CYNTHIA JAMES
Cynthia James nació en Trinidad y Tobago el 14 de mayo de 1948 y allí vive y enseña. Es Catedrática en Educación del Lenguaje en la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de las Indias Occidentales, St. Augustine, Trinidad. Se graduó de la Universidad de Howard, Washington D.C con un PhD. en inglés en 1998. Escribe poesía y ficción y tiene tres colecciones de poesía: Iere, Mi Amor, Vigilia, y La Vega y otros poemas. Su segunda novela Terraza de Zapotillo fue publicada a principios del 2006. Tiene un libro de crítica literaria, La Narrativa Cimarrón, una historia narrativa de la historia de la literatura caribeña en inglés, publicada por Heinemann en el 2002. Ha sido dos veces becaria James Michener en el Instituto para Escritores Caribeños de la Universidad de Miami y recibió El Premio del Fondo Nacional Para las Humanidades por sus estudios en textos literarios clásicos del Caribe anglo-parlante. Tres preocupaciones hacen vital la poesía de Cynthia James: su conciencia de caribeña, su familiaridad con lo paterno y lo materno, y la búsqueda de la perfección de su oficio. En cuanto caribeña, nacida en la era de la Independencia, sus poemas reflejan un nuevo comienzo, un exploración del paisaje y orgullo en la riqueza de la herencia de su nuevo mundo. Para ella, la familia y lo materno irradian en forma de tributos que fortalecen. La Vega es su madre, su familia el hogar, Iere es su madre, su isla el hogar. No abandonar al padre y a la madre es el llamado perpetuo de la poeta. Los lazos con lo ancestral nos atan para siempre. Y si uno deja de alimentarlos, el cáliz se rompe, y el individuo se pierde. Es así como la poeta busca en toda su obra que la abuela y el padre la unjan. La figura del padre es para ella un fuerte símbolo de la herencia, como lo es la de su madre. La firmeza y la suavidad de su madre patria ancestral hacen juego con la productividad de su tierra paterna. En su propia, la poeta rinde tributo al padre que acepta con humildad los errores de su vida junto con el paso de senderos seguros.
Áloes de azúcar
este velorio
esta vigilia
esta sal
no humedecerán estas rocas
tan descubiertas no hay tapas por cerrar
los amigos se quedan dormidos
los profetas mojan áloes endulzados
cómo se empaña mi rosario
el anillo de oro
afuera la rebelión retumba
la ciudad se incendia
la televisión manufactura
a quien apiado
a quien odio
…y ahora
el bambú muere
el viento esparce
huellas digitales de memoria
desde la parte oculta
del helecho
mis hijos
los ángeles de la Madona
cantan pero no canciones
tuercen sus labios
la luna el sol
miran como cometas
entre este viento sin cortinas
ah sobre este calendario
de pena fragmentada
yo me doy vuelta…
Collar II
desde que pusiste este collar en mi cuello
tapé las grietas
compuse el broche
le quité la red de algas apelmazadas de pelo sin peinar
porque bajo estas excrecencias
acechan piedras pulidas
tronos resbalosos
atrapan redes arrastradas
que hunden barcos como si fueran piedras de molino
puse su belleza bajo el sol
pero las protegí de la insolación
las piedras brillan a veces
el fuego ruge
anillando todo el mar
y hasta los zafiros se queman
desde que pusiste en mi cuello este collar
de conchas de chipi-chipi hecha a mano
para ser más rica o más pobre
para bien o para mal
me lo puse
lo arreglé
y no cambiaría mi amor
por nada en este mundo
consciente
de que cuando llegue mi hora
debo entregar estas piedras lisas
tal como tú me las distes
con honor
y reverencia
Para Cristóbal Colón
mira
me libro del albatros que mataste
tu yugo de pena pecadora
de 300 o más años
aquella que clavaste para guardar la rima
se libera
devolviendo con el viento la fetidez
de la balada de tus penas
amaina estas aguas
déjame asistir a la fiesta de mi boda
no detengas más mis ojos
tus barcos ya no navegan lentos en las Azores
en barro y en sal
agua agua por todas partes
y ni una gota para beber
he tirado al mar la paloma muerta
la brisa empuja mi proa
mira,
el coral abanico llamea en Buccoo
la sal purifica los huesos
el sol convierte las piedras en joyas
yo sacio mi sed
me ha librado de tu albatros
mis vagabundeos y lamentos ya no existen
Traducciones de Nicolás Suescún
SOLDADO DEL NUEVO MUNDO
I
Oí tu nombre
entre los que se iban por el bien de los niños
porque el mundo necesita al nuevo soldado
para civilizar la mente
y cuando te apoyes en esos leves podios
sacúdelos con fuerza
el don es tuyo
entre todas las sillas en la tuya penetra la flecha
esta es la oportunidad,
la única oportunidad, la única oportunidad de los niños
las armas son inadecuadas: mira la evidencia de los milenios
la batalla ahora es por la preeminencia de la mente
y hay demasiada, demasiada sangre
no queremos derramar la sangre ni siquiera de los hermanos
así que cuando te llamen
(y como ya has descubierto
quieren decir que vengas solo y abandones la tribu)
ve, pues por tu éxito
con el tiempo no importará
dónde y cuándo o quién y cuál la tribu
exprésalo con cohetes
lanza lluvia de bombas guerra de las estrellas
desde la eminencia de tu cráneo
sobre los incivilizados
extiende puentes de concreto, casas de vidrio,
lazos entrecruzados que cuelguen del cielo
infecta las estatuas
y no olvides a la falsa dama con la antorcha ciega
envuelta de regalo en la neblina al otro lado del río
calienta su aliento
la dama de la libertad congelada en sangre fría
frente a la costa
fija el radar dentro de las cruces negras
apunta
y cuando el objetivo, en todo su centro
no antes
¡EN EL BLANCO!
