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sábado, 20 de marzo de 2010

327.- JUAN JOSÉ VÉLEZ OTERO


Poeta español nacido en Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, en 1957.
Realizó estudios universitarios en Cádiz y en Sevilla. Licenciado en Filología Inglesa, alterna su labor docente con la creación literaria. Actualmente es profesor en un Instituto de Educación Secundaria.
Hasta la fecha ha publicado los siguientes libros de poesía:
Panorama desde el Ático, Premio Internacional de Poesía “Florentino Pérez-Embid” 1998
Ese tren que nos lleva, Premio de Poesía "Feria del Libro de Madrid" 1998
Juegos de misantropía, Premio de Poesía "El Ermitaño"2002.
El álbum de la memoria, "Premio A. Alcalá Venceslada" del Ayuntamiento de Andujar 2004
La soledad del nómada, Premio de Poesía "Cáceres Patrimonio de la Humanidad"2004.
El sonido de la rueca, "Premio de Poesía Rosalía de Castro" 2005.

De "Panorama desde el ático" 1998

y en esta isla atormentada,
de oscuridad y roca,
mis pies pisan el mundo desolados.
Francisco Brines

La torre semeja, sobre el pueblo
sin ilusión y sin sentido, mi fracaso;
J.R.Jiménez

Mère de souvenirs, maîtresse des maîtresses
Ch. Baudelaire

III. Magnolias en mis sábanas dejaba...

¿Cómo era, Dios mío, cómo era?
J.R. Jiménez

Magnolias en mis sábanas dejaba,
magnolias, azahar y labios duros.
Sus senos, de la tarde flor dormida,
aroma de amapolas y cerezas,
temblaban en mi boca, entre mis dedos.
Magnolias y sabor a playa y barro,
a sol y arena, hierba y gorriones.
Oh, cómo retornar ya a este vacío
la luz de la alborada por sus ojos,
el vino de su piel y su cabello.
Magnolias en mis sábanas dejaba,
su cuerpo de clepsidra y su alma nueva.

* * *

IV. Oh, tardes del balcón. Abril. Cuajada
de pájaros y númenes el alma,
expuesto a la aquiescencia de la brisa,
soñaba con las voces de poniente.
Los dijes de oro y tul del horizonte,
la inquieta sensación de estar naciendo
al gozo y al clamor de savia nueva.
Oh, tardes del balcón, fecunda en flores
y añil, ciegas de cal, ciegas de vides.
Qué vacuo este vivir si vacua el alma
de luz, de tiempo y sal, de Dios y espigas,
se baña en la desdicha del recuerdo.
Qué vacuo el caminar hacia el olvido,
hacia la ungida torre de los siglos.

* * *

V. Si he venido a colmar de enredaderas
la nieve de tu talle es porque tengo
cansado el corazón de tantos siglos
en busca del incendio de la aurora.

Hoy vengo del desorden y a la nada
retornaré con labios florecidos,
al yugo de la noche, a las quimeras
del sueño y al olvido complaciente.

Yo seguiré asomado a mis balcones
rodeado de astrolabios y de estrellas,
de inciertos firmamentos y de mirtos
dormidos sobre viejos ataifores.

* * *

VIII. A qué esta sinrazón y este deleite,
qué sabia languidez me ocupa el alma
de fértiles lloviznas y de lucios
calmados en las llamas del crepúsculo.
A qué este azul litigio de la tarde
me lleva hacia los pájaros cansados
que buscan las higueras en las sombras
dormidas por el láudano del tiempo.
Yo, histrión sobre el triclinio recostado,
engullo mieles y uvas de calendas,
me absuelvo en el silencio etéreo y negro,
en cándidas sonrisas de vestales.
De euménides un rito me acrisola
en urna de cristal y cadmio blanco.
No sé qué piedras ávidas de muerte
me muestran las necrópolis hambrientas.

