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domingo, 7 de noviembre de 2010

1918.- EDUARDO FRAILE VALLÉS

Nace el 4 de marzo de 1961, en Madrid. A los seis años se traslada con su familia a Valladolid. El autor refleja esta circunstancia a lo largo de su obra, donde habla de sus dos infancias, la madrileña y la vallisoletana, y quizás, una tercera, la de los veranos en Castrodeza, en casa de los abuelos maternos. En 1978 decide abandonar un brillante porvenir académico y entregarse a la poesía. Publica su primer libro en 1982. Desde el principio de su trayectoria hay en sus obras amor por el detalle y una constante depuración lingüística; sus versos están salpicados de guiños literarios que buscan la complicidad con los lectores atentos. La vertiente más arriesgada de su obra le sitúa en los ámbitos de la poesía visual y experimental. En este sentido ha mostrado, en diversas exposiciones y revistas especializadas, propuestas como "Números" (1992), "Pleamor (pROSAS in 12 PINKturas)" (1991) o "Caótica" (1996).
Es fundador y director de Ediciones Tansonville y miembro de número de la Academia Castellana y Leonesa de la Poesía. Francisco Pino, refiriéndose a su obra, escribió en el poema/prólogo del libro A Nausícaa: "Yo te he visto / llegar donde nadie ha llegado...".

- POESÍA:
Ningún otoño es amar... illo siempre (1982).
NOPOEMA (1985).
Tantalalúnala (1987). Antología.
Cálculo infinitesimal (1992).
Siete finales para Philip Marlowe (1995).
Cuando me saluda por la calle alguien que no caigo
quién es y si además en guapa (1995).
Naked I wait (1998).
Deconstrucción de la rosa (1999).
Con la posible excepción de mí mismo (2001).
Teoría de la luz (2004).
Quién mató a Kennedy y por qué. Apuntes del natural (2007).
La chica de la bolsa de peces de colores (2008).
Balada de las golondrinas (2009).

-POESÍA VISUAL Y EXPERIMENTAL:
Pleamor, pROSAS in 12 PINKturas (1991).
Números (1992).
Sobre los ángeles (calendario) (1995).
5 poemas visuales (1995).
Caótica (1996).
Así te diga la mar: días de 1996 (1996).
Deconstrucción de la rosa (1999).
Anunciación (2000).
Poesía Visual Española. Antología incompleta (57 autores)(2007).
Cinco miradas. Colección plástica y palabra. (2009).



VOLAR A PIES JUNTILLAS

volar a pies juntillas
y sin mover las alas
como hacen las cigüeñas sin querer, sin proponérselo
de memoria, par coeur, a cierraojos
como una pluma Parker en el papel del aire
en el papier
de ta peau, de tu piel manuscrita, acariciada

(De ‘Teoría de la luz’)



SIN TÍTULO

esta noche, puedo escribir los versos más tristes esta noche, escribir, por ejemplo, la noche está estrellada y tiritan, azules, los astros, a lo lejos, puedo contar una por una las piedrecitas blancas que un niño loco le ha tirado al cielo hasta que se me acaben los números, decir te quiero y escupir mansamente, puedo cortarme las venas esta noche sin esperanza, con convencimiento, desnudar todos los cuerpos que me arropan y morirme de frío, puedo decir tus piernas, tu mirada, comprar un río y anudármele al cuello como una bufanda interminable, como una corbata atragantadamente, puedo escribir en una lágrima toda la cantidad de bobadas bonitas que te he venido escribiendo durante toda mi vida, durante toda mi muerte, gritar, gritar, pero sólo me salen peces de colores, amor mío, y escupir mansamente, pero mi saliva empecinada de peces, arrancarme los peces y los versos peces que se me van nadando por las mejillas de la página vedada, prohibida, los peces de colores hacia el firmamento ya no tan firmemente anclado en los suspiros blanquísimos de cualquier niño loco loco, enamorado de qué peces de tu pubis, puedo escribir los peces más tristes esta noche, puedo escribir los peces más tristes esta no,
no

(Pertenece al libro inédito Nunca tuviste unas piernas como a tus trece años. Publicado en Cálculo infinitesimal y la antología Tantalalúnala).




FRAGMENTO DE
‘LA GRAN NEVADA’

(…) Aquel invierno fue más invierno que ningún invierno (Alvaro Pombo). De aquel nevar como quien no quiere la cosa, aquel polvillo, como si de repente se hubieran puesto a sacudir alfombras en el cielo (alfombras voladoras, por lo tanto), pasamos a la contemplación entusiasmada, extática, de los copos más suntuosos que hubiésemos visto en nuestra vida. Nevó tenaz, excelsa, abrumadoramente. Nevó días y días, contra toda razón, contra esto y aquello, contra la sal insulsa que repartían a paladas los camiones de la basura y del ejército. Nevó sin esperanza, con convencimiento. Nevó y nevó. Y luego, encima, heló mucho, llegamos a los 17 grados bajo cero, nuevo récord del mundo en la ciudad, que estuvo prácticamente mes y medio vestida de primera comunión.

¡Qué bonito! Fue el invierno mejor de todos los inviernos posibles, el Invierno por antonomasia y con mayúscula de nuestra niñez, entre otras cosas porque aquel invierno —¡tan pronto, ay!— dejamos de ser niños. Un sol ciego de envidia restallaba su látigo contra el perfil de las cosas, sacudiendo la alfombra mágica que se había ceñido exactamente al trazado de las calles, a la inclinación de los tejados, y sobre la que resultaba peligroso caminar. Menudas chispas. Era el neto delirio de la luz, el Rococó de la blancura, la dictadura (vivíamos en una, pero no lo sabíamos) de lo esplendente, de lo deslumbrante, de lo enceguecedor. El ciego sol se estrella, etcétera, de don Manuel Machado.

La construcción del aeroplano (no sé si he dicho ya que se nos ocurrió hacer una máquina con la que volaríamos) marchaba viento en popa. Algo tendría que ver la llegada del Apolo a la Luna –eso sí que fue el 69— con nuestra extravagancia aeronaval. Armstrong, Collins, y Aldrin: lo recitábamos de carrerilla y no parecían astronautas, sino la línea delantera del Manchester United. No teníamos clase. Con tanto helar, y en virtud de la dilatación anómala del agua al solidificarse, habían reventado todas las calefacciones, con lo que dispusimos de más tiempo para perder con el dichoso avión. Fueron las vacaciones de Navidad más largas y maravillosas, pero también las más incomprensibles.

Detente a recordar: tenías una herida del tamaño del mundo (en el colegio imitabais a Jesús Hermida, corresponsal en Nueva York, y a José Antonio Plaza, eternamente acatarrado tras la niebla londinense). ¿Qué fue de los compañeros en ofuscamiento –por la luz tanta, la luz no usada nunca que os atrevisteis a mirar a los ojos, ¡sinvergüenzas!-, en la navegación? ¿Dónde están? ¿Qué se hicieron? Y volasteis, recuerda (a ti se te daban igual de bien las dos, pero es que lo de Hermida lo bordabas), y caísteis de bruces desde una altura que podríamos decir indescifrable: la belleza, y os hicisteis añicos como un vaso de Duralex (nadie podrá firmarnos nunca esa escayola). Cuéntalo: ¿cómo eran, Dios mío, cómo eran?
(…)

(Teoría de la luz. Fragmento del poema ‘La gran nevada’.
Valladolid, Ed. Difácil, 2004)



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