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jueves, 2 de septiembre de 2010

1078.- SAMIH AL-QASIM

Biografía de Samih Al-Qasim: Palestino nacido el año 1939, maestro de escuela y druso de confesión. Militante comunista, intervino en la fundación de la organización La Tierra, decididamente opuesta al gobierno sionista. Vive en Israel.

Es autor de muy vasta obra lírica, entre la que destacamos los títulos siguientes: Canciones de los caminos, 1964; Con la Sangre en las palmas de las manos, 1967; La caída de las máscaras, 1969; A la espera del pájaro de trueno, 1969; Alcorán de la muerte y el jazmín, 1970; La gran muerte, 1972; Las lilas, 1975; Cultiva, asimismo, el teatro, y ha publicado recientemente, 1978, una ?narración autobiográfica? titulada ¡Para el infierno oh lilas!.

Samith al-Qasim es, sin duda, uno de los mayores cantores de la Resistencia palestina: poeta directo y apasionado, de expresión tajante e hiriente, animado de un esencial fervor nacionalista árabe, huye de toda retórica y remilgo. En algunos de sus más breves e intensos poemas recordaría quizá, por el espíritu y el tono, a nuestro Blas de Otero.



CARTA DESDE EL ZOCO DE LOS CESANTES


Tal vez pierda, como pretendes, mi sustento.
Tal vez haya de poner a la venta mis ropas y mis muebles.
Tal vez tenga que trabajar como cantero,
como mozo de cuerda
o barrendero.
Tal vez sirva en los vertederos de las fábricas.
Tal vez por los corrales busque granos.
Tal vez vaya apagándome, famélico y desnudo.
¡Enemigo del sol!
Mas no transigiré.
Resistiré
hasta el último pulso de mis venas.

Tal vez me puedas arrancar hasta el último palmo de mis tierras.
Tal vez mi mocedad alimente la cárcel.
Tal vez robes la herencia de mi abuelo:
los muebles,
las vajillas,
y los cántaros.
Tal vez quemes mis versos y mis libros.
Tal vez mi carne arrojes a los perros.
Tal vez en nuestra aldea permanezcas
como una espantosa pesadilla.
¡Enemigo del sol!
Mas no transigiré
Resistiré
hasta el último pulso de mis venas.

Tal vez apagues la antorcha de mi noche.
Tal vez me falte el beso de mi madre.
Tal vez insulte un niño, y una niña,
a mi pueblo y mi padre.
Tal vez mi historia la falsee un cobarde,
y transforme en arañas mis corderos.
Tal vez dejes privados a mis hijos de su traje de fiesta.
Tal vez a mis amigos les engañes con un rostro prestado.
Tal ves alces, rodeándome,
muros, muros y muros.
Y tal vez contra viles visiones crucifiques mis días.

¡Enemigo del sol!
Mas no transigiré.
Resistiré
hasta el último pulso de mis venas.

¡Enemigo del sol!
Los puertos se engalanan, y hay presagios de albricias,
albórbolas y fiestas,
clamores y bullicio,
heroicos himnos brillan en las gargantas.
Y allá, en el horizonte,
desafía una vela al viento y el oleaje,
atraviesa los riesgos.
Es la vuelta de Ulises
desde el Mar Tenebroso.
Es la vuelta del sol, de mi hombre emigrado.
Y juro por los ojos de los dos
que no transigiré.
Que hasta el último pulso de mis venas,
resistiré.
¡Enemigo del sol!
¡Resistiré!




A S I


Como se planta una palmera en el desierto.
Como mi madre imprime, sobre mi dura frente, un beso.
Como mi padre quítase la capa beduina
y deletrea las letras a mi hermano.
Como arroja los cascos de guerra un pelotón.
Como el tallo de trigo se alza en la tierra estéril.
Como ríe una estrella al enamorado.
Como seca una brisa el rostro fatigado del obrero.
Como entre nubarrones se levanta una fábrica, soberbia.
Como un grupo de amigos comienza a cantar.
Como un extraño a otro sonríe afectuosamente.
Como un pájaro torna al nido del amado.
Como un muchacho lleva su cartera.
Como el desierto nota la fertilidad.
¡Así pulsa en mi alma el arabismo!.




OCURRIO EL CINTO DE JUNIO


Acuérdese el lector,
o no se acuerde.
Lo hemos relatado muchas veces
en los viejos divanes.

Acuérdese el lector,
o no se acuerde.
Pero lo hemos dispuesto muchas veces
en frases impecables:

¡El golpe del relámpago rompiendo a lo ancho del camino
llena de claridad al caminante,
más aún que el incendio!

..........