* * *

IX. Un beso de estramonios y alhelíes,
tan dulce y a la vez veneno y nieve,
caliente flor o musgo sorprendido
por la herrumbrosa niebla del pasado;
un roce de amapolas y de plumas
que nutren con certero humo las sombras
postradas en los páramos desiertos
y estériles al sueño de centurias.
El tiempo irremediablemente arcano
es cáliz destinado al sacrificio
pomposo de los días sepultados
en cieno de nostalgias y embalajes.
Oh, dónde se perdieron las valijas
antiguas y olvidadas y el enigma
creado en el insomnio de lo obscuro.
A dónde recurrir, dónde, vencido,
saciar la sed de agua no llovida,
de eterna soledad sobre el alféizar.

* * *

XII. Sí, cuéntame tus tiempos de geranios,
tus blancos plenilunios en la arena
bruñida por el mar de la bahía
y el tuétano de siglos y memorias.
Sí, háblame de aquellas alboradas
que aún llevas indolentes en los ojos,
de brisas otoñales y veleros
cruzando el horizonte de tu playa.
Sí, dime; yo te oigo y enmudezco
parado ante la voz de aquellas horas.
Yo sé que primaveras en tu boca
son gotas de cristales en la niebla,
mas, háblame y sonríe, no adolezcas
de patios y jazmines nocturnales.
Descifro tus palabras en el éter
cansado que se esconde en tu mirada.
Preludio es que tus sueños prevalezcan
al tiempo y al cansancio y al olvido.
Sí, dime, mientras yo callado observo
la tarde que ensombrece tus arrugas.

* * *

XVI. Ya sabes. Es tan bello este ostracismo,
tenderme junto a ti, sentir tus dedos
rodarme por la piel en esta alcoba
caliente y apartada del vacío...
Lo sabes cuando beso, cuando hiero
tu boca con torrentes de amapolas,
lo sabes cuando busco tu saliva
y toco tus pezones como almendras.
La carne hecha canela, el aire entero
dehesas de ambarinas deliciosas.
Lo sabes que me huelen tus cabellos
cual huelen las higueras en septiembre,
cual huelen los geranios en los patios
y el aire de las huertas tras la lluvia.
Es bello estar tendido, acostumbrado
al musgo de las ingles delicadas,
que sólo el tragaluz sea blanca orilla
del mundo que ahí afuera nos pretende.

* * *

XXII. Me vienes con las manos germinadas
y pétalos de amor entre los dedos,
sin nombre y sin ayer, con la sonrisa
nevada entre los labios de verano.
Me vienes de la luz y traes contigo
el mosto de la piel y frescas uvas
que al mueso de tu carne se revientan.
Hay agua de jazmín en tu saliva
y cielo en el olvido de tus ojos.
Tú llegas hacia mí, pisando nubes,
borrando la memoria con los brazos,
luchando como ángel con la muerte
que observa sigilosa tras los vidrios.
No queda soledad en los visillos
ni oscuros alfileres de ceniza
que puedan destrozar la primavera.
Miremos más allá de los espejos,
al cielo de alas blancas y espumosas
que hay sobre las olas de los puertos.

* * *

XXVIII. El alma de la tarde, la belleza...

Je suis belle, ô mortels! comme un rêve de pierre
Ch. Baudelaire

El alma de la tarde, la belleza
marchita de la luz en las callejas,
el múrice dorado de las nubes,
los ecos mortecinos que el levante
difunde por trigales y labranzas...
mortales son si mueren con nosotros,
si mueren a los ojos y a la lengua,
al tacto y a la flor de los sentidos,
si un día han de acabar como acabaron
las horas ya difuntas que, sin freno,
capaces de asolar el tiempo, fueron
veloces, fugitivos rayos mudos.
La tumba de los sueños profanada
hoy huele como algas insepultas
que no vuelven al mar con las mareas.
Dejadme contemplar el panorama:
de piedra sueños muertos en sudarios,
la soledad, el viento en las acacias,
los folios del recuerdo y el lamento
de que algo se está yendo para siempre.

