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domingo, 5 de septiembre de 2010

1131.- BILLY COLLINS


William J. ("Billy") Collins naciÓ el 22 de marzo 1941 en Nueva York .
El poeta estadounidense Billy Collins (1941) pretende valerse de los más sencillos detalles de la vida cotidiana para rebelarse contra la tradición literaria más grandilocuente.
Es poeta de reconocido prestigio en los Estados Unidos, partidario de la claridad formal y constructiva, de una poesía fácilmente comprensible a nivel lingüístico y que elude cualquier tipo de sujeción métrica o estrófica. Ello ha contribuido sin duda a la gran popularidad de que goza en su país; en el ámbito anglosajón europeo, los asistentes a sus recitales le han llegado a preguntar «cuándo va a dejar de hacer prosa» [sic]. A quienes definen como ‘fácil’ su poesía, opone él la noción de ‘hospitalaria’.
Obra poética:
Video Poemas (1980)
La manzana que asombró a París (1988)
Preguntas acerca de los ángeles (1991)
The Art of Drowning (1995)
Picnic, Lightning (1998)
Vela Solo alrededor de la habitación:
Poemas nuevos y seleccionados (2001)
Nueve caballos (2002)
El problema con la Poesía (2005)
No era más que diecisiete (2006)
Balística (2008)







Rebaño


Se calcula que cada copia de la Biblia
de Gutenberg
necesitó las pieles de 300 corderos.

Puedo verlos
apiñados en el corral de contención
detrás del edifico de piedra
donde se ubica la imprenta.

Todos retorciéndose
por un poco de espacio
y viéndose tan semejantes
sería casi imposible contarlos.

Y no se podría decir cuál de ellos
llevará las noticias
que el Señor es un Pastor,
una de las pocas cosas,
que ya saben muy bien.

Versión de Eberth Munárriz






INTRODUCCIÓN A LA POESÍA

Les pido que cojan un poema
y lo sostengan a la luz
como a una diapositiva a color

o que aprieten un oído contra su panal.

Digo: soltar un ratón en un poema
y observar cómo busca la salida,

o caminar al interior de la habitación del poema
y palpar las paredes en busca de un interruptor.

Quiero que hagan esquí acuático
sobre la superficie del poema
saludando al nombre del autor en la orilla.

Pero todo lo que quieren hacer
es atar el poema a una silla con una cuerda
y torturarle hasta sacarle una confesión.

Comienzan a golpearle con una manguera
para descubrir lo que realmente significa.

La manzana que asombró a París, 1988.
Traducción de Julio Mas Alcaraz.








Invención

Esta noche la luna es una galleta
mordida
flotando en el cielo,

y en una semana más o menos
según el calendario
probablemente parezca

un plateado balón,
y hace nueve, diez días tal vez
me recordaba una afilada y delgada uña.

Mas finalmente—
a últimos de mes,
calculo—

se consumirá
hasta ser nada,
nada más que estrellas en el cielo,

y tendré algunas noches
para mí mismo,
tiempo para dar reposo a mi agitada pluma.








Otra razón por la que no guardo
una pistola en casa

El perro de los vecinos no va a dejar de ladrar.
Está ladrando con el mismo sonoro
y rítmico ladrido
con que ladra cada vez que se van de casa.
Deben de ponerlo en marcha cada vez que se van.

El perro de los vecinos no va a dejar de ladrar.
Cierro todas las ventanas de la casa
y pongo una sinfonía de Beethoven
a todo volumen
mas aún puedo oírlo amortiguado
a través de la música,
ladrando, ladrando, ladrando,

y ahora puedo verlo sentado
entre la orquesta,
alzando la cabeza con aplomo
como si Beethoven hubiera incluido una parte
para ladrido de perro.

Cuando el disco se acaba, sigue ladrando,
allí sentado en la sección de oboe ladrando,
sus ojos fijos en el director, quien
le marca con su batuta

mientras el resto de músicos escucha
en respetuoso silencio el famoso solo
para ladrido,
esa coda sin fin que fue lo primero
en consagrar a Beethoven
como genio innovador.







Consuelo

Qué agradable no viajar a Italia
este verano,
recorrer sus ciudades y ascender la pendiente
de sus tórridos pueblos.
Cuánto mejor deambular por estas calles
familiares,
absorbiendo el significado de cada cartel
y señal de tráfico
y los bruscos gestos que hacen con la mano
mis compatriotas.

No hay conventos aquí, ni frescos
desmoronados o famosas cúpulas
y no es necesario memorizar una sucesión
de reyes o pasear los húmedos rincones
de los calabozos.
No es necesario dar vueltas en torno
a un sarcófago, contemplar
la cama diminuta de Napoleón en Elba,
o los huesos de un santo en redoma.

