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viernes, 3 de diciembre de 2010

2444.- ENDRE ADY


Endre Ady de Diósad (Érmindszent 22 de noviembre de 1877 - Budapest 27 de enero de 1919) fue un poeta simbolista húngaro, introductor de las corrientes de vanguardia en su país, es para muchos críticos el creador de la moderna literatura húngara, a partir del llamado de atención que constituyó su obra Uj versek (Nuevos Poemas, 1905), tanto para la reacción de los escritores consagrados como para alimentar a los poetas jóvenes que lo acompañarían en el mayor renacimiento literario de su país.
Traducidas al castellano
Antología, Manrique Publ. (1987)
Versos nuevos / Los últimos barcos, La poesía, señor Hidalgo (2009)
[editar]En húngaro
Poemas (1899)
Una vez más (1903)
Nuevos Poemas (1906)
Sangre y oro (1907)
En el carro de Elías (1908)
Quisiera que me quisieran (1909)
Las Poemas de Todos-Secretos (1910)
La vida que huye (1912)
Margarita quiere vivir (1912)
El amor Nuestro (1913)
¿Quién me ha visto? (1914)
A la cabeza de los muertos (1918)
Los últimos barcos (1918)
Su pueblo natal se llama actualmente "Adyfalva".




La muñeca de las manos

Mire hacia donde mire manos veo,
un negro corro de inquietantes manos,
manos de fuego y hielo,
manos cleptómanas,
manos tontas, modestas,
leprosas, crispadas, humildes manos.

Soy tan sólo la triste muñeca
de un sueño que, infinidad de manos
lanzan ora contra las estrellas
ora contra el fondo de los mares;
terrible servidumbre las manos.

Señoras de mi dolor y gozos,
dueñas de mi amor y de mis lágrimas.
Las manos trazan mi destino
que no tiene destino y sólo alzanza
la plenitud sublime
cuando ellas me lo exigen. ¡Sea así!

Soy el verdugo que en sí lleva
todos los dolores del mundo.
Bastardo inquisidor soy de duro ceño.
Sólo me queda un cigarro apagado, apenas su ceniza.

Ya está ardiendo la hoguera.
Sobre su crepitar que me ensordece
esparced ya las hierbas.
Mas esperad aún manos severas.
Arde, arde ya mi cigarro,
y pronto humo será, humo tan solo.





Un pariente de la muerte

De la muerte soy pariente próximo,
amo con frenesí el amor disoluto
y con ansia de placer beso a la amada
que a mi pecho se acerca.

Amo las mustias rosas, a la amada de envejecida y reseca tex
y del sol otoñal la pálida tristeza
que, poco a poco, al fin nos aproxima.

Amo el grito espectral y sus fantasmas
de la hora que fúnebre nace.
Y amo la esplendorosa y santa
y cerúlea imagen de la muerte.

Amo al que gime y al que en vigilia vive
y a la gente que se despega de todo.
Y amo, en la fría aurora,
los campos recubiertos de escarcha.

Amo la total indiferencia y hundirse en el hastío;
antes gemir que derramarse en llanto.
El hastío es refugio de sabios y d eenfermos
y es refugio también de quien escribe.

Amo la herida que se somete y rinde,
el pernne y estricto desengaño;
al afligido y al que no cree en nada.
Amo al mundo entero.

De la muerte soy pariente próximo,
Amo con frenesí el amor disoluto
y con ansia y placer beso a la amada
que a mi pecho se acerca.






El piano negro

Es un tonto instrumento que gime y que relincha
a quien nadie se acerca si no es amante del vino.
Este es el piano negro.
Con insistencia un ciego aporrea sus teclas,
y en ellas grita la canción de la vida.
Este es el piano negro.

Entrestecidos ojos en su gruñona testa
y una súbita sed en todos sus sentidos.
Este es el piano negro.
En el ritmo alocado de sus notas solloza el corazón
ilusionados sones rezumantes de vino.
Este es el piano negro.







Dame tus ojos

Dame tus ojos,
yo entraré en tu mirada
gozoso recreándome en mi gloria.

Dame tus ojos,
su azul que levemente
exalta y suaviza lo que miran.

Dame tus ojos,
que canden, hieren y deseo expresan
y me iluminan con su luz profunda.

Dame tus ojos,
que yo, amándome a mi, a ti te amo
y tu mirada amo y tu mirada envidio.







Los caballos de la muerte

Pastores celestiales pastorean
por cañadas de lunas sus rebaños de nubes
como fugaces sobras trashumantes.
Y mientras, trotando quedamente, se aproximan
los caballos negros de la muerte.

En silencio trotan ávidos de sangre
y en sus grupas cabalgan, fantasmales,
mudas y tristes sombras.
A sus ojos de hielo
se oculta la luna temerosa.