* * *

XXX. Dormidas en el ático han quedado
la sombra del reloj en las cortinas,
la brújula del sueño y de las nubes
que giran sin dejar lluvia en las tejas.
He vuelto las vasijas boca abajo
y es blanca soledad lo que derraman
al suelo contagiado de alas secas.
La rosa de los vientos he tomado
naciendo del escombro. Hay un destino
que llama desde el mar y oigo bocinas
silbando entre la niebla que clarea.
Un nuevo sol desnudo se levanta
detrás de los cristales del rocío,
un nuevo mar de índigas espumas
y cándidas ciudades ribereñas.
Recuerdo los naranjos y la aulaga...
Ya es vano recordar, que quiero olvido,
eterno bebedizo de esperanza
y enjambres de hojas verdes en las manos.







De "Ese tren que nos lleva" 1999

Resonante,
jadeante
marcha el tren.
A. Machado

Y ese tren que se va, con ruido alegre
de silbidos y alegres despedidas
lo di ya por perdido.
F. Benítez Reyes

1. No tardes. Si no vienes la tarde es una hoguera
de gélido cansancio, de lluvia sin sentido.
No tardes, que los peces del mar se desorientan,
se van las avefrías camino del otoño.

No tardes. Los jazmines despiertan de la siesta
y vuelven a dormirse callados por la ausencia.
No tardes, que las calles no encienden sus farolas,
ni empiezan en los cines los sueños inventados.


No tardes, que te espero sentado en la reliquia
cansada de mi alma antigua como el vino.
No tardes, no me abras las páginas pintadas
de olvidos y resacas, de nieve en los espejos.

* * *

4. Siempre fuiste viajera golondrina de tardes
que cruzaba mi calle con sus alas de libros,
la mirada perdida y la blusa celeste
de colegio de monjas.
Golondrina de tardes,
te miraba asomado por los vidrios de enero.
Se imantaba mi pecho en aquellas ventanas
apagadas de luces, telegramas de lluvias.

Siempre fuiste viajera y cruzabas mi calle
hacia el blanco ciruelo y las cepas podadas,
hacia un mundo de cañas y macetas azules
donde estaba la casa, nido tibio de invierno.

Vino un tiempo deleble, de siluetas lejanas
y tu casa quedó atracada al olvido
y mecida en la niebla de los muelles borrosos.

Viene el tiempo a su cauce, mariposa invisible,
y volviste volando sin la blusa celeste,
sin los libros del aire y tus alas son otras.

Pero un nuevo temblor resucita en mis labios
y aún revienta la luz en la cal de la calle
desde donde la tarde pensativa se asoma
al balcón de las olas repetidas de entonces.

* * *

7. La luz de cada día de nuevo en la ventana
hiriendo con ventosas los pechos de la aurora,
vaciando de silencio las sábanas del sueño
con trompetas heladas y teclas invisibles.

La luz. Y las maletas detrás de los portales
como perros sin dueños esperando acomodo
en los trenes que arrastran por el hielo los pasos
que conducen al frío temblor de los andenes.

La luz de cada día de nuevo en las ventanas...

La bruma arrinconada detrás del horizonte
espera la llegada constante de los trenes,
y los postes del tiempo, fugitivos espejos,
recorren las lucernas de mis ojos atónitos.

* * *

9. La hueca soledad de ruinas calladas...

Ser poeta no es una ambición mía.
Es mi manera de estar solo.
Alberto Caeiro

La hueca soledad de ruinas calladas
que se acuesta en las tapias de las casas caídas
por el viento de siglos y las lluvias tenaces,
la misma soledad de búcaro en invierno
que ha llamado a mi puerta y me espera paciente,
sabe bien que es eterna tentación en la umbría
de los muros vencidos que ya nada resisten.

La sorda soledad que conozco hace tiempo,
que ha vivido conmigo en ciudades diversas,
en diversos recintos acotados al musgo.

