Licenciado en Medicina, trabaja como profesor en la Facultad de Medicina de Ljubljana.
Ha publicado 6 libros de poesía, 2 novelas y 2 ensayos, ha conseguido importantes premios literarios.
Acerca de la licencia
Cuaderno 15: El ritmo
Me harté de explicar una y otra vez en vísperas de fiestas
por qué me marchaba de vacaciones a mi
patria balcánica
para estar entre cetniks, ustachas y moyahidines
entre hombres lobos y vampiros,
para jugar con los cariñosos perros de Sarplanina.
Una vez por todas quisiera declarar
que mi pueblo natal no está implicado en la gran guerra.
Incluso cuando las batallas incendian el cielo,
nosotros nos mantenemos perfectamente tranquilos
y si la sangre salta por encima del hito fronterizo,
limpiamos nuestros patios con un detergente
hecho con licencia europea.
Acerca de las violetas
Cuaderno 15: El ritmo
Al ver sus muslos, me puse pálido.
Era primavera y automáticamente comencé a seguirla,
no fui el único. Pronto, todos en procesión
nos movíamos tras ella por el parque y, cuando la mocosa se detuvo
de pronto, quedamos petrificados, coagulados,
y cuando se dio la vuelta, toda atrevida, nos convertimos
en hierbas, flores de primavera, arbustos,
reverdecimos todo el parque con nuestra pasión, y la verde,
esbelta mocosa paseaba por allí,
sus muslos dirigían nuestro metabolismo,
en su cartera, los cuadernos se reían de nosotros con sus
ángulos doblados, blancos,
y escondimos nuestros globos oculares entre el follaje y las hierbas
y los doctores se olvidaron de sus doctorados,
los peones camineros de sus carreteras, los profesores de sus conferencias,
los negociantes de sus beneficios;
todos nos sentimos unidos en una hermandad fatal, peligrosa,
y nos tapábamos implacables con las ramas mutuamente,
nos asfixiábamos con las raíces, nos apartábamos con las ramas,
de modo que las violetas entre nosotros comenzaron a perecer lentamente,
y luego las hierbas y los arbustos,
hasta que quedaron sólo los robles más altos,
la bella mocosa les hizo guiños con alegría,
y también a ellos les estalló el sistema circulatorio
y comenzaron a secarse, descomponerse, derrumbarse,
mientras que la mocosa se alisó la falda y subió al autobús.
Acerca de un rincón seguro
Cuaderno 15: El ritmo
Después de mucho tiempo de rehuir la poesía
volví a acudir a una velada literaria
por solidaridad con los poetas bosnios,
que habían salido con grandes esfuerzos
de las ciudades hambrientas, asediadas,
de los sótanos de las casas derruídas, de las trincheras,
de las noches de Sarajevo, luminosas de explosiones e incendios.
Me senté en la última fila
porque tengo una larga experiencia de veladas literarias,
después escuché lo de las muchachas violadas, los campos gulags,
los montones de calaveras y huesos
que se acumulaban como residuos industriales
en los basurales por todas partes;
pronto me escabullí sigilosamente de la sala.
Fuera caía una nieve seca, eran quince bajo cero,
el aire helado irrumpió hasta el fondo de los orificios de mi nariz
como un aguardiente abrasador,
dejé pues de respirar, e impulsado por la impotencia,
me puse a pensar en el esquí por los glaciares
y en el silencioso deslizamiento entre
los abetos y montones de nieve en el monte Grintovec;
tras esos momentos de placer celestial
entré en una taberna a tomarme un té y un aguardiente de miel.
Mientras bebía, le comenté a la camarera
la monstruosa arrogancia
que tan desvergonzadamente dominaba nuestras vidas
y por cuya culpa no hay garantía en el mundo
para la buena poesía;
por tremendo que sea el sufrimiento de una víctima agonizante
no asegura
ni un solo inspirado verso,
y el vuelo desorientado de una mariposa sobre el rostro
de un poeta borracho
puede ser más conmovedor para la poesía
que los ojos infantiles arrancados en presencia de las enloquecidas madres.
Tuve la impresión de que la camarera llegaría a comprenderme perfectamente
si justo antes del punto final
no me hubiera vencido el sueño;
la camarera, una vieja y buena conocida, me buscó
un rincón seguro
y me adormecí dulcemente sabiendo
que me iban a despertar
cuando a las dos de la madrugada cerrasen la taberna.
El caballo
Cuaderno 15: El ritmo
Durante años no habíamos sacado al caballo del establo;
al ponerle la silla, permaneció remiso, como si no sintiera,
con la cabeza metida en el pesebre,
rumiando monótonamente un manojo de heno;
al montar en su lomo, sentí la carne muerta, fría
entre mis muslos, se mantuvo de pie como una torpe estatua
cerrando los ojos ante la luz, pero de pronto,
de una sacudida, me tiró de la silla y desapareció.
