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viernes, 26 de noviembre de 2010

2346.- VANESA PÉREZ SAUQUILLO


Vanesa Pérez-Sauquillo (Madrid, 1978) ha publicado los siguientes libros de poesía: Bajo la lluvia equivocada, Hiperión, 2006. Premio de Arte Joven de la Comunidad de Madrid; Invención de gato, Calambur, 2006; Vocación de Rabia, Universidad de Granada, 2002. Accésit premio “Federico García Lorca” y Estrellas por la alfombra, Hiperión, 2001. Premio “Antonio Carvajal”.






En campos de silencio
las estrellas que caen
siempre germinan.

Todo nos reconoce.
Todo inclina su gesto generoso
hacia donde la vida
nos cubre y nos concreta.

Hay un cuenco de asombro
en el umbral
de los que saben esperar milagros,
susurra una verdad.

Hay música, también,
bajo las cuerdas.







Nunca le tomes
la palabra
a la noche.
Es palabra de agua
y tú conoces las mareas.









Y si el final
no fuera más que un algo
que se enciende
hacia otra parte.
La fruta
tras el hueso de la fruta.
La caricia que crea
la carne
en su caída.









Escucho los ladridos, distintamente,
pero nada sé de ese perro que arde
ni del dibujo de su huella por la tierra abrasada.
Reconozco a los que lo han mirado
frente a frente. Escucho sus historias.
He pasado varias veces la mano
ante sus ojos blancos desde entonces
y he sentido una llama calentarme los dedos.
Pero yo sólo escucho los ladridos.
Incluso cuando salen de mi boca.
Nada sé de poesía.







quisiera ser exacta,
hay días en que quisiera,
ciertos días,
ser exacta
como el reloj de la estación
quisiera, como la prisa, exacta,
del viajero
que no soy yo, quisiera, hay días
exactos, en que quisiera, exacta
como el reloj de la estación,
quisiera no esperarte, ser
inútilmente, quisiera en que quisiera
no estar desesperada, ser, días
ciertos días
mirando ese reloj
que con exactitud quisiera
aunque no sabe
dónde estás, dónde está
inexcusable mi razón
y en qué estación perdida
días
quisiera
ser
de qué pueblo o ciudad que yo no alcanzo,
cumplido ya el trayecto,
tu reloj habrá dado las nueve
y tú cierras un libro
como el que deposita
un bisturí.










A enemigo que huye…
… puente de plata
(Anónimo)

no sé cómo no vi
que un río me nacía de los pies
desde hace tanto tiempo.
Ni cómo te mojabas los tobillos
y mirabas la tierra más allá.
Ni cómo poco a poco
habías ladrado el puente,
noche a noche,
en la monotonía de las noches
que pesan
hasta que se le rompen las asas al sentido
pero que sólo entonces, sólo muchos después,
revelan su desgarro o su creación.
No sé. No me di cuenta.
Sólo falta la plata.
Es fácil. Me dijiste. Llora un poco.
Tanto amor para acabar así,
orfebre de desdicha
brindándole un espejo a tu pisada.








el lazo roto que atraviesa las ciudades
la boca hambrienta lámpara de desierto
tierra quemada donde ya no palpita
la voz de ningún jugo
las antenas de la melancolía
a veces enredadas como puños
contra las azoteas
las horas de la noche
que se desnudan para los ancianos
lo que abrasa periódico a través
y que es herida nueva
por el roce apagado de la tinta
los ceniceros los supermercados
la venta del deseo
siempre pequeña fruta roja
y encerrada en la mano
la tempestad sin hueso
que cogiste del árbol para mí
el rastro de la suerte por la arcilla
la luna que se desprende y rompe los azulejos
como si proviniera de un recuerdo
o las palabras que han nacido del daño
y es que nunca palabra fue inocente
los poemas los poemas los poemas
todo lo que desconocido vuelve a mí
cuando despierto y me despertenezco







