Teresa Soto (Oviedo 1982). Poeta española, ganadora de la edición del 2007 Premio Adonáis de Poesía por su obra "Un poemario". Este premio es organizado por Ediciones Rialp y el Ateneo de Madrid.
Teresa Soto es licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Granada.
Cursó estudios de posgrado en literatura en el departamento de Español y Portugués de la University of Colorado at Boulder Boulder (Colorado). Teresa Soto ha publicado varias reseñas en la revista de estudios aljamiado-moriscos 'Aljamía' de la Universidad de Oviedo, además colabora con diversas publicaciones literarias como Caterwaul Quarterly, Clarín, Númenor o Confluencia
Actualmente disfruta de una beca en la Junta General del Principado de Asturias.
LA FATALIDAD
Durante dos semanas fui de un lado a otro
arrastrando una fatalidad
pesada como una piedra de catedral.
Uno de vuelve muy pequeño junto a las catedrales,
especialmente sí lleva al hombro una fatalidad
de piedras muy pesada.
De no ser esta fatalidad algo accidental,
podría decir que fue una herencia de algún tío
y dejarla en algún lugar noble y seco de la casa.
Pero no era una fatalidad heredada sino algo que encontré
en una mañana no demasiado feliz
en la que mi pie izquierdo se precipitó por la calle
contra algo duro y frío.
Así son las fatalidades: frías, duras, constantes.
Cargué con ella de casa al parque y del parque al autobús
durante dos semanas, sin descansar un solo día.
Hasta que se fue andando por su propio pie.
Me cansé de ella o ella de mí.
Con la ligereza de un gamo, rodó por las aceras
hasta que la perdí de vista en una esquina,
dos calles más abajo.
Imitación de Wislawa
Mis hermanas no escriben poesía,
mis hermanas no leen los periódicos
ni se ponen sombreros
ni saben a las cinco de la tarde
que son las cinco de la tarde.
Yo no soy Wislawa Szymborska,
no soy Marina Tsvietáieva
y no soy Hölderlin.
No soy ninguno de los tres
y no quisiera ser los tres a la vez.
Mis vecinos no saben que escribo,
les agradezco que no lo sepan.
No lo saben y no me leen
y a mí me gusta que no me lean.
Gracias a que no me leen
no pienso nunca en qué pensarán
mis vecinos de mis versos.
La ciudad donde vivo no es silenciosa
así que en mis versos no está el silencio
de mi ciudad.
Mi portero no sabe pronunciar mi nombre
y no lo pronuncia por las mañanas
cuando se sacan los nombres
a pasear atados a una correa de saludos.
Así que no oigo mi nombre cada mañana.
De tanto no oír mi nombre
empecé a pensar que no lo había tenido nunca.
¿Se puede perder un nombre?
Yo no necesito mi nombre para escribir,
así que no lo escribo.
Esto es una imitación.
Para una imitación
sólo sirve el nombre de otro.
[Sin título]
MI ABUELA tiene las manos en el mismo sitio que yo,
al final de los brazos.
Se las mira con calma.
Tienen algunas manchas y restos de tierra.
Su falda negra forma pliegues raros, diría que vegetales,
llegan casi a tocar el suelo.
Pienso que si lo tocasen tal vez germinarían.
¡Imaginad una corregüela de pliegues negros!
¡Pliegues vegetales! ¡negros pliegues!
¡tejidos de pliegues! ¡senderos plegados!
¡creciendo por todas partes! ¡pliegues!
Los pliegues de la falda negra son un final.
Dicen en su nueva forma de corregüela negra:
“Aquí termina un luto”.
La falda se aleja del suelo unos centímetros.
El luto nunca toca la tierra.
Las manos de mi abuela sí la tocan.
Desde el final del brazo tocan la tierra,
la surcan, la remueven con todos los dedos,
con todas las manchas.
Aunque tengo las manos en el mismo sitio que mi abuela,
al final de los brazos;
no puedo tocar la tierra de la misma forma,
no puedo surcarla ni removerla.
Me temo que tampoco puedo colgarme un luto
y dejarlo a unos centímetros del suelo.
No podría hacer que se quedase ahí suspendido,
ni hacerlo callar.
Mi luto se escurriría quejumbroso
queriendo embadurnar el mundo
con la punta negra de su nariz.
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