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jueves, 21 de agosto de 2014

HERNANDO RIVERA JARAMILLO [10.991]

                                                                              Urrao


HERNANDO RIVERA JARAMILLO 

Nació en Urrao, Colombia, el 8 de marzo de 1915; hijo de Vicente y María Pastora; tuvo serios problemas de salud, como fuertes jaquecas y epilepsia; no contrajo matrimonio. 

Como liberal que era, gustaba participar en actividades partidistas electorales; ejerció el  periodismo, tanto en Bogotá como en Medellín; fue educador en varios colegios de la capital  antioqueña y hasta Secretario de Educación del Departamento de Antioquia, desde donde dirigió  una bella revista que "si no nos falla la memoria, se llamó simplemente Cultura". Lector incansable de cuanto llegaba a sus manos, lo que le permitió tener una sólida cultura. 

Sabemos que en 1947 andaba por Bogotá, en donde consiguió el puesto de Inspector de educación física en varios colegios, el cual no le duró mucho. Su situación económica fue siempre difícil y, en alguna ocasión, tuvo que escaparse de la pensión donde estaba viviendo, pues no tenía con que pagar. 

En Medellín, perteneció al grupo Generación, nombre del suplemento literario de El Colombiano, donde escribía, y en el cual también participaron Otto Morales Benítez, Rodrigo Arenas Betancur, Jorge Montoya Toro, Hernán Merino, Octavio Gamboa, Ovidio Rincón, Carlos Castro Saavedra, Julio Assuad y Rogelio Echavarría, entre otros. 

Es el poeta urraeño más conocido y comentado en el ámbito literario antioqueño y nacional, y el único, además de Jahel Guzmán Vélez, del que se ha publicado un libro con su obra. A él se han referido importantes personalidades, tales como: Belisario Betancur Cuartas (cuando era Presidente, en 1984), Otto Morales Benítez, Manuel Mejía Vallejo (los tres, en el libro La Luna y un Zapato), Julián Pérez Medina (El Colombiano, 1974), Saúl Aguirre (El Colombiano, 1963), Octavio Gamboa (El Tiempo, 1985) y Mercedes Carranza (Revista Nueva Frontera, 1985); además, el gran Chileno, Pablo Neruda, le hizo un prólogo para su obra, que Rivera, por modestia, nunca quiso utilizar; figura en el libro Quien es quien en la poesía colombiana (El Áncora Editores, 1998, Página 430), del escritor Rogelio Echavarría. 

Cuando Pablo Neruda estuvo en Medellín, en 1944, Hernando, según nos cuenta Manuel Mejía Vallejo, sostuvo con él, en alguna ocasión, una larga conversación; de pronto el poeta chileno le dijo: “Quisiera guardar esos poemas”; “Cuales poemas “- preguntó tímidamente nuestro personaje -; “Los que acaba de recitarnos”; el interpelado miró, sin entender, y dijo: “No hay poemas, Maestro, yo simplemente estaba conversando…” 

El mismo Mejía Vallejo nos informa, más adelante, que un día le dijo a Hernando: “Dame el prólogo que te hizo Neruda”. “Me lo robaron, si existió ese prólogo”, contestó, cambiando la conversación, porque era tan modesto que no quiso utilizarlo para su obra. 

Era austero, decente, limpio y no le gustaba destacarse, sino más bien permanecer anónimo. Por eso dijo Mejía Vallejo :”Se negó a tener celebridad”. 

Sus poemas fueron publicados en varios periódicos y revistas, pero lo fundamental de su obra poética se encuentra en el libro La luna y un zapato, publicado, en 1985, por Ediciones Autores Antioqueños, volumen 9, con presentación de Belisario Betancur Cuartas, quien se desempeñaba, por entonces, como Presidente de la República, prólogo de Otto Morales Benítez y epílogo de Manuel Mejía Vallejo. La obra, que fue rescatada por varios compañeros, principalmente Morales Benítez, comprende diez temas con sus respectivas poesías, entre las cuales se destacan varios “Cantos a Urrao” (los que lograron salvarse, ya que los demás se perdieron). 

Además, se conservan varios poemas sueltos, como “Atlántida del tiempo” y “El río Urrao”, este último en homenaje a su amigo Eduardo Arroyave Vélez. Cuando fue inaugurada la Casa Campesina, en nuestro Municipio, el 12 de junio de 1963, declamó varias de sus poesías, en el acto. 

Murió en Medellín, en 1974, y fue enterrado en los Campos de Paz, con muy poca concurrencia, porque le gustó siempre la soledad. 

