William Ospina, poeta, ensayista y traductor colombiano, nacido en Padua (Tolima) el 2 de marzo de 1954. Estudió derecho y ciencias políticas en la Universidad Santiago de Cali y trabajó como publicista y periodista entre 1975 y 1990. Ha dictado conferencias y realizado lecturas de su obra en distintas capitales del mundo, y publicado varios libros de ensayo, entre los que se destacan Es tarde para el hombre , Un álgebra embrujada , ¿Dónde está la Franja Amarilla?, La decadencia de los dragones, Herida en la piel de la diosa, Nuevos centros de la esfera y América Mestiza. Es socio fundador de la revista Número y autor de cinco libros de poesía. En septiembre de 2005, Alfaguara publica Ursúa su primera novela.
Poesía:
-Hilo de arena (1986).
-El país del viento (1992, Premio Nacional de Poesía, Colcultura).
-¿Con quién habla Virginia caminando hacia el agua? (1995).
-África (1999).
-La tienda de la esquina
-Poesía 1974-2004 (2007).
Alexander von Humboldt
¿Sabe la rosa que la espina podrá defenderla
vulnerando la piel del que ataca?
¿Sabe la ceiba que lanzando a volar sus semillas en una gasa leve
lejos germinarán en suelos más propicios?
¿Dónde termina cada cosa y empieza su designio?
Veo entre rayas de luz el trazo delicado de las naves
en la catedral silenciosa
y las comparo con la forma de una orquídea salvaje,
veo el trazado blanco de las nervaduras sobre la hoja
y pienso en las rayas del caballo africano,
y pienso en el blanco trazo de las costillas,
y me pregunto por qué tienen la misma forma el ojo y los planetas,
por qué la honda extensión de las montañas parece un oleaje.
A solas me pregunto
¿Respiran de otro modo las plantas de follaje rojo?
¿Tienen alma las piedras?
¿Es un lenguaje el color de las flores?
¿Por qué el aceite al caer el agua forma perfectos círculos?
Ahora bien, si somos iguales los hombres,
¿Por qué tanta insistencia en prodigar diferencias?
¿A qué tanto cuidado por la forma
hecha para borrarse como una nube?
Mi cielo está dorado de preguntas.
Aún lo espero todo de la piedra y las olas.
Pondré mi oído en la piedra hasta que hable,
hasta que ceda su secreto de cohesión y firmeza,
de indiferencia y persistencia.
Cuerpo que busco son noches los cabellos, son estrellas los ojos, un juego
retórico, hay rigor en mi mente,
el vientre es el océano.
Estoy juntando las estrellas de mar y de río
y persigo el secreto de sus irradiaciones.
Esta es la ávida región de los buscadores insomnes,
después de tan cerrada eternidad,
entro por fin al bosque donde florecen los misterios.
Me atraen por igual los discordes secretos
de la voluptuosidad y de la enfermedad.
Esta es la tierra prometida,
y el orden que la rige está mejor guardado que la perla más honda.
Aquí toda verdad proyecta largas sombras,
toda revelación multiplica el misterio
y toda desnudez es encubrimiento.
Nada me falta, nada pido, este es el asombroso mundo que quiero.
Los bosques centenarios están pensando y un Dios habita en ellos,
un animal fantástico alza sus mansos ojos sobre la hierba
y siente que le llega al corazón la punta de oro frío de la estrella.
Entré en las místicas cavernas donde se amontonan por millares los pájaros
he pasado una noche con el cuerpo sumergido en el río
y sólo la cabeza expuesta al aire negro de mosquitos,
llevo en el corazón las horas de un naufragio
y el alegre descenso de las canoas raudas por el Orinoco
hacia lugares llenos de crepúsculo,
y el peligroso avance sobre las mulas por las altas comisas del Quindío
y el esplendor de un vuelo frío de pájaro sobre las nieves perpetuas.
¿Qué luna es ésta que gira sin fin en tomo de mi carne?
¿Qué fascinante muerte combato sacudiendo estos ramajes
cargados de hechizos?
¿Qué vacío interior que no colman siquiera las estrellas innumerables?
Voluptuosidad de conocer, no me apartes jamás
de los propósitos de la tierra.
