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miércoles, 18 de agosto de 2010

819.- JOSÉ ANTONIO CEDRÓN

José Antonio Cedrón
Lugar de Nacimiento: Buenos Aires -1945, Argentina
Residente en México.

Publicó los poemarios:

-Viaje hacia todos (Ediciones del Alto Sol, Buenos Aires, 1971)
-La tierra sin segundos (Libros para el Tercer Mundo, Buenos Aires, 1974)
-De este lado y del otro (Ed. Penélope, México 1981. Universidad Autónoma de Puebla, México 1983.
Coedición Univ. Londres-Keal, México 2001)
-Actas (Editorial Tierra del Fuego, México-Buenos Aires, 1986)
-Cuaderno de tránsito (La Tinta de Alcatraz, UAEM, Toluca, México, 1994)









Pequeña cosa

Si no tuviera alas como tiene
si no hablar y cantara
si no fuera de fiesta de velorio
si no amara tus piernas como ramas de un niño
si no tuviera acaso componentes políticos
estaría diciendo que el corazón
es sólo el corazón
no esta mancha que cambia pasos bodas y viajes
no este pájaro huido que carga una maleta
pesada como pueblo
no esta sombra que emigra en mala hora
qué va.




Paisaje

Se la vio desconfiada invadida ocupada
Se la vio con el pulmón izquierdo perforado
Sin aire
Se la vio sin laurel sin tetas ni balanza
Sin peatones y voces y terrazas
Sin aire
Se la vio glacial
Con el traje lustroso del código civil
Y los labios resecos guardados en la boca
Se la vio con las llaves de las catedrales invisibles
Se la vio sordomuda del pájaro frecuente
Entre la baba espesa
Mirándose en la huella de un pesado zapato
En la penumbra sólo se alzaba su silueta
Alguna que otra bestia vigilando esa quietud
Y ninguna otra cosa.
Crónica entre líneas

Sabíamos que había entrado al bosque
que su cabeza verde trataba de confundirse
donde habita la vida con la naturaleza.
Sabíamos también que llevaba un antorcha
en la mano derecha. Y también que de día
este fuego no viene a iluminar, sino a quemarlo todo y confundir el rastro.
Fue entonces que los pájaros dijeron
no es sitio de hacer nido de nacer de quedarse
y cambiaron de vuelo entre las llamas.
Este bárbaro alzado rodeado por su fuego
ignora que al igual que las hojas quemadas
ya no regresará de aquel fenómeno.
Este bárbaro no sabe nada de botánica
y tampoco ha leído una línea sobre el metabolismo de la naturaleza,
la reproducción las cartas de amor, el filo de una estrella
las leyes de la historia.
Este bárbaro.


Carta a casa

Ayer pensé o soñé que estaba en casa
Y te pensé o soñé como eras hace mucho
bajo un cielo que era también como hace mucho
esas cosas de hombre de niño que uno tiene.
Te soñé como eras cuando yo no era éste
y te pensé después, y anduviste girando en
mi cabeza durante todo el día.
Esta mesa es tan chica
acá se desayunan con su ruido de jarros las mínimas tormentas
acá llueve seguido y las noches se llenan
de tazas negras.
A veces alguien canta para desocuparse
de las lágrimas
y a veces hay un ruido de final que me roba
las pocas herramientas que reuní de a poco
esa pequeña historia asomada en desorden
al reloj de la casa
los gajos que juntabas por los alrededores
donde ha subido el polvo.
Injusto es este otoño oblibando a cubrirnos
con las hojas que caen de esta miseria
que se pone a crecer
como el tiempo en las fotos amarillas
como las uñas.


Las palabras

No abandonar lo estrecho de este pozo
Le digo al animal que malvive pensando
En la arena que escarbas desde el muro
Todo es hondo, profundo
Escribes en la palma de una mano
Que se dio a la tarea de andar sobre
los pasos cortos de tu aliento
ellos hacen volar palabras en una hoja rayada
buscan el aire donde llega
la punta de los dedos
el olor de la tierra mojado cuando el viento
ese poco de suerte filtrado en este otoño
para cumplir lo veinte al otro lado
y no voy a cantar
cuando al fin las porfiadas se abren paso
entre la hierba espesa
y vienen a dictar bajo esta lámpara.
La cuestión

No hablo de aquellos golpes sobre el frente
La cal tiza ese polvo en el revoque fino
El ladrillo y el hueco sobre el rostro
Sino detrás, debajo
Hondas bases de adentro.
A esta superricie traemos los límites
De esa profundidad
A estas mismas orillas indescifrables
El difícil enigma que nos hace dudar
(frente al espejo)
que esta mano es una mano
que ese ruido es la lluvia
y el sospechoso sigue en el fondo.



VII

a Daniel Lovecchio
Rafael Vásquez
Arnold Antonin

El río desafiante sube sucio
cuesta tanto nombrar reconocer lugares
desdibujados rostros
después de habernos dado su costumbre.
Si me cuesta el recuerdo de tu voz
y tal vez te suceda
bajo esta misma lluvia, este granizo.
Cara es esta verdad.
Danos buena memoria en este exilio, patria
danos buena memoria
del que vende negocios asociando tu nombre
del que remata
del ave de rapiña
de los intelectuales que tomaron distancia
del aceite que emanan los peces muertos
en la orilla.
Estos son días de aguas no potables
de oxígeno manchado.
Danos buena memoria en este exilio, patria
para tener memoria de todo lo que hicimos
y no hicimos posible
de todo lo que haremos
y no haremos posible.
Danos buena memoria de los pasos
adviértenos sobre todo armisticio.
Danos buena memoria en este exilio, patria
reflejos de felino para defendernos de la serpiente
danos buena memoria a la conciencia
danos buena memoria
dependencia concreta, humana
de ella
y ninguna mejilla.


