Víctor M. Font
Víctor M. Font nació en La Plata, ARGENTINA el 18 de agosto de 1906 y murió en la misma ciudad el 13 de marzo de 1960. Fue poeta y profesor de Francés egresado de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. Se formó en el Colegio Nacional Rafael Hernández, donde fue alumno, preceptor, profesor y vicerrector, función esta última que ejercía cuando lo sorprendió la muerte. Amó la familia, la vida sencilla en comunión con la poesía, la música clásica, el arte y el ajedrez. Contó, además, con un fino sentido del humor que pocos conocieron. Publicó tres libros de poesía: Poemas otoñales (1946), Caminos de soledad (1948) y Cantos del amor efímero (1956). Si bien dio a conocer su obra en pleno fervor neorromántico, está ligado estéticamente a la “Primera generación platense” y la llamada “Escuela de La Plata”. “Un peregrinaje a través de sus poemarios... –escribió Lázaro Seigel– nos enfrenta con un paisaje de bucólica, con su plétora de calladas músicas y sonoros silencios... Delicadeza, brevedad, precisión léxica, permiten a Font la gracia de una poesía –trasunto de su vivir diario– poseedora de una limpidez adecuada a un ánimo no aborrascado por turbiedades venidas sabe Dios de dónde... No obstante su vínculo –por época y edad– con el torbellino romántico, a cuánta distancia del lloriqueo y sollozos decadentes en boga. Nada de crispaduras lancinantes... El estilo es directo, reposado, accesible; sin complicaciones sintácticas ni torceduras perifrásicas. La sutileza conceptual no juega. Tampoco la energía barroca, la ampulosidad verbal, el frenesí expresivo. El vocablo, diáfano y acariciador, muestra el decoro de quien sabe que la virtud que lo define radica en su profunda dignidad semántica... De Font podría afirmarse lo que alguna vez expresara Taine sobre la sinceridad de Musset: ‘no mintió jamás; dijo lo que sentía y cómo lo sentía’. Y con voz queda, agreguemos. Con palabras deslizándose suaves, sedeñas, extravertiendo, para nuestro regocijo estético, su mundo lírico”.
Este jardín de otoño
Este jardín de otoño, esta serena
paz de la alberca, este callado anhelo,
este sentirse el alma toda llena
de perfiles de nubes y de cielo...
Este jardín de otoño, esta serena
paz de la alberca, inmaterial consuelo;
este dejarse estar casi sin pena,
sin ruido, sin dolor, y sin consuelo.
Este soñar que una esperanza guía
mis pasos en la senda, blandamente.
Milagro incierto, pues declina el día,
y una llovizna tenue, transparente,
sigue cayendo, vertical y fría,
sobre el espejo roto de la fuente.
Fuente: Poemas otoñales, Víctor M. Font, edición del autor, Buenos Aires, 1946.
Busco tu soledad
Busco tu soledad, tu sombra fina
junto a la gracia del jardín umbrío,
donde la fuente musical afina
su sonata dulcísima de estío.
De un milagro estelar ya se ilumina
silencioso y agreste el labradío,
mientras surca veloz la golondrina
el inmóvil paisaje, a su albedrío.
Como una lumbre tenue que se apaga
declina el cielo en la penumbra vaga
del horizonte su matiz violeta.
Lírica estampa desteñida y triste,
sólo tu imagen pálida persiste
en la armonía de la tarde quieta.
Fuente: Caminos de soledad, Víctor M. Font, edición del autor, Buenos Aires, 1948.
Soneto
En un rincón del patio de mi casa,
y entre las ramas de un nogal añoso,
alza ojival su nido la torcaza
con renovado empeño jubiloso.
Una y mil veces diligente pasa,
sujeta al pico, en plenitud de gozo,
la brizna vegetal con la que amasa
los blandos muros del hogar dichoso.
Fruto también de líricas porfías,
la casa conventual de mis mayores
llena el recuerdo de remotos días,
mientras flotan las nubes de colores
sobre las milagrosas arquerías
pobladas de nostálgicos rumores...
Fuente: Cantos del amor efímero, Víctor M. Font, edición del autor, La Plata, 1956.
Soneto familiar
Inauguran el alba del soneto,
ya nuestro amor en claro mediodía,
los ojos pardos, el decir discreto
y el nombre suave de la esposa mía.
Graciela, hija mayor. Un recoleto,
equilibrado corazón la guía.
Toca Bach y Beethoven. Y en secreto
por todos vela, silenciosa y pía.
Garbosa, inquieta, casi volandera
como cuadra a una alondra en primavera,
canta Cecilia, canta sin reposo
con Hugo de la mano, el más pequeño,
bienamado en la casa y cabal dueño
del desvelo del padre y de su gozo...
Fuente: Cantos del amor efímero, Víctor M. Font, edición del autor, La Plata, 1956.
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