Otto Morales, en el prólogo del libro, dice de Rivera Jaramillo: “Alcanzó su propio mundo. Lo amojonó con un estilo singular, que lo destaca como auténtico poeta, con su creación enmarcada por una identidad en materias que él manipulaba con riqueza y con autarquía de jerarquías propias. Esto le da un sitio en la geografía lírica colombiana”. 

Y, en otro aparte, el mismo Morales Benítez señala: “Vestía de negro. Era breve. Debajo del brazo llevaba libros, revistas, multitud de periódicos. Especialmente El Colombiano que era su casa espiritual. No política, pues él estaba matriculado en el liberalismo. Allí se le quería, se le admiraba. Fernando Gómez Martínez, su Director, lo trataba con generoso ademán. Casi como a parte integrante de la familia”. 
  
Escuchemos, de nuevo a Otto Morales: “El pasó muy discretamente por la vida. Así con pasos tan sigilosos como los de su poesía. Murió muy joven, sin haber dejado un libro. Y tuvo por su obra cierta indiferencia, que no le permitió que se le otorgara la atención que ella merecía. El venía de muchos silencios. Y quería prolongarlos sobre su nombre. Manos leales rescataron del olvido sus producciones”. 

(Datos tomados de Diccionario biográfico urraeño y de la Historia general de Urrao, fundamentados en los apuntes de Belisario Betancur Cuartas, Otto Morales Benítez, Manuel Mejía Vallejo, Mercedes Carranza, Rogelio Echavarría, Marina Hoyos de Montoya y del Archivo Parroquial de Urrao). 




A continuación transcribimos, de La luna y un zapato, sus poemas, agrupados en diez capítulos. 




PATRIAS DEL HOMBRE. 


ADIVINANZA. 

No se encontró su nombre 
entre los muertos. 
Pero murió en el campo, 
-se estaba desangrando, 
herida, mal herida, 
hasta los huesos-, 
¡la bandera! 




ANTIOQUÍA 

Yo me visto de ti, como el soldado 
de sus armas. Tu espada me ha ceñido 
de pureza y valor. Así vestido 
marcharé a la batalla bien armado: 

de la fe en el Señor adolorido; 
de la verdad que tú me has enseñado; 
de esta canción que el corazón me ha dado; 
y si te llevo en mí, no me despido. 

Me voy, pero te llevo aquí escondido, 
y tu amor en el pecho bien guardado. 
Y, como el hijo al padre parecido, 

cuando pase dirán que tú has pasado, 
que de los enemigos has triunfado 
y en esta carne mía te han herido.  





PRIMER CANTO A URRAO 

Al Penderisco un sauce de Musset hace guardia, 
y espera el despertar del poeta dormido 
bajo las apariencias sonámbulas del agua. 
El sauce, aquí, plantado en mis sueños de niño. 

A orillas de esta alma triste, desde los días 
de la escuela, y doblado sobre mi canción, 
lleva enhiestas, en varas de brisa, melodías 
que hicieron de mi un río, por un valle de amor. 






IV CANTO A URRAO. 

El viento ligero invita 
a los caballos del llano, 
y el Penderisco palpita, 
turbio, loco, apresurado. 

Solo, inmóvil, como abuelo 
esculpido por los años, 
alto, la frente en el cielo, 
brilla frío El Plateado. 

A sus pies salta la vida, 
galope de sangre y canto, 
música de las semillas, 
incendio verde del árbol. 

Los horizontes madrugan 
y acercan, en esforzado 
pueblo de azules, que apura 
su paso sobre los campos. 






V CANTO A URRAO

La danzarina describe y pinta la música, 
y el poema no puede dibujar la canción 
de un valle que se hace río de la hermosura, 
mientras saltan los puentes cargados de emoción. 

Es allí donde los muertos quisieron asomarse 
al verde llano, al agua en penas y oración, 
y sobre la colina vinieron a situarse… 
¡Muertos, enamorados de un valle, en el balcón! 

La danzarina deja caer estatuas de armonía
sucesivamente, al dulce, ebrio o recio són, 
y no logra labrar, esculpir este día. 
La poesía exhala gracias a Dios por su visión. 






X CANTO A URRAO 

El cerro de Gabriel Layos 
en cal y piedra dormía, 
siempre echado, noche y día, 
un frío rebaño blanco. 

Abajo, en manteles verdes, 
rumia la vida sus prados, 
y la muerte también tiene 
la colina de los layos. 