Poemas del libro Actas



Me desperté después de las pastillas
a las 4 y 50
cuando una voz en off anunciaba buen tiempo.
Cielo limpio a un costado de tu rostro
recuerdo unos islotes que olvidé para siempre
algunas nubes bajas rozándome el zapato
un hilo blanco al fondo; el horizonte, creo.
Un ruido absurdo adentro de una taza
y muchos caramelos que saben a otro idioma.
La escalera y el mar, el cerro enorme
la humedad y unos pocos borrachos en la calle
un túnel y otro túnel
y tu mano por único testigo
de que llegué hasta aquí
en esta madrugada sin diario ni más datos.

Caracas

*


En esta casa alguien vivió antes.
Dejó clavos de punta en las paredes
la forma de sus manos en un viejo jabón
olores a tabaco, el lavadero sucio.
Huellas poco confiables.
Vivió esperando un ruido que lo llame
desde el amanecer?
Lo imaginó esperando?
Lloró también de frente, aquí,
contra estas puertas?
Qué lloró cómo qué hizo
cuando el sol se le secó en el horizonte?
Qué sintió de esta lluvia debajo del papel?
Humedeció sus miedos el cielo de este techo?
Dudó del calendario con las manos cerradas?
Del amor?
Compró pan en el barrio y fue observado?
Vio sonrisas por él y no hacia él?
Nombró con el silencio?
De qué cielo llegaba?
Escribió cartas?
En qué idioma dijo, señor no puedo más?
Era extranjero acaso?



*
Las tinieblas terminan en tinieblas
que no terminan.
Jorge Guillén (Ley de sucesión)

Las piedras de las torres taparon los volcanes
con el insospechado silencio de sus cuerpos
los muros no murmuran el asombro al creyente
(que después descubrimos entre los saqueadores)
este largo silencio que obedece a las ruinas
no mira, no cuestiona
duerme sobre el hastío de antiguas desconfianzas
se deja acariciar como los mármoles.

México, DF. 1984


*
Aries en vacaciones

En estas tres semanas apilé mis papeles
les di música, tiempo, versión libre a sus faenas.
Me senté en el portal con mi café y los libros.
Compré unos caramelos para alguien.
Por las noches di vueltas alrededor del cuerpo
(solamente un insomnio en tres semanas)
me levanté y leí, llené mi cenicero, mis vasos,
mi casa de palabras.
Nadie fue altisonante, repetido, ridículo.
Sólo Stevenson dijo algo que no recuerdo
o su mal traductor le hizo decir
lo demás quedó aquí.
Después llegaron voces, intrusos en la luz.
Por el mismo cristal donde pasó el amor
un día por mi frente, ahora el tiempo.
Tomé mi carretera de sal y te pensé.
Los pescadores no hablan en el amanecer
deciden con su tacto como en el mundo ancho
profundo de los ciegos
sólo deslumbran con sus cuerpos plateados.
Los vi desde la arena con las primeras sombras
del sol sobre los muelles.
Comí frutas rosadas, amarillas.
Vi a la gente besarse, tomarse la cintura, embriagarse ingenuamente.
Sin ruido, sin bochorno, cumplí años conmigo.
Los mordí sobre el borde de una mesa
y recordé mi nombre como el único azar que reconozco. No bebí a esa salud.
Un papalote alzaba su paz sobre el absurdo.
Caminé unas cinco horas a pie, solo y no lo
suficientemente solo, por valles desiertos
y no lo suficientemente desiertos.
La arena estaba sucia. Leí, seguí leyendo.
Abandoné dos libros aburridos en bares
y en hoteles, sin reproches.
Con otra compañía no hubiera sido fácil.
Tampoco contemplar un arco iris
que obviamente no voy a describir.
Mañana volveré, conversaré con alguien
cosas sin importancia.
De qué valdría hablar de un tren carguero
blanco, en Matamoros, sin nada en la emoción
del que pueda creerme.
Hace bien y hace un ancla el estar solo.

F.Kafka (Cartas a Felice)


*

A Eduardo Dalter

Un elefante espera la muerte en su manada.
Camina por la tierra.
A veces lo acorralan.
La piel de un elefante tiene el mismo espesor
que el metal de una bala calibre 35.
Para dar muerte rápida a la bestia
si el matador apunta
debe hacerlo con rifles de potencia
y mejor precisión.
Algunos animales han sido desplazados
de los ríos, sin consulta
y son muertos por hambre y sed
atacados también cuando dormían
y hay quienes fueron desaparecidos
por las grietas profundas de la tierra
en que vivían.
Para cazar un rinoceronte hacen falta
en tiempos de paz
unos diez hombres bien dispuestos
conocimiento del terreno
infraestructura logística y
como en el caso del resto de la especie
buenos tiradores.
Un rinoceronte puede resistir tanto plomo
como un toro, si no se le acierta
en las partes vitales.
Un toro es capaz de no morir de espada
sino de cansancio.
Un desterrado espera morir en su manada.
Camina por la tierra.
La piel de un desterrado tiene el mismo espesor
que la piel de sus perseguidores.
Sólo una diferencia lo separa de aquellos animales
no se puede acabar con esa especie
engendra al que lo acosa
despierta tanto ruido.