Más tarde lo encontré en el bosque,
había metido la cabeza entre los troncos como en el pesebre
y, al mirarlo a los ojos, vi que el camino que, delirantes,
habían seguido durante los meses y años de soledad
se los había enturbiado, y supe
que jamás sería posible alcanzarlo en aquella lejanía.
Al anochecer, dejó que lo volviera a meter en el establo.
Al día siguiente le pegamos un tiro.
El conejo
Cuaderno 15: El ritmo
Un rastro apenas perceptible. Huellas en la gélida nieve.
Entre ellas los agujeritos que ha fundido la cálida sangre.
Abajo, en el fondo, cristal rojo.
Huye. Y huele la sangre. Un licor embriagador y dulce
que se le escurre. Y le inunda los oídos,
y se coagula formándole una membrana sobre los ojos
de modo que pronto el mundo sólo será
un dolor oscuro y sordo.
Después, se agota la sangre.
El entierro
Cuaderno 15: El ritmo
Sé
que desde arriba sólo somos un montón de hormigas negras
alrededor del ataúd.
Todos y cada uno nos fijamos en el cielo y observamos los aviones
que despegan del aeropuerto;
cuando se pierden de vista, seguimos fijándonos,
inmóviles, en el vacío,
como si buscáramos en algún lugar aún más alto,
aunque sabemos
que desde cierta altura también dejamos de ser hormigas
y que todos ya no somos más que un solo punto minúsculo
y después ya ni siquiera somos.
Desde allí sonríe Dios.
El gélido aliento
Cuaderno 15: El ritmo
Las sombras se espesan, es lo único que aún perciben mis ojos
que va cubriendo el velo. Llega la noche y sé
que por fin tendré que hundirme
en la trampa que susurra suavemente
y que allí abajo las afiladas estacas destrozarán
mi pellejo senil
y se clavarán en mi dolida carne;
nadie oirá el gemido, ni siquiera él, que lo ha esperado febril
miles de veces, que lo ha soñado cada noche y al romper cada aurora,
que siempre ha corrido hacia sus trampas para ver mi cadáver.
Durante toda la vida nos hemos odiado y perseguido,
sólo ahora, cuando la vejez nos ha hecho lentos a los dos,
nos damos cuenta de que en realidad hemos estado huyendo
ante un cazador más terrible. Ahora, cuando los dos sentimos
su gélido aliento en el cuello, nos avergonzamos
del odio juvenil, y si todavía tuviera sentido,
destruiríamos juntos nuestras trampas
y emboscadas, nos arrimaríamos uno al otro
y nos daríamos las gracias por la ayuda y por el ánimo
en una caza aún más terrible que antes ni sospechábamos
y que cada uno por su parte no podría haber aguantado hasta ahora,
cuando un cazador más terrible ha logrado acercarse a nosotros
a hurtadillas y cuando de un momento a otro nos veremos congelados
por su gélido aliento.
El lanzador de cuchillos
Cuaderno 15: El ritmo
Primero sacan a la pista una pared de madera,
después aparecen los dos en atuendos centelleantes.
Ella se pone delante de la pared, el lanzador pasa los dedos
por el primer filo. Al lanzar, los espectadores se quedan sin respiración,
y sólo ellos saben que los lanzamientos
son totalmente seguros.
Su mano está demasiado entrenada
como para poder fallar.
Su cuerpo tiene demasiada experiencia
como para poder hacer un gesto
descuidado. Son demasiado buenos para que, por casualidad,
pase algo, y lo único posible entre ellos es un asesinato.
Lo saben bien,
y por eso no se miran a los ojos. Por eso respiran
con dificultad y cada
lanzamiento los deja exhaustos. Tras el último se
abrazan febriles,
hacen una reverencia y salen. Aunque los espectadores
los reclaman,
no vuelven, porque de repente se sienten limpios, confiados,
tan felices que deben encerrarse en la habitación
y hacer el amor larga, largamente.
El proceso
Cuaderno 15: El ritmo
De aquel asunto hicieron un proceso grande y sonado.
En todos los periódicos salieron las fotos de un árabe
moreno y agresivo que tenía una mirada tan aviesa y sanguinaria
que a todo el mundo le helaba el corazón. El hombre era
un violador típico, eso era obvio, y el proceso era,
segœn la opinión general, un despilfarro absurdo de
tiempo y dinero.
Después aparecieron en los periódicos también las fotos de la víctima,
una joven negra somalí de labios gruesos
y la gente de repente no sabía qué pensar de todo aquello;
no es que dudaran de que el hombre fuera de verdad un violador
y asesino, de ninguna manera, eso era obvio,
pero también la negra con su lasciva mirada
y sus esbeltas piernas no podía haber sido del todo inocente
y la gente se vio ante un verdadero dilema:
cuál sería el juicio justo;
por supuesto que nadie creía que deberían absolver al hombre
o que deberían tratarle con benevolencia,
pero lo más justo sería, de ser posible,
condenar a los dos,
decían y estaban cada vez más seguros
de que el sistema judicial era poco flexible
y que urgía cambiarlo después de las próximas elecciones.
