Augusto Roa Bastos (nacido en Asunción, Paraguay, el 13 de junio de 1917; fallecido en Asunción el 26 de abril de 2005) es el más importante escritor paraguayo, a quien se le reconoció internacionalmente con el prestigioso Premio Cervantes. Sus obras han sido traducidas a, por lo menos, 25 idiomas.
Augusto Roa Bastos nació el 13 de junio de 1917 en Asunción y posteriormente pasó su infancia en Iturbe, un pequeño pueblo de la región del Guairá, en una cultura bilingüe entre el guaraní y el castellano.
Regresó a la capital de su país, donde se formó con la lectura de los libros clásicos franceses, de León Tolstoi y de William Faulkner facilitada por su tío paterno, el obispo Hermenegildo Roa, hombre de origen catalán, con quien vivió.
Era hijo de una madre de origen portugués que contaba con muy buena educación, y de un burgués de clase media, muy severo y autoritario, quien fue gerente de una refinería de caña de azúcar.
Con 15 años, en 1932, cuando estalló la guerra entre Paraguay y Bolivia conocida como Guerra del Chaco, escapó con otros compañeros del colegio San José, de curas donde estaba como pupilo, para vivir la aventura de la guerra y sirvió en ella como enfermero; los horrores que presenció lo indispusieron para siempre contra la violencia.
Empezó a escribir teatro a la vez que trabajaba como administrativo de banca o como periodista para El País, diario de Asunción que le facilitó los primeros viajes a Europa, en particular a Inglaterra.
En 1944 formó parte del grupo Vy'a Raity ("El nido de la alegría" en guaraní), decisivo para la renovación poética y artística de Paraguay en la década del 40, junto a autores como Josefina Plá y Hérib Campos Cervera. Durante la guerra civil, a través del periódico El País fue poniéndose poco a poco a favor de los oprimidos sin formar parte de ningún partido político.
En 1945 pasó un año en Inglaterra invitado por el British Council y como corresponsal de guerra de El País; allí entrevistó al general De Gaulle; de allí pasó a Francia y asistió como periodista al juicio de Nüremberg en Alemania.
En 1947 tuvo que abandonar Asunción, amenazado por la represión que el gobierno desataba contra los derrotados en un intento de golpe de Estado, y se estableció en Buenos Aires, Argentina empleándose en una compañía de seguros; allí publicó la mayor parte de su obra.
En 1976 el advenimiento de la dictadura argentina lo obligó a trasladarse a Francia, invitado por la Universidad de Toulouse, y residió en esa ciudad como profesor universitario de literatura y guaraní hasta 1989, en que decidió regresar a su patria tras el derrocamiento del dictador paraguayo Alfredo Stroessner, de quien fue crítico acérrimo. Por razones desconocidas, durante su exilio se negó a brindar asistencia y ayuda a muchos paraguayos que también se encontraban exiliados. El escritor paraguayo Juan Bautista Rivarola Matto entre otros.
En 1982 había sido privado de la ciudadanía paraguaya; se le concedería la española honoraria en 1983 y la francesa en 1987. A lo largo de su carrera, Roa Bastos recibió varios premios, destacando el premio del British Council (1948) Concurso Internacional de Novelas Editorial Losada (1959) el Premio de las Letras Memorial de América Latina (Brasil, 1988), el Premio Nacional de Literatura Paraguaya (1995) y distinciones de otros países. La última que recibió fue la condecoración José Martí del gobierno cubano en el año 2003
En 1989 recibió el Premio Cervantes. Al recibir el premio prometió usar ese dinero para crear una fundación con bibliotecas en Paraguay, pero no llegó a concretarlo. Desde su retorno a Paraguay y hasta sus últimos días escribió una columna de opinión en el diario Noticias de Asunción.
[editar]Análisis de sus Obras
La obra más renombrada de Augusto Roa Bastos
La crítica del poder y del autoritarismo constituye el tema central de la obra de Augusto Roa Bastos:
El poder constituye un tremendo estigma, una especie de orgullo humano que necesita controlar la personalidad de otros. Es una condición antilógica que produce una sociedad enferma. La represión siempre produce el contragolpe de la rebelión. Desde que era niño sentí la necesidad de oponerme al poder, al bárbaro castigo por cosas sin importancia, cuyas razones nunca se manifiestan.