*
Mis muertos no son dioses
cambian con el peso de los años
me levantan de noche a caminar con ellos
me hablan del futuro, entre cenizas
piden un vaso de agua a mitad del camino
alzan la voz las manos la mirada
furiosamente
discuten con la vida
no son dioses.
Mis muertos se llevaron la cordura
apretada en el pecho
y la respiración empedernida
su rostro lentamente de la mesa
una impotencia extraña entre los dedos.
Mis muertos no son dioses
no cargan con mi vida ahora ni nunca
pero viajan en todo mi equipaje
son una certidumbre, no una carga.
Mis muertos no son dioses.




*
a Mauricio Ciechanower

Nueve años después sobre iguales cabezas
la luz cambió de pasos ampliando el mismo círculo.
De su centro partieron ojos que vieron juegos,
calles, octubres, humo, referencias.
El forastero duerme sitiado por escombros
sabe que hubo pasado
trabaja, besa, duda del país que lastima
como el filo de un sueño entre los dientes.




*
Cómo haría aquel hombre sin idioma
ni monedas de cambio/ ni mar/ ni luz de aldea
ni el oro de los pobres soñado en la taberna
ni una mancha salada de lluvia en el sombrero
ni el tabaco mascado en el umbral
ni el aliento del frío/ ni el trébol del abuelo
enterrado en el fondo del bolsillo.




*
Alicia Alonso y el Ballet Nacional
de Cuba, en Puebla

Usted salta, señora, y yo pongo la primera palabra
en este verso.
Pero usted ya saltaba cuando yo era aprendiz de
un país de maravillas.
Una vez y otra vez y otra vez más
usted salta, señora
pero yo no la veo, ¿o es que usted no aparece?
Poca virtud en el aire de mis ojos, señora.
Y aquella mano sola en la platea, cómplice, levantada.
Nada más que esa mano en estos ojos.
Ahora cuesta mucho recobrar la emoción
variando la costumbre, porque soy de un país
de maravillas. Se lo dije, señora.
De una generación que sólo usó las flores
para decir adiós.
Y me voy del teatro con una nube verde
dormida entre los brazos
y usted sigue saltando, sin atender la lluvia.
Recuerde que llovía.
No quiero oír a nadie comentar la función
no quiero distraerme de que usted es de este
mundo, y yo estoy en la tierra, y usted salta, señora
aunque hoy no baile
usted sigue saltando, salta, salta.
Usted me debe un poema, créamelo.



*
Deshoras

Haces mal en llegar improvisadamente.
Tus ojos son inquietos, dibujan geografías
y hace un tiempo difícil, y abunda la maleza.
Juguemos a las cartas, no hay nada que apostar.
Los monumentos lloran de vergüenza
se quieren despedir
firmarían sin más trámite su olvido.
Podríamos armar un mundo de papel tamaño oficio
donde entraran tus peces de colores
y mi resignación, pero no tengo planes.
Mi pecado es sincero
no deberías confiar en un oso polar
lo dije en otro libro
tienen cuentas pendientes todo el tiempo
duermen del lado opuesto al corazón
para que el aire silbe
y sobre el frágil hilo de la noche
pronuncian algún nombre de canción o país.
Esta casa es pequeña, la gente se incomoda
las palabras me roban muchas horas
y me extravío en ellas como un borracho ciego
arrojado en un bosque.
Si vivieras aquí no tendrías teléfono, sol,
canario flauta.
Los golpes de reloj sobre la pobre suerte dan pavor.
Tus ojos son inquietos, seamos francos
la realidad ha crecido de peso como un muerto
si me pasara algo ni testamento dejo
libros, perro, macetas no interesan a nadie.
Podría cerrar tus planes con un beso de miedo
y oscurecer también.
Podrían suceder muchas más cosas
qué pasaría después.
Es un tiempo difícil, te lo digo
se iría el presupuesto en aspirinas.



*
No hay nada que contarte que no sea la lluvia
golpeteando sus dedos en mis doce cristales.
Abril es un mes largo, querida, no sé nada.
Desde el infierno escriben estos poemas
dicen que volveré, construiremos la casa
aunque lejos del mar, ellos confían
presionan el cerebro las arterias los músculos
se obstinan, pero después lo niegan.
Nunca se acaba con ellos el margen de sorpresas
usos palabras tuyas, los conoces
maldicen, se maldicen, incomprensiblemente
contra los muchos cargos.
El peso de la historia les hace arder los ojos
tener apocalípticas visiones.
Pretextan se arrepienten se contradicen tanto.
Impresiona lo raro de sus cuerpos, como de tuba.
El brillo de su voz, extraña y grave.
Sus pecados me agobian, indefendibles son.
Difícil predecir qué pasará con ellos.
En estas condiciones no creas una línea
más que gitanos mienten.



*
Ley de residencia

Ojerosos y turbios como ladrones
frescos, luminosos de perdición, los ellos
viven, extrañan, piensan en llegar.
El tiempo, a veces, pasa
cuando cierran la luz, como otro día, un libro
que se reescribe solo por las noches.