Escándalo
Cuaderno 15: El ritmo
Se produjo un gran escándalo
cuando un profesor, por exceso de trabajo,
se negó a operar
a un niño enfermo;
desesperados, los padres fueron a verlo a su casa
y lo sorprendieron
cortándole el pelo a su caniche en el jardín.
con sus precisos dedos .
Llamaron a los periodistas,
los periodistas llegaron corriendo y sacaron fotos,
mientras el profesor seguía cortándoselo dos horas más
así que pudieron fotografiarlo desde todos los ángulos posibles.
Al día siguiente, los periódicos publicaron en primera página
las fotos de un caniche blanco
y todos los que las vieron tuvieron que reconocer
que el corte era realmente espléndido.
La pesadilla
Cuaderno 15: El ritmo
Cuando gritas, es demasiado tarde,
estás ya en las sanguinarias fauces del monstruo,
o los engranajes de acero desfibran tus miembros
y ya no hay nadie que pueda ayudarte. Sólo podemos estar
a tu lado y esperar que pase el grito y que abras los ojos
y nos veas. Esto es todo, porque ya no será
posible borrar nada.
Ha ocurrido en un lugar y, desde entonces, seguirá volviendo
y apareciendo durante años como los fragmentos
de un vaso roto que pisas con el pie descalzo
y se te incrustan en la planta. Con la insistencia del cristal,
viajan a través de la carne y a través de los tejidos,
incluso cuando te has olvidado de ellos,
permanecen ados en las venas
y a veces cortan dolorosamente alrededor del corazón
y es un dolor frío,
como un filo de acero o como los pasos
que sigilosa, sigilosamente está dando la muerte.
Linneo
Cuaderno 1: El reino del silencio
La cerca era de lúpulo
Cuando abrí la verja
Me cayeron rosas por toda la casaca
Por dentro de la golilla
En mis calzones
Y cayeron al suelo
Se quedaron allí
Luego vino un abejorro despierto vagando por la noche de junio
Bebió mi néctar
Y me dejó
Una transparente gota de miel
Los humitos
Cuaderno 15: El ritmo
Recuerdo muy bien que en casa, cuando nos llamaban
para hacer los ejercicios militares de reservistas, todos llenábamos
las cantimploras con aguardiente y whisky. Nos enojábamos
porque nuestros nombres estaban en sus listas,
pero también nos alegrábamos un poco por el cambio
y por la compañía masculina.
Después nos llevaban en los camiones a las posiciones
y allí, todos mareados a causa de los intercambios
de licores, observábamos
silbar las granadas lanzadas por mortero y luego
aparecían los humitos
en las proximidades de las dianas;
era agradable reposar bajo el sol
y contar los humitos en el valle y me temo
que el asunto no es muy diferente
si en el valle está situada Sarajevo y si los humitos
flotan sobre el mercado de Bascarsija;
porque los refugios del valle
apenas pueden divisarse desde la colina, y el espanto de
los pálidos niños que están dentro se ha apagado,
ya es inaudible, como la oración de un cansado sacerdote
que se ha dormido ya diez mil veces en la esperanza de
que sea su Señor el que le despierte.
Los niños
Cuaderno 15: El ritmo
Son el invento más conmovedor del mundo,
el más fuerte y un poco temible,
porque se agarran a la vida,
quieren estar incondicionalmente a su servicio
y serle fiel en cada juego que se exige de ellos,
por más cruel que sea.
Con la misma habilidad esquivan los tiros de los asesinos
en las favelas brasileñas
y eligen en el supermercado su helado preferido;
con la misma presencia de ánimo prometen a sus amos
que producirán aún más tejas de barro insalubre, caliente,
y dan las gracias a sus padres por su nuevo modelo de Barbie
tan completo y cursi
y por eso hasta podríamos reprocharles un poco de hipocresía,
si no supiéramos que no son más que sus
tremendas ganas de vivir
lo que los hace tan fuertes
que ningún poder es capaz de arrancarlos del mundo,
y éste también podría ser el máximo reproche
si no fueran los únicos, y sin ellos el vacío,
como antes del principio del mundo.
Sin notas
Cuaderno 15: El ritmo
Un pentagrama. Una clave. Un sostenido. Sin notas.
Sin sonido como una guitarra que de pronto
no te atreves a tocar.
Como una mujer que aprieta su desnuda espalda
contra tu cuerpo.
Y no sabes si sabrás mirarla a la cara
cuando se despierte.
Decirle ¿buenos días? o con interés:
¿cómo te llamas??.
Como dos murciélagos,
arrojados a la luz por el apasionado vuelo
- dos aves rápidas, silenciosas, nobles,
convertidas en ratones torpes y deslumbrados.
Este horror.
Miedo. Cuando estando juntos estás solo de repente.
Un pentagrama. Una clave. Un sostenido. Sin notas.
Todas las traducciónes son de: Francisco Uriz
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