Martín Prieto nació en Rosario, Argentina, en 1961. Es profesor de Letras de la Universidad Nacional de Rosario. Publicó poemas en volúmenes colectivos Poesía de Cuarta (1980) y Con uno basta (1982). Pertenece al consejo de redacción de Diario de Poesía en Buenos Aires.
Es autor de cuatro libros de poemas: Verde y blanco (1988), La música antes (1995), La fragancia de una planta de maíz (1998) y Baja presión (2004), y de una novela: Calle de las Escuelas número trece (1999). Publicó Breve historia de la literatura argentina (2006).
Los temas de peso
Después de varios años dedicados a la minucia,
al enfermante relevamiento de los detalles,
decidí abocarme a los temas de peso:
el amor, la política, la trascendencia, la gloria.
Finalmente convencido de que el mundo
era más amplio que mi departamento
compré una pila de tarjetas magnéticas
y salí a recorrer la ciudad en colectivo
atento al paisaje y al rumor sordo
en el que se convertía la parla simultánea
de mis contemporáneos. La bruma gris
que se levanta en los barrios de la quema
y la otra, prístina, que emerge rosa del agua
del río león, envolvían mis paseos en un aura
de ensueño, y todo se aparecía corrido
de su justa dimensión.
Los temas de peso,
En la casa, antes de salir a trabajar,
desayuna mirando por la ventana
El desastre tiene la cara de una mujer
a las siete y media de la mañana,
una agenda de cuero marrón, las llaves del auto:
medias negras de red
recogiendo unas piernas
que hasta hace diez o doce años
serían la cima de su cuerpo
y no se conforman ahora con ser la base:
la base del cuerpo
de una picapleitos de más de cuarenta,
a las siete y media de la mañana,
un figurín con los zapatos mojados
deslizándose sobre la vereda enjabonada
saliendo de la casa de enfrente de mi casa,
yendo a Tribunales.
En el ómnibus
Cinco monedas de diez en la mano
hasta antes de ayer ocupada
en oficios,a la vista de los callos, metalúrgicos,
desocupada hasta ayer y desde hoy subocupada
en una actividad más perecedera que humillante,
mientras en el Palacio Vasallo
los que ocupan sus bancas discuten la inconveniencia
de que haya, en los ómnibus, guardas:
"tarjetas magnéticas" dicen unos
y los otros "que corten boletos los colectiveros",
y otros "que log negro vayan a trabajá a gamba"
"¿o no se hicieron, acaso, revoluciones a pie?"
En el banco, cobrando el sueldo de profesor universitario
En el subsuelo del banco de la provincia,
profesores universitarios
como caras de una multitud pintadas
por la mano de un pintor naturalista
que decidió darles, a las menos,
el brillo singular de la inteligencia,
a las más, el gesto adusto del empeño
y de la buena voluntad.
El fondo de la tela, la base, cubierta
de caras incompatibles con el oficio
y con la profesión.
En la biblioteca, trabajando
El bibliotecario -moreno, enjuto, amable
hasta la exasperación- anota con letra desprolija
un número de código, una fecha,
"¿va a trabajar?"
TRABAJO //3. Cosa producida por el entendimiento
//5 Esfuerzo humano aplicado a la producción de riqueza.
Se usa en contraposición de capital.
Sí, voy a producir una cosa por el entendimiento.
Voy a leer, voy a comparar, voy a escribir, voy a trabajar.
La madera de la mesa en un declive
de menos de 45 grados,
simétrico al que cae sobre el abdomen de mi vecino,
dieciocho años,
el reflejo de mi cara en el vidrio centelleante
de sus anteojos y abajo, sobre la madera,
fulminado bajo el foco
que conforman sus ojos derecho e izquierdo,
un volumen de Ferrater Mora, páginas 90 y 91,
los numeros al revés, un lápiz Staedtler igual al mío,
intercambiable salvo porque
un pájaro negro, como si fuese un gorrión,
pero negro, o como si fuese un mirlo
con la forma de un gorrión,
un pájaro, en fin, tan sorprendente
se posa sobre el alféizar de la ventana
que ilumina cada una de las mesas de la biblioteca:
las conozco a todas.
Quince años sentado a estas mismas mesas,
leyendo, estudiando, trabajando.
Hay veces que la vista se distrae de su objeto natural
y se pasea, vacante, por las inmediaciones.
En la de adelante, a la izquierda,
inscripciones religiosas, trazos de fe:
JESUS ES EL SALVADOR, o DIOS ES AMOR
o, terrenalmente: SI QUIERES VIVIR CON DIOS:
CAMILO ALDAO 2400 TEL 567202.
Diseminados en todas,
tanto en las que miran hacia la puerta
como en las que miran hacia el
-desde hace quince años provisorio-
museo de antropología,
nombres de lectores, borroneados algunos, otros,
furiosos, atravesando la veta de la madera, indelebles:
RULO, GUILLERMO, NORMA, SERGIO,
SOLE, PATO, ALDO -varias veces, en distintas mesas,
un egótico, o un héroe del lugar.
Menos, y contrariamente a la suposición, al lugar común,
inscripciones políticas: una, muy vieja o muy anacrónica,
ERP. FAR y una estrella de seis puntas.
Otra, menos vieja, exactamente anacrónica
FRANJA MORADA. LIBERACION NACIONAL.
Otras, sueltas: JUP, PI, PRT.
Una, modernísima, futura: MENEM 99 MUERTE A LOS ZURDOS.
En las de atrás, de espaldas a la puerta,
el estudio y el trabajo parecen interrumpirse
por la voluntad sexual. Una: TENGO GANAS DE COGER;
otra, al lado: YO TAMBIEN;
otra más: Y NOSOTROS TAMBIEN.
En la mesa contigua, siempre de espaldas
a la puerta de entrada: VIVIAN TE CHUPO LA CONCHA.
En otras, sueltos, sin hacer sistema,
NORA X PLATON, LUCHO TE AMO, LEDESMA PUTO.
En la calle, volviendo a la casa
Doce menos cuarto.
Un poema el pedazo de un poema
anotado en una libretita:
"recuerdo la primera vez que te besé
el verano pasado, cerca de un pastizal
donde reinaban todos los grillos".
No sé, yo paso ahora que ya no llueve
frente a una juguetería
donde antes había un almacén y mucho antes
un bar al que veníamos con una mina
que ahora es una señora
comprando juguetes para sus
uno, dos, tres, cuatro hijos,
dos varones, dos mujeres.
Yo la miro de afuera, como el de antes,
a través de la puerta abierta del local,
sin interferencias,
pero ella mira hacia mí y ve al de ahora,
y entonces sale, se me acerca
y me extiende la mano, nos damos la mano
como si fuésemos, no sé, abogados,
y yo retengo su mano en la mía
y le pregunto ¿cuándo fue
la primera vez que nos besamos?
y ella se ríe, con esa risa que a mí me
y me pregunta si
nos besamos, si alguna vez nos besamos.
Dando por bueno que los artefactos
revelen más sobre nosotros que las
confesiones, allí están los carteles,
volviendo a casa por San Luis
reflejando nuestro lustre y nuestra opacidad.
Los que dicen, arriba:
LA CAMISA IMPORTANTE. FABRICANTES:
BENJAMIN Y MOISES AZERRAD S.C.C.
LA LIBANESA. BOTONERIA. MERCERIA. POR MENOR.
TEXTIL MARYSANS. DISTRIBUIDOR MAYORISTA.
MEDIAS LENCERIA. TOALLAS. SABANAS. PAÑUELOS. PULOVERES. TEXTIL MODAS. VENTAS POR MAYOR Y MENOR.
SOMOS FABRICANTES. VEA QUE PRECIOS.
GUANTES. MEDIAS. LENCERIA. TEJEDURIA. BONETERIA. MODAS. CONFECCIONES. SIMBOLO DE CALIDAD.
TODO PARA GORDOS. SALVADOR SAMAN.
SALDOS DE FABRICA. CASA EDER.
Pero también, los que dicen abajo
y contra las persianas bajas:
RIO PARANA ALQUILA. VENDE MANARIN INMOBILIARIA.
PERMUTO. ALQUILO. DUEÑO.
LIQUIDAMOS POR DISOLUCION SOCIEDAD.
TOTAL 1300 M2. DUEÑO.
Los que, por impericia,
por falta de ambiciones y de crédito, por pudor.
Los que no tuvieron la descendecia deseada,
los que no poner a su hijo de dieciocho
al frente de un mostrador para que, precisamente, mostrara, en la pista: los que perdieron.
Los que juegan billa en el club, los que fuman, esos.
Y después, los otros, los que fueron disolviendo
con paciencia oriental el negro de la bolilla
que rechazaba, cada vez, su incorporación
al Jockey Club, al Social, al Golf,
hasta volverla blanca, brillante, caramba,
como una tela, señora, de satín, vea qué precio,
ni retazo tan barato, sin competencia, y ahora,
ahora, doce y diez, uno de ellos, cualquiera,
toma agua mineral sin gas
sentado a la sombra de la galería
de la casa del Rosario Golf Club y a su izquierda,
splash, rompe el espejo de agua de la pileta
una chica que en menos de treinta segundos volverá, empapada y aburrida, a echarse en su reposera
y enfrente, la salida del hoyo 10,
435 yardas, par 4, un flaco de 20, handicap 3,
esto es, 3 golpes de ventaja
al par 72 del recorrido completo,
practica la salida no como es habitual,
no como indica la ortodoxia, con una madera
para provocar un golpe aéreo, planeado, dirigido,
que permita a la pelota cruzar, limpia, el arroyo Ludueña
y estacionarse del otro lado, en la boca del green:
con hierro pega, una y otra vez,
un golpe brutal, rasante, arriesgado,
no porque obtenga, con él, ningún beneficio,
sino para que se diga, de él, por lo bajo,
"es capaz de pegarle con un fierro",
y le pregunten, entonces, el fin de semana,
ya en campeonato, "¿con qué salís, Tarzán?"
-y le dicen Tarzán como si, abandonado
por sus padres en la selva
las bestias salvajes le hubieran enseñado
los rudimentos de la supervivencia,
según se entiende la supervivencia
en el ámbito del Rosario Golf Club:
pegarle, por ejemplo, con hierro en lugar de madera-,
"hierro 8", dirá Tarzán,
preparando el palo, mirando en lontananza,
para que los demás se miren entre sí
y uno sonriendo mande "les dije,
es capaz de pegarle con un fierro".