*

Y la busqué en derrumbes, por lugares ociosos
en zonas de calor, en otros rostros.
Los meridianos registraron su paso por labios
desolados. Los últimos informes precisaron
su estancia en la costa oriental.
Frente al golfo de Ninja los navegantes hablan de sus cabellos negros
cuando el rumbo dudoso de los vientos se dirige hacia el sur.
Pocos libros me dan noticias suyas
cuando amanece vuelvo sobre ellos
verifico las rutas y corrijo la brújula de punto.
Las nubes se contraen hay que seguir las olas
me dijo Byrnes –un geógrafo noruego–
pero hacía tres días que estaba en la taberna.
Con mis lentes oscuros presioné a unos espías de la segunda guerra
en una calle céntrica de Dallas que me vieron confusos, desconfiaron,
esgrimieron familia estar fuera de forma la pensión.
Di el alerta en lugares extraños a mis mapas:
el país de Talía, el macizo del Harz.
A veces me emociono al leer su nombre
en la madera vieja de los muelles
(cuando hay sol el tallado se refleja en las playas).
Para su aparición organicé los peces más plateados, aguas marinas, panes, calabazas.
Por si fuera de noche en mis terrenos: antorchas suficientes. Le daré una gran fiesta.
Para mayor sorpresa verá su corazón
que aún flota en este cuerpo.



*
Los amantes del pueblo

Se dice que llegaron hasta aquí en un tren nocturno,
con las lluvias de agosto que cubren las sequías.
Su amor dio que fumar que beber que decir.
Fue la cosa más grande después de la mujer araña en los años cincuenta.
Eran irreverentes aquellos alaridos
incesantes se oían a la sombra del sol y las vecinas
como una cosa oscura que espiar, murmurar
y hubo anuncios de prensa y apagones en las horas jadeantes.
Los jóvenes del pueblo imaginaban manos acariciando labios, senos, caderas,
brazos como la furia de los dioses esbeltos.
Interminables fueron esos días
que hasta la misma furia acabó maldiciendo
los brazos del ejemplo, las bocas, las caricias
pero ellos continuaron amándose en sus potros
atáronse uno al otro los cuerpos y los sueños
y las hierbas volvieron otra vez doradas las sequías.
Partieron como nubes llamadas por montañas.
Pájaros de cristal volteaban para verlos.


*
Teníamos la tierra, la raíz de las plantas,
los metales, la piedra.
Yo te amaba.
Teníamos ciudades, gobiernos, sacrificios,
líderes, predicciones, guerreros, bandoleros.
Teníamos rebeldes
teníamos las clases, la explotación, la lucha de
las clases, la barbarie, las leyes.
Pero yo igual te amaba.
Sabíamos rezar, combatir, cosechar.
Sabíamos cazar, torturar y matar.
Sabíamos reír, llorar, besarnos.
Teníamos dioses, semidioses, reyes, armas, madera.
Teníamos pirámides y chozas y enemigos,
hambrunas, desnudeces.
Pagábamos tributo.
Teníamos idiomas, dialectos, oraciones,
maíz, pueblos vecinos, rutas.
Sabías que te amaba.
Teníamos envidias, celos, muertes absurdas,
casamientos, suicidios, crueldades, sacerdotes.
Teníamos canoas, sectas, enfermedades, pestes.
Teníamos artistas, cementerios, hijos, mejillas,
putas, ceremonias.
Teníamos calendarios, promesas, medicinas.
Teníamos hermosos nombres, ternuras, incendios.
Solíamos tener sueños para volar, plumas para volar.
Sabíamos danzar, embriagarnos, tallar,
darnos la mano.
Conocimos el paso de los tiempos
y de los vientos.
Teníamos pasado, presente y porvenir.
Adoramos al sol, entre otras cosas,
al escribir lo hicimos del lado del poniente
le dimos a la piedra nuestras vidas
no teníamos ruinas
sabíamos quiénes éramos.
Después del desembarco de esos hombres
que fueron descubiertos
llegaron otros, y otros, y otros.
Aquí tuvimos barro, fuego, pájaros, peces.
De esto hace mucho tiempo.
Nada ha podido hacer que no te amara.



*
Entre los jeroglíficos hallados en tu almohada
enfrentarás la mueca de los días.
La distancia idealiza.
El sueño solamente demora esa costumbre.
Las miradas de entonces no quieren saber nada.
La mano que aún extrañas acostumbró su piel
al paso de tu ausencia.


*
Dejemos los anillos en su sitio
la gotera del baño, el esforzado sueño.
Escondamos la escoba, por favor
los trapos de cocina.
La borrachera diurna del vecino la borro.
Tapo los viejos diarios con nuestro desarreglo
el tiempo del reloj y de los trenes.
Cerremos las cortinas, las ventanas
permitamos que llegue la penumbra
que nada entorpezca el volumen de los cuerpos
las líneas de la boca.
Ahora la puerta.
Por último el buen ojo abrazado a tus vientos
y empezar a volar, aunque sea un momento:
no estamos para nadie



*
No hubo lucha de clases cuando dimos batalla
sólo daños menores en la mampostería
cuyos antecedentes no pueden atribuirnos
fallas de construcción en el armado del cielo
incontrolables nubes
y neblina constante durante el acarreo de la luz.
Rasguños en la piel también menores
cansancio en la energía de los astros
que dieron de morder.
Sí algo de lava y polvo que escaparon
por las escaleras de emergencia
que no sería honesto negar aquí.
Caricias que acabaron despertando combate.
El roce de la carne con los filos del tiempo.
Me deslicé en tu cuerpo como por esos pueblos
que después de sus calles el desierto.
No te besé la espalda ni las piernas
para que la tormenta no entrara en tu equipaje.
Ahora, con más calma, mirando
por los ojos de huellas y testigos
¿qué margen le darías a este temblor
en la escala de Richter?