Cuánto mejor dominar el simple recinto
hogareño que empequeñecerse ante columna,
arco o basílica.
¿Por qué hundir la cabeza en locuciones
extranjeras y arrugados mapas?
¿Por qué meter paisajes en una hambrienta
cámara de un sólo ojo ansioso de tragarse
el mundo, monumento tras monumento?

En vez de recostarse en un café ignorando
cómo se dice helado,
bajaré a donde el coffee shop y la camarera
conocida como Dot*. Me deslizaré
en la corriente del periódico matutino,
las barreras del lenguaje destruidas,
los ríos del idioma fluyendo libremente,
los huevos despachados sin problema.

Y tras el desayuno, no tendré que buscar
a alguien deseoso de fotografiarme rodeando
con mi brazo al propietario.
No repasaré la factura ni registraré en un diario
qué tuve que comer y cómo incidía el sol
en la ventana.
Basta con volver a subirse al coche

como si fuera el gran automóvil
del mismísmo idioma inglés
y haciendo sonar mi cuerno** vernáculo,
acelerar por una carretera que nunca
me llevará a Roma, ni siquiera a Bolonia.


* El nombre propio de la camarera,
Dot, diminutivo de Dorothy, tiene en inglés
como nombre común el significado
de ‘punto’ ortográfico.
** La palabra Horn significa 'cuerno',
'trompa acústica' y también 'bocina del coche'.









Junto a una piscina en las afueras
de Siracusa

He pasado toda la tarde luchando por conseguir
comunicarme en italiano con Roberto y Giuseppe,
que han empezado a parecerse a los dos personajes
de mi Italiano para Principiantes, esos que están
siempre de compras o preguntando por horarios
de trenes, y ahora apenas puedo hablar o escribir
en Inglés.








Sombrero de candelas

En la mayor parte de los autorretratos
es el rostro lo que domina:
en Cézanne son dos ojos nadando
en pinceladas,
Van Gogh mira fijamente desde un oscuro
halo en torbellino,
Rembrandt asoma como si se tomara un respiro
del cuadro Sansón cegado por los filisteos.

Pero en éste, Goya está bastante alejado
del espejo
y se nos muestra ante la mesilla de su estudio
frente a un lienzo recostado en un alto caballete.

Parece dirigir una sonrisa hacia nosotros,
como si supiera que nos divertiría contemplar
su extraordinario sombrero,
cuya cinta a todo alrededor está llena
de sujetavelas,
un artilugio que le permitía trabajar de noche.

No puedes sino preguntarte cómo sería
llevar un candelero así en la cabeza
como si fueras un salón o una sala
de conciertos andante.

Mas una vez has visto este sombrero,
ya no necesitas leer
ninguna biografía de Goya
ni memorizar fechas.

Para comprender a Goya sólo tienes
que imaginarlo encendiendo las velas una a una,
y luego poniéndose el sombrero,
preparado para una noche de trabajo.

Imagínalo sorprendiendo a su mujer
con el nuevo invento, la risa como ante un pastel
de cumpleaños cuando viera ella el resplandor.

Imagínalo parpadeando a través de las habitaciones
de su casa en compañía de sombras que vuelan
por los muros.

Imagina que un viajero perdido llamara a su puerta
una oscura noche en la colina, país de España.
‘Pase’, le diría, ‘estaba retratándome a mí mismo’,
parado en el umbral y sosteniendo el mango de un pincel,
iluminado bajo el fulgor de su famoso sombrero de candelas.






Jazz y naturaleza

Era otra mañana clara y soleada,
una brisa seca agitaba los árboles
en torno a la casa
y yo no tenía nada que hacer
mi escena habitual a finales de agosto.

Estaba leyendo la autobiografía
de Art Pepper, así que puse un disco de Art Pepper
y encendí los altavoces de fuera
para sentarme bajo el sol caliente

y leer más acerca de su vida de sordidez y prisión
mientras escuchaba su alto veloz, suave
saliendo de entre dos grandes arces
como se el jazz de la Costa Oeste
fuese la música de la propia naturaleza.

Así, dibujé una especie de caja
alrededor de la mañana,
en tres dimensiones y a lápiz,
conmigo dentro sujetando una regla en mi mano.

Leía y escuchaba y leía,
y a veces echaba un vistazo a las fotografías
para comprobar la cara del hombre
que me dijo que una vez había conducido
un Cadillac verde dorado

en el que podías perderte para siempre,
como cuando miras a las aguas de un lago;
el hombre que dijo que había compuesto
una balada llamada “Diane”
para su segunda mujer
sólo para darse cuenta más tarde

de que la melodía era demasiado hermosa
para ella.
El tipo que confesó haber vendido
a su perro, un caniche colo champán llamado Bijou,
por un chute de veinte dólares

y el que comentó que los hombres que en la cárcel
intentaban desintoxicarse introducían
los bajos de los pantalones en los calcetines
para que ni la más ligera brisa tocara su piel.