Y ahí está Tarzán, ahora, doce y veinte,
pegándole con hierro 8, construyendo
un mito a su alrededor, mientras la chica
se calcina junto al espejo de agua de la pileta
y el turco -a quién le importa que Mohardi
quede en Siria, no en Turquía-
con un teléfono en la mano mueve la boca
vaya uno a saber para decir qué a quién.
Y volviendo a casa por Dorrego,
desviado noventa grados de San Luis
era, digo, digo que era
una canción de un tipo
que se llamaba Raúl Abramzon,
el líder de Industria Nacional
que después se cortó solo
y que al cantar silbaba las eses.
Digo que era una canción que decía "La plaza
adonde siempre te encontraba
para hablarte de mi amor",
una canción de esas que pasan en la radio
muchas veces durante poco tiempo
y que por alguna razón vuelve,
dos décadas después, a la memoria,
por las eses silbadas, por la plaza,
y cuando digo plaza digo la Plaza San Martin
con la estatua de San Martín,
porque uno va, decía una amiga,
que decía 'uno' y no 'una', uno va
a cualquier parte de la Argentina y siempre
hay una Plaza San Martin con la estatua
de San Martín a caballo,
lo que no estaría, decía, mal,
si no fuera porque eso supone
descuidar otras figuras de un enorme valor
y cuando decía enorme estiraba la o
y la dejaba después timbrando en la erre,
de un enooorrrme, decía, valor.
Llegando a Córdoba por Dorrego,
San Martín a caballo de bronce
y abajo, en la base de granito,
los buracos donde hubo once
placas de bronce
de la Asociación Sanmartiniana
o del gobernador,
-se las chorearon no, heroicos,
para hacer con el bronce once
balas para la resistencia,
sino para venderlas, para morfar.
En la esquina de Santa Fe, en la Jefatura,
hay un policía vestido de negro. Y abajo
del policía, exactamente abajo de sus pies,
los cimientos de una civilización
que se despliegan sobre un mar de pulpos
que asoman, ahora, sus cabecitas peladas. Arriba
el cielo está pulido como sólo podría estarlo
un vidrio.
En la casa, por bañarse
El cuerpo desnudo de un hombre viejo.
Las caderas de mujer, un mapa de pelos.
La bolsa de los huevos cuelga
como una breva achicharrada.
Y nada, ni siquiera los huevos
llenan los huecos de una vida vacía.
Bajo la ducha, recuerda la morgue
Un rayo eléctrico se desprende del cielo
atraído por la inmensa bola de fibrocemento
que, como un ovni recuperado
para el beneficio de la comunidad,
guarda agua potable y en sus convexiones secas
ratas y cucarachas.
Recién entonces, sentado sobre una baranda
de ladrillos, miro hacia el cielo y digo
"parece que va a llover".
Es la primera vez que hablo en horas.
No había dicho nada
cuando me llamaron por teléfono para avisarme
que la loca se había muerto. Tampoco
dije nada en el viaje de dos horas
con la vista atravesando
el vidrio polarizado de la ventanilla,
mirando de a uno los mojones del camino, "224", "193",
preguntándome cuál de todos los muñequitos
habrá sido el último en ver,
si es que la loca venía, como yo,
atravesando el vidrio con la vista
y no leyendo una revista cualquiera,
el diario, o durmiendo después de una noche
de esas en las que nadie duerme medianamente bien,
por el calor, o por el zumbido
de las paletas del ventilador, o por la falsa virtualidad del ambiente refrigerado.
Tampoco había dicho nada cuando
el covani de saco azul me dió la mano
ni cuando me la dió la covani de blanco
que la iba de enfermera
pero que era de la compañía de seguros.
Tampoco dije nada, ni "mú", cuando el otro,
un hombre negro de cejas rubias, radiantes,
haciéndome pasar bajo un cartel inmenso y colorado
que decía, justo, "no pasar",
abrió algo así como un fichero sin proporción
y con ojos de "yo he visto peor"- y si había visto peor
lo había visto realmente todo, el universo absoluto-
me preguntó si era ella.
Nada, tampoco dije nada
cuando eso que una vez había sido su hermano,
tambaleante en la oscuridad de uno de los pasillos
a la salida de la morgue
trató de sostenerme en un abrazo
ni cuando la otra,
la que sería la cuarta, la décima nueva mujer
de eso que una vez había sido su hermano
me acarició la nuca y a la distraída
pero intencionadamente la base de la oreja.
Tampoco nada había dicho al mediodía
cuando vinieron a buscarme y me sorprendí
de que los árboles estuvieran, como siempre,
con las copas altas hacia el cielo.
Por eso cuando como un latigazo brillante
sobre el anca de un caballo negro
como, propiamente, la noche,
estalló el rayo sobre el tanque de agua
de San Pedro, y miré entonces hacia el cielo
y dije "parece que va a llover",
fue como si el mundo, no sólo el planeta Tierra,
sino también el sistema solar,
éste, el que todos creemos conocer
y también esos otros que dicen, simétricos,
se expanden vaya uno a saber
en qué vericuetos de la imaginación científica,
el mundo entonces, detenido desde que sonó el teléfono
y esa turra me preguntó si yo era quien era
para mandarme después el baldazo de mierda y sangre
se hubiera, ahora,
de un modo perceptible, torpe, mecánico,
a trac mover de trac, trac, nuevo,
y entonces el que está a mi lado
mira también hacia el cielo
y aprovechado de mi locuacidad
me apoya una mano en la pierna, sobre la rodilla,
y me dice, "yo te voy a ayudar".
Claro: vaya uno a saber si es verdad que se ayuda,
y si es verdad, cómo,
pero qué noble esa mano sobre la rodilla,
y qué noble el mundo en detenerse
y qué noble en volver a girar.
En la casa, escribe una carta
Mon cher ami, j'ai commencé cette lettre
en écoutant la voix d'un ancien par la fenetre...
...el golpe del agua contra la madera
sonaba como como si Satie, propiamente, amigo mío,
hubiera descendido del cielo:
en eso pensaba, y en esta bóveda
gris a veces, celeste diáfana, negra, azul, rosada
que nos envuelve a todos;
la voz, sabrás, de un viejo a través de la ventana
me recordó la tuya,
la que yo imagino será tu voz ahora,
cuando hace siete años sonaba firme
como la de un soldado,
pero no me engaño: cascada estará
como las paredes de esta casa, como sus muros,
corruptos por el viento húmedo
que del cajón del rio viene a desarmarse,
después de la curva
en la que te gustaba fotografiarte
como si en lugar de llegar a ser una persona importante,
lo fueras ya,
todavía en esta provincia,
reina de la indiferencia y del rencor.
En la casa, cena
El plato playo y blanco recortado
por un pedazo de carne cuyas sangre y grasa
se volatilizan como humo sobre mi nariz:
no me repugna menos que aquel profesor que
amparado por el prestigio y por el alcohol
daba clase con los pantalones manchados de mierda.
Raúl, Raúl González Tuñón, un poeta argentino,
escribió una loa a un caballo muerto,
un caballo de tiro muerto en la calle, trabajando.
Lo llamaba "obrero".
Yo voy a comerme un esclavo.
En la casa, lee de un libro que se llama "Los Raros:
En la casa, escribe
Que descanse de mí, que yo
descanse de mí, materia disuelta
en el aire del prójimo.
Para no defraudar, quemé todos los papeles.
El inodoro se quebró, la base se quebró
y hubo que andar cagando por ahí
dos meses hasta que pegamos un trabajo
y baño nuevo.
¿Deberíamos extrañarnos de eso,
llamarlo "nuestra educación"?
Dulce, lovely cae la tarde,
con olor a mandarinas,
pero amargo es estarse aquí,
nadie me corta las uñas de los pies.
En la casa, duerme y sueña
Y si volviera de la templada voz
tu "no me digás de nuevo",
esas cosas que contemplaban, intacto,
el mundo de los animales:
la vaca estatuada, el ciempiés
entre las baldosas quebradas de la galería y,
fundiéndose en las nubes de mosquitos,
el amor suspendido en el aire.
Sobre una mesita de latón había,
abierto, reseco y apelmasado,
un ejemplar de El Tony:
cuando le acercamos un fósforo encendido
se formó, moldeada por el viento,
la figura de una gallina centelleante
que exhudaba la fragancia de una planta de maíz.
Después, nos sentamos a fumar
mientras la gallina cloqueaba
como si estuviese loca y vos me contaste
la fábula de la vaca y el perro.
Hay una vaca, de esas holando-argentinas,
que tienen el cuero blanco manchado de negro.
Y la vaca camina, seguida por un perro,
hasta que se le cae una mancha.
El perro, que viene detrás,
pisa la mancha, creyendo que es una mancha,
pero es un agujero.
Y cae el perro a un mundo de perros.
Hay perros, perras, perritos, perritas.
Perros que nuestro perro
hace mucho que no ve
y con los que le encanta reencontrarse
y otros, que no conocía y que le gusta conocer.
Así, se hace amigo de un perro dálmata
que también tiene el cuero blanco con manchas negras.
Siguiendo al dálmata,
quien pierde en el camino una mancha,
el perro, creyendo pisar la mancha del dálmata,
pisa en realidad un agujero
y cae en un pozo profundo
hasta reaparecer detrás de la vaca.
La vaca da vuelta su gran cabeza
y le pregunta al perro:
¿dónde te habías metido?
y el perro le dice:
pisé una mancha tuya creyendo que era una mancha,
pero era un pozo.
Y la vaca le pregunta entonces
¿pisaste una mancha mía?
y el perro le contesta:
Pisé una mancha tuya.
¿Pisaste una mancha mía?
Pisé una mancha tuya.
¿Pisaste una mancha mía?
Pisé una mancha tuya.
¿Cuánto pasó? ¿Diez? ¿Días? ¿Años? ¿Diez años?
Llovió todo el fin de semana
y el paredón del patio devolvió devaluada
la luz de las nueve. En el aire del tiempo,
había olor a shampoo como el que perfumaba
el pelo de quien me había hecho conocer
cristalizaciones de oro
en el unicorne embudo del dolor.