*
Antes de nuestro amor, que llevaba sus años,
el mundo conocido era pequeño.
Tolomeo trazó las coordenadas,
pero no aparecemos en sus mapas.
Copérnico no supo de nosotros, Galileo tampoco.
La Edad Media, después, oscuramente,
nos dejó a la intemperie.
Ni la electricidad, la radio, dieron noticia
alguna de este descubrimiento.
Navegamos bastante desde entonces
nos amamos en nombre de todos estos siglos
pero eso los arquéologos ignoran
si antiguas redondeces, las antediluvianas,
eran nuestras.
Y no quedó piedra sobre piedra
no quedó ni el recuerdo salvado de esas ruinas.
Fueron tiempos difíciles aquellos.
Es la resurrección esto que escribo.


*
Ahora o nunca

Antes que sea tarde
y en las torres se instalen los francotiradores
antes que pase el tiempo sobre la única piel
y que los estrategas de la razón nos juzguen
los troyanos nos culpen los tirios nos condenen
la historia nos devore
antes que la cordura terrible nos dé alcance.




*
Porque llegás de proa, banderas desplegadas
sogas de grueso nudo, como los marineros
historias en bodega
palabras que desnudan hasta apagar la luz.
Los marineros llegan con sus redes tendidas
hilos perdidos llevan en sus cabellos rojos
pipas para que el humo los distraiga del mar.
Amarran la cintura de su amante en los puertos.
Yo no tengo palabras importantes en mis velas mayores,
ni un barco de pirata dentro de una botella, ni un beso de perfil con el ojo tapado.
En este desembarco hasta tus costas
el día dio la vuelta alrededor del mundo
en tu cuerpo navegan semihundidos mis besos
acaso me soñaste en la cubierta
pero esto es otra cosa
yo nunca subí a un barco
no podría siquiera dedicarte un tatuaje.



*
Desconfía del que ama: tiene hambre,
no quiere más que devorar.
Busca la compañía de los hartos.
Ésos son los que dan.
Rosario Castellanos

Amaré a esa mujer por la impureza
que descubren sus pájaros salvajes
por los desordenados colores que ella trae
a este mundo, blanco y negro.
Su poesía corrige mis lugares comunes
me pone en evidencia a cada línea
apenas la conozco después de tantos siglos
de lavarnos la frente y de juntar las manos:
aquel rigor de látigo obediente que penetró
la sangre y dio nombre al pecado y a la culpa.
Los custodios que nombro son piedras de los templos, la quiebra de los justos.
Ella enseña otra historia, intraducible aún,
a esa mitad que un día creyó saberla entera.
Y no hay resurrección ni costumbre que pueda
una vez que vio el fondo de las sombras opuestas.
La salvación no quiero, ese chantaje,
quiero sólo la vida de esa mujer que parte
las mitades que faltan del silencio.
La amaré con justeza de asombro milenario
de misterio reciente, poco a poco,
su libertad y la mía descubiertas
para que sea ella, y yo sea yo.


*
Asaltaré las casas para borrar las huellas
de tus besos mis besos.
Hurgaré en sus creencias, robaré.
Habrán perdido todo, notarán el vacío de sus vidas.
Por esa perdición seré buscado, perseguido, lo sé.
Mi pecado será la culpa de los hombres.
Nunca darán conmigo, acaso con mi sombra.
Seré un ladrón perfecto, inalcanzable.
Un rumor, como dios.



*
Los amantes dejaron la forma de sus cuerpos
en los bancos de arena, sus ojos de fiereza
en el último instante
rodeados por las aguas
desnudos atravesaron lo tibio y lo salobre
encontraron islotes y frutas submarinas
que comieron a la hora del auxilio
en el último instante
sabrán que aquel naufragio fue sus propios cuerpos
comiéndose uno al otro.
Si lograran volver de aquella pesadilla
las heridas del mundo entrarían en su espejo.





*
La poesía es la poesía, más el hombre,
más el mundo, más el poeta.
Raúl González Tuñón

Te siento cuando llegás
sospechosamente
cuando te inclinás sobre el fuego
que prendemos juntos
cuando cáes, caemos
como amantes secretos
y me hacés confesar y confesás.
Te acaricio de nuevo y te beso en la boca
y nos arden los ojos por el humo
me apretás las muñecas me agarrás por el cuello
te escribo y me escribís
y a veces, cuántas veces
me dejás solo y pienso
cuándo vas a cantar nuevos días que sean el de hoy
cuándo me harás cantar otros recuerdos nuevos
otra vida con ésta.





*
Y si fueras irreal
¿cuál sería la realidad
(y lo que me poesía)?








*
No amo mi patria.
Su fulgor abstracto es inasible.
Pero (aunque suene mal) daría la vida
por diez lugares suyos, cierta gente...
José Emilio Pacheco (Alta traición)

Bajo tiempos difíciles y noches cerradas
te he soñado. Fui un impostor de luz para esa claridad que no toleras.
Tu anuncio es invisible como el amor que llevas
y que traes de mi piel. Y no te reconozco
más que en viejas traiciones.
Lo digo sin pedirte perdón, sin pedir nada.
Y sin embargo duele.
No podría desear la salvación sin vida. Ese poder.
Y también, sin embargo, no oculto lo invisible
del cómplice que traigo. Fantasmas que nos diste
para estrechar tu vieja geografía
de mártires y sombras.
El gesto recorrido con la misma mirada acorralada
vacila hoy como un ciego, en el cordón de un país desconocido.


*
Ahora vendrá la luna, con su lengua de luz
en las cortinas
(la buenaluna a veces esperaba
con la mesa tendida y el café a medio hacer)
vendrá como siempre y sólo entenderás
que jugaba al vacío girando en la cuchara
para endulzar sin nombre ni apellido la noche.
Ella vendrá sin más, a la hora acostumbrada
para anunciar de nuevo
que mañana amanece un cielo limpio
bajo el que poco o nada te queda por decir.







