Arturo Camacho Ramírez
(1910-1982)
Poeta colombiano, nacido el 28 de octubre de 1910 en Ibagué (Tolima) y fallecido el 24 de octubre de 1982 en Santafé de Bogotá. Como poeta, perteneció al grupo literario Piedra y Cielo. Su poesía se caracteriza por la creación de imágenes, en las que impera lo inesperado y lo alógico, poblándose sus escritos, a veces innecesariamente, de símiles y metáforas oscuras. También fue diplomático (primer secretario de la Embajada de Colombia en La Paz, Bolivia) y periodista: redactor del semanario Sábado, columnista de El Espectador, El Tiempo, El Espacio y Acción Liberal y colaborador de la Revista de las Indias. Algunas de sus obras son: Espejo de naufragios (1935), Oda a Carlos Baudelaire (1945), Vida pública (1962), Límites del hombre (1964) y Carrera de la vida (1976).
Miembro del grupo de Piedra y Cielo, Arturo Camacho Ramírez también fue periodista y diplomático. Realizó sus primeros estudios en ibagué, y luego se trasladó a Bogotá, donde hizo el bachillerato en el Instituto de La Salle, y cursó tres años de Derecho en la Universidad Nacional. Como poeta, la voz de Camacho Ramírez se adscribe al grupo de Piedra y Cielo, llamado así en honor de un libro del español Juan Ramón Jiménez, innovador del modernismo del nicaragüense Rubén Darío por la poesía pura. El piedracielismo reunió personalidades tan diversas como Jorge Rojas, Antonio Llanos, Aurelio Arturo, Gerardo Valencia, Eduardo Carranza, Carlos Martín y Darío Samper, y mostró dos tendencias definidas: una, de cuño hispánico, representada por Carranza, seguidor de Federico García Lorca y Juan Ramón Jiménez; la otra americanista, con Camacho Ramírez a la cabeza, de corte nerudiano. Camacho Ramírez ejerció la diplomacia, llegando a desempeñarse como primer secretario de la Embajada de Colombia en La Paz (Bolivia). Como político, ocupó el cargo de comisario especial de la Guajira. Como periodista, fue secretario de redacción del semanario Sábado, columnista de El Tiempo, El Espectador, El Espacio y Acción Liberal, y colaborador de la Revista de las Indias, entre otras. Hasta su fallecimiento, ejerció regularmente el periodismo, que complementó su vocación de poeta.
Esencialmente, Camacho Ramírez fue un poeta seducido alternativamente por dos temas capitales: el amor (Iba con ella, irremediable, / desaforado y aterido, / entre las sombras de la calle / y las luces del sacrificio. /! A morder noche a bocanadas, / a envolverse en su tegumento, /como una semilla que intenta / germinar debajo del hielo. / A buscar el tallo infinito, / raíz y pétalo del sexo, /socavándose el uno a1 otro / en el martirio de su encuentro, "La vida pública"), que aparece siempre profundamente ligado a la muerte (La muerte vuelve a ser la primavera / en los ojos desnudos y en las voces / de la tierra en raíces arrancadas, "Sobre la muerte alegre"). No negó el influjo de la poesía de Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Vicente Aleixandre y Rafael Alberti, como de Jorge Manrique y Francisco de Quevedo; pero supo asimilarlo a una esencia americanista gestada en la lectura del peruano César Vallejo y del chileno Pablo Neruda. Cultor de las formas clásicas españolas, las trascendió con un tono muy personal, a menudo intimista: Yo era todo el silencio de la noche l madurado en espiga dolorosa("Canciones vanas").
En 1935 publicó Espejo de naufragios, su obra inaugural, con la que renovó el lenguaje poético en abierto desafío a la generación de Los Nuevos, y en 1939, año en que aparecen los cuadernos de Piedra y Cielo, los poemas "Cándida inerte" y "Presagio de amor". En 1941 la Revista de las Indias publica su "Viñeta de Bécquer". Incursionó en el teatro con la pieza en verso titulada Luna de arena, estrenada en el Teatro Colón de Bogotá en 1943, vertida a libro en 1948 y vuelta a llevar a escena en numerosas ocasiones desde entonces. Recibió el primer premio del concurso de sonetos de la Revista de las Indias.