La soledad desnuda, de pechos prodigiosos
y tentadora boca que llevan al olvido,
la soledad amante, puta súbita y bella
en los vidrios sin brillo, en el cáliz gozoso
de abandono lascivo, ha llamado a mis huesos
y me pide cansancio, y me ofrece un celeste
relicario de sombras.

Soledad o clemencia,
sucesión de los días por las aguas dormidas.

Tomaré la tristeza que me ofrecen sus pechos,
volveré hasta el aljibe de los pájaros dulces,
al incendio de chopos amarillos del alba.

* * *

12. En estas tardes plácidas, las últimas de marzo,
tras meses de avenidas umbrías y de lluvias
en el jardín cerrado, en la casa que abre
sus ventanas al cielo y al verdor de los montes
pendientes de amapolas, te deseo. Te invoco
a la verde marea de viñas encendidas,
al incendio de rosas que me enturbia la boca.

Te llamo y te deseo como llamo al constante
resurgir de las hiedras y a los nuevos paisajes
de la aulaga amarilla.

Te llamo al mar de siempre,
al de las olas blancas y desnudas estelas.

A los juncos te invoco y te invito a la rama
de los pájaros mudos. No tardes. Ven. Te espero
con la luz en las manos y en los ojos la llama
temblorosa de vida.

En estas tardes plácidas,
las últimas de marzo, buscaremos cerezas
en los tolmos del sueño y en los llanos despiertos.
Jugaremos al sol en los campos de aulagas,
en los chopos del aire que al invierno han dormido.

* * *

14. Es día de difuntos, exequias de noviembre...

...yo voy muerto, por la luz
agria de las calles
J.R. Jiménez

Es día de difuntos, exequias de noviembre,
me anudo la corbata y asisto al funeral
del hombre sumergido en tumbas de ladrillos,
del hombre sepultado que asiste a la agonía.

Cuerpos a la deriva por pasillos de insomnio
he visto esta mañana, por las dunas de asfalto
y jardines de hierro; ataúdes de carne
en esquinas heladas. Muertos en las aceras,
todavía calientes, respirando lo hueco.
Muertos en los negocios que producen el oro
que requiere Caronte.

Hoy he visto rebaños
de difuntos al paso que les marca el entierro,
sin dolor ni recelo; el espanto es de vivos
y los muertos no sienten, sólo habitan la nada.

Es día de difuntos, día exangüe de niebla,
cementerio de vivos, columbario de ideas,
es un día cualquiera, como tantos, vacío,
sólo lleno de muertos, sólo lleno de muertos.

Muertos, trenes de muertos disidentes de vida,
empañados del vaho que les ciega el cerebro.

¿La esperanza está viva? Quién nos pone los trenes
sin cabinas ni vías, sin ventanas al viento.

Oh, necrópolis vanas, apestáis al vacío
de las tumbas sin cuerpos. Quién nos pone los trenes...
Olvidad la esperanza, que también dios ha muerto.

* * *

19. A veces el mar tiene un extraño sosiego
que las aves imitan, una incierta conciencia
de la vida que pasa inútilmente bella,
hermosamente vana, calladamente quieta.
Es el mudo deseo de ser hoja en la brisa
lo que emulan las aves. A veces el mar tiene
una cierta tristeza que las aves imitan,
el rotundo vacío de un poniente sin ecos
de veranos antiguos. Es la blanca nostalgia
de la infancia sin prisas lo que emulan las aves.
A veces el mar tiene las ventanas abiertas
y el batir de visillos que las aves imitan,
un aroma de fruta otoñal y madura
en el cesto dormido. Es el lento destino
en espejos de agua lo que emulan las aves.
A veces el mar tiene reflejos de mis alas.

* * *

22. Ponme vino en los labios. Ya no tengo otro afán
que el olvido y la dicha de los líquenes blancos.

El sereno silencio me ha marcado en estigma
con letargo de dioses y crisálidas negras.

Ponme vino en los labios con los tuyos. (La copa
no me importa que sea del color de tu carne
ni del tibio cristal de tus muslos desnudos).