*
Y le pido de nuevo que no me deje solo
que todavía siento miedo a la oscuridad
a las voces que indagan el pasado
que no me deje solo
que otros duendes resuelven lo que cuesta subir desarmado, las alas,
/ que anuncia el gallo nuevo
que no me deje solo con el eco, que me acompañe siempre, que respire y respire
nubes bajas se internan al agua donde bebo
que no me deje solo repitiendo esa luz
que despierta viviendo a contracielo
atrás de los retratos donde una vez
soñé con otro rostro
que no me deje solo en esta huella
que siga respirando por los remos
que siga respirando, que respire
que no diga hasta aquí.




Poemas del libro Vidario

*

Cuando el cuerpo no podía
quedaba horizontal y la carga ignorada.
Aún pasado el invierno no había cómo quitar
las manchas de alcanfor que marcaron el pecho
buscaban adelante, hacia atrás, en los lados
y el cuerpo estaba adentro.
Fue cuando me trataron de la respiración
y era cosa del aire.


*

En la puerta cancel del antiguo vestíbulo
brilla un vitral que sirve para tapar el gris con sus colores,
hoy ya desatendidos, y sus vidrios rajados
por donde pasa el viento trepidando
como un viejo y ruinoso caballo de lechero.
Este es el escenario de una ciudad
con muros carcomidos, reflotada del agua
y puesta a navegar otra vez con nosotros
entre descalzas voces que recuestan sus hijos
o baldean las piezas a lo largo del patio
mientras mamá desviste la muñeca que sienta
al centro de la cama
varios días después del primer fin del mundo.

*
Abuelos I

Es plateada y violenta, suele apagar las luces
detrás de los que salen de las piezas.
La silla que se inclina y la dama de noche
conversan de presagios
una voz de comadre sentenciosa
sabe darle esa aureola de autoridad doméstica
llegar al corazón de las carnes más tiernas
recoger los oficios para hacerlos cantar
y rezar y besar, tiesos libros de nácar
medallas que pendieron de los pechos visibles
de sus antepasados
o pequeños recuerdos que alguien llevará atados
en la piel que recubre la emboscada.


*
Abuelos II

No parece que haya vivido en la oscuridad.
Tal vez vivió en las sombras.
Las sombras guardan más temor
que la oscuridad. Misterian.


*
Abuelos IV

A veces la pensaba como recostada
en un nido salvaje, llevándonos a todos
en tiempos en que el agua era limpia y
corría por las alcantarillas hasta llegar al río.
Fue la última vez que entró a la casa
que le vi las arrugas en reposo
tan cerca como nunca
estiradas y quietas para siempre.
Pero ella siguió siendo un deseo inconcluso
y sus peinetas blancas un camino lejano
a todas las caricias que empezaron
al borde la frente
hasta que a su cabello le cortaron las manos.


*
Abuelos V

Envolvieron su cuerpo en la mantilla blanca
manchada con el vino de la frente.
Pronto será de noche sobre esa cruz de viento.
Nadie sabrá qué hacer con tanto polvo.


*
Amantes I

La sombra de las torres suele verlos
correr en otra piel, ensuciarse la boca con el viento
esa mancha que busca
empeñada en el aire de una mujer y un hombre
volteados al pasado
abraza soledades de cuando ellos soñaban
el año de Dragón en su equinoccio.
Inesperados, previsibles
se obligan uno al otro recuerdos de ceguera
que la memoria olvida, pero intuye que tuvo.
El país que fueron duda de sus vidas.
Y nunca sabrán cómo siempre acaban perdidos
abajo de esas piedras de la noche.


*
Amantes II


Anochecen y tiemblan, balbucean, se entumen
y allí son Dios, porque han dado su cuerpo.
Amanecen desnudos, clavan otros maderos.


*
Amantes IV

Al cerrar el botón del monedero
esa mujer hablando de los otros
tropieza con los nombres
que apretaron el brillo de su vestido rojo.
La interrumpen reproches en voz baja
golpes de la otra vida
papas apio cebollas que guarda el mosquitero
una mano que cuenta las pastillas
disueltas en el sueño
entre muecas mordidas por extraños
y el crujir de un elástico que cede
después de haber tendido la cobija en la pieza
para cubrir al náufrago y la luna.

*
Carmencita

En el gancho escondido que pende de la noche
deja secar los trapos.
Gotas de sangre dulce le roban las muñecas.
Ella pone su mano de disculpa, obediente
a la regla que baja como una guillotina
y el poco de dolor le cuenta un cuento
que nadie le ha contado en esta vida.

*
La adivina del barrio

La que leyó la vida de vecinos y amigos
la que predijo novios con fortuna
cartas de amor y bodas en futuro
esa adivina nunca tuvo tiempo
para alejar los dedos de la mesa
y viajó por las líneas de las manos ajenas.
La que llenó la vida de los otros
entre cuatro deseos de baraja
hizo soñar muchachas en mi barrio
que tejieron ajuares sobre el cuarto menguante
de sus lunas.
Con secretos guardados en cojines rotos
la que escondió su piel del sol y de los ojos
entre tazas de té fotos y flores
confió su amor de siempre a aquellos astros
y eran sólo figuras con espadas y bastos.
La que nunca salió de su vestido
un día vio el deseo volarse del espejo.
La que le puso alas al murmullo
que se sacó las medias siempre sola
un día como ayer se perdió entre los colores
de un mazo de barajas.