En 1945 apareció su extensa y brillante Oda a Carlos Baudelaire, que reúne algunos de sus mejores -momentos líricos. Vida pública vería la luz en 1962 y Límites del hombre, en 1964. A1 lado de Jorge Rojas y otros piedracielistas, participó en el volumen colectivo Homenaje a Pablo Neruda (1974). En 1976 el Instituto Colombiano de Cultura publicó Carrera de la vida, que, sin contar sus numerosas colaboraciones en periódicos y revistas especializadas, fue su último volumen («Cuando yo ya no tenga horizontes abiertos, / ni canción en los labios, ni dolor que sentir, / marcharé sin sandalia ni ropajes inútiles / y me entraré desnudo como un río sin fin, / en un bosque de cúmbulos ancestrales y sabios / que me den una nueva florescencia vital / y que incendien tenaces recuerdos, que me abrazan / como tercas raíces de mi antiguo vagar>>, "La canción de los cámbulos", fragmento). Habría que esperar sólo cuatro años luego de su muerte, en 1982, para la publicación de sus Obras completas, con prólogo de Andrés Holguín.
FRUTO DEL SUEÑO
A paloma de nieve condenado
a flor de llama al viento sometido,
a lluvia desgajada estatuido
fruto del sueño, ciervo degollado;
te meces en el aire, vulnerado
fantasma de los ojos desprendido,
carbón en cuyo rostro se ha encendido
lo que la muerte tiene anticipado.
Vienes con pasos turbios de cautela,
en las frondas del sordo duermevela,
como las huellas del asesinado
amor que ayer nos entregó la suerte
un minuto no más y que hoy se vierte
sobre el fulgor del pecho derramado.
Nada es mayor que tú
Nada es mayor que tú, sólo la rosa
tiene tu edad suspensa, ilimitada;
eres la primavera deseada
sin ser la primavera ni la rosa.
Vago espejo de amor donde la rosa
inaugura su forma deseada,
absorta, inmersa, pura, ilimitada,
imagen sí, pero sin ser la rosa.
Bajo tu piel de rosa en primavera,
luz girante, tu sangre silenciosa
despliega su escarlata arborecida.
Nada es mayor que tú, rosa y no rosa,
primavera sin ser la primavera:
arpegio en la garganta de la vida.
La vida pública
(Fragmento)
De cierto os digo que los publicanos y las rameras
os van delante al reino de Dios.
San Mateo Vers. 31, Cap. XXI
Una mujer iba en la noche
a través del mundo y la vida.
La iluminaba solamente
el relámpago de su herida.
Iba consternada de amor,
usado, raído, suntuoso;
era una costa golpeada
por una resaca de lodo.
Su cuerpo era un oscuro valle
hostigado por las campanas
cuyo largo tañido fúnebre
la envolvía desamparada.
Un amargo y espeso clima
la estremecía de silencio,
defendiendo su corazón
como la piel defiende al cuerpo.
Su corazón era un racimo
de uvas recién desolladas,
embebido por un licor
espirituoso de venganza....
Abril
Abril, espacio de la poesía,
mes cruel de la distancia y la amargura;
cuánto hubieras podido ser ternura
hoy que estuvo su mano entre la mía.
Mas fuiste abril, amargo en este día
como un octubre de mirada oscura;
no mies cortada de mujer madura
sino hiperbórea mordedura fría.
El mundo está, sin ella, deshojado,
como un invierno gris desamparado
en vez de primavera y alegría.
Y en medio de tristeza y plañidura,
así está su belleza en mi ternura
como la ausencia en la melancolía.
A un amigo muerto
Nadador enredado en la tiniebla:
cuánto galope de ala vacilante!
Cómo fuiste a cortar con tu diamante
la luz humedecida que la puebla.
Alma de pez, saeta que indelebla
el blanco de una lágrima ambulante.
A qué manos profundas, coribante
labrador, vas a lumbre entre la niebla.
Cómo en tu espalda floreció ese bosque
de plumas tremulantes en la bruma
que obnubila los ojos y los vierte.
Sin un ramaje tibio que te embosque
-sollozo de canción, viento y espuma-
en qué playa naciste con la muerte.
