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jueves, 19 de agosto de 2010

830.- DELMORE SCHWARTZ


Delmore Schwartz (Brooklyn, 1913-Nueva York, 1966) Poeta estadounidense. Cursó estudios en las universidades de Harvard y de Nueva York. Fue uno de los principales animadores de la vida literaria de Greenwich Village, en Nueva York, durante los años treinta y cuarenta. Sufrió varios internaciones en sanatorios psiquiátricos. Se dio a conocer con "En los sueños comienzan las responsabilidades" (1938), libro de relatos y poesías. En 1959 recibió el premio Bollingen de poesía por su poemario Conocimiento de verano.








El oso pesado que conmigo va

“el estar consigo del cuerpo”

El oso pesado que conmigo va,
Embadurnado el rostro de una múltiple y variada miel,
Zafio y dando tumbos aquí y allí,
Acaparando cada sitio con su peso,
Ese bruto hambriento y golpeador
Enamorado de los dulces, del sueño y de la ira,
Factótum desquiciado que todo lo deshace,
Que trepa el edificio y patea el balón,
Que en la ciudad del odio boxea con su hermano.

Junto a mí jadea, ese pesado animal,
Ese oso pesado que conmigo duerme,
Y que dormido aúlla por un mundo hecho de azúcar,
Por un dulzor tan íntimo como el abrazo del agua,
Aúlla en sueños porque la cuerda
Tiembla mostrándole el oscuro abismo que hay debajo.
Este exhibicionista de pomposo andar está aterrado,
Embutido en su traje de gala, reventándole los pantalones,
Y tiembla cuando piensa que su carne tiritante
Se deshará por fin hasta convertirse en nada.

Este animal del que no puedo escapar conmigo va,
Y me ha seguido desde que el negro útero me sostenía,
Moviéndose conmigo, distorsionándome los gestos,
Una caricatura, una henchida sombra,
El payaso estúpido de los designios de mi ser,
Que ofende y obnubila con su propia oscuridad,
Que alienta oculto en el vientre y en los huesos,
Opaco, demasiado próximo, mi secreto, y aún así desconocido,
Que se yergue para abrazar a ésa a la que amo,
Con la que quisiera caminar, de no estar él tan cerca,
Groseramente la manosea, a pesar de que me bastaría
Tan sólo una palabra para desnudar mi corazón y mostrarme como soy,
Pero él se tambalea, y lo ofusca todo, y exige su alimento,
Bajo su custodia babeante arrastrándome con él,
Entre los cientos de millones de su especie,
Y el desenfreno de la gula en todas partes.

Trad. Roger Wolfe: Todos los monos del mundo. 1995.
Renacimiento. Sevilla





Seraut, Domingo a la Tarde a Orillas del Sena

A Meyer y Lillian Schapiro

¿Qué están mirando? ¿El río?
¿La luz del sol sobre el río, el verano, ocio
o el placer y la nada de la conciencia?
Una niña salta, un mono tití brinca,
como un canguro, atado a la correa de una dama.
(¿Cobra el marido impuestos al Congo por mantener al mono?)
El mono saltarín no puede seguir al caniche que corre adelante.

Todos sostienen el corazón en sus manos:

una plegaria, una promesa de gracia o gratitud,
una devota ofrenda al dios del verano, domingo y plenitud.

La gente del domingo contempla la esperanza misma.

Contempla la esperanza, bajo el sol, libre de la ansiedad
dental, la devoradora nerviosidad
que desgasta tantos días y años de la conciencia.

Quien los percibe, percibir el oro y verde
del domingo de verano es en sí invisible. Porque él es
resplandor dedicado y concentración suprema, enhebrando fanáticamente
las cuentas, agujas y ojos -¡todo a la vez!- de la intensidad y permanencia.
Él es un santo del domingo al aire libre, un fanático disciplinado
por la pasión, coraje, pasión, habilidad, compasión, amor: un único amor a la vida
y amor a la luz, bajo el sol, con el amor a la vida.

En todos lados brilla el resplandor como un jardín floreciendo en la quietud.