¿De dónde vienen? Todos lo ignoran.
Pero llegan, trotan sin ruido
y, a veces, se detienen.
Hay caballos que marchan sin jinete
y siempre, siempre, vacía va una silla.

Demudado, tiembla aquél ante el cual se detienen.
Al galope se lanza silencioso un caballo
y en la noche de luna,
hendiendo al alba senda,
el emisario de la muerte vuela,
sale en busca de un nuevo caballero.






Ante la tumba

Entre la púrpura y el esplendor de antaño
sólo tú te levantas bajo el sol,
obelisco borroso, turbia piedra
que corona y oprime mi ataúd.

Sé bien que sólo a ti concierne
la dura vigilia ante mi tumba.
Pero es igual; sobre la misma muerte y aún más allá
tú te elevas y asciendes.

Tu medialuz difusa allí brilla
y, junto a los ladrones,
defiendes el sagrado derecho
de quien señora fuera.

Tu voluntad es ley aquí,
tu mandamiento impera.
Tu presencia es más fuerte que yo,
más poderosa que la misma muerte.


LAYLAH, REVISTA DE CULTURA,

ENDRE ADY

por Crypt Vihâra


El húngaro es un idioma que, etimológica, sintáctica y fonéticamente, no tiene nada que ver con el castellano, ni con ningún otro idioma europeo, excepto, y aún esto lejanamente, con el finlandés y el estoniano (el vogul y el ostyak son las lenguas que se parecen más al húngaro; se hablan cerca del río Obi, en el extremo occidental de Siberia). Las pocas palabras de origen común suelen estar tan camufladas que es difícil localizarlas. Miembro de la rama ugra que pertenece a las lenguas ugrofinesas, es llamada magiar por sus propios hablantes. En su origen se hablaba en las laderas de los montes Urales; hoy en día sólo se habla en Hungría y en los territorios de países próximos donde vive en numerosas comunidades húngaras. Como todas las lenguas de su grupo, el húngaro es una lengua aglutinante. Una palabra, por ejemplo, consiste en una raíz a la que puede seguir uno o varios sufijos, obedeciendo a las leyes de armonía de las vocales. Todas las palabras se acentúan en la radical, lo que ofrece un patrón fonético a nuestros oídos, muy monótono. Las líneas básicas del idioma van por derroteros que nos resultan difíciles de comprender.


El desarrollo de la literatura húngara durante todo el siglo XX se vio muy influido por los poetas de la primera generación del siglo de los que sobresale Endre Ady. Voluntad poética y política, en la obra de Endre Ady se realiza una vez más el prodigio del reencuentro entre poesía y política. Un regreso a la unidad perdida, extraviada, rota. Las obras de todos estos autores (Mihály Babits, Zsigsmond Móricz, o Rótzsa Sándor entre otros) inauguraron un periodo de gran productividad dentro de la literatura húngara, que comenzó en los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial, durante el cual apareció un gran número de escritores.




Endre Ady, es el principal poeta lírico de la lengua húngara del siglo XX, y uno de los más grandes representantes de la poesía moderna en toda Europa, siendo completamente desconocido en castellano. Las traducciones que de su obra existen, son muy escasas. Sirva de ejemplo la última traducción al castellano aparecida en 1977 del cubano David Chericián, realizada para la editorial Corvina (Budapest), que es prácticamente inaccesible, y tan sólo contiene un pequeño número de poemas.


Entre el 31 de noviembre de 1877 y el 27 de enero de 1919, en que murió de pulmonía, sífilis, alcoholismo, nicotina y tedium vitae, Endre Ady, con cuarenta y seis años, produjo una magna obra poética: "Sangre y oro" (1906), "El carro de Elías" (1909), "Poemas de todos los misterios" (1911), "La vida que huye" (1912), "A la cabeza de los muertos" (1917), etc. Los poemas contenidos en su gran libro "Uj versek (Nuevos poemas / 1906)" son especialmente reveladores y fueron calificados por la crítica como las "nuevas canciones para una nueva época". Endre Ady irrumpió en la lírica húngara mostrando las posibilidades de este idioma asiático, destruyendo y creando simultáneamente. Resulta prácticamente imposible traducir a un idioma románico como el nuestro los efectos bárbaros, ungrofínicos, del húngaro, cuyas bases sintácticas, fonéticas e incluso lógicas, son diametralmente opuestas a las del castellano.