Haz que yo sea siempre el discreto aprendiz de este anciano milenario.
Y que mi mano no sueñe jamás con hacer más bella a la rosa,
más brillante a la estrella.
De: El país del viento
Amenazas
—Te devoraré— dijo la pantera.
—Peor para ti— dijo la espada.
De: Hilo de arena
Apollinaire canta una canción de fiebre
Lou pasa entre la fiesta de las balas de Octubre
Y es sólo una coraza de amor lo que la cubre.
No morirás, Lou mía, no acabará tu espera
En el regazo rojo de esta roja trinchera.
Es sólo mi memoria lo que así te convida
A negar estas sombras con tu risa y tu vida.
Lo que hace que en las recias barricadas te vea,
Allí donde la insomne guerra relampaguea.
Lou, gacela. Lou, rosa. La noche de oro empieza.
Lou, tormenta. Lou, espada. Y al volver la cabeza
La sombra despoblada
Se hace carne y me besa.
Perdona al insensato, que no calla
Su atroz fascinación por la batalla;
Su desdén por las alas;
Su admiración de nórdico por la luz de las balas;
Y ven así, intangible, serena, dulcemente,
Antes de que me besen las brasas en la frente.
De: ¿Con quién habla Virginia caminando hacia el agua?
Atenas
Hoy buscamos las ruinas de la cárcel de Sócrates
en las lindes del Ágora y pensamos en la posibilidad de recuperar
esas viejas imágenes
con extrañas máquinas para rastrear en los ayeres de la luz.
Entretanto, el sol plateaba el Egeo,
una mujer tendía la ropa mojada en una azotea
sin presentir el barco que a esa hora
a unos cuantos kilómetros de distancia
giraba lentamente por la bahía,
pequeño en lo profundo, como el barco
que un niño suelta sobre un estanque que ondula.
Pero desde la altura
la mujer y la nave eran la misma imagen
en nuestros ojos, regocijados en la tranquila contemplación,
y entre los dos vivía, atronadora la ciudad,
con leguas de casa blancas y tejas soleadas,
con bruscas callecitas que azulaban los buses sucesivos
y colinas de pinos que no diezma el otoño,
y ese arte de Dios, lleno de personas sin nombre,
sin ayer ni mañana en nuestras almas,
que cruzan y se pierden por las encrucijadas del día.
Después, en el Museo,
vimos el Poseidón de bronce que esgrime desde siempre su tridente invisible.
Es bello imaginar que ese titán perfecto
es el que emerge entre las olas de Virgilio
y envía hacia los montes la legión asustada de los vientos.
Ya es de noche en Atenas.
La lengua griega, insomne, bordea los surtidores rojizos
y estos campos antiguos soportan, sosegados,
todo ese mar de historia que ha vertido sobre ellos el tiempo...
La inmóvil legión de los efebos desnudos,
las losas funerarias, las ánforas pintadas,
los jóvenes caballos eternos que relinchan y saltan
en las salas oscuras,
los templos de Bizancio, los patriarcas barbados
y tantos hombres ciegos en los pasillos y en las calles
que son Edipo y cuya historia, aunque lo ignoran,
ya fue escrita en el verso.
Sentimos el rumor de las hojas quemadas del otoño
y vemos, como Heráclito, las hojas del acanto que caen
desde los capiteles de mármol.
A la sombra de sus guerreros y sus sabios,
bellos varones que cantaron su victoria y su ruina,
enciende la ciudad sobre las colinas, miríadas de luces
y resplandece el mar bajo navíos de leyenda
que van hacia otras islas,
mientras sonríen desde el fondo del tiempo
los poderosos dioses y las blancas esfinges.
De: Hilo de arena
Canción de los dos mundos
En Europa es de día pero es de noche en África.
Al norte del mar está el tiempo, pero está al sur la eternidad.
Los blancos pueblos industriosos construyendo la gloria del hombre.
Las negras lanzas nervadas custodiando la roja luna.
Las blancas piedras con forma de ninfas danzando en la nieve.
Las melenas de oro, las pieles rayadas, las criaturas de cuellos larguísimos como si fueran sueños.
Al norte del mar el insomnio en la noche, al sur la siesta en la tarde.