Muchos están mirando, muchos sostienen algo o a alguien
pequeño o grande; algunos sostienen varias clases de quitasoles:
cada uno de los que sostiene una sombrilla lo hace de manera diferente.
Alguien se encorva bajo una sombrilla roja como si se escondiese
y mirase hacia el río furtivamente, o buscara estar
libre de la proximidad y el juicio de los otros.
Junto a él se sienta una dama que se ha convertido en piedra, o guijarro,
aunque su sombrero acampanado es rojo.
Una niña se aferra al brazo de su madre
como si fuese una verdad genuina y permanente.
Su sombrero de ala ancha es azul y blanco, azul como el río, como los
veleros blanco,
y su cara y su apariencia tienen la suave inocencia
honesta y alejada del miedo como ángeles tocando clavicordios.
Una adolescente sostiene un ramo de flores
como si contemplase y buscase su desconocido, deseado y temido destino.
Ningún vínculo es tan fuerte como la fuerza con la que los árboles
se aferran al suelo, se curvan hacia la luz en el cálido aire suave,
enraizados y elevándose con una tenacidad perfecta,
alejados del distraído y errático estado de la humanidad.
Cada sombrilla se curva y convierte en árbol,
y los árboles curvándose se elevan para convertirse y ser
iguales a la sombrilla, las campanas del domingo, el verano y el placer del verano.

Segura como los árboles es la dignidad deambulante
de la mujer burguesa que va del brazo de su marido
con la confianza natural y orgullo de quien es,
ella lo es, una emperatriz victoriana y reina.
La dignidad de su marido es tan sólida como su embonpoint.
Lleva un buen cigarro, y un delicado bastón, con bastante despreocupación.
Del brazo de su esposa, son propiedad el uno del otro.
Vestidos impecablemente y con sencillez, son amables y solemnes
como si fuesen inconscientes o estuviesen libres del tiempo y de la tumba,
-señor y señora del paseo del domingo- ¡de todo!
Porque ellos son los monarcas absolutos del mono tití.

Si mirás algo el tiempo suficiente
se volverá extremadamente interesante;
si mirás algo el tiempo suficiente
se volverá rico, múltiple, fascinante.

Si podés mirar cualquier cosa durante suficiente tiempo,
te regocijarás en el milagro del amor,
serás poseído y bendecido por el maravilloso resplandor cegador
del amor, serás resplandor.
La individualidad poseerá y será poseída como en la consagración
del matrimonio, el dominio de la vocación, el misterio del don del dominio, la
eterna relación entre paternidad y progenie.

Todas las cosas están fijas en una dirección.
Nos movemos con la gente del domingo de derecha a izquierda.

El sol brilla
en suave gloria.
La humanidad encuentra
la famosa historia
de paz y descanso, aliviada por un momento del cansancio de
las mareas de los días de semana, la carcomiente ansiedad,
de la inseguridad y el miedo de la rutina semanal de toda una vida,
del profundo nerviosismo que en lo más hondo de la conciencia
nos hace apretar los dientes, y que como lo encontramos tan continuamente, despiertos o
dormidos,
apenas percibimos que está ahí o que quizá podríamos librarnos
de su dolor y tormento, abiertos y libres a toda experiencia.

El sol del verano brilla parejamente y con voluptuosidad
sobre los ricos y los libres, los cómodos, los rentier, los pobres,
y los que están paralizados por la pobreza.
Seurat es a la vez pintor, poeta, arquitecto y alquimista:
el alquimista apunta su varita mágica para describir y conservar el oro
del domingo.
Mezcla pequeños almizcles por mucho tiempo
porque desea mantener el ocio cálido y el placer de las vacaciones
en el fuego ardiente y la paciencia apasionada de su mente y mirada,
ahora y siempre. ¡Oh feliz, feliz multitud!
Es domingo para siempre, verano, libre: permanecerán siempre cálidos
en sus semillas chicas, sus pequeños granos negros.
Él construye y mantiene el poder y el placer
con el que el domingo de verano reina serenamente.