Endre Ady, de origen noble campesino, se describe a si mismo como "frágil de salud y medroso", "de espíritu femenino, aristocrático, cobarde y bárbaro". "Tengo miedo, luego soy" llegaría a decir de si mismo. Desde muchacho se refugió en la nicotina, el alcohol, y las mujeres, con quienes siempre tuvo mucha suerte, disfrazando su soberbia y su timidez con un tono agresivo y violento, tanto en la vida como en sus primeros escritos periodísticos. Era guapo y apuesto, bajo y ágil en movimientos, ocurrente y dado a rachas sombrías y agresivas, una especie de Modigliani centroeuropeo. El cerco que el dictado de la realidad impuso a este poeta estuvo plagado de riesgos. Pero la hazaña de franquearlos llegó a ser para Endre Ady más estimulante que el momento crucial de la salida, cuando se traspasan los límites del laberinto y se elige una dirección determinada.


La literatura húngara de su tiempo era, según sus propias palabras, "un gran campo de barbecho", "lugar de viejas batallas, estupidez y torpor", donde "la no muy numerosa elite estaba buscando la fe". Era una literatura burguesa y apocada, reducida a una elite gobernante, a un cántico al conformismo, contra lo que Endre Ady se rebeló desde el principio.


Influido por Karl Marx (1818-1883), y Charles Robert Darwin (1809-1882), se situó a la izquierda tanto en política como en literatura, compatibilizando esto con un marcado gusto aristocrático por las buenas cosas de la vida. En sus poemas, que luego los comunistas húngaros han hecho suyos, habla insólitamente del pueblo como parte esencial de la cultura nacional húngara. Los comunistas le consideran, no del todo, como un precursor suyo, pero si es cierto que no se puede negar los ideales socialistas que respiran sus poemas. También es cierto que toda su vida fue un continuo rechazo de la rutina burocrática, que aún dentro de la extremada flexibilidad del actual régimen húngaro, es la base del sistema burocrático impuesto por Moscú a Hungría hace años. Endre Ady, volviendo la espalda al vecino germánico, vio desde el principio un modelo de lucha en la Rusia revolucionaria de su tiempo: "Rusia esta realizando dos revoluciones al tiempo, la vieja, por la que Europa ya pasó, y la nueva, que en Rusia, se hace con sangre, excepcionalmente y a pesar de las enseñanzas de Marx". Este fermento revolucionario ruso le preocupaba enormemente: "¿Serán nuestros hijos germanos, eslavos, o qué?


Los largos, complejos e itinerantes amores con Léda (Adele Brull), su amante y musa de largos años, son demasiado intrincados para ser narrados. En París, con y sin Léda, Endre Ady vivió varios años como corresponsal de periódicos húngaros, tomando de la prensa francesa los temas de sus crónicas y viviendo casi exclusivamente entre bohemios y emigrante húngaros. Viajó también por Italia ganando y perdiendo fuertes sumas de dinero en Mónaco, ciudad a la que dedica una de sus más brillantes prosas. Recelaba de Austria, como buen húngaro, le repelía Alemania y nunca sintió el más mínimo interés por Inglaterra.


Pasa el final de su vida en Hungría. La atmósfera de Budapest le resultaba asfixiante, era un invernadero político e intelectual. Se queja de "no tener hogar ni morada", y dice de sí mismo, que como escritor se ha convertido en el ejemplo húngaro de ininteligibilidad, pero "tengo un miedo más mortal aún a ser comprendido". Para entonces ya era Endre Ady el eje en torno al que giraba, e iba a seguir girando la lírica húngara. Además era el centro de la gran revista literario-política Nyugat (Occidente), que ha quedado como uno de los hitos de la historia de la cultura húngara moderna. Pero entre el hombre y los dioses siempre se crea un abismo, el de la inaccesibilidad a los dioses, quienes sólo abrirán hacia los efímeros el puente del sacrificio, por medio de lo que Sören Kierkegaard (1813-1855) llamó el temor y el temblor. Era por ello, el eje de una controversia política: aclamado como profeta por los grupos de izquierda y vituperado por los nacionalistas de derechas, mientras él acentuaba el tono político de sus poemas, aunque quitándoles agresividad.


Cuando en 1912 rompe con Léda, a quién en sus escritos llama Madame Prétérite, Endre Ady no tarde en refugiarse primero, en diversos sanatorios de Austro-Hungría, donde su salud va deshaciéndose poco a poco, y finalmente en Berta Boncza, una muchacha muy joven, con quien se había carteado en 1911, estando ella interna en Suiza y con quien se casaría contra la voluntad de la familia de ella, en 1914, "habiendo ya pasado legalmente el límite de treinta y tres años asignado a los poetas líricos húngaros" y sintiéndose ya como "un campo completamente arado".