Dame vino en la llave poderosa que abra
las entradas al mar del constante abandono.

Ponme vino despacio a la orilla del sueño
de tal forma que olvide tantos trenes perdidos.

* * *

25. Esa noche bailaron el vals de la ternura
en la casa habitada por recuerdos y cactus,
el vals que sólo bailan los cuerpos solitarios.
Decoraron la mesa con flores encarnadas
y brindaron con besos en las copas antiguas.

Bailaron esa noche un vals hasta el desmayo.
Apagaron las luces y sólo las farolas
testigos fueron albos detrás de las ventanas.

Se pusieron los trajes de los días de fiesta
y bebieron la dicha de los peces del alba.
Y mecieron sus cuerpos como tallos dormidos
en los brazos borrachos de dulzor y diamantes.

Bailaron desde el sueño el vals de la ternura,
tuvieron en la boca las uvas del estío.

En el patio la noche les olía a mimosas
y tomaron la senda de la aurora de mayo
dejando la tristeza desnuda en el armario.

Cogidos de los labios huyeron del escombro.

* * *

26. Tantos días de espera, tantas noches de insomnio...

Tanto aspirei, tanto sonhei, que tanto
De tantos tantos me fez nada en mim.
Fernando Pessoa

Tantos días de espera, tantas noches de insomnio,
tantas cartas trucadas, tantos sueños en tumbas,
tantas fotos guardadas en carpetas perdidas.
Tantas copas en bares refugiando el fracaso.

Tantos trenes lejanos y estaciones cerradas,
tantos besos y tantas despedidas de luna
tanta música rota, tanta niebla sonora.
Tanta lluvia encerrada en aljibes de cal.

Tanta muerte en las alas, tanta vida en la cesta
de papeles usados. Tanto fuego en la nada.







De "La soledad del nómada" 2004

Otros, queriendo huir la humana y triste
suerte, en cambiar de climas y de tierras
gastan la edad
Giacomo Leopardi

No paso dos veces por el mismo sitio.
Ni en un mismo cielo
me extasío.
Antonio Cillóniz

Todo sigue en su sitio.
Pero el viajero no comprende; trata
de entrar. Abre la puerta.
Y está saliendo siempre de su casa.
Joaquín Márquez

El sueño del nómada

Pensabas que el que deserta de la vida vive en el desierto
W. Szymborska

Estar así. No temer al tiempo,
ni al hogar, ni al abandono,
ni al residuo que queda
tras un día de silencio.

Desterrar el miedo.

Ni oscuridad, ni viento de cometa
han de abrir estas ventanas.

La madurez supuesta está formada
por signos invisibles de derrota,
por los desnudos ritos
que celebra la ausencia.

Estar así:
la utilidad del pan y la nostalgia
de los atardeceres vivos
cargados de palabras habitadas.

Sepultar las tablas diversas del recuerdo,
que lo que cubre la tierra,
si no es semilla, se pudre.

Estar así. No más temor al destino:
la incertidumbre espesa
de un día de lluvia
al amparo de un sueño
que, seguramente,
nunca habrá de ser cumplido,
nunca, nunca,
nunca habrá de ser cumplido.

* * *

Al cabo de los días

Sentado escucho el tiempo y sus rigores
pasar. La ausencia no se llama espera.
Aquel que espera el tiempo pasa y fluye
borracho de relojes y de miedos.

Es una enfermedad inconfesable
el irse acostumbrando a la renuncia,
besar el vaso estéril del consuelo
en las tabernas turbias del olvido.

Es bella la derrota si aceptada
permite al derrotado reponerse
de los fantasmas vanos del fracaso.

Al cabo de los días soy la herencia
del tiempo que he perdido persiguiendo,
del tiempo que he ganado contemplando.