Augusto Roa Bastos
El estilo de Roa Bastos se caracteriza por usar algunos giros propios del guaraní.
El estreno de su pieza teatral La carcajada, en 1930, señala el comienzo de su carrera literaria; después escribió otras piezas teatrales como La residenta y El niño del rocío, fechadas en 1942, o Mientras llegue el día, estrenada en 1946. En 1937 tenía escrita la novela Fulgencio Miranda, nunca publicada, ya que, aunque mereció un premio del Ateneo Paraguayo, extraviaron el único ejemplar de la misma.
Su poesía incluye, entre otros libros, El ruiseñor de la aurora y otros poemas (1942), El naranjal ardiente. Nocturno paraguayo 1947-1949 (1960) y El génesis de los Apapokuva (1970). Reunió parte de sus artículos periodísticos en La Inglaterra que yo vi (1946), fruto de su primer viaje a Europa.
Fue un asiduo cultivador del cuento, que agrupó en colecciones como El trueno entre las hojas (1953), El baldío (1966), donde abordó los problemas sociales y políticos de su país, Los pies sobre el agua (1967), Madera quemada (1967), Moriencia (1969), Cuerpo presente y otros cuentos (1971), El pollito de fuego (1974), Los congresos (1974), El Sonámbulo (1976), Los juegos (1979), Antología personal (1980) y Contar un cuento y otros relatos (1984).
También escribió novelas. Entre sus obras figuran: El Hijo de hombre (1960), que ganó el Concurso Internacional de Novelas de la Editorial Losada de 1959 y en la que a manera de un mural, se describe la historia del Paraguay, desde la mitad del siglo XIX hasta la Guerra del Chaco y, en particular, la historia de Itapé. A través de una intrincada trama cuyos hechos no siguen un orden cronológico y en la que se entremezcla el narrador, se desarrolla el drama nacional. Él mismo adaptó esta novela al cine en 1960 bajo el título de La sed. Su siguiente novela, Yo el Supremo (1974), es considerada su obra cumbre y expone la historia de José Gaspar Rodríguez de Francia, dictador de Paraguay durante 26 años, que engendra un mundo de injusticia, explotación, racismo, sed, persecución y muerte, y la rebelión y perseverancia de un pueblo que se simbolizan en un Cristo tallado por un leproso y en un tren respectivamente. La novela destaca por ofrecer una visión más realista de lo que es normal en el género de la "novela de dictadores" latinamericanos. Esboza la figura de Rodríguez Francia sin demonizarla y con datos verosímiles, pero desde la óptica de la gente, de las víctimas de un régimen tiránico. Él mismo adaptó esta obra a la escena teatral con el mismo título en 1985. Siguió en el género novelístico con Vigilia del Almirante (1992), el año del quinto centenario del Descubrimiento de América, novela histórica sobre Cristóbal Colón; El fiscal (1993) - "El Fiscal", junto al "Hijo de hombre" y a "Yo el supremo", configuran la trilogía que el autor define en el prólogo de "El Fiscal" como del "monoteísmo del poder-, Contravida (1994), Madama Sui (1996), Los conjurados del quilombo del Gran Chaco (2001) y Un país detrás de la lluvia (2002).
Escribió varios guiones cinematográficos. Shunko (1960), premiado como el mejor guión de cine argentino en 1960; Alias Gardelito (1960), ganador del festival de Santa Margarita en Italia en 1961; La sed (1960) y Don Segundo Sombra (1970).
[editar]Obras
[editar]Enlaces externos
Augusto Roa Bastos en el Centro Virtual Cervantes
Portal sobre Augusto Roa Bastos
Página sobre Augusto Roa Bastos
Partida del Maestro Augusto Roa Bastos
Hijo de hombre. Lectura sobre la novela.
