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lunes, 22 de septiembre de 2014

MARÍA ELENA ARAMBURÚ [11.115]


María Elena Aramburú 

Nació en La Plata, ARGENTINA. Egresó de la UNLP con el título de Profesora en Letras. Ejerció la docencia universitaria como ayudante diplomada de la cátedra de Literatura Inglesa y Norteamericana durante diez años en la Facultad de Humanidades. Profesora de Literatura en Institutos Terciarios y en el Colegio Nacional de la UNLP, donde ejerció la Rectoría del mismo en el período 2001-2004. Dictó cursos de su especialidad en Institutos de Educación Terciarios del interior de la Provincia de Buenos Aires y coordinó talleres literarios. Tiene editados dos libros: Escenarios privados (cuentos, 1983) y Los fuegos de bien amar (novela, 1992, Faja de Honor de la SADE). Publicó cuentos y reseñas en revistas literarias y suplementos culturales. Su cuento Estrenando abuelas recibió el Primer Premio de la Revista Puro Cuento, 1991; su colección de cuentos De los deleites de acá (inédito) obtuvo la Primera Mención de Honor en el Concurso de Narrativa de la Fundación Inca, 1994. Sus cuentos Vicuñas en la alta noche y La fuerza del destino figuran en antologías. La Fundación Aurora Venturini le otorgó el Primer Premio del Concurso de Cuento 2006 por El lazo. Colaboró en periodismo científico en el diario La Nación, edición La Plata. Tradujo del inglés varios libros de política y educación. Escribió en colaboración con Guillermo Pilía el volumen Historia de la Literatura de La Plata (Ediciones La Comuna, La Plata, 2001). Tiene inéditos un volumen de cuentos y una novela titulada La ventana sigue abierta.





Septiembre

Sol de tarde de septiembre.
Bajo el follaje circular del azaharero
una pared de hierba me encapsula.
Un orbe vegetal me está moldeando
donde raíces serpenteantes traman
su escritura secreta y subterránea.

Y una impaciencia de fuga
de todo lo que vive
y de todo lo que ya es muriente,
caracolea entre las sombras verdes.

Esta espiral de vida y muerte asciende
enlaza savia y sangre
piedras y terrones
huellas de la memoria y siembras del deseo.

El último sol abre crisálidas de luz
en la red orbital que me cobija.





El fuego

Has encendido el fuego.
La luna
brilla y vela
en el jardín blanqueado.
El mar
desolado y negro
muerde incansable la tierra.
En la casa, en el centro del hogar
arden los leños.

Altas las llamas
se llevan, en su ardor
todas las penas.
Ausencias, faltas, deudas,
antiguos fragores del rencor
y crepitar de culpas, de olvidos
y abandonos.
Todo se lo lleva el fuego
como el mar
la infinita arena y el incesante oleaje.

Rescoldos y luego cenizas
sal y espuma
humo y viento.
El resto (ya fue dicho), es silencio.

Mientras, has encendido el fuego.






La lluvia

Desde antes del alba
llueve sobre el mundo.
Llueve desde antes que todo:
que el alma quiera al cuerpo
que el cuerpo se haga fibra,
que el sueño desenlace
las livianas amarras de la noche.

Suena el repiqueteo del agua en los tejados.
La oscuridad se desvanece dentro.

Entrelazados en la prisión
del sueño y la grisura
no sabemos aún
privados de luz
con qué conjugar
el alma que amanece.

Mientras, la lluvia cae.

El agua nos barre los deseos
como el sueño
el agua, en el alba sin luz
nos deja blandos de huesos
y esperanzas.

El deseo se hace sábana
calor, intimidad, regazo.
Y todavía
con nada se conjuga
ni con nadie.

Como un capricho
la lluvia, sin pausa,
incontestable
repite su ritmo amortajado.

El cuerpo se arrebuja:
es el abrigo
esta música de soledad del alba.



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