Sólo cuando fue la guerra 
pasan los muertos de largo, 
sobre el pecho la cruz negra, 
río abajo, devorándolos. 

Uradó, el río de cera; 
la luna, el pabilo blanco, 
y los luceros se queman 
en aquel velorio largo. 

Es la teta de la muerte, 
y a ella vienen pegados 
los labios de mil jinetes 
de la vida desmontados. 







II 

MEMORIA DE LA INFANCIA. 




PADRE NUESTRO. 

Padre Nuestro, Sol 
que brillas, y vuelas y cantas; 
que estás en los cielos 
todas las mañanas, 
y que santificas  9
cuanto ves y palpas; 
que haces los espejos 
de todas las aguas, 
en vuelo de trinos, 
en lirio de llamas. 

Vénganos tu reino 
de luz y alegría; 
no nos falte un día 
tu inmensa mirada; 
y ya que fecundas 
la tierra, y empujas 
la flor a las cúpulas 
verdes de las plantas, 
danos el pan nuestro 
de espiga y palabra, 
los valles abiertos, 
las sonoras aguas, 
la risa del niño 
que nace en tu fe, 
por todos los siglos 
de la tierra…¡Amén! 






DICIEMBRE. 

Diciembre, con el niño y la doncella 
y la campana, vienen a Belén, 
capital de la infancia; tras la huella 
de tantos niños, yo llegué también 

a tu ciudad. Siete años soñé con ella, 
y, a las doce, despierto en el vaivén 
de la campana, conocí la estrella 
y el niño y la doncella de Salem. 

Desde las manos de mi madre, un día 
salieron los pastores y los bueyes 
y los rebaños de la epifanía, 

para seguir su cándida jornada. 
Y después de la infancia, los tres reyes 
de la vida, ya no me dejan nada. 




  


DE NOCHE ANDAN LOS AROMAS. 

Para Ángela. 

De noche andan los aromas 
con delgados, callados pies, 
y sus cuerpos celestes, nada 
me dejan comprender. 

Todo el pasado se subleva 
y los muertos quieren volver, 
y es un hálito que levanta 
el silencio del anochecer. 

Anda el aroma de la rosa 
en el instante donde fue; 
el dulce trino de la flauta 
en el aire de mi niñez. 

Anda el aroma del narciso 
y el azahar. Sube la miel 
a preguntarnos por la caña 
en la noche loca de sed. 

En lo que viene del aroma 
algo tuyo y mío ha de haber: 
la reja al menos, el rocío 
y el pañuelo de aquella vez. 

Y está mi infancia llorando 
tras el aroma que se fue: 
en el silencio de estos árboles 
que un día nos vieron crecer. 

Y la lección que tenía un río 
en una página. Después, 
ya cuando el libro terminaba, 
otro río sonaba en él. 

De noche andan los aromas 
con delgados, callados pies. 








 I- LA NIÑA DEL BALCÓN. 

Da al aire su balcón y a la mañana. 
Asomada a la luz, la florecida 
reja en el viento, al aire parecida,  
sabe el secreto de su voz temprana. 

Va por el cielo del balcón. Lejana 
virtud del viento que lo lleva: cuida 
de la niña de músicas huída 
y del arpa jovial de la ventana. 

Alto balcón del cielo que no alcanza 
la yedra con sus dedos, desasido 
vuela, y siguen los pájaros su danza. 

Va por la nube y se despide el viento, 
y la niña se va por el olvido. 
Niña y balcón de mi presentimiento. 







II-LA NIÑA DEL BALCÓN. 

Tejido, entretejido, sonreído, 
a las diez, si volaba su pañuelo: 
asomado a la luz, salido al cielo, 
al arpa por el aire parecido. 

Liviano más que un nombre, y atrevido 
sobre mis voces como un dulce vuelo. 
Cesta florecida, alta de mi anhelo, 
mecida por las manos del olvido. 

Llueve, llorando el día…llueve y vuela. 
Paloma de agua, brisa arrulladora 
o barco de papel o carabela. 

Quedó la soledad no presentida 
y de aquel sueño que duró una hora 
ya no se quiere despertar la vida. 







NAVIDAD. 

Cielo de absortas pupilas, 
de pastores y muñecos. 
Llueven risas infantiles, 
desde el arco del silencio. 

Ángeles pueblan el aire, 
pastores llenan el pueblo; 
la estrella canta en la noche 
castellanos romanceros. 
Y compases de cohetes  12
en los cielos geométricos, 
trazan arcos de alegría 
para los viejos abuelos. 