¿Es posible? ¡Es posible!
Aunque requiera los trabajos de Hércules, Sísifo, Flaubert,
Roebling,
la brillantez y espontaneidad de Mozart, la paciencia de la pirámide,
y requiera todo esto del pintor que a los veinticinco
no sospecha que en seis años ya no estará vivo.
Sus maravillosas bolitas, cuentas o moléculas
son puntos que la magia de la alquimia transforma
en diamantes de florecido resplandor, atrapando y bendiciendo la
mirada:
Mirá cómo el sol brilla nuevo y nuevamente, atravesado
con serenidad por su apasionada obsesión
mientras él transforma la luz solar en materia de peltre, destellando,
elegante y seria, nítida como la manteca,
con solidez brillante, inmutable, un don elevándose a la inmortalidad.

La luz del sol, los árboles altísimos y el Sena
son como una gran red en la que Seraut busca atrapar y mantener
a todos los seres vivos en un desfile y paseo de suave y apacible calma.
El río temblando, azul plateado bajo la luz diversa,
está casi inmóvil. La mayoría de las personas del domingo
son como flores, caminando, moviéndose hacia el río, el sol y
el río del sol.
Cada uno sujeta alguna cosa o a alguien, algún instrumento
agarra, tiene, sujeta, aferra o de algún modo toca
algún ser humano como si la mano y el puño al sujetar y poseer
solos, privadamente y en la intimidad, fuesen el único vínculo verdadero
o unión con la bendición.

Un chico toca la flauta, inclinándose por el placer de la actividad musical,
de espaldas al Sena, la luz del sol y el día girasol.
Un dandy apuesto con sombrero de copa contempla distraídamente el Sena.
La casual delicadeza con que sostiene su bastón
se parece a la elegancia de su traje.
Se sienta con postura educada, impecable y erguido,
fijo en su rincón: él es como su bigote.
Cerca, un trabajador se pasea con los hombros caídos, bastante cómodo,
vagando o recostándose, apoyándose en el codo, fumando su pipa,
mirando solitario, a gusto, o abstraído y desdeñoso,
a pesar de estar tan cerca del caballero elegante.
Detrás un sabueso negro olfatea el verde, azul suelo.
Entre ellos, una esposa baja la vista hacia
el tejido en su falda, como en profundo
escrutinio de un libro difícil. Su mirada atenta
no se encuentra en su cara casi oculta, sino en sus manos
que aferran el tejido como nadie aferra
sombrilla, barrilete, vela, flauta o quitasol.

Ésta es la inquieta realidad del tiempo y el fuego del tiempo que convierte
lo que sea en otra cosa, alterando y cambiando continuamente toda
identidad. Mientras el enorme fuego del tiempo consume (aspirando, volando y muriendo)
todas las cosas se elevan y caen, viviendo, saltando y marchitándose, cayendo -como
llamas extinguiéndose, floreciendo, volando y muriendo-
en el incontrolable resplandor del tiempo y la historia:

Aquí Seurat busca en la cueva de su mente y mirada para encontrar
un monumento permanente al simple placer del domingo, busca la alegría
sin fin a través de los ojos de la inmortalidad;
se esfuerza apasionada y pacientemente por superar la cualidad inconstante y errática
de la realidad viviente.

En esta tarde de domingo sobre el Sena
existen muchos cuadros dentro de la escena del domingo:
cada uno es un mundo en sí mismo, un mundo en sí mismo (y como un niño
une generaciones, reconcilia a los separados y ancianos, por eso un nieto es
un segundo nacimiento, y el renacimiento de lo irracional, de aquellos
que se sienten perdidos, resignados o implacables).
Cada pequeño cuadro une lo amplio y lo chico, agrupando los objetos
grandes, conectándolos con cada puntito, semilla o grano negro
que son como modelos, una maravillosa red y tapicería,
pero que tienen también la frescura fortuita y el resplandor
de los ondulantes destellos del río y de los sorprendentes sistemas de la helada
cuando aparecen en la mañana andante, una pura, delicada quietud blanca
y minuet.
En diciembre, a la mañana, gallardetes blancos veteando
la vidriera.