*
Memorias de inmigrantes

Esa mujer tenía ojos azules
cuando entró lastimando con su carga el revoque.
Valijas de cartón, jaulas de alambre.
Si no fuera que un día le dejara pintarse
los labios a sus hijas, sería un pestañeo
la melodía fácil que le cambió el acento,
aquel olor a sal que se fue con las lluvias
y la costumbre húmeda del tiempo.
Los gallos no dijeron hasta cuándo.
Los años que pasaron descubrieron las
marcas ovaladas de retratos vacíos
la cruz de albahaca atrás de los postigos
y los ojos azules que esa mujer perdió
de mirar este cielo.
El mar quedaba lejos.
Su pañuelo ocultaba el oleaje vencido
de un pueblo en sus cabellos.

*
El otro III

Doblado entre sus ramas
los miedos se deshojan unos a otros.
El oscuro silencio le humedece los huesos.
Y pedirá perdón, si regresan de nuevo
a revisar la cama con un golpe
mojado por la noche.
El sueño sueña un bosque para evadir la culpa.
Perdón, pide perdón.
Quién pedirá perdón por ese niño muerto,
ahogado de orinarse entre mis piernas.

*
Retrato de familia

Domingo y Juana al frente del “vapor” Asimina.
Faustino y su tabaco y el mismo delantal de su trabajo.
Doña María y Carmen con sus cabellos jóvenes (que cuesta recordar) tomadas de la mano.
Mi abuelo en sus botines y todo el desarreglo
de aquel saco de lana con el que lo encontraron
(suerte que se bañó, dijeron en la casa
el día de su muerte en el mercado).
Yo con el sobretodo de mi primo mayor
(que duró casi toda la primaria)
y las manos de Nina arriba de mis hombros.
Anónimos parientes en el margen izquierdo con gorras y bufandas,
marineros y amigos del fotógrafo.
Dársena 4, atrás, en letra de mi padre
que nunca pudo con él para estas cosas, ni tuvo tiempo nunca
y apenas me abrazó la última vez.
Fueron sueños pequeños: “Buena salud y trabajo”
como una casa vista desde el aire
y era toda la vida.



*
La mujer de los pájaros

Ella le daba alpiste a su pasión más fiel
le daba agua en el pico
le daba de su almohada los algodones blancos
mientras los “pobrecitos” esperaban silbando
que vuelva hablando sola.
Poco a poco no pudo sostenerlos
y ellos se debatían de pico en los alambres
entonces dio sus manos por la fruta golpeada
los grises de su frente hurgando en las verduras
y ellos se debatían de pico en los alambres
se negaban criar y cantar y bailar
alegrarle la vida las visitas.
Ella daba los ojos de cuando fue mirada
sus palabras de leche azucarada
ella lo daba todo y se negaban.
El domingo dejó salir a uno
que ganó la ventana y se voló hasta nunca
después abrió las jaulas con gran desesperanza
se inclinó lentamente
y sentada más cerca de la mesita chica
apoyó la cabeza en el respaldo.
Fue la primera vez que su abanico
en el ruido del aire
siguió y siguió dictando
cuando ya hubo cerrado fuertemente los puños.


*
Abuelos VII

No quiero que lo traigan –nunca quise.
Era lindo escucharlo conversar y reírse con el vino,
pero ahora no, no quiero que lo traigan
que paren el reloj, que amarren en los techos
a los perros amantes que dormían a sus pies.
Déjenlo como él quiso contar que era
cuando estuvo en sus anchos botines marineros
y sólo su cigarro le alejaba el cansancio con el humo.
Pero ahora no, no quiero oír que viene
que lo traen que ya está aquí, neblinas más arriba
al final de una historia que no fue completada
mientras el sol anuda entre raíces que abrazarán su cuerpo,
sol que pondrá noviembre a media asta
su nombre en el murmullo de las habitaciones.
Déjenlo que se duerma con la frente tranquila de parientes,
que se vaya a besar con sus piernas huesudas a otra parte.
Nunca quise que vuelva que lo traigan lo vistan
le apaguen su cigarro, le salpiquen el cuerpo
con agua bendecida, que le echen cal inútil
en su espalda.
Nunca quise mezclarlo con gladiolos morados
con los muebles queriendo retornar
a sus antiguas marcas sobre el piso.
No quiero que lo traigan.
Déjenlo que la tierra lo espere hasta las lluvias
la vida de la tierra
para avanzar.

*
Mujer con murmullo

Ese buen amor de manos transparentes
y ese gusto tan especial que tenía
ese buen amor
por robar vino blanco en los supermercados
si una planta escapada de la reja
o un trofeo de losas cascadas atrás del vidrio
deshacía los nudos de corbatas
con labios apoyados alrededor del cuello
y la audición vibrosa de Nat Cole en castellano
perpetuaba los besos en la piel.
Buen amor tumultuoso
por épocas suicida
desordenado y tibio.
Buen amor como viene debajo de julio y el agua
con el vestido pegado al cuerpo
prolongando las venas del otoño en el rostro
los hábitos, las flores, el tiempo en los jarrones.
Buen amor cuando llega con su voz para el perro
(y la cartera a cuadros detenida un instante
para alzar los zapatos)
pone berro en el agua enciende fuego
y de costumbre entra en las cajas de las guitarras
como en los muelles
para los marineros que nunca más volvieron
por sus medias de nailon.


*

En una vieja foto está escrita una fecha
y por detrás los nombres de nosotros
(sobrenombres y apodos en paréntesis).
Los que pudimos ser
de haber nacido antes o después
de esta historia
si los hijos que fuimos jugaran de este lado
no en aquella niñez
que siempre entorpecía la música de fondo.