En la casa, se despierta, toma agua, vuelve a dormir y a soñar
Al principio hay perros en Retiro
y perros en Saavedra, y perros en Márquez
y una mujer que se parece a otra
en el asiento de al lado
y los balazos de goma del agua hasta Campana
y el colectivero que pone una canción
de Roberto Carlos
"la verdad es que a tu lado
es hermoso dar amor".
La vereda está barrida por el viento,
cuando aparece un vecino que dice:
"hay una banana en la vereda.
Una banana entera".
Fue una banana entera, y en mi barrio, en Sunchales.
Una banana entera pero en mitá del campo
expuesta a las auroras y lluvias y suestadas.
La banana pareja que persiste en mi barrio:
Catamarca, Rodríguez, Tucumán y Callao.
Y la vida giraba.
El Corcho decía, "hoy quemamos un colectivo",
y no tenía más de dieciseis,
mientras lo perseguían, como sombras cruzadas,
por los pasillos de la escuela,
celadores que bajo el saco, a la izquierda,
cargaban chumbos, y sobre el saco,
una chapita brillante: UOM,
y el perfil estilizado de Eva Perón.
Yo había empezado muy joven a escribir
y me llevó toda una vida arrepentirme de eso.
Estábamos en el campo, ya éramos como unos huevones
repasados de edad, pero igual jugábamos
a las escondidas para franelear detrás de los árboles,
al doble amparo de la noche y de los troncos.
Después, enchastrados, fumábamos
apoyados en la tranquera blanca. Lejísimo,
unas luces titilaban, tan débiles,
que no podíamos imaginarnos que representaban,
exactas, la imagen del futuro.
Que una se iba a ir para allá,
y el otro para más allá,
y la más linda devenir horrible,
y el más buen mozo, un jabalí,
y el brillante, subgerente de banco
y la políglota, supervisora. Ah,
delicias de la generación perdida.
Ah, esos esos esos los hijos del proceso.
Ah, nosotros.
Ah, la vida, sus giros.
Ah, el dolor. El dolor del amor. El amor al dolor.
Los giros del amor, los giros del dolor,
la jirafita que giraba en la mesa del bar la Giralda,
mi vecina, el agua enjabonada, los colectiveros,
la cara del cajero del banco más sagaz
que la de mi colega investigador,
el mirlo en el alféizar de la ventana,
los carteles de la calle San Luis, la Jefatura,
la Jefatura, la Jefatina, la Yefatina, las uñas, las uñas, mis pies.
En la casa, antes de salir a trabajar,
desayuna mirando por la ventana
(...) etc (...) etc (...) etc.
VERDE Y BLANCO
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Nota:
Necesidades privadas en algunos casos, estéticas en otros, ambas muchas veces y, en otras, una simple adscripción a un escuela, a un movimiento, a un autor o a una manera, me han llevado en los últimos siete años a empezar a escribir varios libros de poemas. En 1982, uno que se llamaba Cosas que dice la gente. Más tarde, otro: La tradición de los Hugos. En 1984 una serie de poemas de corte autobiográfico que titulé de la eMe hasta la Pé y que llevaba un epílogo de Sergio Cueto. Un par de años después ese mismo proyecto, modificado, tomó el nombre de Biografía parcial. Entre 1985 y 1986: Album de fotos. Y en 1987 un sexto libro que se llamaba Pasiones argentinas. Estos poemas son el resultado impotente de todos aquellos libros que quise escribir y no pude.
Finalmente, quiero recordar aquí a mis amigos, los escritores Maria Teresa Gramuglio, Daniel Samoilovich y Jorge Isaías, que alentaron esta publicación.
M.P. Rosario, abril de 1988
.......................................................
para Irene
I
Contra Parménides
La misma mesa ovalada
con los mismos individuales rojos.
Los mismos vasos verdes
llenos de vino tinto.
Las mismas sillas,
tal cual distribuidas.
La misma paciencia de Agustina
para acelerar las brasas.
Las mismas charlas,
iguales enfrentamientos.
Hace un año,
sin embargo,
los comensales eran otros.
II
Dos pasiones argentinas
para Helder y Scheimberg
La losa está caliente todavía
y el vino blanco se enfría dentro de un balde
donde se derrite una barra de hielo.
Daniel pasa, peinándose, los dedos entre sus pelos finos.
Te vas, le digo, a quedar pelado.
Se ríe, porque cree que no es cierto, y remueve, con oficio, las brasas.
Años después
Cuando aminora la velocidad
y con las dos manos casi juntas arriba
tuerce el volante hacia la izquierda yo,
como siete años atrás su padre, le digo:
Ramiro, tené cuidado con el montículo
y Ramiro, como entonces, no cuida del montículo
y el auto salta, se desvía, muerde, como siete años atrás,
el pasto verde y húmedo de rocío con las dos ruedas de la derecha
y vuelve, después del volantazo,
al camino original de tierra seca, amarronada.
Al bordear el curvón rodeado de eucaliptos se verá, asomándose,
el perfil rosado de la casa.
El mar
Estoy parado frente a un caballete en blanco
frente al mar,
en cualquier país de Sudamérica.
Entonces pienso:
estoy envejeciendo;
nada me atrae ya con nitidez.
Un barco naranja crúzalo al mar
al bies
y se pierde.
No seré yo quien lo pinte.
Una mañana montevideana
Amanece en el puerto de Montevideo.
El Río de la Plata,
que en su ancho parece mar,
oxida las rocas del muelle.
Las luces de los barcos
anclados allá se reflejan sobre el agua tersa
y se hacen, cada una, dos.
Fascinado como el joven Burroughs
ante un espectáculo semejante,
empecé a temer, como él,
que si no me iba de inmediato
tendría que quedarme allí para siempre.
Desde la ventana
El mundo es esta estación de trenes, casi invisible por la lluvia.
Hay, entre las vías, un resto:
una naranja brillante apoyada contra el riel.
El hombre tiende la mesa
y cree cambiar en algo las cosas.
Cuadro de mujer
Cose la mujer;
clava, sobre la sábana blanca
una aguja de plata que saca después,
tensando.
Hay, a su detrás, el patio.
Y todo enrededor los silencios acabados de un atardecer azul.
Un cuadro europeo
para Bielsa
El sacerdote está echado sobre una silla de madera
-una luz azulina cubre la sala.
El joven discípulo
-sus ojos son de un trazo definido, veraz-
pregunta:
Padre, el alma, ¿dónde es?
El sacerdote, echado sobre una silla de madera,
apoyado sobre uno de los brazos de la silla
que es entonces sillón, dice:
Donde más duela, hijo.
III
De la historia argentina
Había, lejos, un rumor de galopes
que sonaba al oído como el bramar de una sudestada.
El brigadier Juan Manuel de Rosas
y el general José María Paz,
separados apenas por una cañada profunda
que había espantado a los caballos más valientes,
caminaban, en el alto de la batalla,
disfrutando de la fresca del anochecer.
Juan Manuel, con un trapo húmedo,
se limpiaba el polvo de la cara
y de cuando en cuando
respiraba a través del pañuelo,
como si el perfume le recordara un acontecer más dichoso:
la vida privada,
la pampa infinita, desde el balcón de la estancia,
años atrás.
Barranca David Peña
Sentados sobre el pasto, recortados contra la luz de la tarde, como si allí abajo se sucediera un espectáculo deportivo, miran el río. El brazo de él, extendido, señala una barcaza pintada de rojo que se agita sobre el agua. Ellas dos miran en esa dirección y después, con la mirada, buscan otras cosas para señalarle a él: otra barcaza, esta vez azul, un bote atado contra la isla, un banco de arena brillante, plateado por la luz de la tarde, que emerge de entre las aguas como si se tratara de otra isla.
Una música en la memoria
De zapatillas y pantalones negros,
con el torso desnudo,
lleno de yerba una calabaza marrón.
El paisaje es el de todos los días,
salvo por una música que no silbo
y sin embargo sé.
Un año aburrido
Ese año lo pasamos escuchando conferencias.
Una mujer recitó,
a propósito de Alejandría, unos poemas de Kavafis.
Y lo hizo moviendo mucho los brazos,
señalando un rincón de la sala
desde donde llegarían los bárbaros.
Ese año, el invierno de ese año,
lo pasamos escuchando conferencias.
Un poema rosarino
Esa es la mujer que me obsesiona.
En el verano tomábamos cerveza
en el bar de la avenida;
pasaba un dedo -ella- por el borde del vaso
y hablaba riéndose.
Ahora viste una falda florida
y sandalias de taco bajo.
Ahora viste camisa blanca
y una hebilla de nácar, sobresaliente.
Pero ya no es la mujer que me obsesiona;
de hecho, evité repetir la escena del vaso manoseado
en el bar de la avenida.
Bella la vi, como en mis sueños,
pero recordé lo que aquellos me negaban:
la conversación trivial,
su risa estridente,
mi oído cada vez más refinado.
IV
Un canción
Las plantas de lechuga,
húmedas por la lluvia de la noche anterior,
verdes,
contrastan en un paisaje acostumbrado
al maíz, al trigo y a las pasturas.
Las mujeres no hornean, como antes, el pan:
duermen a esta hora y sueñan con hombres elegantes
que las pasean en autos descapotados,
que les señalan, al cruzar el puente,
esos cuerpos encorvados y rústicos,
casi imperceptibles por la niebla,
que recogen y encajonan plantas de lechuga,
al amanecer.
La despedida
Vivimos veinticinco años juntos
y en la misma ciudad
para terminar en este país de extranjeros,
casi como dos turistas aburridos
que toman una copa helada
después de haber intercambiado
algunas palabras gentiles.
Las calles de Roma están bordeadas de basura,
por la huelga,
y hay ese olor nauseabundo
que provoca en los residuos
el calor del mes de agosto.
Acerca del alma
Nada más quisiera el alma:
una percepción emocionante,
materiales levemente corruptos
de eso que llamamos "lo real",
y no estas construcciones dc fin de siglo
en cl bajo, galerías desde las que miro
los mástiles enjutos de un barco griego.
Tampoco el agua ni, más allá,
eso que dicen es la provincia de Entre Ríos.