Él es fanático: es a la vez poeta y arquitecto,
buscando la evocación total en figuras tan fuertes como la torre Eiffel,
sutil y delicado también como alguien que tocó una sonata de Mozart, solo,
bajo la cima de Notre-Dame.
Rápido y completamente sensible, puramente real y práctico,
haciendo un mosaico de pequeños puntos en un mural de esplendor y
orden.
Cada pequeño modelo es el macrocosmos soñado o imaginado
en el que todas las cosas, grandes o chicas, con buena voluntad y amor se
se rinden al júbilo y la paz de la luz del domingo, al placer de la luz del sol, a la
profunda moderación y orden de la proporción y relación.

Se extiende más allá de la brillante espontaneidad
de los deslumbrados impresionistas que siguen
la luz cambiante cuando oscila, cambiando, minuto a minuto,
disponiendo, encantando y concediendo libre y
continuamente la frescura y renovación a todo lo que se manifiesta
y fluye.

A pesar de ser muy cuidadoso, es completamente cándido.
A pesar de ser totalmente impersonal, tiene la frescura de la juventud y, tal es
su candor,
su mirada es única y por eso intensamente personal:
nunca es fácil, vana o mecánica,
su visión es simple: pero también amplia, compleja, enojada, y profunda
emulando la totalidad de la naturaleza al madurar, perdurar y
avanzar con dificultad en el caos de la actualidad.

Una infinita variedad dentro de un marco simple.
¡Incontables variaciones sobre un solo tema!
¡Vibrante con qué clase de lujuria, qué alegría calma!
Ésta es la celebración de la contemplación,
ésta es la conversión de experiencia a pura atención,
aquí está lo sagrado de todas las cosas pequeñas
que se nos ofrecen, descubiertas por nosotros, transformadas en las más viva
consciencia,
detrás de la superficialidad o ceguera de la experiencia,
detrás de las superficies empañadas, cubiertas de hollín que, desde el Edén y
desde el nacimiento,
convierten a todas las pequeñas cosas en triviales o invisibles,
en boletos rotos con rapidez y arrojados lejos
en un viaje en tren hacia una fiesta cada vez más lejana.
Aquí nos hemos detenido, aquí hemos entregado nuestros corazones
a la ciudad real, la vívida ciudad, la ciudad en la que habitamos
y la que ignoramos, o miramos sin atención, la mayoría de los días luminosos!

...El tiempo pasa: nada cambia, todo permanece igual. Nada es nuevo
bajo el sol. También es cierto
que el tiempo pasa y todo cambia, año tras año, día tras día,
hora tras hora. El domingo a la tarde de Seurat a orillas del Sena se ha ido
lejos,
se ha ido a Chicago, cerca del lago Michigan,
todas sus flores brillan en una inmensa quietud satisfecha.
Y sin embargo, continúa en otro lado y en todos los lugares donde las imágenes
deleitan la vista y el corazón, y se convierten en los deseables, admirables,
anhelados
íconos de consciencia purificada. Lejos y cerca, cerca y lejos,
no podemos oír, a menos que escuchemos lo que Flaubert quiso decir,
al percibir a un hombre con su mujer y su hijo en un día como este:
Ils sont dans le vrai! Ellos tienen la verdad, han encontrado en la tierra
el camino hacia el reino de los cielos en un domingo de verano.
¿No es cada vez más y más claro? No podemos oír también
la voz de Kafka, siempre triste, en la desesperación de su enfermedad
tratando de decir:
"Flaubert tenía razón: Ils sont dans le vrai!
Sin antepasados, sin matrimonio, sin herederos,
pero con un salvaje anhelo de antepasados, matrimonio y herederos:
Todos me estiran sus manos: pero están tan lejos de mí!"