vuela los glaciares
mira fluir los ríos: los corazones se ablandan
se curan
II
mi nuevo embajador
yo desautorizo a esos señuelos en Ginebra
(pero que este sea nuestro secreto
deja el juego de ajedrez
con sus torres y peones
sus alfiles y sus blancos seguros)
el futuro arde brillante
en el filamento de tu mente, ve,
porque según va el mundo
los soldados en tierra son aplastados como escarabajos
los misiles cruzan raudos el cielo
ni siquiera los cometas se encuentran frente a frente
puesto que las vacas nunca serán devueltas
ve a traer la leche como si fueran sermones de la CIA
Polifemo tiene un solo ojo, un ojo ávido
sigue tú colgado del vientre del carnero
deja que pase su mano
sobre los bultos de la piel del lomo
un nuevo mundo espera, valiente mío
la bastardilla de Calibán basta
para eludir todas las tretas
aquel que llama no sabe
tú aprendiste a soldar
con el soplete de tu mente
REVISTA PROMETEO. FESTIVAL POESÍA DE MEDELLÍN.
Portraits
. . . and if you’re lucky you’ll have time
to give her treasures you’d really like to keep,
candid shots you didn’t have time to stick,
stuffed in the crevice of an old album:
grandmother louped—at whose wedding?
pixelated father—flying roof-high, dancing the cocoa,
dingy-white sail-shirt, sole umbra in candescent sky;
except . . . what if you’re not lucky?
and she arrives to find you toying with your rat-pack,
walks over for the spot Alzheimer’s check:
Stop watching bony touch, braille-ing faces . . .
“Who’s that?” she says—
you swallow, still, to suppress the croak,
lest whisper uncontrolled, segue into
“Mum, you must be tired, you need to close up.”
Old fish head, grey rim around your iris widening,
you who once sucked fish eye lenses, biting down
white archived print, flattening celluloid images—
you need her help to extend this raw slide
view of still live images, “Sable Venus,” “Flagellation
of a female Samboe slave,” loin-clothed, gift-wrapped
at wrist, flayed flailing—Jesus! crucifix-ed,
beautified, beatified, mummy-fied in plaster of Paris
exhibits all, all these too captured silent.
Charcoal Monochrome
July first, 10 pm, rumblings, flashes, fireworks:
You’d think that after three years the smell of maple wood
and honey smoke would lift the downward spiral
not provoke the cock-set cough of burning black sage bush,
coalpot centred in the closed bedroom to smoke the mosquitoes out first;
not evoke West Indian Reader nights,
playing picture or no picture on a perwinkled door stoop,
page opening by chance on Hugh Cameron’s A Lonely Life—
a wizened woman cradling scant firewood,
panier bare, selvedge sere,
explosion of her blood-red shawl, sole highlight
against a pink pigeon-breasted crepuscule;
not invoke in the gloaming, yawning kitchen window propped
half-staff, pearly prism-ed light transmuting inner lepais thatch
from Scot to classic Boscoe Holder still life painting:
jug-eared coalpot, mounded with blunt quartz of coal;
corkscrew of gazette paper; fuzz of ash nickeling cleaver;
pointy shards of tinder; curled peelings of cassava;
pewter pitcher, horned spout; silver halo, condensed milk tin-cup;
speckled mortar, granite pestle protruding like a dislocated thumb;
rugged torchon, grits of sand cresting stilt-legged washstand;
villi feathering sooty corners, clambering spidery V-greased gutters;
and soft contoured mid-height above, a double-breasted dove-
grey form, fingers pouched at mouth smudged with itty-bitty edge of coal
You’d think by now I’dve dipped my hand and done the necessary genuflection,
lightened those gilt greys with confession and a good act of contrition;
(Will you think of me, and love me / As you did once long ago)
Perhaps next year, my fourth year, when palm shells race up the sky,
to rocket trunks with bursts of coconuts, my chants will be as loud,
thanks to transposing old anthems with new chromatic metronomes
The Beach
(for Lennox Brown)
Yet another Kew Gardens behind this groyne of beach
a queen, a king, a union, further down, a Kensington—
salvages, this anomie for replicas, selections of empires,
Stonehenges, Tajmahals, recurrent Chinatowns.