Detrás de donde yo estaba sentado al sol
había un brote de flox silvestres rosadas,
y algunas de las abejas que revoloteaban por allí
comenzaron a zumbar alrededor de mi cabeza.

Una en particular parecía tan interesada
en mí que la di un manotazo,
me levanté rápidamente y dije “no me vaciles
o te parto la cara, fantasma,”

una reacción sin duda inspirada
en mis lecturas sobre los bajos fondos californianos
en el cincuenta y siete,
mi año favorito de todos los tiempos para el jazz.

Pero persistió, esta abeja, y al final
me obligó a retirarme dentro, al estudio
oscuro y fresco
donde un gato dormía sobre una silla,
un buen lugar para escribir todo esto

y preguntarme en qué ocuparía el resto del día
tal vez en colgar un cuadro en la pared
o en recibir una llamada sorpresa
de alguien a quien solía amar.

¿Qué tal algo de Dexter Gordon
a la hora del aperitivo
y quién sabe?
quizás un encuentro con una hormiga cruel -

todo ello, probablamente,
es parte de mi propia autobiografía,
un relato más cauto, contado en tiempo presente,
con unas pocas ilustraciones toscas
y un diagrama de mi pequeño árbol genealógico,

un trabajo cuyas páginas pasan
cada día como el agua que hace girar la noria,
la única cosa que no puedo dejar de escribir,
el único libro que nunca podré abandonar.

Versión de Hugo Romero





Vuelvo a casa a por un libro

Giro sobre la grava
y vuelvo a casa a por un libro,
algo para leer en la consulta del doctor,
y mientras estoy dentro, recorriendo
con un dedo inquisidor la estantería,

otro yo, que no se molestó
en volver a casa a por un libro
se marcha por su cuenta,
baja por el camino de entrada,
y gira a la izquierda hacia la ciudad,

un fantasma en su coche fantasma,
otro nudo en la cuerda del tiempo,
tres minutos por delante de mí—
un espacio que ahora se mantendrá
por el resto de mi vida.

Algunas veces pienso que le veo
unas pocas personas por delante
de mí en una cola
o levantándose de una mesa
para salir del restaurante justo antes que yo,
poniéndose el abrigo camino de la puerta.

Pero no se le puede alcanzar,
no hay manera de hacer que espere
para volver a sincronizarnos,
a menos que un día decida volver
a casa a por algo,

aunque no puedo imaginar
por mi vida qué podría ser.
Sale siempre antes que yo,
abriéndome camino, explorador invisible,
perro que tira de mi,

sombra a la que estoy condenado a seguir,
mi doble perfecto,
adelantado sólo una pulgada al futuro,
y ni de lejos tan versado como yo
en la poesía amorosa de Ovidio—

yo que volví a casa
aquella fatídica mañana de invierno
y cogí el libro.

Versión de Hugo Romero






Thesaurus

Podría ser el nombre de una bestia prehistórica
que pisó la tierra Paleozoica, irguiéndose
en sus patas traseras para mostrar su enorme
vocabulario, o algún amante dentro de un mito
que se ha metamorfoseado en libro.

Significa tesoro, pero es sólo un lugar
donde las palabras se congregan con sus familiares,
un gran parque en que cientos de reuniones
familiares se dan y se dan
casa, hogar, domicilio, vivienda, alojamiento,
y hueco,
todas compartiendo el mismo termo
y canasta de picnic;
velludo, hirsuto, lanudo, peludo, lanoso, y greñudo,
todas corriendo una carrera de sacos
o tirando herraduras,
inerte, estático, inactivo, fijo e inmóvil
paradas y arrodilladas en filas
para una foto de grupo.

Aquí padre está junto a progenitor
y hermano cerca a fraterno, separados apenas
por finos tonos de significado.
Y cada grupo tiene su primo lejano, aquél
que dio el viaje más largo para estar presente:
astereognosis, polidipsia, o algún impronunciable
substituto de once sílabas para la palabra
herramienta.
Hasta sus parientes se sienten sin lentes
frente a sus gafetes.

Puedo ver mi propio ejemplar
allá en lo alto del librero.
Rara vez lo abro, porque sé que no hay
tal cosa como un sinónimo
y porque me pongo nervioso
entre gente que se reúne siempre con los suyos,
formando clubes y clavando letreros
en sus puertas cerradas
mientras los demás se ovillan solos
en las calles obscuras.

