Rubén Martín Díaz (Albacete, 1980) es autor de dos libros de poemas: Contemplación (Vitruvio, Madrid, 2009) y El minuto interior (Rialp, Madrid, 2010). Ha publicado poemas y relatos en diversas revistas y periódicos: 967Arte, La rosa profunda, Cosicas de Albacete, Cultural Albacete, Poesía Digital o El Pueblo de Albacete.
Además del Premio Adonáis, Ruben Martín ha obtenido otros premios y menciones: el primer premio de Poesía del Certamen de Jóvenes Artistas de Castilla-La Mancha 2009, el II Premio Nacional de Poesía Para Jóvenes Poetas Fundación Siglo Futuro-Caja de Guadalajara, ganador de la XV Edición del Certamen Poético Versos de amor Memorial Francisco de Aguilar y galardonado como albaceteño distinguido en el apartado de cultura por la Peña de Albacete en Madrid, de la Casa de Castilla-La Mancha.
WEB DEL AUTOR: http://laplumadebarro.blogspot.com/
La casa vacía
Nadie más en la casa.
Un frío, un silencio que prolonga
las paredes. La luz ardiendo
al fondo de la sala. Una mesa
con varios libros
—todos de poemas—.
Se sienta. Abre
el de todos los días, acaricia
con sus dedos la página. Lo cierra.
Se pone en pie. Pasea. Redescubre
las estancias vacías,
la oscuridad que nubla los objetos.
Ciegos, como él, ciegos.
Escucha
la nada tan de cerca,
la voz del miedo,
el tic tac de ningún reloj,
la ausencia,
el ruido de las sombras.
Vuelve por el pasillo
—un destello de nadie
atraviesa la ventana, la luz
es frágil un momento—. Cruza
el umbral de la puerta del salón,
avanza hacia la mesa. Coge
el mismo libro de poemas. Busca
la misma página de antes.
Mientras recita
con su apagada voz,
una lágrima vierte
como sombra nacida de otra sombra.
Nadie le escucha.
El minuto interior
He prendido las ascuas
y ya me siento a descansar un poco.
Una ligera bruma
ocupa los espacios descuidados
visibles entre encinas,
y sólo el frío,
que desciende del norte,
traspasa las paredes del silencio.
El cielo pinta
un paisaje nublado,
el aire desdibuja los caminos,
la luz flaquea
y estremece las formas.
No obstante,
parece la mañana
un apacible oasis alejado en el tiempo.
Nadie vendrá
—es enero profundo,
la gente no abandona sus hogares—,
y es mejor que así sea:
quiero pensar a solas
al lado de este fuego que enardece
los instintos del hombre.
Necesito escuchar mi propio pulso
como si fuera mío de verdad,
vivir este minuto prodigioso,
este tiempo interior en la quietud,
donde todo respira a través de mi cuerpo.
Y sospecho un fervor
que fluye de mis manos e ilumina,
en un lugar remoto de la Tierra,
la vida y sus asuntos.
Lluvia
Ha vuelto a casa con la luz del día.
Ligeras láminas
de lluvia
han borrado las huellas que sus prisas,
unas horas atrás,
dejaron en el patio.
Ahora el agua cae con más fuerza
que nunca, es un ruido
bastante peculiar el de la lluvia
cuando golpea
estrepitosamente la mañana.
Es un sonido extraño, sin igual,
un sonido que crece
y que amaina por pura complacencia,
es un sonido terco
pero a su vez relaja.
Y ella duerme desnuda sobre la cama,
duerme, vive en un sueño.
Cuando despierte,
el cielo campará por estas calles.
EL FUEGO
Veo quemarse
aquel montón de ramas secas
a varios metros del camino,
la combustión
da origen
a otra forma de materia:
respiración del fuego,
pálpito de la llama,
columna espesa de silencio.
Mirar y deducir sus consecuencias
es todo a lo que apuesto,
no seré yo quien cese tal proceso
de oxidación violenta,
tal hermosa codicia de la luz.
Crece de súbito la llama,
una danza buscada por qué mano
en pleno mes de abril,
ahora que la lluvia no sucede
porque hasta el cielo contribuye
al rojo espectro natural
alimentado por las ramas.
Y aunque las horas pasen
y el fuego mengüe en su perfil,
todo aquello que fue
seguirá siendo
en otro rostro,
con distinta nostalgia.
Es la materia
como el poema:
ni se crea ni se destruye,
siempre estuvo, y siempre
habrá de estar.
De El minuto interior (Rialp, Madrid, 2010)
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