Año Obras
1942 El ruiseñor de la aurora, y otros poemas.
1947-1949 El naranjal ardiente, nocturno paraguayo
1960 Hijo de hombre
1966 El Baldío
1967 Madera Quemada
1974 Yo el Supremo
1979 Lucha hasta el alba Trueno entre las hojas
1989 El Fiscal
1992 Vigilia del Almirante
1996 Madama Sui
1953 El trueno entre las hojas
1967 Los pies sobre el agua
1969 Moriencia
1974 Cuerpo presente, y otros cuentos
1974 Los Congresos
1974 El pollito de fuego
1974 Los Congresos
1976 El somnámbulo
1979 Los Juegos
1980 Antología personal
1980 Contar un cuento, y otros relatos
1989 On Modern Latin American Fiction
1996 Metaforismos
2001 Los conjurados del quilombo del Gran Chaco
2002 Un país detrás de la lluvia
Selección de poemas
LOS HOMBRES
Tan tierra son los hombres de mi tierra
que ya parece que estuvieran muertos;
por afuera dormidos y despiertos
por dentro con el sueño de la guerra.
Tan tierra son que son ellos la tierra
andando con los huesos de sus muertos,
y no hay semblantes, años ni desiertos
que no muestren el paso de la guerra.
De florecer antiguas cicatrices
tienen la piel arada y su barbecho
alumbran desde el fondo las raíces.
Tan hombres son los hombres de mi tierra
que en el color sangriento de su pecho
la paz florida brota de su guerra.
CANTO A JULIO CORREA
I
Corazón popular
del solar guaraní,
se quebró ya el rubí
de tu idioma sin par.
El varón torrencial
que templara tu voz,
se durmió junto a Dios
en el sueño inmortal.
Ya se apagó
el gran proscenio
donde tu genio
tu arte forjó.
Con voz viril
de primavera,
la raza entera
se expresó en ti.
II
Anocheció
al mediodía,
la luna fría
gimió en un ¡ay!
Numen de unión
tu nombre sea,
Julio Correa
en Paraguay.
III
Desde el luqueño jardín
donde tu sueño vivió,
tu corazón de jazmín
sueños de vida plasmó.
Y en el teatro vital
que tu emoción alumbró,
tu recia voz nacional
verdad de pueblo sembró.
III (bis)
Bajo la tierra natal
tus ojos claros serán
en la raíz de Guarán
germen vibrante vernal.
Y entre tus brazos en cruz
nuestro lenguaje racial
florecerá musical
lazo fraterno de luz…
SOMBRA DEL FUEGO
Atada la memoria a una cadencia
va resbalando en número y medida,
de tal manera a la costumbre asida
que está sonando en medio de la ausencia.
Así la acumulada persistencia
de aquel incendio brilla por mi herida,
y está su sombra al cuerpo de mi vida
atada como roja transparencia.
Ni el soplo corrosivo del destino
ni la salada lluvia de mi llanto
ni el ánima de tierra del camino
pueden contra este fuego de mi nada,
porque destino y tierra y tiempo y llanto
no hacen sino avivar su llamarada.
EN LA PEQUEÑA MUERTE DE MI PERRO
Toco la puerta, el árbol, tu ladrido,
tu cariñoso salto congelado
la oscura miel del ojo iluminado,
tu pena alegre, tu inmortal plañido.
Toco el recuerdo, tócome el dolido
madero en que te han crucificado
y te recobro al fin desenclavado
como un lucero negro del olvido.
La casa sola. Tu ladrido dentro
recuerda una canción cristalizada
con mi nombre partido por el centro.
De tu muerte inocente y sosegada
nace ya el ala de la madrugada
en que vendrás saltando hacia mi encuentro.
MADRES DEL PUEBLO
No cayeron tumbadas por las balas,
se inclinaron tan sólo hasta la tierra.
Madres adolescentes, centenarias abuelas,
toscas mujeres, madres suaves,
piedra humana doliente,
leve corteza germinal.
Madres de estibadores,
rugosas campesinas,
chamuscadas obreras,
demacrada legión con el rayo en los hombros
y la noche en las trenzas;
madres de embarcadizos
con ojos desgastados por los puertos distantes,
chiperas estrujadas como el maíz,
lavanderas como agua de arroyo,
tejedoras que tejen con el hilo nocturno
de su entraña,
burreras matinales,
pastorales mujeres,
esposas, hijas, novias populares,
y también hijas sin padres,
madres sin hijos…
CAMINO
Donde acaba la raíz comienza el viento,
comienza el caminante su ostracismo,
rompe el terrón su tenue paroxismo
y se apaga en las manos, ceniciento.
