Rodolfo Alonso nació en Buenos Aires, Argentina, en 1934. Fue el miembro más joven del grupo de vanguardia Poesía Buenos Aires. Tradujo a numerosos autores de diversos idiomas. Dirigió su propia editorial. Antologías de su obra poética fueron publicadas en Bélgica, España, México y Colombia. Poeta, ensayista y traductor. A partir de Salud o nada (1954) publicó más de 25 libros propios, la mayoría de poemas pero también de ensayo, reflexión y narrativa. Primer traductor de Fernando Pessoa en América Latina y de otros grandes autores. En 1997 recibió el Premio Nacional de Poesía por su libro Música concreta (1994). La Universidad de Carabobo (Venezuela) lo distinguió, en 2002, con la Orden Alejo Zuloaga. Fue Premio Konex de Poesía 2004. Recientemente, la Academia Brasileña de Letras le otorgó su máxima distinción (2005). Rodolfo Alonso fue siempre un comentarista comprometido de la actualidad literaria, cultural y hasta política no sólo de su país y de las Américas sino de Europa y del ancho mundo, siendo su «palabra insaciable» antes de nada la de la «defensa de la poesía» -títulos significativos de libros suyos-, pero también la de la «libertad libre» que ella supone, como la proclamó Rimbaud, a quien fue comparado por sus compañeros de generación. Según palabras de Jose Augusto Reabra, Entregándose por entero, aunque «inseguro», al amor de las palabras, Rodolfo Alonso tiene la lucidez del poeta que, deseando «hablar claro» (Hablar claro es otro título sintomático de una colección suya de poemas, de 1964), siente siempre la «carencia» y al mismo tiempo la potencialidad infinita de sentidos del lenguaje: «Las palabras, me descubrí diciendo alguna vez, son aproximativas» -escribe, explicitando el doble significado de la expresión: nunca podrán ellas significarlo todo, imprecisas como son, pero sirven aún así para aproximar a los hombres». En el presente año obtuvo el Premio Internacional de Poesía en lengua castellana, convocado por la Revista Prometeo.
Ruido de fondo
Las manos de la nieve
la nieve que cae en sueños
tus sueños como sombras
que asombran nuestro día
el día que no aclara
lo claro de tu risa
que ríe sin que lo sepas
saber que no eres mía
mi pequeña insistencia
que insiste en recordar
el recuerdo que vuela
volando ante el olvido
sin olvidar tu cuerpo
el cuerpo que ilumina
iluminando frondas
la frondosa alameda
álamos contra el cielo
el cielo de tu boca
la boca de la muerte
la muerte que no muere
morir de haber vivido
viviendo como vives
la vida que me das
te doy lo que me duele
el dolor padre y madre
la madre amante hembra
las hembras junto al fuego
el fuego que es la especie
la especie está en peligro
peligran nuestros miedos
los miedos luto en flor
Florencia nunca nunca
nunca será Las Vegas
ni veo en Delfos lumbres
para alumbrar Wall Street
estrías del planeta
planetas que se extinguen
extintos valles fértiles
fértiles sueños manos
las manos que se aman
al amor de lo hecho
hacer lo que se pueda
poder hablar decir
te digo lo que canto
cantar como las manos
manos que construyeron
construir sobre el abismo
abismos que se abren
y abriéndose se cierran
sobre gargantas libres
libertad y justicia
justicia entre las manos
las manos de la nieve
Oda a Jonathan Swift (1667 – 1745)
Lo que el humor no pudo
no lo tendrá la muerte.
Luz de la inteligencia,
corazón de razones,
luz de razón, el hombre
no siempre come sombra.
Propone, con modestia
(desde Irlanda, en el mundo,
hace trescientos años),
iluminar la vida,
o morirnos de risa,
al menos, de la infamia.
Último tango en Rosario
Guitarra, bandoneón
y despiadada música:
bajo la cruda luz,
dos rostros descarnados
chirrían con la espesa
danza de los suburbios.
Pero ya nadie baila.
Apenas unos viejos
intentan rescatar
-patética efusión-
los relumbres de antaño.