Verde y blanco
para Renzi
De las verdes brevas la mujer, entre sus manos, toma una.
Alguien las cortó esta mañana
eligiendo las más grandes y rugosas,
dejando que las tersas maduren como higos,
dentro de un mes.
De las verdes brevas que adornan el centro de la mesa
dentro de un plato de loza blanco
la mujer, entre sus manos, toma una.
El contacto de esa carne desarmada y fresca
contra sus labios le recuerda un viaje.
Una terraza.
Velas blancas sobre el agua del Mar Argentino.
De la percepción
para Saer
La vista puede diluir las líneas galvanizadas
que marcan el límite de la propiedad
y hacer de este campo yermo
una barranca quebrada,
suponer sauce al paraíso
y río a esa franja de cemento
donde se suceden autos brillantes,
haciendo de la percepción un instrumento del deseo
y no de la verdad.
Ediciones Vox, Bahía Blanca, 2009
Preludios
1- Después de varios años dedicados a la minucia, al enfermante relevamiento de los detalles, decidí abocarme a los temas de peso: el amor, la política, la trascendencia, la gloria. Finalmente convencido de que el mundo era más amplio que mi departamento, compré una pila de tarjetas magnéticas y salí a recorrer la ciudad en colectivo, atento al paisaje y al rumor sordo en el que se convertía la parla simultánea de mis contemporáneos. La bruma gris que se levanta en los barrios de la quema y la otra, prístina, que emerge, rosa, del agua del río león, envolvían mis paseos en un aura de ensueño y todo se aparecía corrido de la justa dimensión de lo real. Vi epopeya donde debí ver miseria y degradación donde había renunciamiento. Niños vi: pero eran viejos. Y vi dioses que eran perros. ¿Sol? No: pintura fresca. Y oro en lugar de arena.
*
2- El agua no sino la sal disuelta en el agua sostenía mi cuerpo sobre la superficie del mar y yo miraba el cielo atravesado por pelícanos que traían noticias de una zoología monstruosa. Pensé que esa era la hora justa para pensar en las cosas en las que me había olvidado de pensar: la familia, el trabajo. Pero esa idea me distrajo de su objeto y ya no pude pensar sino en cómo era que el agua o que el agua y la sal mantenían a flote el cuerpo pesado de un hombre de cuarenta años, con una preocupación por hueso cómo, sobre todo, hacía el cuerpo para sostenerse a flote por qué toda la presión del universo, no me hundía de una vez y para siempre.
8- Era tirar la línea al agua y sacarla con un golpe de muñeca para que el balde se fuera llenando de mojarras; después, era ingresar en la modesta mitología de lo exagerado: 87, 153, 350. Pero antes, entre una cosa y la otra, era la poderosa sensación de que un ser desprovisto de conciencia, insensible al dolor, había, flap, mordido la lombriz que vos como un tejedor experto, habías enhebrado en la agujita doblada. Allá, una, embarazada como un corcho de champagne, tomaba sol con los pies en el agua y otro contaba cuánto cobraba el cura del pueblo por celebrar una boda. Cuerdas pulsadas por nadie y para nadie, en una tarde de calor.
*
10- El relámpago de la juventud se apagó justo cuando te escribía una carta que no te mandé. La carta era imperial: hablaba de un tanque australiano donde nos habíamos bañado un verano y de las flores blancas y amarillas de unos nenúfares que se enredaban en tu pelo y volaban como si fuesen marionetas de mariposas cada vez que vos movías la cabeza para sacártelas de encima –y no se iban. ¿Por qué te escribí? ¿Por qué terminó la tormenta que parecía que iba a durar para siempre? ¿Por qué una cosa sucedió mientras sucedía la otra? Envejecí escribiéndote una carta cuya único objeto era retratarte como fuiste una vez y por cada célula tuya que lograba inmortalizar se moría una mía, una mía se moría, se moría.
*
11- Compro velas para mi santuario personal para, cada mañana, rezar porque mi vida sea, no una felicidad de más, sino un desastre de menos. La chica que vende velas se llama Laura Sandoval. Dice que nunca comió con velas y yo no sé si me lo dice porque me está dando una información de la que yo puedo prescindir en los próximos 50 años, o porque quiere que la invite a cenar a las luz de las velas. Algo de ella me dice que lo primero es la verdad; algo mío me dice que lo segundo es más verdad. Prendo una vela por Laura Sandoval, porque ella ha activado el motor oxidado de la duda.
Preludios
1- Después de varios años dedicados a la minucia, al enfermante relevamiento de los detalles, decidí abocarme a los temas de peso: el amor, la política, la trascendencia, la gloria. Finalmente convencido de que el mundo era más amplio que mi departamento, compré una pila de tarjetas magnéticas y salí a recorrer la ciudad en colectivo, atento al paisaje y al rumor sordo en el que se convertía la parla simultánea de mis contemporáneos. La bruma gris que se levanta en los barrios de la quema y la otra, prístina, que emerge, rosa, del agua del río león, envolvían mis paseos en un aura de ensueño y todo se aparecía corrido de la justa dimensión de lo real. Vi epopeya donde debí ver miseria y degradación donde había renunciamiento. Niños vi: pero eran viejos. Y vi dioses que eran perros. ¿Sol? No: pintura fresca. Y oro en lugar de arena.
*
2- El agua no sino la sal disuelta en el agua sostenía mi cuerpo sobre la superficie del mar y yo miraba el cielo atravesado por pelícanos que traían noticias de una zoología monstruosa. Pensé que esa era la hora justa para pensar en las cosas en las que me había olvidado de pensar: la familia, el trabajo. Pero esa idea me distrajo de su objeto y ya no pude pensar sino en cómo era que el agua o que el agua y la sal mantenían a flote el cuerpo pesado de un hombre de cuarenta años, con una preocupación por hueso cómo, sobre todo, hacía el cuerpo para sostenerse a flote por qué toda la presión del universo, no me hundía de una vez y para siempre.
8- Era tirar la línea al agua y sacarla con un golpe de muñeca para que el balde se fuera llenando de mojarras; después, era ingresar en la modesta mitología de lo exagerado: 87, 153, 350. Pero antes, entre una cosa y la otra, era la poderosa sensación de que un ser desprovisto de conciencia, insensible al dolor, había, flap, mordido la lombriz que vos como un tejedor experto, habías enhebrado en la agujita doblada. Allá, una, embarazada como un corcho de champagne, tomaba sol con los pies en el agua y otro contaba cuánto cobraba el cura del pueblo por celebrar una boda. Cuerdas pulsadas por nadie y para nadie, en una tarde de calor.
*
10- El relámpago de la juventud se apagó justo cuando te escribía una carta que no te mandé. La carta era imperial: hablaba de un tanque australiano donde nos habíamos bañado un verano y de las flores blancas y amarillas de unos nenúfares que se enredaban en tu pelo y volaban como si fuesen marionetas de mariposas cada vez que vos movías la cabeza para sacártelas de encima –y no se iban. ¿Por qué te escribí? ¿Por qué terminó la tormenta que parecía que iba a durar para siempre? ¿Por qué una cosa sucedió mientras sucedía la otra? Envejecí escribiéndote una carta cuya único objeto era retratarte como fuiste una vez y por cada célula tuya que lograba inmortalizar se moría una mía, una mía se moría, se moría.
*
11- Compro velas para mi santuario personal para, cada mañana, rezar porque mi vida sea, no una felicidad de más, sino un desastre de menos. La chica que vende velas se llama Laura Sandoval. Dice que nunca comió con velas y yo no sé si me lo dice porque me está dando una información de la que yo puedo prescindir en los próximos 50 años, o porque quiere que la invite a cenar a las luz de las velas. Algo de ella me dice que lo primero es la verdad; algo mío me dice que lo segundo es más verdad. Prendo una vela por Laura Sandoval, porque ella ha activado el motor oxidado de la duda.
En la casa, antes de salir a trabajar,
desayuna mirando por la ventana
El desastre tiene la cara de una mujer
a las siete y media de la mañana,
una agenda de cuero marrón, las llaves del auto:
medias negras de red
recogiendo unas piernas
que hasta hace diez o doce años
serían la cima de su cuerpo
y no se conforman ahora con ser la base:
la base del cuerpo
de una picapleitos de más de cuarenta,
a las siete y media de la mañana,
un figurín con los zapatos mojados
deslizándose sobre la vereda enjabonada
saliendo de la casa de enfrente de mi casa,
yendo a Tribunales.
En el ómnibus
Cinco monedas de diez en la mano
hasta antes de ayer ocupada
en oficios,a la vista de los callos, metalúrgicos,
desocupada hasta ayer y desde hoy subocupada
en una actividad más perecedera que humillante,
mientras en el Palacio Vasallo
los que ocupan sus bancas discuten la inconveniencia
de que haya, en los ómnibus, guardas:
"tarjetas magnéticas" dicen unos
y los otros "que corten boletos los colectiveros",
y otros "que log negro vayan a trabajá a gamba"
"¿o no se hicieron, acaso, revoluciones a pie?"
En el banco, cobrando el sueldo de profesor universitario
En el subsuelo del banco de la provincia,
profesores universitarios
como caras de una multitud pintadas
por la mano de un pintor naturalista
que decidió darles, a las menos,
el brillo singular de la inteligencia,
a las más, el gesto adusto del empeño
y de la buena voluntad.
El fondo de la tela, la base, cubierta
de caras incompatibles con el oficio
y con la profesión.
En la biblioteca, trabajando
El bibliotecario -moreno, enjuto, amable
hasta la exasperación- anota con letra desprolija
un número de código, una fecha,
"¿va a trabajar?"
TRABAJO //3. Cosa producida por el entendimiento
//5 Esfuerzo humano aplicado a la producción de riqueza.
Se usa en contraposición de capital.
Sí, voy a producir una cosa por el entendimiento.
Voy a leer, voy a comparar, voy a escribir, voy a trabajar.