La luna vino nodriza 
con sus pañales de lienzo. 
La noche en rueda de niños, 
de luces los dedos llenos, 
espera que caiga al vientre 
de la virgen un lucero. 

¡La luna tendió pañales 
en los alambres del viento! 








EN EL RECREO. 

Para Olga Perdomo. 

¡Me dejaron solo en la rueda 
del Ángel! Cantan los pequeños, 
y, niño triste, quedó fuera 
de la vida como en el juego. 

Me dejaron todos, lo mismo 
que allá en el patio del recreo, 
en donde siempre queda un niño 
que está cuidando de sus sueños. 

Estoy pálido y silencioso 
y parezco llegar del miedo 
de la alta noche y lo más hondo 
del oscuro y largo silencio. 

Y los lápices de colores, 
dibujan flores y deseos; 
viajes lejanos y canciones 
del corazón en el cuaderno. 

Y le sonrió a la pequeña 
y la comparó con el cielo, 
donde su nombre es una estrella 
de Dios, bordada en el pañuelo. 

Me dejaron solo en la rueda 
de la muerte. Cantan los pequeño 
y, niño triste, quedó fuera 
de la vida, como en un sueño.  13

Me dejaron solo, lo mismo 
que allá, en el patio del recreo, 
en donde siempre sobra un niño 
triste, en la rueda del silencio. 







ADOLESCENCIA. 

Te espero desde un ocho, desde un nueve, 
de un número, de un sol, de una elegía, 
desde hace tantos siglos de memoria, 
desde hace la niñez y la alegría. 

De la primera soledad y júbilos, 
del primer golpe de sabiduría, 
de la primera noche desvelado 
de un desvelo que no se comprendía. 

De la primera lucha entre las sábanas, 
de la primera guerra entre la vida, 
desde un ángel de sangre de la muerte 
por la revelación de una semilla. 

Te espero desde allá, por la mañana, 
en Santa Fe de eternidad vencida, 
junto a un reloj de tiempo agonizante, 
torres de piedra, cal y expectativa, 
y un agua nuevamente derramada 
por la tarde, un domingo de la vida. 
con la voz infantil que te llamaba 
y con la soledad que te seguía. 

Te espero desde un ocho, desde un nueve, 
con ronca voz y cálida semilla. 








VER UN NIÑO. 

Ver un niño es saberse 
uno mitad del cielo, 
huésped de alguna fábula, 
dócil, tibio y perfecto. 

Verlo es mirar la rosa 
y la luna de nuevo, 
y acariciar despacio 
como a un perro el recuerdo. 
  14
Y volver a esos pasos 
que un día nos trajeron 
de la mañana, andando, 
andando con el tiempo. 

Preguntar por la edad 
de Dios, y con perplejos 
ojos mirar atrás 
de nuestros nacimientos. 
donde sólo la madre 
habita sola el cielo 
que esperó conocer 
como un río mi cuerpo. 

¡Ver un niño es saberse 
uno mitad del cielo! 







COLEGIO DEL FUEGO. 

¡Llamas! ¡Follaje del instante! 
¡Estación de la palabra 
de aceite! ¡Recreo del aire! 
¡Embriaguez! ¡Palabra 
casi rosa, apenas brasa 
del sonido! ¡Alegre 
muchacha de la lámpara! 
Colegio del fuego 
en la noche prendida y alta. 
Flor del desvelo y las batallas. 
¡Si el caballo es llama que corre 
la bandera es lumbre que canta! 







COLEGIALA. 

A Edelmira Perdomo R. 

Por este azul que madruga 
con el cielo y dos cuadernos, 
las medias blancas, la blusa 
de lino y encaje tiernos, 
todas las calles a una 
se quitaban el sombrero. 

Y una flor callada alumbra 
desde los árboles viejos, 
por este azul que madruga 
con el cielo.  






BAUTISMO DE CRISTÓBAL COLÓN. 

Su nombre fue arrancado de la raíz de un viaje. 
El agua sintió gozo por el niño marino, 
Almirante del día, y el azul del paisaje. 
En los odres, cantaba barcarolas el vino. 

El viento cardador que viste sólo un traje 
de música, hacía espuma saltando en el divino 
instante; el tiempo, alegre, olvidó su equipaje: 
y Dios habló a los muelles de Europa y el Destino. 

Yo te bautizo, y nombro Cristhoforo; hermano 
del Santo hijo del Rey de Canaam. Amigo: 
lleva a Cristo a otras tierras, detrás del océano. 