Con labios, no con pies, ando un violento
paisaje como sombra de mí mismo
dejando un silencioso cataclismo
en cada piedra, en cada pensamiento.
Pie de jaguar y corazón de garza,
cielo enterrado a golpes de raíces
en el ala de arena que lo engarza.
Voy caminando y siento en las matrices
del tiempo arder mi vida como zarza,
y hasta en mi aliento encuentro cicatrices.
LA DESTRUCCIÓN
(Mba’é meguá )
Del Naciente al Poniente,
rebotando en las espaldas pétreas de los cerros
rodando bajo tierra,
destrozando las nubes y los árboles,
volvió a caer como un gran trueno
la voz eterna de Ñanderuvusú
anunciando a la raza del Hombre su perdición.
Guyrá-Poty , el jefe aguerrido y amado
el de nombre de pájaro y corazón de pájaro
miró a sus hijos paralizados por el espanto,
como entre las takuaras espinosas
los venados ven de pronto chispear
la córnea ponzoñosa del tigre.
Guyrá-Pory, Flor de Pájaro,
ciñó a su frente la corona de plumas,
y trepándose al árbol sagrado
reunió a su pueblo
y le habló con palabras sonoras
que el viento de la selva recogía obediente.
“Ahora debemos danzar al compás
del canto payé
porque la destrucción se está acercando.
Danzad, danzad, sin término.
Durante cuatro inviernos, a su luna de hielo,
tendremos que danzar
para hacer que nuestros cuerpos se nos tornen livianos,
livianos, transparentes, como el plumón que vuela solo
una vez desprendido del pecho del halcón.
El fuego y el agua caerán sobre nosotros;
el agua y el fuego: la saliva y la furia llameante
del tigre azul eterno que se apresta
a saltar sobre el mundo
desde el regazo de Ñanderuvusú.
Danzad, danzar ahora,
golpeando la tierra con el ritmo creciente
de la takuara sagrada del payé.”
Guyrá-Poty y su pueblo
por la noche danzaban
y por el día se iban rumbo al mar
buscando hacia el Naciente su salvación,
perseguidos de cerca por el estruendo sordo
del desmoronamiento de la tierra.
Guyrá-Poty tendía los brazos
y a su estera teñida de urucú
caían desde su boca,
consagrada a las extrañas palabras del payé,
los alimentos y las frutas
para las bocas ávidas de todos.
La multitud marchaba rumorosa
rumbo hacia el mar, envuelta en la humareda
musical de los cánticos.
Con su gacela blanca sobre el pecho
la hija pequeña de Guyrá-Poty
marchaba silenciosa entre los hombres
como el lucero entre las brumas.
Cuando la huyente caravana
llegó hasta los inmensos parapetos
que contienen el mar, ya hacia el poniente
la tierra ardía en una vasta hoguera.
Guyrá-Poty ayudado por sus hombres
derribó cocoteros con el hacha de piedra,
y construyó una balsa
cuando el agua en remolinos torrenciales
se desplomaba ya sobre la tierra ardiendo
Guyrá-Poty subió a sus hijos
sobre la isla flotante de troncos
y tendiendo los brazos
a las aves del cielo, sus hermanas,
comenzó a entonar el canto sagrado del final.
La balsa con ingrávido balanceo
moviose sobre las aguas tumultuosas,
y comenzó a ascender liviana por los aires
hasta tocar las puertas del cielo
que se abrió luminoso a los recién llegados.
LA TIERRA
Sembrada entre sus vientos capitales
y desde el pecho casi sin orilla,
su corazón estalla en la semilla,
de corazones rojos e inmortales.
Al Norte, sus cornisas minerales;
la arena, al Oeste, que en los huesos brilla,
y entre el Este y el Sur, la verde quilla
de su barco de tierra y vegetales.
Hundida hasta la frente con su carga
de escombros y de vivos corazones,
mira pasar el tiempo en una larga
sucesión de esperanzas y muñones,
hasta que rompa su prisión amarga
el puño popular de sus varones.
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