* * *

Carta de otoño

Hoy te escribo porque sé que estás sola
y oyes la radio en una habitación
sin vistas al mar y lees libros
que leíste hace tiempo.
Porque sientes
como si fuera a llegar la noche de inmediato,
la inquietud de una tarde de espera
en la aséptica sala de un dentista.
Hoy te escribo porque sé que estás sola

y se han roto tus sueños,
y tus mitos murieron,
y la tarde está fría y no hay nadie en la calle.

Y menuda miseria asumir los errores
y los golpes al aire, el olor del fracaso,
las arrugas del tiempo y los días perdidos.

Trazas en el espejo
con el lápiz de labios el mapa
trashumante de la vida y lo vuelves
a borrar por retomar de nuevo
el mismo camino que reiniciaste
mil veces. Con el lápiz de labios.

Quién conoce la senda que buscaste,
quién tiene
en la mano la llave que perdiste
muchacha de vaqueros y suéter.

El mar sigue rompiendo en la orilla,
en la misma orilla
por donde andabas descalza
y mirabas –pezones agraces
y alma incendiada-
al horizonte y la bruma.

Hoy te escribo un poema
que tal vez nunca leas,
que tal vez nunca llegue a tu cuarto de humo
donde suena la radio
esta tarde de otoño.

* * *

Monólogo

No soy yo quien escribe estas palabras huérfanas
Oliverio Girondo

Otra vez buenas noches.
Hazme un hueco en mi cama,
un lugar junto al sueño
entre las sábanas lúbricas del silencio.

He pasado la tarde leyendo a Girondo,
contemplando la lluvia detrás de las ventanas
caer como plumas calladas del otoño.

Las arañas ya duermen
en los turbios rincones
de esta casa sin muebles,
y yo vengo dichoso,
y me pesan los ojos.

Sigue sonando la lluvia
y hay goteras antiguas
detrás de las cortinas;

un tambor de pétalos empapando la tierra.

Soy feliz como un viernes al abrigo de un puerto,
como un libro plagado de palabras brillantes.

Mañana, ya mañana,
seguiré esperando no sé qué, esa espera
interminable del huérfano de suelo,
del viajero del tiempo
que ignora su destino.

Ya no sé si soy yo
o el fantasma oxidado de mi nombre en el agua
quien pronuncia estas palabras huérfanas.

No me apagues la luz,
soledad. Buenas noches.

* * *

De amor y desencanto

La vida no es un sueño, tú ya sabes
Jaime Gil de Biedma

Que la vida no es un sueño
ya lo sé desde hace años,
hace ya muchos años, amor,
que la vida no es sueño, ya lo sé,
por mucho que te esfuerces
o me esfuerce
en tus pechos de piedra,
en tus piernas de nieve,
en tu lengua, jengibre,
ginebra y granadina,

Son tus ojos extraños
como flor de la ipomea.
Hermosa calipigia,
la vida definitivamente
no es un sueño, no,
ni habrá momentos, amor,
que levanten todos los huesos de la tierra.

No es más que el tránsito irremediable,
hacia el lagar, de las avispas.
No me canses con arengas ni gramáticas.
No te entiendo, ya lo sabes,
cuando me hablas del edículo
donde la felicidad habita,
ni del estíptico ascensor
que nos transporta a la nada.

No me hables de nihilismo,
panteísmo, hilozoísmo:
son conceptos que traté
y ya he olvidado.

No están los tiempos para arengas, no,
no me hables
del paroxismo de la lírica
ni de las tristes convulsiones de las musas.

No me diagnostiques
ni me radiografíes, pues es esto,
esto es todo lo que hay.

Con tus ojos extraños como flor de la ipomea.

La inmolación de la carne.
Bésame, el alcohol
disfraza el aliento, ¿no notas
el inconfundible sabor metálico
que deja el fracaso en las encías?

Hermosa calipigia,
hace tiempo que la vida no es un sueño,
hace ya muchos años
que la vida no es un sueño,
ni hay paroxismo, mi amor,
que levante todos los huesos de la tierra.