Acuérdese el lector,
o no se acuerde.
Para que todo el mundo entienda lo que dije,
no obstante, lo repito:

Que nosotros,
en el cinco de junio,
nacimos nuevamente.




KUFR QASIM*


A pesar de la noche del oprobio y las iniquidades,
ya te llega, Kufr Qasim, la misión del combate.
A pesar de la fuerza del tirano, que espumarea de rabia.
A pesar del azude de alambradas que se alza en el sendero.
A pesar del rencor de los fusiles que empuña la injusticia,
hemos llegado aquí. ¡Trágate la vergüenza, gobernante!
Que somos de tu pueblo; sobre el recuerdo de los crímenes
puesto en pie, y sobre la promesa de las víctimas.
Soberbios hijos tuyos, desde la resistente Galilea
venimos para enfrentarnos a la opresión.
Desde el bravo Carmelo te llegamos,
como llamas volando por los campos corruptos.
¡Amadísimas tumbas!... Otras tumbas que no lo parecen
os saludan mil veces. ¿Qué consuelo traeros,
si en la familia del dolor somos hermanos?
Por eso te llegamos, urgiéndote, Kufr Qasim,
a que despiertes... ¡Responde a la llamada!




EL CORCEL DESBOCADO


Cabalgué tu corcel desbocado,
y marché a los desiertos, en pos de los abiertos horizontes.
Solo en la muchedumbre de la tierra.
Con mi hermano el poema solamente.
Y crucé las estepas,
sin temor,
sin audacia.
¿Cómo voy a volver?
¿Cómo voy a volver, oh, mi ídolo hiriente!
Si tú eres, el calor, el látigo y la espuela.
Si eres la cartuchera en bandolera.
Si tú eres mi sustento...
La cifra de la cita

* * *

“Aquí París”
“Aquí Beirut”
“Aquí Moscú”

* * *

Espoleo, con furiosa tristeza, tu corcel desbocado
en pleno pecho.
Y en mi hambre y mi sed
fuerzo la marcha... ¡Oh, mi ídolo hiriente!

* * *

¡Y lo juro, Señor!
¡Tú, que has hecho capullos nuestras espinas!
¡Juro que no venderemos nuestras heridas,
aunque así lo pretendan las navajas!
¡Qué, por años y años,
no seguirá violada nuestra hermana!

* * *

“Aquí, Ammán”
“Aquí, Roma”
“Aquí, Bagdad”

* * *

¿Cómo huir?
¿Cómo vamos a huir de nuestra raíz terrestre?
¿Cómo dar al olvido un odio
de generaciones?
¡Cómo!... ¡Cómo!...
Y no descansaremos
hasta que el puerto llene nuestros ojos,
ni se apagará el fuego de nuestra hendida frente
sin tu venda clemente.
¡Oh, son de nuestras letras!

¡Visión de nuestra ansia!
¡Robada historia nuestra!
¡Nuestro amado asesino!
¡Oh, hiriente patria nuestra!
Hasta la muerte misma,
hasta la muerte,
el Triste Caballero será esclavo
de tu noble corcel desbocado.



DE NOCHE, EN LA PUERTA DE FEDERICO

Federico:
el guarda apagó su lámpara.
Baja,
que espero aquí, en la plaza.

Fe... de ... ri... co...
El candil de la pena es una luna,
y el miedo, un árbol.
Baja pues,
que ya sé que te escondes en la casa,
habitado de fiebre,
encendido de muerte.
Baja,
que espero aquí, en la plaza,
encendido en la llama de la rosa,
que mi corazón es una manzana.

Grita el gallo sobre el tejado,
Federico.
La estrella es una herida,
la sangre grita también sobre las cuerdas,
se enciende la guitarra.

Fede...rico:
Ha tirado sus armas en el pozo
el guarda oscuro.
Baja, pues, a la plaza.
Yo sé ya que te escondes a la sombra de una ángel,
que te diviso, allá,
lirio tras la cortina de la ventana
con una mariposa temblándote en la boca
y tus manos peinando el pelo de la noche.
Baja,
y ábreme la puerta, Federico,
deprisa
Date prisa,
que yo te espero aquí, en el escalón.
Un tropel de soldados se aproxima
por un recodo de la calle:
ruido de fusiles,
sonar de bayonetas.
Ábreme ya la puerta,
deprisa,
escóndeme,
Federico
Fede... ri...co



COMO QUEREMOS

Si tú fueras un árbol,
yo sería ruiseñor que anidara en sus ramas.
Si un árbol fuera yo,
tú serías mi única fruta.

Si fueras una cueva,
yo sería pastor mojado por la lluvia que en ti se refugiara.
Si cueva fuera yo,
tú serías el eco permanente entre mis lados.

