nada que se derrumba, nada
que no continúe su trayecto, nada impensable, nada sorprendente.
El agua corre, el fuego penetra la madera, las llamas
suben hacia la nieve, la nieve se establece en nuestros
hombros, somos del vértigo, nacemos como chispas e iluminamos
momentáneamente las noches que atravesamos.*
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* La calor me desgasta. Un libro sobre una silla me atrae pero no
tengo ganas de leer. Algunos pájaros grandes, a lo lejos, se disputan
y acompañan mi alcohol que vuela, que resbala, me enamora.
Nuevamente veo el invierno y una vez más caminando
contra el viento. Me digo que en las noches de invierno,
parecemos animalitos emboscados. Pienso en alta voz
en los momentos en que todos estamos muy cansados. Pienso
que faltarían ángeles para trabajar por nosotros. Pienso como se muere.
El vientre del invierno, el pesado abrigo colgado para que se
seque, la mano sobre la mesa, la otra imitando el vuelo de
las aves, algunas palabras tan materiales que calientan mi
cama, la manada corriendo sobre el banco de hielo en un
sueño, una casa aislada en el frío, la embriaguez frente a la
actualidad del día, los astros que caen y los que aparecen
frente a nuestros ojos, los seres transformándose en piedras
y poniéndose inescrutables, las tristezas que duran hasta el
día siguiente, todo el agua de la sed, el silencio guardado
sobre ciertas cosas para no ir demasiado rápido a la muerte,
el cuerpo como lugar privilegiado de la tierra negra.
Eso se envuelve bajo mi propio nombre.
[http://avenidapoesia.blogspot.com/2007/03/
jean-marc-desgent.html]
tengo ganas de leer. Algunos pájaros grandes, a lo lejos, se disputan
y acompañan mi alcohol que vuela, que resbala, me enamora.
Nuevamente veo el invierno y una vez más caminando
contra el viento. Me digo que en las noches de invierno,
parecemos animalitos emboscados. Pienso en alta voz
en los momentos en que todos estamos muy cansados. Pienso
que faltarían ángeles para trabajar por nosotros. Pienso como se muere.
El vientre del invierno, el pesado abrigo colgado para que se
seque, la mano sobre la mesa, la otra imitando el vuelo de
las aves, algunas palabras tan materiales que calientan mi
cama, la manada corriendo sobre el banco de hielo en un
sueño, una casa aislada en el frío, la embriaguez frente a la
actualidad del día, los astros que caen y los que aparecen
frente a nuestros ojos, los seres transformándose en piedras
y poniéndose inescrutables, las tristezas que duran hasta el
día siguiente, todo el agua de la sed, el silencio guardado
sobre ciertas cosas para no ir demasiado rápido a la muerte,
el cuerpo como lugar privilegiado de la tierra negra.
Eso se envuelve bajo mi propio nombre.
[http://avenidapoesia.blogspot.com/2007/03/
jean-marc-desgent.html]
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