Dame la carne y asumamos el fracaso,
pero antes dime, ¿qué me notas?,
¿me encuentras cínico, eleático,
estoico o peripatético?

* * *

Orfeo

Ese cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín,
¿ha empezado a retoñar?
T. S. Eliot

En noches de olvido como ésta,
en mi propia fiesta y sin dolor,
discreto en la penumbra de la sala,
oigo canciones viejas y converso
con este borracho, invitado de ceniza,
que me acompaña.

Mi casa tiene el calor, en estas noches,
de un cuerpo joven de mujer
entre las sábanas,
y huele al humo de la marihuana
y al aire que tienen las bodegas en septiembre.

Nada hay espectacular en estas noches,
pero entiendo más intensamente
el secreto animal de la existencia
y encuentro hermoso el paso incomprensible
de los años.
No es nada extraño que a veces,
después del abandono de un naufragio,
lleguemos a la costa asidos a un tablero
que despedazamos presto en la derrota
para hacer fuego en la arena
y tendernos junto a él, como una gata,
a dar calor al cansancio.

No es necesario que nadie sepa de qué hablo.
Estoy otra vez sobre la tierra,
pisando con la carne viva de mis pies
esta tierra que amo.

He visitado el infierno,
y de la mano de nadie.

* * *

Tocata y fuga

Hay noches en las que el insomnio avisa
y no te asalta el cuarto por sorpresa,
ni te sostiene los brazos y te asedia.

Hay noches en las que el insomnio avisa
y no se te hace la indolencia extraña
ni el fracaso se torna repentino
en esta soportable habitación deshabitada.

Son noches en las que no te acuestas
y te pasas las horas a las puertas de un poema;
deambulas por la casa y fumas
y te asombras del silencio
que hay detrás de las ventanas.

El latido nómada de tu voz menguada
busca el verso exacto del cansancio
que te permita retornar al desierto
donde fuiste un día mercader de sueños.

Y piensas. Y se te insinúa la vida
en la música, la luz y los cuadernos.

El alcohol de la repisa se te ofrece fácil y barato
como una prostituta triste.
Y amas entonces la música,
y Ella Fitzgerald llora por ti,
y la oyes, y estás contento
de que alguien llore por ti
y de que la desolación no consiga inmutarte.

Te vengas de la vida en la pereza
y haces inventarios de tus sueños
en un poema nuevo
-menos triste de lo que esperabas-
que rompe la placenta y te abandona.

Se va,
se va,
se va
y cierra la puerta
dejándote más solo todavía.

* * *

Foto del 63

Hay una luz de claustro en esta foto,
de soledad de esperma
y de locura, una luz
de tormenta de otoño
y de colegio de fantasmas.

Hay un niño y un mapa
y una bola del mundo
que lleva años enteros
girando en un cajón oscuro.

Hay una sonrisa de metal helado,
de mercurio de termómetro difunto,
un humo de alquimista
sonámbulo y misericorde
que se forja en el frío
de los muertos en vida.

En esta fotografía
hay cristales rotos de un sueño diezmado
y espumas olvidadas de una playa distante.

Un suicida
podría haber escrito en su reverso
la despedida solemne y temblorosa
del cansancio y la duda.

Mientras, el niño sonríe
completamente ajeno al espejismo
donde se iban formando en silencio
las larvas venenosas de la nostalgia.

* * *

Último asunto

Estoy cansado de haber soñado pero no cansado de soñar
F. Pessoa

Quema las fotos de los álbumes,
si tienes,
y rompe los espejos de la casa.

Cierra los armarios con sus llaves
y tíralas al pozo del olvido.

Que tus vecinos no vean
la luz en las ventanas,
ni salgan mensajes de duda
con el humo de tu chimenea.

Cámbiate a un nuevo lugar y sigue
contemplando a tu vez la diferencia
entre el hombre y su sueño de más vida.

Volverás tranquilo y solo
a pasear por las calles extrañas,
pues no te habrá de delatar
tu rostro turbio de actor secundario.

