Anabel Caride nació en Sevilla en 1972 y es licenciada en Filología Hispánica. Ha trabajado como profesora de Lengua (a ella le gusta pensar que de Literatura) en varios institutos terminando por establecerse en Huelva en el instituto Fuentepiña.
Suele moverse entre el microrrelato, el cuento y la poesía, género en el que ha publicado Nanas para hombres grises y la plaquette “Inventario de desahucios”. Ha colaborado con varias revistas y figura en las antología Los vicios solitarios y Poesía viva de Andalucia como “telonera” de mucha gente a la que admira. Recientemente ha terminado su poemario Sálvese quien pueda pero aún no ha encontrado un editor lo suficientemente loco. No pierde la esperanza
Su blog:
http://www.lacoctelera.com/nacidaendomingo
ALIANZA DE CIVILIZACIONES
Las ciudades con cuatro apellidos
en la guía telefónica
son vírgenes esquivas que bajan la mirada
al ver a los extraños,
vecinos que defienden con uñas
al señor de la estrella en el pecho,
martillo de cuatreros,
defensor de sagradas costumbres
que no tienen un siglo.
Desconfían de los ojos azules
gestores de divorcios
y hacen del vecindario del bloque,
un pueblo, donde las fuerzas vivas
retiran el saludo
o dan una medalla
a quien sabe salir en la foto,
a niños que repiten
los lugares comunes
en programas odiosos.
No saben que estarán condenadas
a bodas consanguíneas
de las que sólo salga
una cola de cerdo
como último eslabón:
un nuevo ciudadano
que no compre en las tiendas de barrio,
odie los uniformes
y nunca coleccione
vídeos de jueves santo.
Un alien que se atreva,
por raro que parezca,
a explorar otros mundos posibles
sin ganas de dejar su trozo del planeta
de los cuatro apellidos.
JUSTICIA POÉTICA
Todos saben ser exhibicionistas,
cantar las excelencias del fulano
que ocupa sus vigilias laborables,
enseñar las ojeras a los jefes y mojar el café
con un anecdotario de minucias
que haría ruborizar a un teletubie:
cómo lo conocieron y si llevaba ropa interior,
quién rompió el protocolo de Kyoto
de la media distancia
y cuál no recordó la fecha memorable
del día en que tomaron un taxi; el primero.
Ya ves.
A mí, que la vergüenza perdí en la comunión
leyendo las ofrendas,
no me sale nombrarte
delante del vecino del cuarto
con el diminutivo de los cursis.
No me saldrá un soneto de Shakespeare
para evocar tus ojos
porque no te elegí por catálogo
ni pienso proclamar tus cuatro estrellas
de la guía Michelín.
Las figuras retóricas se vuelven impotentes
cuando hablan tus manos
y hablar de la caída del dólar
se vuelve tan poético
como verte dormido.
Ya ves que es tan injusto que no sepa escribir
un poema de amor para tus despertares
y reserve el Ferrero Rocherd
para las ocasiones
en que no hay invitados
que tendrás que buscarte una agencia de prensa
si quieres competir con los otros
que adornan las carteras impúdicas,
porque no han descubierto
el valor de un silencio elegido
y el día que lo conozcan le ponen altavoz,
un marquito de plata
que las visitas vean
desde la entrada.
GUERRA FRÍA
En Navidad
se firman armisticios
delante de un asado,
el discurso del rey sirve para anegar
los campos de secano
de los que no se llaman
mas que en las ocasiones.
Un pavo bien asado se vuelve confidente
de lo que nos callamos
para no molestar,
la ropa que elegimos
disfraza nuestras ganas de huir
antes que venga el postre.
Tienen las nochebuenas un aire de tragedia sin dioses
que mejor concentrarnos
en sujetar la lengua
a base de champán
que emplear el cuchillo trinchante
en esa yugular
que leyó nuestro crismas y pensó en devolvernos
nuestras bellas palabras manidas
de todos los diciembres
con una hermosa esquela
que tenga nuestro nombre.
EL BAILE DE LOS VAMPIROS
Cuando quitan las calles y se pone el pijama el currante
rezando a Casimiro,
cuando ponen películas de culto
y se borran las grúas,
vienen los basureros con la banda sonora de su camión discreto
y esa es la señal
convenida.
Ellos abren el féretro.
Realizan el ritual de su fin de semana
y ya no nos recuerdan a quien se duerme en clase
los lunes a primera.
No son como nosotros.
No soportan la luz en las pupilas,
por su sangre circula garrafón y lujuria sin blanco
y no saben la fecha del día del trabajo
porque todos son días en rojo
en su limpio almanaque.
Son los nuevos vampiros de barrio
que de día se camuflan en las gafas de sol,
te dan los buenos días
y fingen aprobar el inglés.
Ésa es su coartada,
la que les da patente de corso
para un viernes ocioso
que olvide los apuntes, la falda tableada,
el cáncer del abuelo y hasta el camino a casa
antes de que coloquen las calles.
Su raza es tan eterna como el mundo:
no aspiran a pagar las pensiones de los muertos en vida,
no quieren cotizar su fracaso en las listas del paro
porque van a asistir al entierro
del mundo que inventamos.
Tal vez lo más sangrante,
lo que no explicarán los pedabobos
es el extraño virus que inoculan,
las marcas en el cuello
que un día nos descubrimos
creyéndonos inmunes;
cómo nos hacen suyos.
El rostro se nos vuelve macilento
de esperar su llegada sin mirar el reloj
y, cosa sorprendente,
ya no nos queda ajo que poner en la puerta
Los poemas anteriores pertenecen a su poemario
Sálvese quien pueda
LAS AFINIDADES ELECTIVAS
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