Sé nube,
y huerto seré yo confiado en tu gracia.
Sé colmada alegría,
y seré corazón herido de tristeza esperando que llegues.
Sé tristeza agobiante,
y el músico seré que les dará salida a tus manantiales.
Sé noche, y seré día.
Sé día, y seré noche que te posea entera.
Sé cadáver,
y cadáver seré que repose en tus brazos.

Seamos como queremos,
para siempre:
Completándote en mí.
Completándome en ti.




A TODOS LOS HOMBRES ELEGANTES DE LA O.N.U.


¡Caballeros de todos los rincones:
Con corbatas en pleno mediodía
y excitantes polémicas,
¿Qué pintáis, decidme, en este tiempo?
¡Caballeros de todos los rincones:
El musgo, ya creciéndome en el corazón,
cubrió todos los muros de cristal,
las cuantiosas reuniones,
los vitales discursos,
los espías, las masas, los dichos de las putas...
¿Qué pintáis, decidme, en este tiempo?

* * *

Caballeros!:
Dejad ir a su antojo la luna de los monos,
y veníos para acá,
porque yo hago perder los puentes a este mundo.
Mi sangre está amarilla,
mi corazón caído en el lodo de los votos.
¡Caballeros de todos los rincones! :
¡Que sea peste mi afrenta, y sierpes, mi tristeza!
¡Relucientes zapatos de todos los rincones! :
Grita más mi venganza que mi voz.
El tiempo es un cobarde.
¡Y yo no tengo manos!





PARA TI, DONDE MUERES


Tu carta, que hasta mí ha atravesado noches y alambradas.
Tu carta, que cayó bajo mi puerta como el ala de un ángel,
¿por qué, al abrirla mis manos,
se deshizo en espinas
sobre mi corazón, contra mi rostro?
Tu carta, que saqué del fondo del estanque de la ausencia,
me ha traído de nuevo nuestra infancia
desde los duros pozos de la pena.
Me ha traído otra vez nuestra infancia,
los himnos matinales, las clases, las diabluras de la tarde,
la plaza de la aldea,
y la voz de tu padre, chillándonos:
“¡Ea, basta ya, chicos, a dormir!”...
Y a tu madre, cada vez que preguntaba:
“¿Qué tal está Samih?”...
y a la mía, sorbiendo su café y diciendo tan ancha:
“Muy bien, gracias a Dios... ¿Y Fuad?”
“Como su compañero”
¡”Dios preserve a los dos del mal de ojo,
del abandono y de la envidia!”
Tu carta, que voló sobre mi herida
como un pájaro huido de las cárceles del dolor y la nada,
amigo del lucero matutino,
¿por qué, al abrirla mis manos.
se deshizo en espinas
sobre mi corazón, contra mi rostros?

* * *

“Mi muy querido hermano”
me has escrito, orgulloso... “¡Mi muy querido hermano!”
Mis mejores saludos
vuelan, desde Beirut,
hacia ti, allá, donde tú mueres,
con prenda de lo poco que queda, de tu menguada herencia.
Mis mejores saludos...
Soy ahora un hombre nuevo... Como no te supones.
Acabé los estudios superiores,
y he obtenido el diploma del Instituto.
Tengo un mayor despacho,
más renombre,
una amiguita rubia cuya abuela es francesa,
y otra, cuyo abuelo dirigió las conquistas cruzadas.
Y, lo mismo que el resto de los señores,
una linda perrita en el patio de la casa.
Mi muy querido hermano...
¿No podrías venirte, tú también, a Beirut,
y dejar ya tu úlcera odiosa?
¿abandonar tu rostro, en el lodo tirano?
¿y dejar esa vida miserable?
Tu campo no es más vasto que mi campo,
tu casa no es más bella que la mía
¿No podrías venirte tú también?...
Mi muy querido hermano:
Mis mejores saludos
para ti, donde sigues, en la ciénaga.

* * *

Tu carta, que hasta mí ha atravesado noches y alambradas.
Tu carta, que cayó sobre mi puerta como el ala de un ángel.
¿sabes?
al abrirla mis manos
se deshizo en espinas,
sobre mi corazón, contra mi rostro,
¡Queridísimo hermano!
Para ti, allá en Beirut,
allá donde agonizas.
Igual que una azucena sin raíz,
como un río que su fuente ha perdido,
como una canción sin comienzo,
como una tempestad sine existencia.
Para ti, donde mueres
como el sol otoñal,
con mortajas de seda.
Allá donde
-¡herida mía, y vergüenza!-
estás agonizando.
Tú, que viertes el agua de tu rostro en mi fuego.
Para ti, desde mi alma combatiente,
desnuda y muerta de hambre,
el más hondo saludo,
¡la maldición perenne de tu casa!