Al norte está la razón estudiando la lluvia, descifrando los truenos.
Al sur están los danzantes engendrando la lluvia, al sur están los tambores inventando los truenos.
De: ¿Con quién habla Virginia caminando hacia el agua?
Cementerio central
Sordo a tantos mensajes de la muerte,
cruzo por esta calle de flore y de mármoles
donde austeros artífices pulen sobre las losas
lúgubres variaciones,
llorados nombres, fechas para el luto.
Aquí acaban preciosos episodios del tiempo
que afligidos cortejos escoltan hasta el límite,
aquí, en lechos de piedra,
cada huésped se entrega
al laborioso abrazo de lo informe.
Veo el dintel que abruma la magra segadora
de costillas desnudas
y tras la verja hileras de cruces victoriosas.
Ánforas, bustos, ángeles...
su lóbrega retórica cautiva a los dispersos
y en su horrible presencia nuestras horas se amparan
de bosques insondables.
Severa arquitectura
donde el polvo se asila
sobre estas breves casas y estos pinos inmóviles
es cegador el cielo
y la plegaria es ínfima.
Pasamos pensativos
y es tan denso el misterio del aire silencioso
que un silencio más denso se repite en los labios
y las palabras yacen oponiendo a lo eterno
su metal de epitafios.
Tal vez por eso, alzándose
sobre los truenos de la mente y del miedo
alguien dice en el alma:
No, esta calle de flores
y estos martillos laboriosos que obstinan
definitivas frases,
solo son adjetivos de la muerte.
De: Hilo de arena
Ciervos
Sobre la luna hay muchos ciervos, pero sólo uno es rojo.
Los ciervos blancos querrían destruirlo, porque temen
que esa mancha sangrienta en la noche despierte a los demonios.
Pero los demonios sólo fingen dormir.
De: Hilo de arena
De uno que ha llegado a las costas de Chile
Venimos de las islas.
Muchos días de agua, muchas noches de espuma,
muchos cantos de adioses lanzados a las olas,
muchos rostros queridos desvaneciéndose debajo del agua.
Ya está la tierra bajo nuestros pies. Somos jóvenes, niños,
somos mujeres y hombres,
borrachos de mar, quemados de mar, hastiados de grandes visiones, de abuelos gigantes con bastones de fuego que surgen de la espuma y cabalgan la ola y juegan con el sol y muerden el arco plateado de la luna.
A cien noches quedó la playa en que nacimos,
pero aquí están las aguas, y dicen lo mismo al romperse en la orilla.
El mar del reino nuevo sabe cantar los cantos de la infancia.
Y detrás de la arena está el llano,
detrás del llano las amuralladas montañas,
y sobre las montañas hay un confín de tierra blanca
en cuyo aire se congelan los pájaros.
El sol ha cambiado mi raza, la luna ha cambiado mi alma,
el mar ha cambiado la fuerza de mis palabras,
la distancia ha cambiado mi historia.
Pronto no habré nacido de padres isleños,
muy pronto seré el hijo del mar y del sol,
del plateado pez que se arquea en la onda
y del liviano pájaro que sigue las curvas del viento.
Sobre la ola salada las largas embarcaciones,
sobre las embarcaciones los incansables remeros,
remando hacia la muerte, hacia la hora extenuada.
Después de días en el mar, las canciones tienen forma de peces,
los deseos tienen forma de abismos,
y sólo las estrellas nos alivian con la certeza
de que existe algo más que agua siempre idéntica.
Después de los largos caminos ya no es un consuelo llegar,
pero después del mar todo adversario parece pequeño.
Seremos todos reyes de estos encadenados litorales,
y tendremos el mar a los pies, tributando día y noche,
hasta que nos devuelva en esplendor la alegría que nos ha robado,
los bellos muertos que le dimos, los gritos que arrancó de nuestros labios.
De: El país del viento
Del regreso imposible
Años de soledad, años de prisa.
La pirámide, el ala y el desgaste.
Después de aquellos años regresaste,
iguales la belleza y la sonrisa.
Algo sentí, no sé por qué, desierto,
y era por eso, al fin, que había llorado.
Algo en tu corazón había cambiado,
imperceptible casi, pero cierto.