¿Y adónde se quedaron
tanta pasión y fuego,
tanto ardor, tanto vuelo
provocador y propio?
¿Qué los hizo dejar
de ser y, antes, ser?
¿El tango fue algún modo
("perdonen la tristeza")
o era esencia, sentido?
Las impares parejas
se rozan removiendo
música despareja.
La juventud vivida
¿permanece, resurge?
Inquieta, interminable,
¿hace de sus cenizas
un carnaval remoto,
un carnaval futuro?
Gauguin recuerda a Francia en Mururoa
¿Te dejé por Tahití, triste madrastra,
para morir soñándote, pintando
tu nevada Bretaña? Al color libre
y salvaje huí, a adormecerme
en los senos cobrizos de Tehura,
al resplandor del tamarindo, lejos
de tus gendarmes. Pero estabas allí:
jueces, archivos, sables, mercaderes.
¿Morí una vez, bien lejos tuyo, ajeno,
y he de verme morir en Mururoa?
¿Volveré a ver morir lo que admiraba
por obra tuya nuevamente, madre
mortal? ¿Qué puede un maorí, qué pueden
brujos sabios contra el hechizo blanco,
seco, ácido, letal, inexorable?
La dulce vida no será la misma.
¿Libertad, igualdad, fraternidad?
La gracia huye espantada, suicidándose,
a arrojarse en el mar. En sus abismos
que alguna vez creímos insondables.
Bajo el altar del atolón, el cáncer
de coral su misa negra extiende.
Francia, nodriza cruel, si quieres luz
cría vida. Si sueñas con abismos
que sean tus abismos, no los de otros,
sino en tu propio suelo. ¿Te arrastrarás,
así, tú misma al muro? ¿Ya ni en la paz
de los abismos crees, reina árida?
L'arte povera
Apenas
la palabra.
A penas
la palabra apenas.
Cuerpo presente
Tantas como soñamos
merecer una
(Una mujer
Muslos de tempestad
senos de viento
sagrado olor a mar)
Toda mujer
sentada
en el augusto trono
de su cintura
Inmensa
Vizcacha
¿La metáfora viva que buscaron
para buscarse todos, al buscarse,
vuelve como parodia e ironía?
¿Este misterio, este país que somos
y que se enzarza fiero en su destino
como luz mala en el desierto, ahora o
siempre bajo el solazo crudo, al rayo
del deseo, la impaciencia y su hermana
ciega: la impotencia? ¿Ni civiles
ni bárbaros, apenas decadentes?
¿Esa imagen profunda de uno mismo
donde abrevaba el mito, la verdad
oculta porque oscura, oscura
porque honda, eso que nos hacía
ser y que íbamos a ser, culpables,
desolados, quejosos, engreídos,
ni Cruz ni Fierro fueron, sino El Viejo?
El peso de tu paso
¿Pasas sin darte peso
cuando pasas, belleza,
inquieta certidumbre,
la joven nuca erguida
avanzando en la sombra,
levemente indecisa,
tendido hacia el futuro
el filo de ese cuello
inefable y letal?
¿O pisas, al hacerlo,
temible adolescente,
el peso de tu paso,
el paso de tu cuerpo
gloriosamente incierto
entre niña y muchacha?
¿El tiempo te contiene
o es tiempo lo que luces,
resplandor que se sabe
preso en su resplandor,
madurez inminente
livianamente espléndida
que firme se presagia,
dorado atardecer
todavía en tu mañana?
¿Te ves tú como vemos,
o al verte cambiarías?
Arriesgada inocencia,
¿lo que de luz te colma
escondes o te esconde?
¿Sólo al verte no verte
te veremos, belleza?
¿En otros? ¿En nosotros?
¿No es la belleza verte
saber que no te sabes
mediodía inmortal?
¿Y anidas, sin embargo,
tu huevo de serpiente?
No temas, todavía,
no es nostalgia o deseo
percibir tu milagro
de presente huidizo,
de futura memoria.
Somos lo que sabemos
ver, lo que nos hace ver,
siendo somos lo sido,
seremos lo que sé,
lo que sé ser: ser sed.