Caía fatalmente en la trampa del teléfono
que como un abismo atrae los objetos que lo rodean
(Nicanor Parra)
éste es mi contestador automático.
Para herir, simplemente, marque 1.
Para contar mentiras que me crea, marque 2.
Para las confesiones trasnochadas, maque 4.
Para interpretaciones literarias
producto del alcohol, marque 6.
Para poemas, marque almohadilla.
Para cortar definitivamente la comunicación,
no marque nada, pero tampoco cuelgue,
titubee en el teléfono
(a ser posible durante varios meses)
hasta que note que voy abandonando el aparato
a intervalos de tiempo cada vez más largos.
No desespere. Aguante.
Espere a que sea yo la que se rinda.
Le evitará cualquier remordimiento.
Gracias.










Dentro todo es leyenda
pero bajo la arena
hay un cuarto escondido
con sus cuatro paredes.
Un cuarto en el que cuesta respirar
porque el aire en él vive
y a él, ancla de cuatro brazos,
se aferra cada vida amenazada,
chispas de luz pujando por entrar
a una farola oscura.
A ciertas horas de la madrugada
cuando parece que la casa cae,
como un jabalí muerto
en la húmeda carretera de la noche
-como lo hicieron los colchones
ventana abajo, los muebles
pared abajo, zapato de charol
peldaño abajo,
tantos suelos abajo,
como lo hizo ya la propia casa
en un doce de agosto, mediodía
de derribo-,
a ciertas horas de la madrugada
en que lo doloroso se repite,
el cuarto la recoge, la mece
y, cuando está dormida,
le envuelve suavamente sus retales
para volver a desplegarlos luego,
cuando lo oscuro esté memoria adentro
y los fantasmas vuelvan a ser manchas
y el gato cierre un ojo
y haga frío.










Esta mañana supe
mi extraña rendición a tus palabras,
mi irrevocable voluntad de naúfrago
de sílabas,
de filóloga ahorcada en complementos
directos o indirectos
pero tuyos.
Esta mañana supe
que me visto en tus verbos,
desayuno tu nombre
y me quedo perdida, como tonta,
si me encuentro algún “no”
camino de la tarde,
camino de la noche.
Esta mañana supe
que muy frecuentemente
me vuelvo monosílabo
de sombra
agarrado al tobillo de tus frases,
que muy frecuentemente
quisiera ser prendida en tu nevera
como “nota importante”.
Esta mañana comprendí, aturdida.
Esta mañana supe, por fin vi
que me confundo en viento
cuando gritas mi nombre
y que basta un susurro,
un susurro de nada,
para dormirme en ti.









Me hablaron de un lugar
donde la vida juega bajo un toldo
a no enseñar los dientes.
Creía que no existía.
Pensé que no había puentes
sin peaje
para llegar a nadie.
Que todas las ventanas
tienen hierros
o se cubren de párpados.
Que a la luna
o la miras a solas
o se transforma en queso.
Entonces me llamasteis.
Os miré,
salté
y supe
que en la otra orilla
del espejo
corre el viento.









A BILLIE HOLIDAY

I
Quiero encontrar la escoba que favorezca
el viaje a tu proximidad
hechicera
a bordo de los nudos de esa garganta
seca y dolorida.
Cómo has llegado a aquí
vencedora de infiernos de juguete
que ni siquiera salen en los telediarios.
Algún día entenderé
por qué tu voz te arranca
del tiempo del gramófono,
y cruza océanos dictados
dejándome desnuda,
buscadora de ecos.
Tú, que siempre supiste
qué modulación
dar a cada momento,
te encuentras recortada por esta pobre oyente,
creyente de la vida de tus notas
sin que el puzzle me diga
dónde están sus orillas.
Parece mentira
que el cielo tenga hambre todavía
tras engullirte,
mujer de plata, a veces verde,
en la proa de ese barco.
Virgen del tiempo de la sangre,
meretriz de tu ego, mafiosa de las almas,
tarzán de tantas selvas.
Cierra los ojos y duerme, que yo velo
en penumbra
mientras canta tu sueño
donde acaban
las carreteras del deseo.

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