Algo dejaba aquella dicha trunca:
tu amor, el que se fue, no volvió nunca,
por él tiembla la boca que te besa.
Alguien llegó, con cosas del pasado,
alguien que habla de ayer ha regresado,
pero aquel que se fue jamás regresa.
De: La luna del dragón
El amor de los hijos del Águila
En la punta de la flecha ya está, invisible, el corazón del pájaro.
En la hoja del remo ya está, invisible, el agua.
En torno del hocico del venado ya tiemblan, invisibles, las ondas del
estanque.
En mis labios ya están, invisibles, tus labios.
El día se despide
Con ese azul nocturno
que llena todo el cielo,
con esa bruma de azafrán y de oro
sobre las irreales colinas del oeste,
el día se despide.
Nadie escapa al ocaso vehemente
que condena a belleza lo sórdido y lo triste;
yo mismo he detenido mi fatiga
en esta esquina donde
como ríos parecen despeñarse las calles.
La luz azul de un auto blanco,
su lúgubre sirena,
dicen que alguien se muere por estas calles vivas
y se apagan las letras menudas de los diarios
y una patrulla se hunde por los barrios violentos.
El día se despide.
Nadie sufre bastante
para apagar este zafiro inmenso.
Serenos, como ancianos que no temen la muerte,
vemos el mundo virgen que sobre eras de furia
dulcemente se apaga,
y una vez más el miedo se resigna a la sombra.
Por la acera, a mi lado,
el alterno sonido de un bastón inseguro,
y un hombre ciego
habla con negros párpados de este ocaso imposible
que centellea y que declina.
Conmovidos sentimos que en el cielo sin dioses
triunfará la tiniebla.
Más oscuro el azul. La luz más roja y última.
Ya la primera estrella.
De: Hilo de arena
El efebo de Marathon
De bronce es esta música que hurtó su ritmo al tiempo
y surgió, leve, al alba, de una frente amorosa.
De bronce, y sobre ella resbalaron los siglos,
titilando en miradas, en abrazos, fugándose.
De bronce es este cuerpo que exaltó en Dios al hombre
y que nos rinde al sueño de una fiesta lejana,
donde fue hermoso alzarse por los aires dorados
y en voz y en puro esfuerzo ser Arcano y Palabra.
De bronce es este efebo más durable que un reino,
más bello que un relámpago sobre vastas batallas
y acaso un día, a solas, dirá, invisible al cielo,
que antiguas manos de hombre lo forjaron, amando.
De bronce, acaso, un día, sobre el sueño disperso,
mientras gire el planeta deshabitado, en sombras,
dirá a los astros firmes su desnudez sagrada
que duró más que el hombre su más hermosa imagen.
De: Hilo de arena
El espejo
Una región del muro está hechizada.
Sólo el ojo lo sabe.
Un cristal incansable paso a paso repite
las rectas sombras que la tarde desplaza.
Terriblemente dócil, no desdeña
la vertical sinuosa de una hormiga extraviada
y al fondo de sus cámaras
también crecen las plantas.
A veces miro ese país extraño
cuyos hombres no tienen más lenguaje que el gesto,
ese país sin música.
Sé que no puedo ser ese hombre que me mira,
sé que a él no lo alcanzan el temor ni la idea.
Cuando la noche apaga las letras y los ángulos,
en su país de eclipses él no te ama.
El jefe sioux
Para Gerardo Rivera
Los seres de la tierra son el aire y el mar y las llanuras incansables,
el río tumultuoso que desciende, lleno de ojos y aletas,
y las arduas montañas con cumbres coronadas de voces,
y ese enardecido señor de luz que murmura en la hoguera.
Hemos venido un día para verlos.
¿Cómo podría la chispa ser la dueña del fuego?
Un día para verlos...
Giro del aire verde en la arboleda,
bordes de cascabel del mar inmenso,
luz de atardecer en cada hierba, en las brillantes antenas de la hormiga,
agua incesante y viva cuyas escamas son fragmentos del cielo,
altos riscos con flores donde se rasgan los vientos violentos,
y en la noche, en el tronco que arde junto al mar, la cabellera de las chispas.
¿Cómo puede ser mía la llanura?