LOS DATILES DE ARABIA


Sesenta mil entre un millón...
¿Y qué?
Si nosotros somos el pueblo de la espada,
el refugio del huésped,
albergue del vecino
cuando el Tiempo le acosa.
Así está bien:
En casa del estrecho caben mil.
En casa de tu primo, abierta a los senderos,
entran, amigo mío,
los extraños;
y la ración del caballero árabe puede saciar a dos.
¡Hártate, primo mío,
amigo mío!

* * *

Sesenta mil sin el millón...
¿Y qué?
-dijo cualquier locutor desvergonzado-
¡Beduinos del desierto,
con los ojos cegados como pozos de arena!
¡Qué pasa, si se vuelven
a sus dátiles árabes!
¡A sus tiendas!
¡Sus alacranes!
¡Y sus camellos!





EL SACRE DE QURAISH*


Adiós.
Adiós, mis gentes.
El dolor lacerante de las frescas heridas
va con mi corazón,
mientras exista.
Mi alma,
como las altas cumbres poderosas,
lleva ligera el peso de la enorme tragedia
de un continente a otro,
buscando en los rincones de las sombras
un destello de aurora.
A mi alma, gentes, mías,
la combate
el anhelo de vuelta del verso.
Mi alma intuye,
a pesar de lo amargo del errar,
de este fatal destino que separa,
a pesar del exilio y del viento,
mi alma intuye el camino

* * *

Si pudiera cumplirse los sueños.
Si me brotaran alas de repente
y montara en la nave de los vientos.
Si cayera de pronto en la guarida, antes de la batalla,
iría de árbol en árbol
saltando, a la trinchera;
alerta a un resplandor, al menor movimiento...
Una bomba, en la mano;
con la otra, empuñando la ametralladora.
Con el dedo convulso y deseoso
de apretar el gatillo.
Del tiempo que precede a la cosecha.




DEL VIEJO JERUSALEN


-¿De dónde, amiga mía,
nos traes la maceta
y la mirada triste?

-Del viejo Jerusalén.

-¿Y acaso viste a alguien,
de nuestro pueblo huido,
debajo de los arcos?
¿A quien, tal vez, oíste?

-Cantando a la ciudad
vuestra dos penas,
en su triste ventana,
vi a tu prima.
Una noche de ojos
por las calles,
hermanos que lloraban,
y mil niños perdidos.

Vi turistas
A un vendedor, gritando:
“¿Quién me compra este Cristo
por un poco de harina?”
Pajarillos heridos
sobre las chimeneas,
y a una niña raquítica
llorando por los altos
alminares.

Y oí,
una vez, a un cantor
fugitivo, gritar:
“¿Os perdisteis, conciencias,
el día que me perdí?”.

Desde allá, primo mío,
te traigo la maceta
y la mirada triste.
Y te traigo la historia
de mi madre,
inmolada.




CONTRASEÑA


La tinta huele a sangre.
Manso es mi corazón como una brisa.
Mi rostro transparente como una nube.
¡Y lo mejor que tengo,
a ti te lo sacrifiqué, hermoso abuelo!

La tinta huele a sangre.
Todavía son limpios mis corderos.
Y nobles, aún, mis labios.
Mis manos, en tu nombre, están penando
desde la amanecida hasta la tarde.

La tinta huele a sangre.
Del yermo hice jardines.
He esculpido martillos de la roca.
Y, en la noche larguísima,
seguí, seguí rezando todo yo.

La tinta huele a sangre.
Mi ancho huerto no tiene muro alguno.
Las puertas de mi casa
no frustran al que llama con el cierzo.
Toda boca que pasa encuentra mi viático

La tinta huele a sangre.
Con las alas del cuervo.
Vinieron de las tejas, del acero, de la niebla y la sangre.
Vinieron al ataúd de mi pasado.
Vinieron... Y de nada valieron los conjuros.
¡Oh, ciego abuelo mío!
de nada valió el libro.
¡Protege a tus hijos
de su amonestación!

La tinta huele a sangre.
Con ellos compartí mis panes y mi pena,
mis ropas y mi techo.
Mas no repartiré también a mis dos hijos.
¡Oh, abuelo desgarrado por las lanzas,
protege a tus hijos!

La tinta huele a sangre.
Pero yo tengo bueno el corazón,
las manos habituadas al arado,
y la espada, envainada, ¡abuelo mío!
Desde hace mil años envainada.
¡Protege ya a tus hijos¡

La tinta ¡ay, hijo triste!...
La tinta... ¿no lo oís?...
¡La tinta... huele... a sangre!






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