José Daniel García (Córdoba, 1979) es diplomado en Ciencias de la Educación, en la especialidad de lengua extranjera (Inglés) y ultima su licenciatura en Humanidades. Ha desempeñado diversos oficios, dedicándose especialmente a la gestión cultural y la dinamización juvenil. Colabora, eventualmente, con el suplemento “Cuadernos del Sur” de Diario Córdoba y con la sección de cultura del periódico El Día de Córdoba.
Ideólogo y fundador del colectivo C.A.I.N., ha sido incluido, entre otras, en las siguientes antologías: "Andalucía Poesía Joven", "El libro del Jardín", "Periféricos", “Poesía para bacterias”, “Lógicos y órficos”, “Poesía viva en Andalucía” y “Punto de partida”, las tres últimas en Hispanoamérica. En 2005 obtuvo el Premio Andalucía Joven de Poesía por El sueño del monóxido (DVD, 2006). Este año ha resultado ganador del XXIII Premio de Poesía Hiperión por su libro Coma (Hiperión, 2008).
Obra poética:
El sueño del monóxido. DVD, 2006.
Coma. Hiperión, 2008.
Estibador de sombras. Cangrejo Pistolero Ediciones, 2010.
Mary Moon camina por Gran Vía
como un escaparate en movimiento,
precoz equilibrista sin alambre
oscilando entre el sueño y las agujas.
Selenita famélica y azul
desterrada al planeta de los zombies,
en las bocas de metro sobrevive
tomando vitaminas contra el miedo.
La luna es un motel de carretera
donde la desahuciaron.
_________________ Mary Moon,
flor de los orfanatos, deshojada
en colchones de espuma y textil frío,
entablilla la rosa mortecina
y sube a un coche nuevo.
(El sueño del monóxido, 2006)
***
Cuando la bota azul
venga a pisar la araña
de codos enlazados
y las manos comiencen
a descoser las trenzas
o atravesar la piel de los tambores,
no os mováis.
Aunque os rompan las medias
y os arrastren
o sintáis escarbando bajo el cráneo
la vida, no os mováis.
El miedo es un payaso que os apunta
con una flor de plástico.
(Coma, 2008)
***
Como un ángel que escapa de la nieve
despertamos del coma, instante hermoso
que hermanas a los vivos con los muertos .
Los párpados oscuros fragmentaron
el núcleo carcelario de los ojos.
La luz fundió los restos del acero
inoculando vida a las retinas.
El blanco de las sábanas, las rosas,
la mano de la madre, los goteros…
Todo era novedad. Todo memoria.
Sin embargo, los cuervos regresaron,
percutores de ébano y saliva.
El rumor de crisálida cesó.
(Coma, 2008)
*****
En el embarcadero
hay un hombre olvidado
que apura las almendras
de una servilleta
y observa, indiferente,
un beso a pie de dársena.
A su paso,
las raíces del amor
crujen como una silla
desvencijada.
Una amarga silueta
de cianuro
le espera junto al muelle.
Del libro Coma (XIII Premio de Poesía Hiperión),
Madrid, Hiperión, 2008.
1.
Con el toque de queda,
sagrado como el sueño de un lactante,
un murmullo de uñas
bajo el escombro
desentraña raíces,
extirpa dátiles,
se disputa la sangre
de las acequias.
Al ritmo del obús, los escuadrones
pisan dientes de ajo
y la lengua de fósforo se expande
por jaimas y arrabales.
El enjambre de balas y mandíbulas
muerde los torsos jóvenes,
perfora
la piel hasta los huesos.
Como un camello herido en una pata,
Diwaniya agoniza en el desierto
marcada por la orina
de los chacales.
2.
La chica de la curva peligrosa
quiso tocar las flores del arcén.
Enterraron su cuerpo en la cuneta.
Vidrio suave sus ojos
tienen el tono azul de un mar deshabitado,
el pelo le acaricia los tobillos,
las larvas no se atreven a morderla,
las raíces formaron atalayas
protegiendo su cuerpo de la lluvia;
bajo el manto freático reposa
el milagro engastado en cera virgen.
Una cruz en el suelo es un tesoro
oculto bajo un párpado de tierra.
3.
Entre la víctima y la bala,
el niño y el estanque, el reo y el patíbulo.
Entre la mina y el soldado,
el púgil malherido y la campana,
el turista y la trampa para osos.
Entre la herida y la gangrena,
el barbo y el anzuelo,
la célula y el cáncer,
el perro vagabundo y la estricnina.
Entre la cuerda y el vacío.
4.
Ella dijo…
–Eras como un suspiro en un cuadro de Munch.
La sombra sin alumno del recreo.
El chaval de uniforme transparente
que se deja el pijama
bajo la ropa.
–Todos tus compañeros conocían
el consejo de Freud,
“apalear al loco mientras duerme”;
hice lo propio, niño. Era cuestión
de supervivencia.
–Y aunque ahora te camufles
bajo un grueso foulard de fibra óptica,
no hay lentes graduadas que corrijan
las gotas de marrón
melancolía
que oscurecen el iris de tus ojos.
Ese velo de luz contaminada,
¿desde cuándo gotea?
–Me das pena, muchacho.
Deberías hacerte una biopsia
de glándula pineal.
Acabado el café,
nos besamos. Corrijo: la besé.
Rectifico: intenté darle un beso
mientras se limitaba a sonreír
formando una frontera con los dientes.
Guardé mi lengua y la mastiqué un poco.
Cada uno a su casa.
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