La madera de la mesa en un declive
de menos de 45 grados,
simétrico al que cae sobre el abdomen de mi vecino,
dieciocho años,
el reflejo de mi cara en el vidrio centelleante
de sus anteojos y abajo, sobre la madera,
fulminado bajo el foco
que conforman sus ojos derecho e izquierdo,
un volumen de Ferrater Mora, páginas 90 y 91,
los numeros al revés, un lápiz Staedtler igual al mío,
intercambiable salvo porque
un pájaro negro, como si fuese un gorrión,
pero negro, o como si fuese un mirlo
con la forma de un gorrión,
un pájaro, en fin, tan sorprendente
se posa sobre el alféizar de la ventana
que ilumina cada una de las mesas de la biblioteca:
las conozco a todas.
Quince años sentado a estas mismas mesas,
leyendo, estudiando, trabajando.
Hay veces que la vista se distrae de su objeto natural
y se pasea, vacante, por las inmediaciones.
En la de adelante, a la izquierda,
inscripciones religiosas, trazos de fe:
JESUS ES EL SALVADOR, o DIOS ES AMOR
o, terrenalmente: SI QUIERES VIVIR CON DIOS:
CAMILO ALDAO 2400 TEL 567202.
Diseminados en todas,
tanto en las que miran hacia la puerta
como en las que miran hacia el
-desde hace quince años provisorio-
museo de antropología,
nombres de lectores, borroneados algunos, otros,
furiosos, atravesando la veta de la madera, indelebles:
RULO, GUILLERMO, NORMA, SERGIO,
SOLE, PATO, ALDO -varias veces, en distintas mesas,
un egótico, o un héroe del lugar.
Menos, y contrariamente a la suposición, al lugar común,
inscripciones políticas: una, muy vieja o muy anacrónica,
ERP. FAR y una estrella de seis puntas.
Otra, menos vieja, exactamente anacrónica
FRANJA MORADA. LIBERACION NACIONAL.
Otras, sueltas: JUP, PI, PRT.
Una, modernísima, futura: MENEM 99 MUERTE A LOS ZURDOS.
En las de atrás, de espaldas a la puerta,
el estudio y el trabajo parecen interrumpirse
por la voluntad sexual. Una: TENGO GANAS DE COGER;
otra, al lado: YO TAMBIEN;
otra más: Y NOSOTROS TAMBIEN.
En la mesa contigua, siempre de espaldas
a la puerta de entrada: VIVIAN TE CHUPO LA CONCHA.
En otras, sueltos, sin hacer sistema,
NORA X PLATON, LUCHO TE AMO, LEDESMA PUTO.
En la calle, volviendo a la casa
Doce menos cuarto.
Un poema el pedazo de un poema
anotado en una libretita:
"recuerdo la primera vez que te besé
el verano pasado, cerca de un pastizal
donde reinaban todos los grillos".
No sé, yo paso ahora que ya no llueve
frente a una juguetería
donde antes había un almacén y mucho antes
un bar al que veníamos con una mina
que ahora es una señora
comprando juguetes para sus
uno, dos, tres, cuatro hijos,
dos varones, dos mujeres.
Yo la miro de afuera, como el de antes,
a través de la puerta abierta del local,
sin interferencias,
pero ella mira hacia mí y ve al de ahora,
y entonces sale, se me acerca
y me extiende la mano, nos damos la mano
como si fuésemos, no sé, abogados,
y yo retengo su mano en la mía
y le pregunto ¿cuándo fue
la primera vez que nos besamos?
y ella se ríe, con esa risa que a mí me
y me pregunta si
nos besamos, si alguna vez nos besamos.
Dando por bueno que los artefactos
revelen más sobre nosotros que las
confesiones, allí están los carteles,
volviendo a casa por San Luis
reflejando nuestro lustre y nuestra opacidad.
Los que dicen, arriba:
LA CAMISA IMPORTANTE. FABRICANTES:
BENJAMIN Y MOISES AZERRAD S.C.C.
LA LIBANESA. BOTONERIA. MERCERIA. POR MENOR.
TEXTIL MARYSANS. DISTRIBUIDOR MAYORISTA.
MEDIAS LENCERIA. TOALLAS. SABANAS. PAÑUELOS. PULOVERES. TEXTIL MODAS. VENTAS POR MAYOR Y MENOR.
SOMOS FABRICANTES. VEA QUE PRECIOS.
GUANTES. MEDIAS. LENCERIA. TEJEDURIA. BONETERIA. MODAS. CONFECCIONES. SIMBOLO DE CALIDAD.
TODO PARA GORDOS. SALVADOR SAMAN.
SALDOS DE FABRICA. CASA EDER.
Pero también, los que dicen abajo
y contra las persianas bajas:
RIO PARANA ALQUILA. VENDE MANARIN INMOBILIARIA.
PERMUTO. ALQUILO. DUEÑO.
LIQUIDAMOS POR DISOLUCION SOCIEDAD.
TOTAL 1300 M2. DUEÑO.
Los que, por impericia,
por falta de ambiciones y de crédito, por pudor.
Los que no tuvieron la descendecia deseada,
los que no poner a su hijo de dieciocho
al frente de un mostrador para que, precisamente, mostrara, en la pista: los que perdieron.
Los que juegan billa en el club, los que fuman, esos.
Y después, los otros, los que fueron disolviendo
con paciencia oriental el negro de la bolilla
que rechazaba, cada vez, su incorporación
al Jockey Club, al Social, al Golf,
hasta volverla blanca, brillante, caramba,
como una tela, señora, de satín, vea qué precio,
ni retazo tan barato, sin competencia, y ahora,
ahora, doce y diez, uno de ellos, cualquiera,
toma agua mineral sin gas
sentado a la sombra de la galería
de la casa del Rosario Golf Club y a su izquierda,
splash, rompe el espejo de agua de la pileta
una chica que en menos de treinta segundos volverá, empapada y aburrida, a echarse en su reposera
y enfrente, la salida del hoyo 10,
435 yardas, par 4, un flaco de 20, handicap 3,
esto es, 3 golpes de ventaja
al par 72 del recorrido completo,
practica la salida no como es habitual,
no como indica la ortodoxia, con una madera
para provocar un golpe aéreo, planeado, dirigido,
que permita a la pelota cruzar, limpia, el arroyo Ludueña
y estacionarse del otro lado, en la boca del green:
con hierro pega, una y otra vez,
un golpe brutal, rasante, arriesgado,
no porque obtenga, con él, ningún beneficio,
sino para que se diga, de él, por lo bajo,
"es capaz de pegarle con un fierro",
y le pregunten, entonces, el fin de semana,
ya en campeonato, "¿con qué salís, Tarzán?"
-y le dicen Tarzán como si, abandonado
por sus padres en la selva
las bestias salvajes le hubieran enseñado
los rudimentos de la supervivencia,
según se entiende la supervivencia
en el ámbito del Rosario Golf Club:
pegarle, por ejemplo, con hierro en lugar de madera-,
"hierro 8", dirá Tarzán,
preparando el palo, mirando en lontananza,
para que los demás se miren entre sí
y uno sonriendo mande "les dije,
es capaz de pegarle con un fierro".
Y ahí está Tarzán, ahora, doce y veinte,
pegándole con hierro 8, construyendo
un mito a su alrededor, mientras la chica
se calcina junto al espejo de agua de la pileta
y el turco -a quién le importa que Mohardi
quede en Siria, no en Turquía-
con un teléfono en la mano mueve la boca
vaya uno a saber para decir qué a quién.
Y volviendo a casa por Dorrego,
desviado noventa grados de San Luis
era, digo, digo que era
una canción de un tipo
que se llamaba Raúl Abramzon,
el líder de Industria Nacional
que después se cortó solo
y que al cantar silbaba las eses.
Digo que era una canción que decía "La plaza
adonde siempre te encontraba
para hablarte de mi amor",
una canción de esas que pasan en la radio
muchas veces durante poco tiempo
y que por alguna razón vuelve,
dos décadas después, a la memoria,
por las eses silbadas, por la plaza,
y cuando digo plaza digo la Plaza San Martin
con la estatua de San Martín,
porque uno va, decía una amiga,
que decía 'uno' y no 'una', uno va
a cualquier parte de la Argentina y siempre
hay una Plaza San Martin con la estatua
de San Martín a caballo,
lo que no estaría, decía, mal,
si no fuera porque eso supone
descuidar otras figuras de un enorme valor
y cuando decía enorme estiraba la o
y la dejaba después timbrando en la erre,
de un enooorrrme, decía, valor.
Llegando a Córdoba por Dorrego,
San Martín a caballo de bronce
y abajo, en la base de granito,
los buracos donde hubo once
placas de bronce
de la Asociación Sanmartiniana
o del gobernador,
-se las chorearon no, heroicos,
para hacer con el bronce once
balas para la resistencia,
sino para venderlas, para morfar.
En la esquina de Santa Fe, en la Jefatura,
hay un policía vestido de negro. Y abajo
del policía, exactamente abajo de sus pies,
los cimientos de una civilización
que se despliegan sobre un mar de pulpos
que asoman, ahora, sus cabecitas peladas. Arriba
el cielo está pulido como sólo podría estarlo
un vidrio.
En la casa, por bañarse
El cuerpo desnudo de un hombre viejo.
Las caderas de mujer, un mapa de pelos.
La bolsa de los huevos cuelga
como una breva achicharrada.
Y nada, ni siquiera los huevos
llenan los huecos de una vida vacía.
Bajo la ducha, recuerda la morgue
Un rayo eléctrico se desprende del cielo
atraído por la inmensa bola de fibrocemento
que, como un ovni recuperado
para el beneficio de la comunidad,
guarda agua potable y en sus convexiones secas
ratas y cucarachas.
Recién entonces, sentado sobre una baranda
de ladrillos, miro hacia el cielo y digo
"parece que va a llover".
Es la primera vez que hablo en horas.
No había dicho nada
cuando me llamaron por teléfono para avisarme
que la loca se había muerto. Tampoco
dije nada en el viaje de dos horas
con la vista atravesando
el vidrio polarizado de la ventanilla,
mirando de a uno los mojones del camino, "224", "193",
preguntándome cuál de todos los muñequitos
habrá sido el último en ver,
si es que la loca venía, como yo,
atravesando el vidrio con la vista
y no leyendo una revista cualquiera,
el diario, o durmiendo después de una noche
de esas en las que nadie duerme medianamente bien,
por el calor, o por el zumbido
de las paletas del ventilador, o por la falsa virtualidad del ambiente refrigerado.