Ptolomeo de acompaña. ¡Dios te salve, María, 
toda llena de gracia! Y la brisa es contigo, 
y América es bendita de amor y melodía. 







ASÍS. 

Fundado a orillas del poema, 
en el valle del sueño que repite la abuela, 
poblado de transparentes habitantes, 
en el aeropuerto de los ángeles. 







LA NIÑA CIEGA. 

Por tu noche oscura 
mi voz irá delante de ti como una lámpara. 
Por tu planta insegura, 
paloma equivocada, 
tendrás mi voz para apoyarte en ella 
y te haré un barandal con mis palabras. 

Muchacha ciega: 
¿cómo decirte la palabra azul, 
y como darte, porque comprendieras, 
una mañana loca de campanas, 
una tarde de azahares y de abejas, 
y un niño con dos ojos y dos manos 
que se hubiera enredado entre las venas? 

¿Sabes lo que es un árbol? 
¿Su dulce aspiración del universo  
y su pregunta al cielo desde el llanto, 
y tierra firme en sus principios hondos, 
loca de ceguedad que está mirando? 
Y yo soy esta voz, esto que escuchas, 
nada más saber quisieras 
de mí, mi voz, 
lo único puro y limpio que me resta. 

Apóyate en mi voz 
y construye tu mundo de tinieblas; 
han visto tantos ojos la mañana 
y es tan hermosa para la tristeza. 

Por tu noche oscura 
mi voz irá delante de ti como una lámpara 
por tu planta insegura, 
paloma equivocada, 
tendrás mi voz para apoyarte en ella, 
y te haré un barandal con mis palabras. 







III 

 LA NATURALEZA. 




 TIEMPOS DE LA ROSA. 

¿Quién dejó esta herida 
aquí, abandonada 
en el aire? 
¿Dónde está el héroe 
dormido, 
sin su medalla de sangre? 
¿Quién dejó esta herida 
abandonada? 






MIENTRAS DIOS FABRIQUE LAS ROSAS. 

Me levanto en la noche para escribir un canto 
que no sea de risa y tampoco de llanto. 

En medio de los dos aparece el silencio 
de la estrella, en las sombras que amo y reverencio.  

Todo calla, y el aire detenido en las rosas 
piensa en el mudo tallo de aquellas mariposas. 

Y pienso, y las palabras brotan de los abismos, 
y cantan; se levantan sobre nosotros mismos, 

a decirme que nunca me podría callar 
mientras Dios a las rosas fabrique en su telar. 







LA ROSA CANSADA. 

¡Nadie le dice que si 
quiere la rosa cansada! 

La niña vende sus flores 
e hizo a los lirios hamaca, 
y en un sueño de colores 
se mecen en sus espaldas. 

Todos compran el jardín 
por las calles, y, en su alma, 
¡nadie le dice que si 
quiere la rosa cansada! 







SONETO VESPERTINO DE LA ROSA. 

El aire lastimado fue la rosa, 
y más triste después la flauta pura 
en donde el llanto es rosa de hermosura 
maravillada acaso por hermosa. 

Y no fue más la huída dolorosa 
sino la flauta alegre de amargura 
que tanto se parece a la dulzura 
de una amada fatiga misteriosa. 

Apenas en la noche concebida 
salta al aire la rosa, una criatura, 
niña tal vez, apenas mariposa. 

El viento sangra de su flauta herida 
y una callada flauta de ternura 
dice que el aire lastimó una rosa. 


  




ROSA INTERIOR. 

Rosa íntima, rosa diferente 
de un mismo llanto y pena como el río, 
rosa por la memoria lentamente 
de luna, de sonrisa y de rocío. 

Y tal la pienso, tan seguramente, 
que miro mi pensar y al tacto frío 
por las manos, su cuerpo de mi frente 
cuando camina en el silencio mío. 

¡Rosa íntima, rosa, si supieras! 
de ti una y trina, rosa diferente 
niña tal vez, apenas mariposa. 

Que sólo en el silencio de mi frente 
te conoces y explicas, y quisieras, 
esta tarde de abril, ser otra cosa! 






RESPUESTA DE LOS ÁRBOLES A DON QUIJOTE. 

A esta soledad, sé bienvenido, 
Señor Dolor de Amor. Aquí plantado 
junto a nosotros, que hemos sostenido 
el oscuro silencio levantado. 