Ella es dueña de mi rumbo y mis huesos.
Ella es la realidad que permanece, y danzan en su pecho lo alegres fantasmas.
Un día de altas magias para ver
las altas construcciones del viento,
los indecisos ciervos del cielo,
los bisontes que se deshacen en largos peces,
y el amor de ojos de vino temblando junto a los ríos más temibles,
y los íntimos bosques susurrantes de enigmas.
Ven, y humedece tus pupilas en este mar distante,
piensa en los rumbos de tu mente mirando la víbora sutil en la que no hay nada maligno,
pide permiso al manantial para beber en sus aguas tranquilas,
y canta tu gratitud a solas, cuando cabalgues buscando las moras silvestres.
Es de noche, encendamos fogatas en las cumbres,
pronto va a terminar este relámpago
y aún no han acabado de decirnos todos sus hondos recuerdos
la piedra y las estrellas.
De: El país del viento
En las Mesetas del Vaupés
Qué son las canoas sino los árboles cansados de estar quietos.
Qué son los postes de colores sino los árboles hundiendo sus raíces en el cielo.
Qué son los puentes colgantes sino los árboles jugando con el vértigo.
Qué son las alegres fogatas sino los árboles contando su último secreto.
Follaje de las ondas que va quedando atrás con el golpe del remo,
Follaje de sonidos que en torno de los postes enardece al guerrero,
Follaje de invisibles caminos que comienza en el confín del puente,
Follaje de humaredas que ascienden en desorden entre las titilantes orquídeas.
Con granadillo hice el bastón para espantar a los malos espíritus.
Con la madera del caobo hice las cuentas de un collar para tu pecho oscuro.
Con fruto fresco del tekiba hice la copa en la que le ofreciste el agua.
Con la madera del laurel hice esta flecha.
De: El país del viento
Era octubre
Pasaban las llanuras con urgencia...
es raro que esa tarde aún inquiete,
tarde de octubre del 77
en los confines de tu adolescencia.
Hablábamos sin fin. El tren. Los caños.
Entre tú y yo reía el Dios desnudo.
Y algo de pronto en ti se quedó mudo,
y nos miramos como dos extraños.
La ausencia hace ya mucho que nos cubre,
es raro que no acabe aquel octubre,
sombra en tus labios, luz en tu cabello.
Lo que en tu voz no quiso ser ultraje,
llenó de adversidad, como un lenguaje,
el viento, el brazo, la mirada, el cuello...
De: La luna del dragón
Franz Kafka
Padre, le digo, dame tres granos de cebada para despertar al
durmiente.
Pero mi padre no responde:
es un enorme jinete de bronce, alto sobre colinas y sinagogas.
Madre, le digo, aparta tanta niebla,
muéstrame un rostro dulce, del que broten palabras ingenuas.
Pero ella se ha perdido por los callejones de piedra
y sólo encuentro en el espejo sus ojos inmensos.
Abuelo, digo entonces, ya no luches más con el ángel,
ven a contarme historias junto al niego, mientras se hiela el Elba.
Pero el viejo me mira con ojos ausentes, y comprendo
que no es éste mi abuelo sino un viejo gitano que quiere venderme
un recuerdo.
Hermana, bella hermana, le digo,
toma mi mano que está oscuro en esta casa inmensa.
Pero a mi lado pasa una condesa polaca monumental y arrogante
y se escucha un violín, y se cierra una puerta.
Hermano, digo, qué bello cabalgas sobre el potro de madera y
de laca,
¿hacia dónde nos llevan estas tardes inciertas?
Pero él es sólo una imagen, una gris fotografía en mis nimios,
y a lo lejos, atroces, los cañones resuenan.
Goethe, le digo, cántame una canción romana,
haz que yo sienta en mi corazón esta antigua tristeza.
Pero la tumba calla y sobre ella vuelan grises palomas
y no puedo abrir este libro porque sus páginas son de ceniza.
Milena, digo luego, tal vez tú puedas finalmente salvarme,
dime que soy de carne y de sangre, que esto que me atenaza es un deseo
Pero ella se afantasma entre miles de seres escuálidos
y apenas si percibo dos llamas que se apagan muy lejos.