Tampoco había dicho nada cuando
el covani de saco azul me dió la mano
ni cuando me la dió la covani de blanco
que la iba de enfermera
pero que era de la compañía de seguros.
Tampoco dije nada, ni "mú", cuando el otro,
un hombre negro de cejas rubias, radiantes,
haciéndome pasar bajo un cartel inmenso y colorado
que decía, justo, "no pasar",
abrió algo así como un fichero sin proporción
y con ojos de "yo he visto peor"- y si había visto peor
lo había visto realmente todo, el universo absoluto-
me preguntó si era ella.
Nada, tampoco dije nada
cuando eso que una vez había sido su hermano,
tambaleante en la oscuridad de uno de los pasillos
a la salida de la morgue
trató de sostenerme en un abrazo
ni cuando la otra,
la que sería la cuarta, la décima nueva mujer
de eso que una vez había sido su hermano
me acarició la nuca y a la distraída
pero intencionadamente la base de la oreja.
Tampoco nada había dicho al mediodía
cuando vinieron a buscarme y me sorprendí
de que los árboles estuvieran, como siempre,
con las copas altas hacia el cielo.
Por eso cuando como un latigazo brillante
sobre el anca de un caballo negro
como, propiamente, la noche,
estalló el rayo sobre el tanque de agua
de San Pedro, y miré entonces hacia el cielo
y dije "parece que va a llover",
fue como si el mundo, no sólo el planeta Tierra,
sino también el sistema solar,
éste, el que todos creemos conocer
y también esos otros que dicen, simétricos,
se expanden vaya uno a saber
en qué vericuetos de la imaginación científica,
el mundo entonces, detenido desde que sonó el teléfono
y esa turra me preguntó si yo era quien era
para mandarme después el baldazo de mierda y sangre
se hubiera, ahora,
de un modo perceptible, torpe, mecánico,
a trac mover de trac, trac, nuevo,
y entonces el que está a mi lado
mira también hacia el cielo
y aprovechado de mi locuacidad
me apoya una mano en la pierna, sobre la rodilla,
y me dice, "yo te voy a ayudar".
Claro: vaya uno a saber si es verdad que se ayuda,
y si es verdad, cómo,
pero qué noble esa mano sobre la rodilla,
y qué noble el mundo en detenerse
y qué noble en volver a girar.
En la casa, escribe una carta
Mon cher ami, j'ai commencé cette lettre
en écoutant la voix d'un ancien par la fenetre...
...el golpe del agua contra la madera
sonaba como como si Satie, propiamente, amigo mío,
hubiera descendido del cielo:
en eso pensaba, y en esta bóveda
gris a veces, celeste diáfana, negra, azul, rosada
que nos envuelve a todos;
la voz, sabrás, de un viejo a través de la ventana
me recordó la tuya,
la que yo imagino será tu voz ahora,
cuando hace siete años sonaba firme
como la de un soldado,
pero no me engaño: cascada estará
como las paredes de esta casa, como sus muros,
corruptos por el viento húmedo
que del cajón del rio viene a desarmarse,
después de la curva
en la que te gustaba fotografiarte
como si en lugar de llegar a ser una persona importante,
lo fueras ya,
todavía en esta provincia,
reina de la indiferencia y del rencor.
En la casa, cena
El plato playo y blanco recortado
por un pedazo de carne cuyas sangre y grasa
se volatilizan como humo sobre mi nariz:
no me repugna menos que aquel profesor que
amparado por el prestigio y por el alcohol
daba clase con los pantalones manchados de mierda.
Raúl, Raúl González Tuñón, un poeta argentino,
escribió una loa a un caballo muerto,
un caballo de tiro muerto en la calle, trabajando.
Lo llamaba "obrero".
Yo voy a comerme un esclavo.
En la casa, lee de un libro que se llama "Los Raros:
biografías de poetas argentinos. Segunda parte":
"A.F.O.
Pero cuando murió la mujer y los padres envejecieron
hubo que atender a "los pibes" -así los llamaba, como
si fuesen unos chicos del barrio, hijos de los vecinos
y no, propiamente, suyos. Y empezó una carrera profesional
tardía, obtenida a través de relaciones personales,
amigos de amigos que decían, de él, "un tipo que leyó
a Engels y a Marx", o si no, en voz más baja
y elocuentemente admirativa,'un poeta'.
Leía, emocionándose, a Macedonio Fernández y a Lugones,
polemizaba con Galvano Della Volpe -cuando ya nadie
sabía quién era- y hacía durar sus clases la mitad
de lo que una estricta sesión psicoanalítica, tiempo
que se volvía fugaz para los cantos de Darío engolados
en su voz, e interminable para los campos porteños
de Benito Lynch. Logró armarse de un grupo de muchachos
que lo adulaba llamándolo 'maestro', pagándole copas
y botellas, y de uno más sólido y pertrechado
que lo tildaba de 'viejo choto'; tuvo la virtud
de no hacer caso de unos ni de otros, aunque bebiera
de los primeros y llamara, a los demás, 'las conchudas
de la academia', ámbito, sin embargo, que debido
a estrategias de política interna -que otra vez
hubiera despreciado, pero a las que ahora cedió-
terminó otorgándole un sillón y un despacho:
pero su persiana, a través del patio de las moras,
se veía siempre baja. Atendía en los bares -una camisa
blanca, una corbata angosta, un saco de media estación,
siempre arrugado, de febrero a diciembre- y evidenciaba
un desprecio simétrico por aquellos que lo llamaban
'señor Director' como por quienes le desatendían, en el trato,
esa condición. Promovió, desde su cargo,
en forma oral y un poco vaga, una serie de actividades
a las que exageradamente llamaba 'mis ideas':
la publicación de unos cuadernillos sobre dramaturgia
y poética, el funcionamiento de unos talleres de traducción
-'me interesa el alemán', decía, acompañando sus palabras
con un movimiento de su mano derecha, como dando a entender
que estaba diciendo algo más de lo que decía,
aunque nadie entendiera muy bien qué.
Pero no dio un solo paso
para que esas ideas se desarrollaran, demostrando
en esa inmovilidad tanto su desdén por las formas
que la institución y el cargo suponían
como su incapacidad para lo mismo. Fue, en todo,
un hombre incómodo y atrapado. Publicó un artículo sobre
Borges, otro sobre Vallejo, y un libro de poemas simbolistas.
Hace 67 años que vive en el barrio Parque, desde cuando el barrio
no se llamaba todavía así ni era, estrictamente, un barrio.
Su casa, un terreno angosto adelante, un baldío detrás,
queda a diez cuadras del hipódromo,
donde su padre se jubiló como vareador:
pasado del que se jacta.
H.A.P.
Estuvo toda mañana traduciendo a Silesius: versos secos como ramas secas, que se quiebran a paso de caballo: crack, crack. Y tomando mate, 34 grados, en galería de ladrillos de choza, frente a Paraná que esa mañana se presenta como carpa inflada y monstruosa. Escenario es más o menos convencional: mesita de madera, pava, calabaza marrón de la que surge, brillante, bombilla, cuaderno abierto, lápices, pila de papeles sostenida por libro grueso, que tal vez sea diccionario. Y tipo, camisa blanca, muy liviana, abierta hasta esternón, traje de baño amplio, como si fuese de otro, pies enfundados en sandalias de cuero fino. A veces sentado a mesa, anota cosas en cuaderno, consulta libro grueso, adquiere, cuando anota, cierto frenesí ; pero en general, no: aparece paseándose alrededor, mirando, con distracción, superficie de rio o, con desidia y algo de desprecio, torres de ciudad que surgen, después de curvón y detrás de laguna. Visto, supongamos, desde velero o bote, daría imagen de tenedor de libros que se llevó, fin de semana, trabajo a su casita de costa o, si navegante es más imaginativo, hombre enamorado, sí, eso, hombre enamorado, que escribe cartas de amor, y que elige cada palabra como si fuese pieza de motor, cuyo funcionamiento dependiera de conjunto. Tal vez también, pero esto es pedirle demasiado a navegante, poeta, imagen que suponemos navegante tiene de poeta, hombre solitario, en casita pobre, escribiendo versos contra ciudad a la que echa miradas. Hombre, también, algo ridículo, esas sandalias de cuero fino, ¿no alpargatas?, ¿no ojotas de plástico reseco?, ¿no crudo pie, descalzo, cubierta, su planta, por callosidad capaz de resistir estiletazo lingual de alimaña de Horacio Quiroga? Pero no, no tenedor de libros, no corresponsal enamorado, ni siquiera poeta. Traductor de Silesius, verdadera anormalidad en litoral argentino. A veces golpea, con dedo índice de mano derecha, tabla de mesa, como si quisiera reproducir, a través de acentos, ritmo de línea cualquiera, otras, parece no bastarle con eso, y le agrega, a show, movimientos con boca silenciosa, como si cantara para él, y otras desaparece, se pierde en bosquecito que rodea a construcción, busca, con olfato, como perro hambriento, ramas secas, y con sandalias de cuero fino, de pisotón, las quiebra, una vez, varias veces, hasta que se le graba sonido en memoria, y vuelve, repitiéndolo, desorbitado, a mesa de trabajo, crack, crack, crack, crack, crack, crack, y anota, con lápiz blando, en cuaderno, verso 7, crack, crack, te tengo Siles, te agarré, y después entra en calma boba, toma calabaza de mate, revuelve, casi por instinto y sin necesidad, yerba con bombilla, y mira rio que ya a mediodía parece haberse desinflado, después de que amenaza de tormenta de sudeste desapareció. Y entonces deja calabaza marrón sobre mesa, se saca, con mismos pies, sandalias de cuero fino, se saca camisa blanca, la dobla sobre silla, se saca traje de baño también, y baja, desnudo, por barranca hasta muelle y se sumerge, como lanza, en rio. Cuando reaparece en superficie, pelo echado hacia atrás, de brazadas enérgicas llega hasta remanso, donde se vuelca, y flotando de espaldas, cara a sol, piensa, 'eso, un sonido, la reproducción de un sonido, la más fiel reproducción de un sonido como a los perros, el ladrido, crack, crack, no, como quería Flaubert, le mot juste, sino le son juste, crack, crack, eso, el sonido, el ladrido de un perro...guau, guau'".
