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martes, 30 de junio de 2009
156.- JAROSLAV SEIFERT
Poeta y periodista checo nacido en Zizkov, barrio obrero de Praga en 1901.
Unido desde muy joven al grupo proletario Devétsil, publicó su primer volumen de poesía en 1921 bajo el nombre de "Ciudad en lágrimas". Más tarde, buscando el perfeccionamiento, siguió los pasos del Dadaismo para fundar el Poetismo, en cuya etapa publicó "En las ondas" y "Viaje de novios" en 1926.
Adoptó luego el estilo clásico, escribiendo poemas contenidos en los poemarios "Manzana de regazo" en 1933, "Las manos de Venus" en 1936 y "Primavera, adiós" en 1937.
A partir de la década del sesenta, dedicado por completo al verso libre, produjo la parte más brillante de su obra con publicaciones tan importantes como "Concierto en la isla" 1965, "El cometa Halley" 1967, "La fundición de las campanas" 1967, "La columna de la peste" 1977 y "Ser poeta" 1983.
Fue presidente de la Unión de Escritores Checos desde 1968 y obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1984.
Falleció en enero de 1986.
Apagad las luces
En silencio. Que no se caiga el rocío
que tiembla en la punta misma de las pestañas;
sin hacer ruido. silenciosamente. sin patetismo,
a aquella noche le digo: no fuiste de las peores.
Con las alas de la guarda
de las tinieblas, no nos envolvió tu ángel,
que con nosotros estaba, oh noche seria
después de frívolas noches, con violencia.
Y el grito que por tu alfombra se extiende
cuando de horror las manos nos estrechamos,
ese espantoso grito que puede oír cualquiera todavía,
una llamada dulce es para mí.
¡Apagad las luces! que no se caiga el rocío
que tiembla en la punta misma de las pestañas;
sin hacer ruido, silenciosamente, sin patetismos,
digo: cuál, cuál era la claridad
de aquella noche en que todo oscureció,
en que todos como sombras
en su tronco se encogieron.
Sé bien, sé muy bien que entonces hubiera sido mejor
oír el estruendo.
Versión de Clara Janés
* * * * *
Canción
Agita un pañuelo blanco
el que se despide.
Cada día acaba algo,
acaba algo muy hermoso.
La paloma mensajera bate el aire con las alas,
de vuelta a casa.
Con esperanza y sin esperanza
siempre volvemos a casa.
Sécate las lágrimas
y sonríe con los ojos llorosos,
cada día empieza algo,
empieza algo muy hermoso.
Versión de Clara Janés
* * * * *
Canción de amor
Oigo lo que no oyen los demás,
pies descalzos pisando terciopelo.
Suspiros bajo el sello de una carta,
el estremecimiento de las cuerdas, cuando no vibran.
A veces, huyendo de la gente,
veo lo que no ven los demás.
El amor, vestido con la risa
que se oculta en las pestañas, cubriendo los ojos.
Cuando aún tiene copos de nieve en los bucles,
veo florecer la rosa en el rosal.
Oí al amor partir
cuando unos labios por primera vez rozaron los míos.
Quién, sin embargo, detendrá mi esperanza:
ni siquiera el miedo al desengaño,
para que a tus rodillas no se ponga.
La más hermosa suele estar loca.
Versión de Clara Janés
* * * * *
Pan y rosas
Entre dos polos se tensa el mundo
como la piel del asno.
La vida, entre dos cosas:
pan y rosas.
Se oye el mundo, redoblan los tambores.
Para cosas pequeñas, guerra grande.
Ganador y vencido vuelven a casa.
¿Qué distancia, qué distancia haya casa?
Dos dados, dos palabras maravillosas,
en la corneta de la historia: pan y rosas.
Volver a tocar sobre el tambor volcado
moviendo con violencia la corneta en las manos.
Sobre la piel de asno del tambor de guerra,
para nuestro amor, el hambre y la muerte espera.
Versión de Clara Janés
De 1956 a 1967
¡Addio, hermosa llama!
¡Addio, hermosa llama!
La canción se ha herido levemente la frente
y aquella a quien iba dirigida, ha callado
lo que no podía pronunciarse.
¡No enciendas! Durante el crepúsculo
las palabras no parecen tan audaces.
¡Addio, hermosa llama!
La canción se ha herido levemente la frente.
Y ambos estaban confundidos.
Titubeando abrió la ventana.
Cayó la luz nocturna sobre el día.
Ya lo lejos Praga se sonrosaba.
¡Addio, hermosa llama!
Versión de Clara Janés
* * * * *
El barco en llamas
Emprendí el camino al anochecer.
El que busca
suele ser esperado.
Al que espera, le encuentran.
Fui dejando detrás pequeñas ciudades dormidas,
rincones tejidos de hiedra,
donde quedaba aún algo de la música
de primavera,
hasta que me atrapó la noche.
En su oscuridad estalló una llama.
Alguien gritó:
¡Arde el barco!
La lengua apasionada de la llama
rozaba la desnudez del agua
y los hombros de la joven
temblaban de placer.
Bajo las nerviosas ramas del sauce
que daba sombra a la fuente,
en cuyo fondo se oculta la tiniebla
cuando hay luz,
vi a una joven.
Empezaba a amanecer.
Ella intentaba bajar del brocal
un cubo mojado.
Tímidamente le pregunté
si había visto la llama.
Me miró con sorpresa,
volvió hacia atrás la cabeza
y un momento después, dudando, asintió.