*

Quién sabe cuál sería la solución buscada
o si fue algún atajo una salida huyendo
de los perros del tiempo
que no entienden dialectos
ni gestos de esos hombres
que un buen día llegaron en un barco
o encallaron de tercos
perdieron el sombrero en esta costa blanda
cielo limpio agua dulce tierra para sembrar
la semilla no dio como esperaban
el arado y la furia no estaban
en sus cartas de navegación
sólo encontraron paz cabeceando entre sueños
al filo de la mesa
no se reconocieron en la virgen
criaron el ganado atrás del muro
bautizaron por miedo desearon y desearon
no preguntaron nada o casi nada.
Apenas si alcanzamos a saber quiénes somos.


*

Eres el inquilino del que fuiste
la presencia indudable de la ausencia.
Han cambiado la mesa de lugar
las llaves de la casa, platos, algunos vasos
(cosas pequeñas que advierte la memoria).
Encuentras las costumbres
el vaivén de una lámpara en el mismo rincón
y también las cortinas que sobrevivirán
a los que conservaron todo.
Y misteriosamente buscas en los cajones
o sobre los fragmentos, alguna identidad
posible.


*

Después de mucho tiempo nos cuesta acostumbrarnos.
Ese extraño nosotros dejó huellas, y vuelve.
Al cuarto día, al quinto ya se hacen familiares
el acento que traes, la camisa, zapatos,
tu encendedor, la pluma.
Pero un poco incomodas.
Y de alguna manera, absurda, eres el muerto
regresando despacio sobre el húmedo polvo
que dejó tu vacío: el lomo de algún libro,
los bordes de los cuadros, la dudosa manija
del ventanal que, entonces, abría hacia otros vientos.
*
Cuerpo

Te hicieron enemigo del que llevas.
Dos siglos de enseñanzas contra tu voluntad
la mía. Dos mil años.
Ese extraño, mi cuerpo, era la sombra intrusa
que castigan los dioses del cielo y de la tierra.
El otro, oculto.
Nos ha llevado tiempo conocernos
separar del silencio la voluntad que niega
para darnos palabras de un idioma
en constante peligro de extinción.
En esta independencia inseparable
seamos vos y yo.
El día que oscurezca no haremos despedida
me dices, compañero
nos rendiremos juntos.


*
Sueños

El gran sol se escondía temprano
y anduve con la luz del tacto.
Apuntalé paredes con maderos hallados
por derrumbes ajenos.
Nunca enterramos vírgenes los túneles
que abrimos a la tierra
pero hace tanto ya, que nadie lo creería.
Iba atado a tus ojos como a un grito
y Bob Marley cantaba, el extranjero,
fui negro de los blancos. No lo olvido.
Y siempre el límite, uno.
Te amé con la amenaza de un minero atrapado
que ha perdido su lámpara en tus huecos
tal vez con la primera mirada del incienso
cuando los españoles.
Sin embargo en tus ojos extrañé las visitas que traían las fiebres de la infancia.
Recordé que el futuro era un niño debajo de la mesa, empujado por el viento de las correas.
Su nombre era una escena en algún paredón
junto a aquellos que sacrifican el silencio
de los prisioneros, y lo hacen doler.
Sobre antiguos poderes del pasado invencible
encontramos mensajes de amor empitonado
hundidos en el vientre de un cuchillo.
Nunca supe qué hacían tus caballos troyando
adentro de mi cuerpo.


*

También hay una euforia
un hábito de río en sudestada
que acomete y anuda.
Y después esta sombra de uno mismo
como un gris aturdido de memorias.


*
Tiempo pronosticado:
Nubosidad variable, frío,
inestable por la tarde.
Vientos leves del sur. Mínima 5°
Buenos Aires, septiembre 19, sábado

Sin embargo ella es única
capaz de arrear caballos de detener el tiempo,
el invencible.
Cuando tantas palabras y dinero de ahorro
se agotaron, su verdad era imposible de meditar
al margen de la carne.
Su luz nos convocaba como un reino desnudo
de sus labios partían insurrecciones varias.
De haberla conocido antes de las sagradas escrituras (sin preceptos ni guías)
sería su fenicio recorriéndole el cuerpo
bebiendo de sus aguas.
De haber leído entonces las líneas de la mano
no escribiría su olvido, los temblores antiguos
que arrojaba en mis días.
Esta ciudad me sabe como si fuera suyo
desde siempre
(pestañeaba en sus vinos hasta el amanecer)
y los saxos de un día, que pudo ser de noche y de
guitarras, nos golpeaban las puertas del crescendo.
Tal vez en otros tiempos esos jabones duros
de los hoteles baratos
(hostiles como piedra para sacarle espuma)
cantarían en su espalda llevados por mis manos.
Su amor impredecible juglaba entre nosotros.
Como a tantos amantes, me dejará partir.
Mucho antes que la muerte nos humille la piel
me besará la frente con sus labios
quemados por el frío
(miradas de entreguerras perdonando a los dos).
Ella seguirá hermosa eternamente
como Zsa Zsa Gabor, después de Hungría.


*

De mirarla y mirarla hasta encontrar sus ojos
pasaron cientos de años. La ciudad llegó al campo
las comunicaciones la rueda barcos hombres.
De sus ojos que llevo es la nostalgia antigua
reclinada en los parques
donde igual de imposible aparece el otoño.
Así escribió en mi vida los últimos capítulos
de las obras completas del ángel de la muerte.

*

Abro la puerta cierro las cortinas
enciendo aire de mar invento un ruido.
La noche es un anzuelo fatigado
de bajar por comida.

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