Las puertas a escena
pocas veces se abren.

Deshazte para siempre del guión
y exhibe en la bandeja tu cabeza sangrante.

Lo que pudo ser no ha sido.







De "El sonido de la rueca" 2005

Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando...
J.R. Jiménez

¿Adónde van los sueños, la sonrisa,
adónde la ilusión, dónde los años,
adónde la pasión, la voz, los caños
de luz y de color van tan deprisa?

¿Por qué la ola abrupta se hace lisa
y empiezo ya a contarme los peldaños
del tiempo y desempolvo los antaños
que ordeno como un viejo en la repisa?

Agarro con la voz y con los dientes,
agarro como un loco agonizando
los prados de mi tiempo y las corrientes.

Cualquiera que me oiga: estoy bramando;
mañana seré polvo entre vivientes.
Se quedarán los pájaros cantando.

* * *

Disfruta, sí, los zumos de Sileno,
la miel sabrosa y dulce de Aristeo,
no duermas mientras dure el apogeo
de címbalos y flautas sobre el heno.

Oh, goza de la ménade su seno,
da mano, sí, ¡evohé!, libre al deseo,
que el vino, ciegas aguas del Leteo,
arrastren la conciencia al negro cieno.

Oh, bebe de la vid gozosa fuente,
oh, liba sin cesar del vientre nuevo,
oh, brinca con la ninfa en la corriente.

Y piensa que si hoy eres efebo,
los días pasarán severamente;
mañana dormirás en el Erebo

* * *

Mi boca en un suicidio descubría
la playa de tu piel calmada y clara,
el tibio manantial de mirto y jara
que al roce de tu boca florecía.

Colmado de mirarte amanecía
un sol entre tus ojos tristes para
cegar de claridad y dulcamara
mis ojos, sombra y sed, el alma mía.

¡Los pétalos del cuello con las ceras
fragantes de los pechos!... Hoy aúlla
el ángel solitario por las eras.

Mi cuerpo es soledad. Deja que huya
del ascua de tus manos pasajeras,
del leve acariciar de pluma tuya.

* * *

Las siete de la tarde. Estoy contigo.
Si sientes soledad tenme a tu lado.
La sangre del poniente me ha dejado
anclado con mis brazos al postigo.

El sol rojo de otoño que persigo
detrás del horizonte cae pausado
en lento incendio. Miro aniquilado
la luz de la que soy mudo testigo.

Sonríe, y que se mezcle con el viento
la blanca candidez que hay en tu boca.
Oh, de ella expectativo estoy y sediento.

El sol, limón enfermo, ya se apoca.
Levanta tu alegría al firmamento
que quiero aquí escuchar tu risa loca.

* * *

Tú tienes labios rojos de amapola...

Donde habite el olvido
Luis Cernuda

Tú tienes labios rojos de amapola
y lengua de mezcal, el vientre claro;
yo tengo un corazón de sueño avaro,
de sueño, llanto azul y pena sola.

Tú llevas en la boca la corola
del nardo y del jazmín, la flor del maro.
Si yo abro el corazón refulge un faro
de nieve y soledad, de viento y ola.

Tú tienes juntos mar, la luz del día,
el cielo vasto, azul en la mirada;
yo miro solitario en la agonía.

Tú habitas en mi olvido todavía,
celosa centinela, con la espada
guardando bajo llamas mi alegría.

* * *

¿Tendré los labios fríos de la aurora
o cálidos de fragua sobre el alma?
¿Será mi navegar perpetua calma
o habrá loco huracán hora tras hora?

¿Será de mis momentos la señora
la dicha, o el hastío, seca palma,
barrer conseguirá de toda el alma
atisbos de alegría cegadora?

Acaso, Prometeo sobre la roca,
me vea en el destino acompañado
por ave que derrame furia loca

hundiendo su cerviz en mi costado.
Se torna sin cesar seca mi boca.
¿Tendré la soledad siempre a mi lado?








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