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domingo, 21 de noviembre de 2010

2202.- JUAN CRISTÓBAL

Juan Cristóbal (Lima, 1941), seudónimo de José Pardo del Arco, es licenciado en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Se ha desempeñado como profesor en la Facultad de Educación de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad San Martín de Porres. Fue profesor de Introducción a la Literatura y Literatura Peruana del Siglo XIX, en la Universidad Privada María Inmaculada. Es actualmente profesor en el Taller de Poesía del Instituto Cultural José Carlos Mariátegui. Ha publicado los poemarios Cantual (1963), Difícil olvidar (1975), El osario de los inocentes (1976), Estación de los Desamparados (1978), Horas de lucha (1980), La isla del tesoro –al alimón con Jorge Teillier– (1982), Celebraciones de un cazador (1994), Asaltos (1987), Vivir es duro (1988), Despedida del bribón (1988), Poblando los silencios (1996). El llanto/el fuego (1997), Palomas de fuego (1998), En las llamas del olvido (1999), Los rostros ebrios de la noche (1999), En los bosques de cervezas azules (antología poética personal 1971-1999) (2001). (leyendas) Para después de la muerte (2001), Memoria de lo infame (2002) y Las armas de la memoria (2002). Ha escrito también poesía para niños y jóvenes: Gidumot (1964), Desde la soledad de las colinas (1989) y Lecciones de Historia (1994). Asimismo, ha publicado prosa testimonial: Máximo Velando: el optimismo frente a la vida (1984). ¡Disciplina, compañeros! (1985), Maestra vida (1988), ¿Existe cultura obrera? (1991), La memoria es un arma (masacres andinas) (2002) y Uchuraccay o el rostro de la barbarie (2003). Cuenta también con las siguientes recopilaciones: Crítica marxista del APRA (1979), ¿Todos murieron? (1987), “Entre el fuego y la razón”, obra periodística de Jorge Mendívil (1988), Gabriel García Márquez y los medios de comunicación (1999) y García Márquez y el amor (1999). Asimismo, publicó el libro de cuentos Agüita ‘e coco (1998). Su obra ha merecido las siguientes distinciones: Premio Nacional de Poesía (1971), primer puesto en los Juegos Florales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (1973), mención honrosa de poesía en el Concurso Casa de las Américas (Cuba, 1973), segundo puesto en el Concurso Poesía y Canto para El Salvador organizado por la Radio Venceremos (1981), mención honrosa en el Concurso de Cuento organizado por la Asociación Peruano-Japonesa con el libro Aguita’e coco y tercer puesto en la IX Bienal de Poesía “Premio Copé 1997”.


De: “El Osario de los Inocentes”

a Jorge Teillier

1

Cuando bebíamos las cervezas eran azules
Con tus ojos de fresa desnuda inventabas el mar y su cólera incierta
En tus largos cabellos de otoño crecían palomas adorando el rocío
La soledad es más cierta que el tiempo decías
Y la claridad de los caracoles alzaba sus sortijas de fuego
Cuando bebíamos las cervezas eran azules
Nunca tuviste una idea fija del sueño
Tus hijos aprendieron a tirar manzanas al cielo
Y sonreías no sin antes saber lo que era la dicha
Buscaste la paz después del combate
Y la lluvia reemplazó a la vida





EL AMOR OLVIDA (Fragmentos 12 -13 - 14- 15)

12

Nos peleamos
Infinidad de veces
Nuestras ausencias
Eran proverbiales
Cada uno por su cuenta
Como pájaros errantes
¡Qué tontos fuimos!
No nos dimos cuenta
De que la vida es pequeñita
Y la tranquilidad
de las campanas
Es lo único que cuenta




13

Me llené de dudas/ Fantasmas/Y temores/
Mi vida fue una telaraña/ Enredada entre tus dedos
Ahora sé que /Las inseguridades /Como las mentiras nunca salvan






14

Creíste que eras /La mujer más perfecta del mundo/
Y yo/ El mejor poeta del mundo/

Por suerte /Nos equivocamos

Es que no supimos mirar el pasado /Las truculencias del tiempo
Los sinsabores del día /Las mezquindades del viento
Y nuestras propias derrotas

Nos ahogamos en un vaso de agua
Como la luna cuando llega el otoño









15


Hicimos el amor /En todos los hoteles del mundo
En todas las casas del mundo
En todas las escaleras del mundo
Mirando todos los espejos del cielo

No hubo lugar /Donde no hiciéramos el amor
Y tú me dejaras /Como un cristo crucificado

Hacer el amor /Se convirtió en lo más importante del mundo

Tal vez /Allí estuvo el error /Porque nunca reconocimos
Que también estábamos hechos /De palabras silencios y temores







Homenajes

A Mané Garrincha

Fuiste siempre la alegría de tu pueblo
el eterno dribleador de las estrellas en el agua
el huérfano en las colinas abandonadas del cerezo
el amigo fiel de las ardillas temblorosas en la playa
sin embargo / falleciste desamparado
en tu casa apolillada de madera
mirando el color inolvidable de las flores
y esa olla de barro que ardía a veces en las rosas tristes de tus manos
de noche te encantaba jugar descalzo con los niños
y cartas con los amigos en los bares de la aldea
jamás soñaste con las gotas generosas del rocío
ni con los caminos blancos y maravillosos de la gloria
sino que recordabas como un venado perseguido
la tristeza de tu infancia y la pobreza de la luna
en los girasoles empobrecidos de tus pasos
siempre estuviste solo y a pesar que tus palabras parecían
la alegría más pura y secreta de la tierra
tu corazón fue ese náufrago perfecto
navegando con todos los fantasmas condenados en el día
sabías como saben los abuelos en el pueblo
que los hombres deben conocerse al igual que los potrillos en la lluvia
y ser usuales como aquellos árboles que envejecen en la noche
pero la vida no fue para ti ese pan fresco que esperamos en el alba
sino una pobre hoguera escondiendo las historias de los ciegos
pocos supieron de tu anhelo: enseñar matemáticas a las aves
y ser amigo de todos los carteros y aduaneros en el mundo
lamentablemente sólo vieron tus ojos
que parecían manzanas carcomida por el tiempo
a pesar de ello falleciste como el mejor organillero de las calles
hablándole a los peces y a las nubes perdidas en tu sueño
con esa voz tibia que te salía oprimida de los sueños
Mané
ahora todos hablan de ti como un héroe en las películas del oeste
(Pelé ha dicho por ejemplo «yo no voy al cementerio
prefiero pedir a dios por la lejanía abrumada de sus ojos»
mientras Nilton —tu compadre— cubre con magnolias los otoños infinitos de tus huellas)
pero lo cierto es que nadie se acuerda de tu rostro
ni cuando hablabas con los pescadores en la playa
ni cuando bebías con los carpinteros en la esquina
por eso yo elevo como una hostia tu esperanza
viva aún y floreciendo como los duraznos en el río
para hacer de tu memoria una larga primavera
creciendo por todos los bosques del futuro
tal como lo querían las gentes sencillas de tu pueblo
cuando encendían eucaliptos en tu ausencia
y rosas en las iglesias más lejanas de tu vida.








Al Alianza Lima, en su naufragio

No temí caminar en el día
ni que mis ojos recorrieran sangrando
todas las playas del mundo
de mi alma
y no encontraran nada
ni siquiera aquella pequeña gaviota
perdida en el cielo
que tal vez los viera desaparecer en el agua
como una hermosa leyenda
de antiguas estrellas naufragadas.


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