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jueves, 25 de noviembre de 2010

2298.- ADOLFO CUETO


Adolfo Cueto (31 de enero de 1969) es un poeta español en lengua castellana.
Plenamente vinculado a Asturias, por vivencia y lazos familiares, aunque nacido en Madrid, en cuya Universidad Complutense cursó estudios de Derecho y de Filología Hispánica, ha venido dedicándose a la escritura y al mundo de la edición. Su primer libro de poemas fue destacado en las páginas de El Cultural1 del periódico El Mundo como uno de los mejores libros de autor novel aparecido ese año. Ha sido parcialmente traducido al inglés y al árabe, e incluido en algunos recuentos de poesía española última; asimismo, varios de sus poemas reconocidos con distintos premios.
En 1994-1995 co-presentó el programa de radio El latido de la sangre; también ha realizado colaboraciones literarias para algún documental cinematográfico. En la actualidad, reseña libros en diversas publicaciones. Tras un largo período de silencio editorial –no de escritura–, sólo interrumpido por la aparición de la plaquette bilingüe 7 poemas, ha dado a la luz finalmente, en dos nuevos volúmenes independientes pero emparentados entre sí (el segundo de ellos, Premio Emilio Alarcos de poesía 2 , aún en prensa), la labor poética de casi siete años de trabajo.
Obra poética
Diario mundo (Palma de Mallorca, Calima, 2000).
7 poemas (Damasco, Instituto Cervantes, 2007 –ed. bilingüe, no venal).
Palabras subterráneas [2001-2004] (Sevilla, Renacimiento, 2010).
Dragados y construcciones [2005-2009] (Madrid, Visor –en prensa).



FADO

A Francisco Brines

Mujer: breve fue el tiempo
para decirse adiós. Dicho quedaba
en la terrible sombra del abrazo.
Toda una vida
para decir adiós. La vida sola
ahora desconchada en muros, llanto
donde escribo tu nombre de repente.

Como un tranvía abajo, me remontan,
Lisboa, los recuerdos: ese que yo creí
instante puro
y es hoy este pesado cadenaje de las losas
que alargan barrios lentos,
despaciosos peldaños,
en pendiente,
donde mi boca inclino hacia la tierra.

Mi lengua desgarrada tanto, tanto
para decir adiós. Vinagre habrá de ser
la noche,
hundiéndose ceñuda en los tejados
que van a dar al mar
por las cansadas,
las ateridas,
desconsoladas calles lisboetas.

(De Diario Mundo)







CARRETERA DE IDA Y VUELTA

Tan sólo hay un camino hacia la madrugada,
y lo saben tus días, y lo asfaltan los años. Lo acantilan
las grietas del alcohol. Nos adentramos
allá, con paso firme, entre los últimos
desheredados del atardecer. La noche va poniendo
las cosas en su sitio: lame al débil, arropa al
despojado, te acaricia
con sus uñas de plata; ves su falsa peluca, sus
templos y sus dioses derrotados, a quien busca
en lavabos oscuros, a tientas, sobre un cristal
herido, la dosis de esperanza que le salve; a quien pesa
otros labios incendiados de deseo, de
llaga abierta; ves…
(Etcétera.) Son jirones
de carne, de tiempo: diversos
momentos, maneras, lugares, pero
un solo camino,

sí. Tan sólo hay un camino
hacia la madrugada. Y estás
de vuelta tú ahora, ahí –de vuelta otro poco–. Estás
sintiéndote quizá extraño,
sintiéndote quizá lejos,
cuando ir y volver son ya lo mismo, las mismas
palabras secas, cansadas (como esa
nicotina del insomne). Como estas
palabras sin sueño ya,
palabras solas, que hoy son
carretera de ida y vuelta.








AMANTES

Porque late en sus venas la luz ruidosa del atardecer,
se han besado de nuevo. Dan
con la vista a otro sitio
que quizá no es de aquí, y unas ganas enormes
de gritar, de salirse otro poco
de este cuerpo pequeño, cuando los días arden
y es ya todo distinto, y es
un embargo igual: son esas mismas
pensiones arañadas del deseo, de otro modo
dispuestas, de par en par
abiertas las ventanas a la vida, oigo tu voz
crepitada, de madera quemándose, un quejido
difuso de sirenas, que se encienden
por tu cintura arriba, respira la ciudad, qué extraño incendio
me tiene entre tus labios, aún murmuran
los bares despedidos, hay un aire
que pasa, un agua subterránea, un tigre oscuro
que ruge, que no cesa, alguien que busca
tu nombre nuevamente, dice el mío.

Y hay luego ese pasillo solitario del fondo
de tus ojos –y grifos que se abren, y nunca más
se cierran–, y es de noche.

(Ya les cubren urgentes, salitrosas
sábanas, donde cabe el infinito.)

(De Palabras subterráneas)









Huérfanos a medianoche

Reconozco estas calles aceradas, que llevan
tanto nuestro consigo, ya
sin ti, madre, y aún
buscándote, con esa urgencia que nos ha dejado
gasolina en el pecho, una ruleta
quirúrgica de luces, que ciegan, hurgan, van
–¡qué lejos!– apagándose
allá lejos, donde late el corazón
de los desamparados.

Juguetes rotos por
la resaca violenta de la vida, colillas
azotadas por el viento, cuando la soledad
se apodera del mundo, y un dolor
en mí, de ti –más grande, madre,
que mis días–, sobre un tráfico
mudo, nocturnamente instala
su sordo abismo dentro,
dejando esa fractura del adiós
en que te busco.

Todavía
te busco
entre el mar y el cemento (mar
que se oye, escúchalo: está
sonando siempre como suena el mar
en el vientre de una madre), hoy
que aúllo arrancado. Ladro
hacia dónde. Ladro
hacia nadie.

(Condenación y otras condenas)









Marina habla con árboles

Marina habla con árboles, entiende
su alta edad, el estremecimiento
del verano en sus hojas. Por su espina dorsal,
como a esa rama tierna, recién
brotada, asciende
este coro danzante, sonajero del viento
que le canta al oído.

La estoy viendo ofrecer su inocencia sin traba,
sonreír, explorar
un lenguaje preciso, de raíces
secretas, que no tiene alfabeto –y es ya esta palpitación
del mundo, respirándome a fondo–.
Pecho alado y en paz,
criatura tan dentro
como un cielo de agosto, hacia arriba, en lo alto,
donde canta la vida, donde la vida es
bella aún.

Marina habla con árboles
–me dices– aunque tenga 3 meses.
Aunque algunos no escuchen, porque sólo
sonríe, porque no sabe hablar.

(Rostros que son tu rostro)




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