Endre Ady se manifestó, desde el principio, contrario a la entrada de Hungría en la primera guerra mundial, y desde su retiro campesino de Csucsa, en medio de la seguridad que le daba su matrimonio, seguía, obsesionado, los horrores de la guerra. Entre los estremecimientos y hecatombes que las culturas irremediablemente sufrían, nada quizás sea comparable a esa grieta que puso en cuestión la verdad originaria y que dio forma, en Hungría, a una destrucción de la lírica. Dio el inicio de un proceso de secularización, el acceso a la más extrema libertad y a la más extrema soledad del ser humano, la sustitución de las musas por la diosa Política donde el padecer, acaso la condición misma de la existencia, se enmascara y se engaña con los signos imantados del poder. Fue atacado por los militaristas y vivió para ver la independencia de Hungría, aunque estaba ya demasiado enfermo para participar en el gobierno republicano del conde Mihály Károly (1875-1955), quien, sin embargo, fue a visitarle a su retiro, acompañado de sus ministros. No vivió para ver el gobierno comunista de Béla Kun (1886-1939), y su último poema se titula "Saludo al Vencedor", un llamamiento a los vencedores de la Gran Guerra para que no humillen a Hungría.


Sus últimos poemas fueron recogidos en un volumen póstumo: "Los últimos bajeles" (1932).


"Soy feliz" dice en alguno de sus escritos "desde que me di cuenta de que la vida y la muerte no son realmente emperadores, sino sólo cancilleres eternos, obedientes al más grande de los déspotas: el azar". Así como es posible concebir la poesía a la vez como lenguaje y como trascendencia del mismo, es posible pensar en el ser y en él desprendiéndose de sí hacia la trascendencia: el camino fundado por la poesía de Endre Ady es el mismo de las ansias del ser.


En tanto las formas poéticas se han mantenido incólumes e inalterables, difícilmente ha habido una verdadera innovación. El contenido o el campo semántico de cada vocablo y la manera en qué son expresados son históricos, por algo se dice que "cada época tiene su propio lenguaje", y ese espacio está determinado por el nivel del avance alcanzado por la técnica y la ciencia de cada momento de la historia. El experimentalismo, que no hay que confundir con la experimentación llevada a cabo por Endre Ady, no va más allá de la mera manipulación de los signos sin generar nuevos conocimientos y sin crear nuevos conceptos, contentándose con el manejo estereotipado y convencional de los tropos o figuras retóricas, ya aceptadas por el sistema cultural vigente. Para que un poema sea innovador y constituya vanguardia debe cuestionar la estructura significante del sistema expresivo que emplea, creando nueva información. Por ello, cuantitativamente, la cantidad de poemas experimentales realmente inaugurales, es exigua en cualquiera de sus propuestas con relación a la poesía tradicional. A veces ocurre que un poema basta para enunciar la innovación y los demás que le siguen sólo pueden repetirla o señalar algún aspecto colateral de la misma.


La vanguardia poética de Endre Ady es, entonces, necesariamente experimental con respecto a su lenguaje, es decir, no sería vanguardia si no estableciera proyectos radicales de escritura y lectura los llamados "efectos bárbaros" de origen ungrofínico, presentes en los poemas de Endre Ady. No se trata de manipular los signos de cada lenguaje en una fruición redundante de soluciones ya conocidas y aceptadas por el sistema cultural vigente, en un ejercicio insubstancial de virtuosismo epigonal. Endre Ady trata de generar información que cuestione al lenguaje empleado en sus poemas y, por extensión, a todos los lenguajes. También, sus poemas experimentales interpelarán a la sociedad que los reciben, cuestionando y obligando a rehacer sus estructuras a la luz de los procesos que despierta. Estos reacomodamientos, en los variados y distintos repertorios, no sólo artísticos sino sociales, generarán, a su vez, nuevos planteamientos que revertirán y modificarán aquella información, provocando nuevos avances en el conocimiento, de lo relativo a lo absoluto.


Si coincidimos en que la ambigüedad y la autorreflexibilidad son las marcas propias de la poesía de Endre Ady, observamos que, en su vertiente más innovadora y experimental, también concurren estas características. La ambigüedad sucede cuando es apreciable más de un sentido, por otro lado, la autorreflexibilidad aparece cuando la desviación de la norma afecta la forma de la expresión, es decir, la manera en la cual se cuenta o refiere algo, provocando, a su vez, ambigüedad semántica. Se suele decir que los contenidos no cambian pues existen en el seno de la vida social y suelen ser atemporales: las cosas serán siempre las mismas, aunque cambien ligeramente la extensión de sus significados según la época o el lugar. Lo que cambia es la forma de la expresión como consecuencia de la aplicación de nuevos procedimientos, en el caso de Endre Ady gracias a la experimentación, lo que provoca alteraciones cruciales en los poemas. Ya incluso en la poesía más concretista de Endre Ady estos acondicionamientos se hacen evidentes.



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