Se oye sólo el tímido ruido 
de la oración del agua; el desolado, 
alegre ruiseñor; el sorprendido 
paso del aire azul, imaginado. 

Esta verde quietud entretejida 
espera un alma triste; su regazo 
busca Cristo a la queja de su vida. 

Dios y hombres lastimados son apenas 
quienes vienen aquí por el ocaso 
a confesarnos sus antiguas penas. 








CANTO A LA MADERA. 

Alabado sea Dios, 
dice de puerta en puerta, la madera. 
los labios no son suyos, ni los ojos 
que nunca tuvo un árbol bajo el sol 
  
¿Y si retoña el pie de palo, 
si en la pierna hace nido 
el ruiseñor del campo? 

Algo debes sentir entre las hojas, 
injerto de la carne y la madera. 

Si ese árbol implora, 
tú deberás, viejo dolido, 
en cambio a su limosna 
darle tu corazón y tu apellido 
hombre ya casi árbol, 
¡árbol casi gemido! 

En las calles oigo tu paso, 
ese tacón de palo de la muerte, 
ese caballo tuyo, mal jinete 
del llanto. 







NOCTURNO DEL JARDÍN. 

El jardín en la tarde está viejo 
y tú estabas en él como en un lienzo. 

Y la luz desbordada, y marchita 
cada instante la sombra venía. 

Y se fueron los montes, dejando 
soledad y quietud y cansancio. 

Y las aguas dejaron su grito, 
y lloraron lo mismo que un niño. 

Y la noche cayó como un ala, 
y tú ardías, igual que una lámpara. 







ADIÓS, BRISA. 

Adiós, brisa, que sales de ese puerto 
desconocido, a orillas de otro mar 
sin nombre, en el olvido azul incierto, 
cerca de Dios, para desembarcar. 

Carga de aromas alegres de este huerto, 
formas ausentes, sólo el respirar 
de la flor, el rumor tibio y despierto 
y el color ruiseñor de algún cantar.  20

La hallarás a tu paso, rosa escrita 
en el aire y la luz; perdida queja 
que abandonó los labios; tierno llanto, 

Rocío de sollozo en la infinita 
pena. Dile que estoy junto a la reja 
antigua, recordándole mi canto. 







EL GRILLO. 

Canta como un himno, 
aguja de llanto; 
levanta el espíritu 
alto en los espacios. 

Deja el estribillo, 
monta en tu caballo, 
sorprende el abismo 
con tu sordo canto. 

Llena el infinito 
de miedo y espanto, 
crece como un río, 
sueña como un árbol. 

Y corre, lo mismo 
que los desbordados 
torrentes, heridos, 
hambrientos de estrago. 

Deja de ser grillo, 
pequeño remanso, 
lucero encendido 
fósforo de llanto. 

Deja de ser grillo, 
el pobre muchacho. 







ORACIÓN DEL GANADO. 

El ganado dice a la yerba, 
que sí, que ella es la eterna 
substancia primigenia, 
madre del balido, abuela 
de la ubre, gozo de la terneruela. 

Así, humilde, viste la tierra. 
-¡Si! ¡Sí! (el ganado mueve la cabeza 
afirmativamente); pace y reza: 
-“Santa Sencilla, hágase vuestra 
verde voluntad de primavera, 
y la apretada silenciosa guerra 
de las raíces, que en el rocío se contenta”. 

Que sí, es ella 
la quinta esencia. El ganado mueve la cabeza. 








ACUARELA DE AMOR CAMPESINO. 

El plátano, un manojo de banderas 
que el viento agita. Y el maíz, armado 
caballero de mil lanzas. Las eras 
aroman ese cielo ensangrentado 

por los abiertos frutos. Las ligeras 
flores, gritos de fuego; engalanado 
el aire de escuadrillas vocingleras 
en guerra de colores sobre el prado. 

El amor sembrador, rendido y bueno; 
limpio torrente, con el pie raído 
en las zarzas, y el rostro nazareno 

De soles. Sonreído a su regreso, 
cuando al atardecer se acerca al nido 
y rinde la cosecha con un beso. 







SONETO CON PÁJAROS. 

Manos del aire sobre los jardines 
ordenaron la luz y la mañana. 
Y el pozo de la torre, y la campana 
con su orilla de blancos serafines. 

Manos que andan perdidas en violines 
por una lejanía tan lejana, 
ribera opuesta en la noche humana 
donde cantan los pájaros maitines. 

Oh tejedoras manos, sostenidas 
por la gracia detrás del aire mismo, 
y por un solo aliento sacudidas. 

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