Versión de Clara Janés
* * * * *
El tímido susurro de la boca besada...
El tímido susurro de la boca besada
que sonríe: Por un sí,
que hace tiempo no escucho.
Ni tampoco me toca.
Sin embargo quisiera encontrar aún palabras
que estén amasadas
de miga de pan,
o de olor de tilos.
Pero el pan se ha puesto mohoso
y el perfume amargo.
Y en torno a mí se arrastran palabras de puntillas
y me ahogan,
cuando quiero asirlas.
Matarlas no puedo,
y a mí me matan.
¡Y retumban las puertas a golpes de maldiciones!
Si pudiera obligarlas a bailar para mí
se quedarían mudas.
Y aún cojearían.
Sin embargo sé muy bien
que el poeta está obligado siempre a decir más
que lo que esconde el rumor de las palabras.
Yeso es la poesía.
De lo contrario con la palanca del verso no podría
hacer saltar el capullo de los melosos goznes
y obligar al escalofrío
a que nos recorra la espalda
mientras desnuda la verdad.
Versión de Clara Janés
* * * * *
Tórtola, cállate...
Tórtola, cállate, deja de arrullar,
en estos parajes a nada procurarás dulzura
y golpea la piedra con el ala indefensa
para que se levante el rabino,
lleva ya mucho rato durmiendo.
Con ondulación de tumba, que vaya a la sinagoga,
pues aquellos que marcharon hace tiempo
algunas veces regresan,
que los vivos se van siempre
y el mundo se quedaría vacío.
Que entre en el umbral y peine el crepúsculo
de barba gris.
Aquí está la primavera, el tiempo de Pascua empieza
y ha llegado ya el momento
de cantar el Cantar de los cantares
delante del cortinaje de la tora.
Que empiece el cantar,
escucharemos aquel grandioso cántico de muerte,
el cantar más triste de todos los cantares
escritos no hace mucho sobre la pared húmeda.
Que los nombres de los asesinados
pegados con sangre
caigan en la cúpula del cementerio y que le entierren.
Ya es bastante viejo.
Las piedras que en pie seguían
se inclinan e inclinadas caen al suelo.
¡Qué se oiga su voz
en el valle del silencio
y esparza ya aquellas manchas
que bailan entre las tumbas!
Su capa
está tejida de hedor de putrefacción
y los huecos de sus ojos con escamas de peces
están pegados.
Cuando ya incluso la mezuza tan sagrada
ha perdido su poder,
cuando ya ni siquiera las oraciones llegan
y caen atrás como flechas a mitad del camino,
quizá se abra paso su cantar
hacia el cielo cerrado.
Un arco iris de siete cintas
se tiende en el paisaje de primavera.
¿Qué es lo que huele? , huele el aire
y algo más huele en mayo:
la rosa silvestre.
Esas hojas suyas inocentes
son el saludo de antaño para mí tan querido.
No, no te cambiaría por otras,
ya fueran las más bellas rosas,
rosa silvestre.
Veo a mi madre cuando era joven.
Va por la hierba y lleva una rosa.
Mas cuando cae la flor del arbusto
la imagen de nuevo se desvanece,
rosa silvestre.
Versión de Clara Janés
De 1977 a 1983
El grito de los fantasmas
1
En vano nos agarramos a las telarañas flotantes
y al alambre de púas.
En vano apoyamos el talón en la tierra
para no dejarnos arrastrar con tanto ímpetu
hacia las tinieblas, que son más negras
que la más negra noche
y carece ya de corona de estrellas.
Y cada día encontramos a alguien
que involuntariamente nos pregunta
sin abrir siquiera la boca:
¿Cuándo? ¿cómo? ¿y qué viene después?
Bailan y danzan aún un poco más
y respiran el aire perfumado,
¡aunque sea con el dogal al cuello!
Versión de Clara Janés
* * * * *
Jardín de canal
1
He tenido que llegar a edad avanzada
para aprender a amar el silencio.
Conmueve a veces más que la música.
En el silencio aparecen señales emocionadas
y en las encrucijadas de la memoria
detectas nombres
que el tiempo pretendía ahogar.
Por la noche, en las copas de los árboles,
puedo oír hasta el corazón de los pájaros.
Y al caer el día, una vez, en el cementerio,
oí de lo hondo de una tumba
el crujir de un ataúd.
7
Nunca, nunca acariciará
mi barba rala;
nunca ahogaré mis labios
en su cuerpo.
No haberla visto quisiera
para que no me decapitara cada vez
con el sable de su belleza.
Al día siguiente, en el teatro,
se situó paciente
junto a la columna,
sin apartar la mirada del palco vacío.
Cuando entró,
se sentó en el asiento de terciopelo
y entornó los hechiceros ojos,
y las largas pestañas,
como una planta carnívora
de cuya flor pegajosa
no hay escape.
Cúbrete los ojos
o enloqueceré de amor.
Era joven,
enloqueció y murió.
Versión de Clara Janés
La columna de la peste
2
Nuestras vidas se deslizan
como los dedos sobre el papel de lija;
días, semanas, años, siglos,
y había épocas en que pasábamos llorando
largos años.
Hoy todavía camino alrededor de la columna
donde con tanta frecuencia esperé
y escuché, cómo murmura el agua
de las fauces apocalípticas,
sorprendido cada vez
por la amorosa coquetería del agua,
que estallaba en la superficie de la fuente
mientras caía la sombra de la columna en tu rostro.
Esta era la hora de la Rosa.
Versión de Clara Janés
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