"A.F.O.
Pero cuando murió la mujer y los padres envejecieron
hubo que atender a "los pibes" -así los llamaba, como
si fuesen unos chicos del barrio, hijos de los vecinos
y no, propiamente, suyos. Y empezó una carrera profesional
tardía, obtenida a través de relaciones personales,
amigos de amigos que decían, de él, "un tipo que leyó
a Engels y a Marx", o si no, en voz más baja
y elocuentemente admirativa,'un poeta'.
Leía, emocionándose, a Macedonio Fernández y a Lugones,
polemizaba con Galvano Della Volpe -cuando ya nadie
sabía quién era- y hacía durar sus clases la mitad
de lo que una estricta sesión psicoanalítica, tiempo
que se volvía fugaz para los cantos de Darío engolados
en su voz, e interminable para los campos porteños
de Benito Lynch. Logró armarse de un grupo de muchachos
que lo adulaba llamándolo 'maestro', pagándole copas
y botellas, y de uno más sólido y pertrechado
que lo tildaba de 'viejo choto'; tuvo la virtud
de no hacer caso de unos ni de otros, aunque bebiera
de los primeros y llamara, a los demás, 'las conchudas
de la academia', ámbito, sin embargo, que debido
a estrategias de política interna -que otra vez
hubiera despreciado, pero a las que ahora cedió-
terminó otorgándole un sillón y un despacho:
pero su persiana, a través del patio de las moras,
se veía siempre baja. Atendía en los bares -una camisa
blanca, una corbata angosta, un saco de media estación,
siempre arrugado, de febrero a diciembre- y evidenciaba
un desprecio simétrico por aquellos que lo llamaban
'señor Director' como por quienes le desatendían, en el trato,
esa condición. Promovió, desde su cargo,
en forma oral y un poco vaga, una serie de actividades
a las que exageradamente llamaba 'mis ideas':
la publicación de unos cuadernillos sobre dramaturgia
y poética, el funcionamiento de unos talleres de traducción
-'me interesa el alemán', decía, acompañando sus palabras
con un movimiento de su mano derecha, como dando a entender
que estaba diciendo algo más de lo que decía,
aunque nadie entendiera muy bien qué.
Pero no dio un solo paso
para que esas ideas se desarrollaran, demostrando
en esa inmovilidad tanto su desdén por las formas
que la institución y el cargo suponían
como su incapacidad para lo mismo. Fue, en todo,
un hombre incómodo y atrapado. Publicó un artículo sobre
Borges, otro sobre Vallejo, y un libro de poemas simbolistas.
Hace 67 años que vive en el barrio Parque, desde cuando el barrio
no se llamaba todavía así ni era, estrictamente, un barrio.
Su casa, un terreno angosto adelante, un baldío detrás,
queda a diez cuadras del hipódromo,
donde su padre se jubiló como vareador:
pasado del que se jacta.
H.A.P.
Estuvo toda mañana traduciendo a Silesius: versos secos como ramas secas, que se quiebran a paso de caballo: crack, crack. Y tomando mate, 34 grados, en galería de ladrillos de choza, frente a Paraná que esa mañana se presenta como carpa inflada y monstruosa. Escenario es más o menos convencional: mesita de madera, pava, calabaza marrón de la que surge, brillante, bombilla, cuaderno abierto, lápices, pila de papeles sostenida por libro grueso, que tal vez sea diccionario. Y tipo, camisa blanca, muy liviana, abierta hasta esternón, traje de baño amplio, como si fuese de otro, pies enfundados en sandalias de cuero fino. A veces sentado a mesa, anota cosas en cuaderno, consulta libro grueso, adquiere, cuando anota, cierto frenesí ; pero en general, no: aparece paseándose alrededor, mirando, con distracción, superficie de rio o, con desidia y algo de desprecio, torres de ciudad que surgen, después de curvón y detrás de laguna. Visto, supongamos, desde velero o bote, daría imagen de tenedor de libros que se llevó, fin de semana, trabajo a su casita de costa o, si navegante es más imaginativo, hombre enamorado, sí, eso, hombre enamorado, que escribe cartas de amor, y que elige cada palabra como si fuese pieza de motor, cuyo funcionamiento dependiera de conjunto. Tal vez también, pero esto es pedirle demasiado a navegante, poeta, imagen que suponemos navegante tiene de poeta, hombre solitario, en casita pobre, escribiendo versos contra ciudad a la que echa miradas. Hombre, también, algo ridículo, esas sandalias de cuero fino, ¿no alpargatas?, ¿no ojotas de plástico reseco?, ¿no crudo pie, descalzo, cubierta, su planta, por callosidad capaz de resistir estiletazo lingual de alimaña de Horacio Quiroga? Pero no, no tenedor de libros, no corresponsal enamorado, ni siquiera poeta. Traductor de Silesius, verdadera anormalidad en litoral argentino. A veces golpea, con dedo índice de mano derecha, tabla de mesa, como si quisiera reproducir, a través de acentos, ritmo de línea cualquiera, otras, parece no bastarle con eso, y le agrega, a show, movimientos con boca silenciosa, como si cantara para él, y otras desaparece, se pierde en bosquecito que rodea a construcción, busca, con olfato, como perro hambriento, ramas secas, y con sandalias de cuero fino, de pisotón, las quiebra, una vez, varias veces, hasta que se le graba sonido en memoria, y vuelve, repitiéndolo, desorbitado, a mesa de trabajo, crack, crack, crack, crack, crack, crack, y anota, con lápiz blando, en cuaderno, verso 7, crack, crack, te tengo Siles, te agarré, y después entra en calma boba, toma calabaza de mate, revuelve, casi por instinto y sin necesidad, yerba con bombilla, y mira rio que ya a mediodía parece haberse desinflado, después de que amenaza de tormenta de sudeste desapareció. Y entonces deja calabaza marrón sobre mesa, se saca, con mismos pies, sandalias de cuero fino, se saca camisa blanca, la dobla sobre silla, se saca traje de baño también, y baja, desnudo, por barranca hasta muelle y se sumerge, como lanza, en rio. Cuando reaparece en superficie, pelo echado hacia atrás, de brazadas enérgicas llega hasta remanso, donde se vuelca, y flotando de espaldas, cara a sol, piensa, 'eso, un sonido, la reproducción de un sonido, la más fiel reproducción de un sonido como a los perros, el ladrido, crack, crack, no, como quería Flaubert, le mot juste, sino le son juste, crack, crack, eso, el sonido, el ladrido de un perro...guau, guau'".
En la casa, escribe
Que descanse de mí, que yo
descanse de mí, materia disuelta
en el aire del prójimo.
Para no defraudar, quemé todos los papeles.
El inodoro se quebró, la base se quebró
y hubo que andar cagando por ahí
dos meses hasta que pegamos un trabajo
y baño nuevo.
¿Deberíamos extrañarnos de eso,
llamarlo "nuestra educación"?
Dulce, lovely cae la tarde,
con olor a mandarinas,
pero amargo es estarse aquí,
nadie me corta las uñas de los pies.
En la casa, duerme y sueña
Y si volviera de la templada voz
tu "no me digás de nuevo",
esas cosas que contemplaban, intacto,
el mundo de los animales:
la vaca estatuada, el ciempiés
entre las baldosas quebradas de la galería y,
fundiéndose en las nubes de mosquitos,
el amor suspendido en el aire.
Sobre una mesita de latón había,
abierto, reseco y apelmasado,
un ejemplar de El Tony:
cuando le acercamos un fósforo encendido
se formó, moldeada por el viento,
la figura de una gallina centelleante
que exhudaba la fragancia de una planta de maíz.
Después, nos sentamos a fumar
mientras la gallina cloqueaba
como si estuviese loca y vos me contaste
la fábula de la vaca y el perro.
Hay una vaca, de esas holando-argentinas,
que tienen el cuero blanco manchado de negro.
Y la vaca camina, seguida por un perro,
hasta que se le cae una mancha.
El perro, que viene detrás,
pisa la mancha, creyendo que es una mancha,
pero es un agujero.
Y cae el perro a un mundo de perros.
Hay perros, perras, perritos, perritas.
Perros que nuestro perro
hace mucho que no ve
y con los que le encanta reencontrarse
y otros, que no conocía y que le gusta conocer.
Así, se hace amigo de un perro dálmata
que también tiene el cuero blanco con manchas negras.
Siguiendo al dálmata,
quien pierde en el camino una mancha,
el perro, creyendo pisar la mancha del dálmata,
pisa en realidad un agujero
y cae en un pozo profundo
hasta reaparecer detrás de la vaca.
La vaca da vuelta su gran cabeza
y le pregunta al perro:
¿dónde te habías metido?
y el perro le dice:
pisé una mancha tuya creyendo que era una mancha,
pero era un pozo.
Y la vaca le pregunta entonces
¿pisaste una mancha mía?
y el perro le contesta:
Pisé una mancha tuya.
¿Pisaste una mancha mía?
Pisé una mancha tuya.
¿Pisaste una mancha mía?
Pisé una mancha tuya.
¿Cuánto pasó? ¿Diez? ¿Días? ¿Años? ¿Diez años?
Llovió todo el fin de semana
y el paredón del patio devolvió devaluada
la luz de las nueve. En el aire del tiempo,
había olor a shampoo como el que perfumaba
el pelo de quien me había hecho conocer
cristalizaciones de oro
en el unicorne embudo del dolor.
En la casa, se despierta, toma agua, vuelve a dormir y a soñar
Al principio hay perros en Retiro
y perros en Saavedra, y perros en Márquez
y una mujer que se parece a otra
en el asiento de al lado
y los balazos de goma del agua hasta Campana
y el colectivero que pone una canción
de Roberto Carlos
"la verdad es que a tu lado
es hermoso dar amor".
La vereda está barrida por el viento,
cuando aparece un vecino que dice:
"hay una banana en la vereda.
Una banana entera".
Fue una banana entera, y en mi barrio, en Sunchales.
Una banana entera pero en mitá del campo
expuesta a las auroras y lluvias y suestadas.
La banana pareja que persiste en mi barrio:
Catamarca, Rodríguez, Tucumán y Callao.
Y la vida giraba.