Ansia, edad
“Calamitosus est animus futuri anxius.”
Séneca
¿Con qué hieres, inquieta
angustiosa, asolado
fantasma de Pavese,
si apenas te compones
de inquietud, nada menos?
Ansiedad, sí, en edad
ya de desmerecer,
vacío que se propaga
engendrando al vacío,
vacío que se colma
y se derrama eterno,
la quijada en la cola,
roída por tus propios
ácidos, de sutiles
venenos (dijo Ortiz).
Edad en sí, ansiedad,
preñada desde joven,
ansia de un dios, que ansía
ser tiempo y no ser tiempo.
¿Qué devora, insaciable,
a lo que te devora
y te hace devorarte,
consumida de sí,
edad en sí, ansiedad?
¿Nada logra ser nada
ni, como Braque soñó,
el presente –verdugo
rey esclavo- tal vez
nunca será perpetuo?
Mármol griego
Tan fugaz como fuiste,
y fecunda, instantánea
evidencia vehemente,
cruda luz, cosa en claro,
cuando hablaban los mundos
y en el mundo se hablaba.
Te avecinas, aún,
todavía te abalanzas,
serena oscilación
hecha de graves hechos,
tragos de la tragedia
humana y sobrehumana.
Suspendida en el sino
de tu seno asediado,
ni pasado te vuelves
ni presente perpetuo:
royendo horas sonríes
y las olas te labran.
Con mirarte no fuimos
y somos si te vemos.
¿Nuestros ojos te asumen
o tú alumbras los ojos?
Nos asombra tu sol,
y tu sombra nos nombra.
Sin saberlo, de lejos
(Londres se lo guardaba),
desde el British Museum
bendecías a Benin.
Y Venus asentía:
silenciosas victorias.
Desnudo resplandor,
tú, tembloroso abismo,
apruebas y nos pruebas,
tronco, raíz, racimo,
red del vuelo invisible
y del visible cielo.
Boca de sombra
“Ce que dit la Bouche d’Ombre”
Victor Hugo
Agridulce y distante,
con los labios ceñidos,
sonreía, mi madre
(igual que Rosalía).
Bajo cielos inciertos,
sobre mares infames,
¿regresaba, de dónde,
o nunca había llegado?
Su mirada inquietante
habla con su silencio,
y no puede alcanzarme
y no puedo alcanzarla.
Una aldea de montaña
relumbra allí a lo lejos,
y una ciudad distante
que nunca estuvo cerca.
Ese mudo dolor,
esos ojos nublados,
hielan con un reproche
liviano, indiferente.
No podía saberlo,
no podía saberse
(igual que Rosalía)
bajo una negra sombra.
¿Un misterio, un vacío?
Siempre estuvo en la casa.
¿Un dolor, una ausencia?
Nunca nadie la supo.
Entrevisto infortunio
expresándose a penas,
que van de uno a otro
sobre el rostro del mundo.
Algo intenta decirnos
que no quiere decirse.
¿La ruina de su infancia
no me dejó ser niño?
Soledad que se agolpa,
inefable congoja
que no puede nombrarse
ni siquiera a sí misma.
Aunque vuelva, no vuelve
(igual que Rosalía),
a su vieja niñez
en las garras del mar.
Bajo la paz del tilo
Da tinte al tiempo con su temple el tilo,
con tanto tino, con ternura tanta,
que todo se estremece, toma aliento.
Titila el tilo, tras de la tormenta.
A la sombra de Malthus
Sabios anuncian,
con discreta emoción
y sopesando datos,
de manera siniestra,
irreprochables,
que en el Tercer Milenio
más hombres tendrán sed.
(De hacerlo, no serán,
como se ve,
lo suficientemente
originales:
todos los siglos
consiguieron tener
sed de justicia,
de libertad, belleza.)
Ahora, por fin, parece
-miserable milagro,
cruel consumación,
irrisorio destino
final-, que los humanos
tendrán por suerte
matar muriendo
(cazando lluvias,
en oasis blindados,
cercando ríos,
encerrando al mar)
por una simple, serena,
saludable y letal
sed clarísima de agua.
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