(Versión de Guadalupe Arenillas)






CONSIDEREMOS DÓNDE ESTÁN LOS GRANDES HOMBRES

Consideremos dónde están los grandes hombres
que obsesionarán al niño cuando pueda leer:
Joyce da clase en Trieste en una escuela Berlitz,
aprende a pronunciar los retruécanos en Finnegans
Wake—
Eliot trabaja en un banco, y allí aprende
las ganancias y las pérdidas,
la muerte de las ciudades—
Pound le grita, encuentra lo que los exilados
encuentran,
la cultura en caos a todo lo largo del tiempo,
como una exposición de Picasso.
Rilke padece
del silencio y de la soledad la inaudible música
de castillos vacíos que grandes caballeros han dejado
(como Beethoven, desmontando en el recuerdo
los bosques inefables de los últimos cuartetos) —
Trotzky en el destierro, también, camina en Londres
con Lenin, le oye decir la verdad a medias del destierro:
"Mira: allí está su Westminster"; como si
los rasgos del padre fueran toda el alma del hijo—
Yeats también, como Rilke, en viejas propiedades señoriales,
busca lo permanente entre la pérdida
diaria y desesperada, del amor, de los amigos,
de cada pensamiento con que empezó su época—
Kafka en Praga trabaja en una oficina, aprende
cómo la Vida burocrática,
cómo Dios tan lejos,
una teología de dependientes—
Perse esta en Asia de diplomático,
encontrando la violenta energía con la cual
la civilización se crea a sí misma y se mueve—.

Pero con estas imágenes él no ve sin embargo
la apatía moral después del tratado de Munich,
el silencio antinatural en la Línea Maginot,
no prevé sin embargo la caída de Francia—
Mann también, en Davos-Platz, halla en los enfermos
el triunfo del artista y del intelecto—
En toda Europa estos desterrados encuentran en el arte
lo que es el destierro: el arte mismo se vuelve exilio,
un secreto y una clave estudiada en secreto,
expresando la agonía de la vida este niño aprenderá
de la vida moderna; por estos grandes hombres,
participará en su soledad,
y tal vez al fin, una noche
como esta, volverá al punto de partida, su nombre
revelándolo como tal, entre los suyos.

(De Shenandoah)

(Traducción de J.C. Urtecho y
E. Cardenal, Antología de la
poesía norteamericana, Aguilar,
Madrid, 1962, Edición
no bilingüe.)



EN ESTE MISMO MOMENTO

Aquellos que vacilan me obligan. Temen
el as de espadas. Temen
el amor ofrecido repentinamente, alejándose del hogar,
dulces con decisión. Y desconfian
de los fuegos artificiales junto al lago, primero el estallido,
luego las luces de colores, elevándose.
Indefinidos, vacilantes, dudosos, se consumen
de envidia ante el Cesar regresando a la proa,
encerrados en la piedra de su acto y oficio.
Mientras la banda brillantemente irrumpe sobre el agua
permanecen entre la multitud alineada en la orilla
concientes del agua bajo el Cesar. Lo saben. Sus ojos
están obsesionados por el agua.

Me perturban, me obligan. No es verdad
que "ningún hombre es feliz" pero ése no es
el sentido que te guía, Si estamos
incompletos (lo estamos, a menos que la esperanza sea un mal sueño)
estás en lo cierto. Me tirás de la manga
antes que hable, con una sombra de amistad,
y recuerdo que nosotros los que nos movemos
somos movidos por nubes que oscurecen la medianoche.

(Traducción de Daniel Durand)





NO CONOCÍA LA VERDAD DE LOS ÁRBOLES QUE CRECEN

En una calle suburbana, protegida por árboles pacientes
se amontonaban dos casas de familia, atravesé la reunión a la luz de la lámpara,
en un anochecer del medio del invierno, cuando la luz de la nieve produjo
de la incandescente hora de la cena una perdida sombra azul:
Una chica rubia parada en la ventana miraba hacia la nieve:
su mirada ocultaba el lecho ardiente del odio, que había atacado hacía tiempo,
y entonces nuestras miradas se encontraron: y de repente me perdí,
mis ojos se extendieron hasta tocar la corteza de los árboles más cercanos,
mis manos se estiraron hasta tocar la rugoza y resquebrajada
corteza, para sentir una y otra vez, un ejemplo y un símbolo
de la textura de la realidad. El cuadro de la ventana mostró
con qué frecuencia la belleza oculta al sapo enfermo acosado por la muerte del corazón:
con qué frecuencia un romance es una danza que pasa: pero el árbol es verdadero:
y esto es lo que no conocía, aunque siempre pensé que sabía
que un árbol que crece es verdadero.