El Corcho decía, "hoy quemamos un colectivo",
y no tenía más de dieciseis,
mientras lo perseguían, como sombras cruzadas,
por los pasillos de la escuela,
celadores que bajo el saco, a la izquierda,
cargaban chumbos, y sobre el saco,
una chapita brillante: UOM,
y el perfil estilizado de Eva Perón.
Yo había empezado muy joven a escribir
y me llevó toda una vida arrepentirme de eso.
Estábamos en el campo, ya éramos como unos huevones
repasados de edad, pero igual jugábamos
a las escondidas para franelear detrás de los árboles,
al doble amparo de la noche y de los troncos.
Después, enchastrados, fumábamos
apoyados en la tranquera blanca. Lejísimo,
unas luces titilaban, tan débiles,
que no podíamos imaginarnos que representaban,
exactas, la imagen del futuro.
Que una se iba a ir para allá,
y el otro para más allá,
y la más linda devenir horrible,
y el más buen mozo, un jabalí,
y el brillante, subgerente de banco
y la políglota, supervisora. Ah,
delicias de la generación perdida.
Ah, esos esos esos los hijos del proceso.
Ah, nosotros.
Ah, la vida, sus giros.
Ah, el dolor. El dolor del amor. El amor al dolor.
Los giros del amor, los giros del dolor,
la jirafita que giraba en la mesa del bar la Giralda,
mi vecina, el agua enjabonada, los colectiveros,
la cara del cajero del banco más sagaz
que la de mi colega investigador,
el mirlo en el alféizar de la ventana,
los carteles de la calle San Luis, la Jefatura,
la Jefatura, la Jefatina, la Yefatina, las uñas, las uñas, mis pies.
En la casa, antes de salir a trabajar,
desayuna mirando por la ventana
(...) etc (...) etc (...) etc.
VERDE Y BLANCO
.......................................................
Nota:
Necesidades privadas en algunos casos, estéticas en otros, ambas muchas veces y, en otras, una simple adscripción a un escuela, a un movimiento, a un autor o a una manera, me han llevado en los últimos siete años a empezar a escribir varios libros de poemas. En 1982, uno que se llamaba Cosas que dice la gente. Más tarde, otro: La tradición de los Hugos. En 1984 una serie de poemas de corte autobiográfico que titulé de la eMe hasta la Pé y que llevaba un epílogo de Sergio Cueto. Un par de años después ese mismo proyecto, modificado, tomó el nombre de Biografía parcial. Entre 1985 y 1986: Album de fotos. Y en 1987 un sexto libro que se llamaba Pasiones argentinas. Estos poemas son el resultado impotente de todos aquellos libros que quise escribir y no pude.
Finalmente, quiero recordar aquí a mis amigos, los escritores Maria Teresa Gramuglio, Daniel Samoilovich y Jorge Isaías, que alentaron esta publicación.
M.P. Rosario, abril de 1988
.......................................................
para Irene
I
Contra Parménides
La misma mesa ovalada
con los mismos individuales rojos.
Los mismos vasos verdes
llenos de vino tinto.
Las mismas sillas,
tal cual distribuidas.
La misma paciencia de Agustina
para acelerar las brasas.
Las mismas charlas,
iguales enfrentamientos.
Hace un año,
sin embargo,
los comensales eran otros.
II
Dos pasiones argentinas
para Helder y Scheimberg
La losa está caliente todavía
y el vino blanco se enfría dentro de un balde
donde se derrite una barra de hielo.
Daniel pasa, peinándose, los dedos entre sus pelos finos.
Te vas, le digo, a quedar pelado.
Se ríe, porque cree que no es cierto, y remueve, con oficio, las brasas.
Años después
Cuando aminora la velocidad
y con las dos manos casi juntas arriba
tuerce el volante hacia la izquierda yo,
como siete años atrás su padre, le digo:
Ramiro, tené cuidado con el montículo
y Ramiro, como entonces, no cuida del montículo
y el auto salta, se desvía, muerde, como siete años atrás,
el pasto verde y húmedo de rocío con las dos ruedas de la derecha
y vuelve, después del volantazo,
al camino original de tierra seca, amarronada.
Al bordear el curvón rodeado de eucaliptos se verá, asomándose,
el perfil rosado de la casa.
El mar
Estoy parado frente a un caballete en blanco
frente al mar,
en cualquier país de Sudamérica.
Entonces pienso:
estoy envejeciendo;
nada me atrae ya con nitidez.
Un barco naranja crúzalo al mar
al bies
y se pierde.
No seré yo quien lo pinte.
Una mañana montevideana
Amanece en el puerto de Montevideo.
El Río de la Plata,
que en su ancho parece mar,
oxida las rocas del muelle.
Las luces de los barcos
anclados allá se reflejan sobre el agua tersa
y se hacen, cada una, dos.
Fascinado como el joven Burroughs
ante un espectáculo semejante,
empecé a temer, como él,
que si no me iba de inmediato
tendría que quedarme allí para siempre.
Desde la ventana
El mundo es esta estación de trenes, casi invisible por la lluvia.
Hay, entre las vías, un resto:
una naranja brillante apoyada contra el riel.
El hombre tiende la mesa
y cree cambiar en algo las cosas.
Cuadro de mujer
Cose la mujer;
clava, sobre la sábana blanca
una aguja de plata que saca después,
tensando.
Hay, a su detrás, el patio.
Y todo enrededor los silencios acabados de un atardecer azul.
Un cuadro europeo
para Bielsa
El sacerdote está echado sobre una silla de madera
-una luz azulina cubre la sala.
El joven discípulo
-sus ojos son de un trazo definido, veraz-
pregunta:
Padre, el alma, ¿dónde es?
El sacerdote, echado sobre una silla de madera,
apoyado sobre uno de los brazos de la silla
que es entonces sillón, dice:
Donde más duela, hijo.
III
De la historia argentina
Había, lejos, un rumor de galopes
que sonaba al oído como el bramar de una sudestada.
El brigadier Juan Manuel de Rosas
y el general José María Paz,
separados apenas por una cañada profunda
que había espantado a los caballos más valientes,
caminaban, en el alto de la batalla,
disfrutando de la fresca del anochecer.
Juan Manuel, con un trapo húmedo,
se limpiaba el polvo de la cara
y de cuando en cuando
respiraba a través del pañuelo,
como si el perfume le recordara un acontecer más dichoso:
la vida privada,
la pampa infinita, desde el balcón de la estancia,
años atrás.
Barranca David Peña
Sentados sobre el pasto, recortados contra la luz de la tarde, como si allí abajo se sucediera un espectáculo deportivo, miran el río. El brazo de él, extendido, señala una barcaza pintada de rojo que se agita sobre el agua. Ellas dos miran en esa dirección y después, con la mirada, buscan otras cosas para señalarle a él: otra barcaza, esta vez azul, un bote atado contra la isla, un banco de arena brillante, plateado por la luz de la tarde, que emerge de entre las aguas como si se tratara de otra isla.
Una música en la memoria
De zapatillas y pantalones negros,
con el torso desnudo,
lleno de yerba una calabaza marrón.
El paisaje es el de todos los días,
salvo por una música que no silbo
y sin embargo sé.
Un año aburrido
Ese año lo pasamos escuchando conferencias.
Una mujer recitó,
a propósito de Alejandría, unos poemas de Kavafis.
Y lo hizo moviendo mucho los brazos,
señalando un rincón de la sala
desde donde llegarían los bárbaros.
Ese año, el invierno de ese año,
lo pasamos escuchando conferencias.
Un poema rosarino
Esa es la mujer que me obsesiona.
En el verano tomábamos cerveza
en el bar de la avenida;
pasaba un dedo -ella- por el borde del vaso
y hablaba riéndose.
Ahora viste una falda florida
y sandalias de taco bajo.
Ahora viste camisa blanca
y una hebilla de nácar, sobresaliente.
Pero ya no es la mujer que me obsesiona;
de hecho, evité repetir la escena del vaso manoseado
en el bar de la avenida.
Bella la vi, como en mis sueños,
pero recordé lo que aquellos me negaban:
la conversación trivial,
su risa estridente,
mi oído cada vez más refinado.
IV
Un canción
Las plantas de lechuga,
húmedas por la lluvia de la noche anterior,
verdes,
contrastan en un paisaje acostumbrado
al maíz, al trigo y a las pasturas.
Las mujeres no hornean, como antes, el pan:
duermen a esta hora y sueñan con hombres elegantes
que las pasean en autos descapotados,
que les señalan, al cruzar el puente,
esos cuerpos encorvados y rústicos,
casi imperceptibles por la niebla,
que recogen y encajonan plantas de lechuga,
al amanecer.
La despedida
Vivimos veinticinco años juntos
y en la misma ciudad
para terminar en este país de extranjeros,
casi como dos turistas aburridos
que toman una copa helada
después de haber intercambiado
algunas palabras gentiles.
Las calles de Roma están bordeadas de basura,
por la huelga,
y hay ese olor nauseabundo
que provoca en los residuos
el calor del mes de agosto.
Acerca del alma
Nada más quisiera el alma:
una percepción emocionante,
materiales levemente corruptos
de eso que llamamos "lo real",
y no estas construcciones dc fin de siglo
en cl bajo, galerías desde las que miro
los mástiles enjutos de un barco griego.
Tampoco el agua ni, más allá,
eso que dicen es la provincia de Entre Ríos.
Verde y blanco
para Renzi
De las verdes brevas la mujer, entre sus manos, toma una.
Alguien las cortó esta mañana
eligiendo las más grandes y rugosas,
dejando que las tersas maduren como higos,
dentro de un mes.
De las verdes brevas que adornan el centro de la mesa
dentro de un plato de loza blanco
la mujer, entre sus manos, toma una.
El contacto de esa carne desarmada y fresca
contra sus labios le recuerda un viaje.
Una terraza.
Velas blancas sobre el agua del Mar Argentino.
De la percepción
para Saer
La vista puede diluir las líneas galvanizadas
que marcan el límite de la propiedad
y hacer de este campo yermo
una barranca quebrada,
suponer sauce al paraíso
y río a esa franja de cemento
donde se suceden autos brillantes,
haciendo de la percepción un instrumento del deseo
y no de la verdad.
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