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martes, 30 de noviembre de 2010

2393.- ALMUDENA VIDORRETA TORRES


Almudena Vidorreta Torres (Zaragoza, 1986) estudia Filología Hispánica. Ha aparecido en las antologías El viento dormido. Nuevos prosistas en aragón (Eclipsados, 2006) y Ocultación Transitoria (Rolde, 2006). Su primera plaquette de poesía es Tintación (Eclipsados, 2006). Ha publicado Algunos hombres insaciables (Aqua, en colaboración con la Delegación de Gobierno y Cajalón. Zaragoza, 2009).
Codirige la revista literaria Eclipse. Ha obtenido varios premios literarios de narrativa y poesía. Parte de su tiempo libre lo dedica al teatro.






Cometo un crimen metafórico
y dejo que el papel empape la sangre.
La mejor manera de arreglar el mundo
es tomarme la justicia por mi mano
y hacer un poema punitivo
contra esta humanidad que tanto duele.
Quiero que mi justicia poética
les haga gritar en silencio.
Capaz de patentar este ridículo modo
de acercarme a tus principios de forma pueril
pienso en quién dormirá contigo.
Soy el animal más posesivo de la Tierra.
Vomito la inocencia en tu guarida de lobo
y siento por un momento que también es mía
para esconderme entre tus sábanas y pensar
“Tranquila, fiera, las hay más ridículas que tú”.
Pero no... no las hay tan niñas.
No se puede, no se debe poner fecha a los poemas.
Hoy lo he decidido, mamá, veinticuatro de octubre
de este dos mil cinco que se me echa encima cada día
y me hace el amor desaforadamente como el de antes,
sí, papá, el del poema de julio, el de las manos muertas...
No se puede poner fecha si vais a leerlo, pero ellas hace tiempo
que se meten dentro de mí para arrancarme la vida
y comérsela después como los indios devoran la carne cruda.
No se debe poner fecha a los poemas, mamá, si vas a descubrirlos.
Pero a veces se me olvidan los motivos, los detalles, papá,
y los días me recuerdan lo que escribo aunque te mueras de rabia;
porque a veces se me olvidan como aquel que olvidaba las veces
que ha dormido conmigo, o los días que ha dormido solo,
y no le importaba nada que no tuviera fecha en un poema.
Por eso, si lo habéis leído todo, es mejor no preguntar.






Me ponías demasiado nerviosa
cuando te daba por gritar sin tregua
pero también cuando te empecinabas
con ideas de niño marisabio.
Al principio callaba y asumía
mi papel de mujer conformada
porque luchar con tu forma de ser
no nos llevaría a ninguna parte.
Yo te contaba mis felicidades
confiando en tu juicio sabelotodo,
pero pronto tu fracaso eclipsaba
cada uno de mis pequeños triunfos.
Pasé a velocidad adolescente
a no escuchar tus juicios matemáticos...
si sólo tus problemas importaban
iba camino de convertirme en nadie.
Ahora, cuando pienso en todo esto,
una primavera de mimos después
teniéndote bien lejos de mi vida,
viviendo mi tiempo a su ritmo justo,
ahora comprendo y defenderé
que tienes poco que ver con la velocidad
(y tómate tu tiempo en comprenderlo).






A veces, cuando estoy sola y bostezo,
no me tapo la boca con la mano
en señal de valiente atrevimiento
para que todo el mundo se dé cuenta
de que soy una mujer muy rebelde.
A veces, cuando nadie puede verme,
soy una sinvergüenza sin límites.

(Tintación, Editorial Eclipsados, 2006)






Soy una mujer polivalente y puedes medirme en letras.
De cien a doscientos versos de mi carne
esparcidos en papel cuadriculado a tinta verde.
Puedes medirme en letras como briznas de hierba
sutilmente pisadas como mi nombre a lápiz
y así, después, puedes quemarme o borrarme,
puedes fumarte mi importancia y olvidarme…
Ya lo has hecho, y hoy me das un verso a cambio
y yo me convierto en aire que no respiras por estar condensado,
soy aire al que renuncias para que pueda escribirte.
De manera que puedes, puedes medirme en letras.
Permití que me escribieras para después borrarme.
Si soy una mujer polivalente, ¿por qué no puedes usarme ahora?
De cien a doscientos litros de tinta verde, condensada,
exprimiéndome la carne para que salgas, expulsarte
y ganar así unos versos con los que midas
la hierba que pisaste, las letras de mi nombre borrado por ti.

(Tintación, Editorial Eclipsados, 2006)





V

El día de mi muerte
estará lloviendo a cántaros.
Mis dos hijos me mirarán desde los pies de la cama:
ella, con la cabeza apoyada en mi pierna,
él, arañando las sábanas con disimulo y rabia contenida…
Es como su padre, pensaré,
es igual, igual que su padre.
Los tubos se acoplarán a mi nariz y mi garganta,
correrán cientos de sueros por mis venas
y el último de los hombres insaciables
habrá hecho un par de llamadas inútiles
para decirles a todos que me ahogo sin remedio.
Miraré de reojo por la ventana inmensa
y veré cómo la tempestad golpea los cristales,
las gotas como balas anunciarán el final
y no tengáis miedo
porque él sabe lo que hay que hacer:
deslizará su nariz por mi cuello tembloroso
como tantas otras veces
y me dirá al oído que niña, descansa,
pronto dejará de llover.

(Algunos hombres insaciables).





No soy como tú,
soy diferente, llegó a pronunciar la hija del hombre
hasta tres veces antes del canto del gallo.
Tragará la sangre de su propio padre a borbotones,
será acusada de recaer en el pecado original
y la vida volverá a sucederse de manera irremediable
igual que las novelas que ya están escritas.
Empecinada en cada cosa como si le fuera la vida en ello,
toda vendida cuando el Padre ejercía su derecho a veto no legítimo
y jamás tan ansiosa por ser sincera como aquel día:
No soy como tú...
Y en cada gesto, descubrir la falsedad de tal creencia,
y hallar rastros de su sangre
hasta en las muecas más recónditas
o las reacciones reservadas sólo para la intimidad.
No soy como tú
y repetir su deseo cada día y cada noche
en un intento vano por cambiar las normas,
en un conjuro imposible para el desarraigo.
No soy como tú,
pero serlo.




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