(Traducción de Guadalupe Arenillas y Daniel Durandl)





¿HAY QUIENES HABLAN DE MÍ BURLONAMENTE,
CON MALICIA?

"Como en el agua un rostro responde al rostro,
también el corazón del hombre responde al hombre."
¿Murmuran a espaldas mías? ¿Hablan
De mi torpeza? ¿Se ríen de mí,
Remedando mis gestos, detallando mi vergüenza?
Me daré vuelta enfrentándolos, los denunciaré, diciendo
Que son unos desvergonzados, que son traicioneros,
Que ya no son mis amigos, que ya nunca más,
Jamás, entre un millar de encuentros en la calle,
Reconoceré sus caras, tomaré sus manos,
Ni por nuestro amor en común ni en recuerdo de otros tiempos:

Murmuraron a mis espaldas, me remedaron.

Sé por qué lo hacen, también yo lo he hecho,
Ser cruel por chiste, a espaldas de mi querido amigo,
Y para divertir traicioné su amor privado,
Su vergüenza nerviosa, el hábito de ella y las debilidades de los dos;
Los he remedado, he sido traicionero,
Por chiste, para divertir, porque su ser pesó
Demasiado crasamente por un tiempo, para ser superior,
Para lisonjear a los oyentes con esto, lo íntimo,
Traicionando lo íntimo, más por lo íntimo,
Para liberarme de la necesidad de amistad,
Temiendo de tiempo en tiempo que ellos oigan,
Me denuncien y repudien, que digan de una vez para siempre
Que jamás volverán a estar conmigo, tomar mis manos,
Hablando de los tiempos idos y de nuestro amor en común.
¡Qué cosa tan inaudita es, en suma,
Amar a otro y ser amado por igual!
|Qué tristeza y qué alegría! Cuan cruel resulta
Que el orgullo y el ingenio deformen el corazón humano,
Cuan vano, cuan triste, qué crueldad, qué necesidad,
Puesto que es cierto y triste que los necesito
Y que ellos me necesitan. ¿Qué es lo que puedo hacer? Necesitamos
Mutuamente nuestras torpezas, mutuamente nuestro ingenio,
Mutuamente la compañía así como nuestro propio orgullo. Yo necesito
Mi cara exenta de vergüenza, necesito mi ingenio, no puedo
Alejarme. Conocemos nuestra torpeza,
Nuestra debilidad, nuestras necesidades, no podemos
Olvidar nuestro orgullo, nuestras caras, nuestro amor en común.

(Traducción de E.L.Revol)



En la cama vacía, en la caverna de Platón

En la cama vacía, en la caverna de Platón,
Las luces reflejadas se deslizaron lentamente sobre la pared,
Los carpinteros martillearon bajo la ventana en sombras,
El viento movió toda la noche las cortinas,
Una flota de camiones cuesta arriba, renqueando,
Con la carga cubierta, como de costumbre.
El techo se iluminó una vez más, el diagrama inclinado
se deslizó hacia delante con lentitud.
Al escuchar los pasos del lechero,
su esfuerzo en la escalera, el sonido de las botellas,
me levanté de la cama, encendí un pitillo,
y me acerqué a la ventana. La calle de piedra
fue testigo del silencio de los edificios,
la vigilia de los faroles y la paciencia del caballo.
El cielo puro del invierno
me empujó a la cama con ojos cansados.

La extrañeza crecía en el aire inmóvil. La flotante neblina
se volvió gris. Temblorosos vagones, cataratas de cascos
sonaban en la lejanía, cada vez más fuerte y más cerca.
Un coche tosió al arrancar. La mañana fundiendo
el aire con suavidad, levantó las sillas semicubiertas
Desde el fondo del mar, encendió el espejo,
iluminó la cómoda y la pared blanca.
El pájaro ensayó su canto, silbó, gorjeó,
trinó y silbó, así! Perplejo, todavía húmedo
Por el sueño, afectuoso, hambriento y frío. Así, así
Oh hijo del hombre, la noche ignorante, el anhelo
De la mañana temprana, el misterio del comienzo
Una y otra vez.
Mientras que la historia no perdona.






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