El día de la muerte
Lleno de certidumbres como un muerto
cuyo esqueleto se ama con la tierra,
ando de mar a mar, de puerto a puerto
pidiendo olvido y perdonando guerra.
Y voy entre sonámbulo y despierto,
hecho a un amor de duelo que me aferra
la voz y oprime su vocablo yerto
como ceniza que al invierno aterra.
El día de mi muerte está en mi mano,
turbia moneda gris, lento pañuelo,
en vez de áurea medalla o vela henchida.
Y yo la pongo al borde del verano
como un mordiente y trágico señuelo
que enceguezca los ojos de la vida.
Mujeres de otro día
Estas mujeres fueron bellas:
en las orillas de su alma
anchos paisajes balancearon
su ardor de inéditas distancias.
Eran como tierras sin nombre
en espera de ser llamadas,
llenas de palmeras fragantes
que vibraban al sol como arpas.
La brisa errátil de los trópicos
les despeinaba las miradas
dispersas hacia el horizonte
como un rebaño de cabras.
Su cuerpo tenso como un arco
se erguía sobre la esperanza
lleno del intenso temblor
de la flecha no disparada
y todas se iban apagando,
esperando al que no llegaba.
Estas mujeres fueron bellas
y había una que yo amaba.
Yo tenía siete años dulces
como el corazón de la caña.
Senos morenos como nísperos,
ojos de estrella y voz de agua,
ella ardía como una esencia
esperando al que no llegaba.
Yo tenía siete años dulces
y aún no tenía sino alma,
y la veía consumirse
mientras mi instinto se alargaba.
Un día yo tuve veinte años,
llenas de fuerza las entrañas
y corrí loco tras la estrella
de aquel mito de mi infancia;
ya tenía instinto y deseo:
podía ser el que no llegaba.
Llegué cuando ya se caían
como sauces sus miradas,
cuando sus cabellos barrían
las cenizas de la esperanza
que volaban sobre sus ojos
en un lento otoño de lágrimas.
Estas mujeres fueron bellas
y envejecieron como ramas
que se cortan para la hoguera
que ha de hacer la vida más clara.
Hoy yo tengo veinte años fuertes
como banderas desplegadas,
hoy ya mi instinto y mi deseo
se erigen al sol como lanzas
y cuando paso, esas mujeres
que fueron bellas en mi infancia,
murmuran resignadamente:
Así era el que no llegaba.
Llegada?
Por esa mano de mujer, tendida,
-domadora de sueños y deseos-
que le peina la luz a las estrellas.
Por ese beso náufrago,
que no encontró la isla de una boca
y prefirió rodar en el vacío
a morir ahorcado en las pestañas.
Por ese barquichuelo que enloquece
en nuestra sangre sin itinerario,
prófugo de una angustia
que el corazón cultiva como un surco
de poemas sin nombre y sin palabras,
qué sueños dolorosos,
qué transfusión de absurdas esperanzas,
ha de sentir mi olvido, congelado,
en la puerta que cierra el infinito
a este libro,
que nació como un barco,
lleno de gentes que se gritan,
sin comprenderse nunca,
la soledad de cada uno en todos,
la soledad de todos en la tierra!
CARACOLÍ SIN FLOR les dio la vida:
él los reúne, los comprende, espera,
aún, entre su fronda estremecida.
SABINO
Guajira, con sus rumbos
de disparos y lágrimas,
con sus altas mujeres
soñando en la distancia,
de cuerpos defendidos
y ánima encerrada;
Guajira, con banderas
de sangre en la mirada
y un río demorado
de muerte en la garganta;
Guajira, cuyo mar
le vio rodar el alma:
Dale la despedida
final a su esperanza.
CORO
Aquí está contra su pecho
La Guajira,
que tiene labios de sal,
y espumas en las pupilas,
corazón de yotojoro,
sangre, leche y agua indígenas.
Ay, la Guajira!
Lágrimas de aire y arena,
espíritu de ceniza,
con amplias venas de sed
entre angustia y agonía.
Agua de la muerte, única,
que calma tu sed, Guajira.
Doncella de amor siniestro,
violada y escarnecida,
sin más ley que la aventura
ni más dios que la conquista!
(Sólo se escucha el amplio
y batiente sonido del viento y el mar)
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