¿Entonces es delirio todo esto? ¿A quién puedo llamar que me
salve?
Su reino es de este mundo. Todos están aceptados y absueltos.
Son demasiado humanos, son demasiado justos,
y yo no logro hablarles con mi estruendo de élitros.
y no aprendí a cruzar las puertas,
y no sé defenderme.
Si ves dos grises ojos de gato en la gótica noche de Praga
comprenderás que temo morir si me duermo.
Si oyes una canción en la gótica noche de Praga
comprenderás que intento saber dónde me encuentro.
Si oyes un corazón en la gótica noche de Praga
comprenderás quién sostiene todo este sueño.
Futuro
Inalcanzable y sola
una región del alma
aun en plenitud del amor
o la música,
guarda para el futuro
rostros imprevisibles,
imprevisibles cantos.
De: Hilo de arena
La joven flor platónica
Disgregada en las rosas del sueño y del olvido,
con espinas de acero que enrojeció la historia,
replegada en las íntimas rosas de la memoria,
la rosa es una rosa para cada sentido.
Leve esfera de pétalos que en frágil fuego asoma,
luz que una mano copia con matiz exacto,
fresca rosa de seda que fluye bajo el tacto,
densa rosa de almíbar, tenue rosa de aroma.
En cada puerta el ángel de un deleite distinto,
imaginario alcázar, cristal y laberinto,
melodiosa en los labios y en las letras cautiva.
Esfera multiforme, llama de amor violenta,
ayúdame a ser Uno, bajo este sol que inventa
una rosa de sombra junto a la rosa viva.
De: La luna del dragón
La luna del dragón
Hablábamos de los dones de la tiniebla.
De los amores muertos.
Cuando se perfiló sobre el Oeste
El oro espeso de la media luna.
"Mira: es la Luna del Dragón" —me dijiste.
Y los dos la miramos
Como si algo terrible pesara sobre el mundo.
El hemisferio gris parecía lleno
De hondos presentimientos.
No había una estrella sobre el mar en calma
De humaredas y torres.
Nadie dijo: "Es la luz que hace al Dragón visible".
Nadie dijo: "Es la casa donde el Dragón habita".
Nadie dijo: "Es la luna que ampara a los dragones".
Miramos simplemente el cuerno rojo.
La sobrehumana forma que doblegaba al cielo.
Y pensamos acaso en los terrores
De la culpa y la fiebre.
"Sólo es la Luna del Dragón" —me dijiste.
Pero algo negro ascendió de mi infancia
Y di gracias a Dios de no estar solo.
Seguimos en silencio
Mientras las nubes negras cercaban en la hondura
Aquel objeto de alta magia y belleza.
—"Tal vez el nombre viene de las baladas celtas".
—"Yo no sé por qué pesa y aflige como un sueño".
Era la Luna del Dragón, y nadie
Parecía comprenderlo.
Iban las multitudes, bulliciosas, urgentes,
Atentas sólo a su pequeño misterio,
Mientras sobre las hondas avenidas
Un oro atroz vertía su intemporal influjo,
Y algo terrible y bello batía sus alas rojas
Como un polvo impalpable sobre las tristes tierras.
Nietzsche
Está muriendo un Dios en el centro de un ópalo del color del
crepúsculo.
Está muriendo una hoja de hierba en el pecho de Cristo.
Está muriendo una rosa en el aire estancado de la catedral de
Maguncia,
traspasada en el aire por una quemante aguja del sol.
Está muriendo una llanura donde retozan embriagados leopardos.
Está muriendo un ángel sobre un glaciar blanquísimo.
Está muriendo un barco lleno de ancianos en una colina del
cielo, en un aire cargado de delfines livianos y azules.
Está muriendo una cúpula bajo el asedio de las mariposas.
Está muriendo un lupanar lujoso y sonoro de besos enfermos.
Está muriendo mi corazón bajo los crueles halcones del olvido
de Lou.
Me estoy borrando en sus pupilas bellas y esperanzadas
como lienzos.
Está muriendo un pájaro en un bosque de nubes.
Está muriendo una lucha glacial bajo mis sábanas de seda.
Algo muy bello está borrándose por las bahías de mi infancia.
Algo muy triste calla en sus violines.
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