Prefiero ver las palabras afuera por su cuenta,
lejos de sus familias y del depósito de Roget,
vagando por el mundo en el que a veces caen
enamoradas de una palabra completamente extraña.
Seguro has visto parejas paradas por siempre
juntas en la misma línea en un poema,
una capillita donde matrimonios como éstos,
entre perfectos extraños, pueden suceder.

Versión de Eberth Munárriz






Preguntas sobre los ángeles

De todas las preguntas que uno podría querer consultar
acerca de los ángeles, la única que se escucha siempre
es cuántos pueden bailar en la cabeza de un alfiler.

Ninguna curiosidad acerca de las cosas
que hacen para pasar el tiempo eterno
además de dar vueltas alrededor del Trono
salmodiando en Latín
o de llevar una corteza de pan a un ermitaño
en la tierra o de guiar a un niño y a una niña
por un destartalado puente de madera.

¿Vuelan a través del cuerpo de Dios
y salen cantando?
¿Se columpian como chicos de las bisagras
del mundo del espíritu diciendo sus nombres
al revés y al derecho?
¿Se sientan solos en pequeños jardines
y alteran los colores?

¿Qué hay acerca de sus hábitos de sueño,
la tela de sus trajes,
su dieta de luz divina sin filtrar?
¿Qué sucede al interior de sus luminosas cabezas?
¿Existe un muro por sobre el cual estas altas
presencias pueden asomarse y mirar el infierno?

¿Si un ángel se cae de una nube dejará un hueco
en un río y, si es así, ese hueco flotará
hacia delante inacabablemente colmado
con las letras silenciosas de cada palabra angélica?

¿Si un ángel trae el correo llegará
en un cegador torrente de alas o sólo asumirá
la apariencia del cartero habitual y
silbará por la vereda mientras lee las postales?

No, los teólogos medievales controlan el tribunal.
La única pregunta que escuchas siempre es acerca
del pequeño piso de baile en la cabeza de un alfiler,
ese lugar en el que las aureolas están destinadas
a converger y flotar invisiblemente.

La pregunta está diseñada para hacernos
pensar en millones,
billones, hacernos quedar sin números y colapsar
en la infinidad. Pero quizá la respuesta
es simplemente una:
un ángel femenino bailando a solas y en medias–
una pequeña banda de jazz trabajando al fondo.

Ella se mece como una rama en el viento, sus hermosos
ojos cerrados, y el alto y delgado bajista se inclina
para echarle un vistazo a su reloj
porque ella ha estado bailando por siempre,
y ya se ha hecho muy tarde, incluso para los músicos.

Versión de Diego Otero







Pureza

Mi momento favorito para escribir es en la tarde,
los días de semana, particularmente los miércoles.
Así es como lo hago:
Llevo un vaso de té frío a mi estudio
y cierro la puerta.
Entonces me saco la ropa y la dejo apilada
como si me hubiera derretido hasta morir
y mi legado consistiera en sólo
una camisa blanca, unos pantalones
y un vaso de té frío.

Entonces me saco la carne y la cuelgo sobre una silla.
La despego de mis huesos como una prenda de seda.
Hago esto para que de ese modo
lo que escriba sea puro,
despojado completamente de lo carnal,
incontaminado por las preocupaciones del cuerpo.

Finalmente me saco cada uno de los órganos
y lo acomodo en una pequeña mesa
junto a la ventana.
No quiero oír sus antiguos ritmos
cuando estoy tratando de escuchar
mi propio tambor.

Ahora me siento en el escritorio,
listo para comenzar.
Estoy enteramente puro: nada más
que un esqueleto en una máquina de escribir.

Debo mencionar que a veces me dejo
el pene puesto.
Hallo difícil ignorar la tentación.
Entonces soy un esqueleto con pene
en una máquina de escribir.
En estas condiciones escribo extraordinarios
poemas de amor,
la mayoría de los cuales exploran la conexión
entre sexo y muerte.

Soy la concentración misma: existo en un universo
en el que no hay nada salvo sexo, muerte
y escritura a máquina.

Después de un rato en este plan también
me saco el pene.
Entonces soy todo calavera y huesos escribiendo
a través de la tarde.
Nada más que los absolutos esenciales,
sin grecas.
Ahora sólo escribo acerca de la muerte,
el más clásico de los temas,
en un lenguaje ligero como el aire
entre mis costillas.

Acabado todo, me recompenso con un paseo
en auto a la puesta de sol.
Me vuelvo a poner los órganos
y me meto adentro de la carne
y la ropa. Entonces saco el auto del garaje
y acelero a través de bosques en carreteras
campestres,
pasando paredes de piedra, granjas,
estanques congelados,
todo perfectamente acomodado como las palabras
en un soneto famoso.

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