The fronting lake grins and bears accumulating silt,
suppurating, giving grudgingly to those who
on a dying evening come to pace this boardwalk,
then go inland to lay down shield and sword,
facing the convergence of millennial waters from all the cardinals,
even the brutal baptisms of line-crossings way down south; who
come not to judge the grey man kissing the green woman (not his wife);
nor Mary, hair let down, bra loose, bridge in hand, resting her gums,
nor sniff the trailing whiff accusing the teenagers; nor notice
the badges in black-short pants with walkie-talkies cycling by.
But leaving Leuty and the dog run, pass the gaping bandstand,
trail fingers over the commemorative plaque, wondering
who’s the dark child in the drinking fountain and where’s the Native;
smell the white hyacinth perfuming the round Gardener’s Cottage,
swallow the saliva accreting in the throat gland, conflicted,
awed at the power of salvages to unify yet nullify;
and super-glad to see you in the missed of this, walking briskly
round Queen’s Park on the cycle track, up near Kilarney
just before you take the Y on Maraval; and I hail you out,
Lennox! Come leh we go down Macqueripe and buss a lime!
and you jump in and we heading for a real salt-water bath;
going past the tall blue Guardian Spirit with the silver wand,
on this make-believe beach, boardwalk, in these Q-Gardens, Magnificent
Seven in the distance, we the only salvages in a different place and time.
Portraits
. . . and if you’re lucky you’ll have time
to give her treasures you’d really like to keep,
candid shots you didn’t have time to stick,
stuffed in the crevice of an old album:
grandmother louped—at whose wedding?
pixelated father—flying roof-high, dancing the cocoa,
dingy-white sail-shirt, sole umbra in candescent sky;
except . . . what if you’re not lucky?
and she arrives to find you toying with your rat-pack,
walks over for the spot Alzheimer’s check:
Stop watching bony touch, braille-ing faces . . .
“Who’s that?” she says—
you swallow, still, to suppress the croak,
lest whisper uncontrolled, segue into
“Mum, you must be tired, you need to close up.”
Old fish head, grey rim around your iris widening,
you who once sucked fish eye lenses, biting down
white archived print, flattening celluloid images—
you need her help to extend this raw slide
view of still live images, “Sable Venus,” “Flagellation
of a female Samboe slave,” loin-clothed, gift-wrapped
at wrist, flayed flailing—Jesus! crucifix-ed,
beautified, beatified, mummy-fied in plaster of Paris
exhibits all, all these too captured silent.
Charcoal Monochrome
July first, 10 pm, rumblings, flashes, fireworks:
You’d think that after three years the smell of maple wood
and honey smoke would lift the downward spiral
not provoke the cock-set cough of burning black sage bush,
coalpot centred in the closed bedroom to smoke the mosquitoes out first;
not evoke West Indian Reader nights,
playing picture or no picture on a perwinkled door stoop,
page opening by chance on Hugh Cameron’s A Lonely Life—
a wizened woman cradling scant firewood,
panier bare, selvedge sere,
explosion of her blood-red shawl, sole highlight
against a pink pigeon-breasted crepuscule;
not invoke in the gloaming, yawning kitchen window propped
half-staff, pearly prism-ed light transmuting inner lepais thatch
from Scot to classic Boscoe Holder still life painting:
jug-eared coalpot, mounded with blunt quartz of coal;
corkscrew of gazette paper; fuzz of ash nickeling cleaver;
pointy shards of tinder; curled peelings of cassava;
pewter pitcher, horned spout; silver halo, condensed milk tin-cup;
speckled mortar, granite pestle protruding like a dislocated thumb;
rugged torchon, grits of sand cresting stilt-legged washstand;
villi feathering sooty corners, clambering spidery V-greased gutters;
and soft contoured mid-height above, a double-breasted dove-
grey form, fingers pouched at mouth smudged with itty-bitty edge of coal
You’d think by now I’dve dipped my hand and done the necessary genuflection,
lightened those gilt greys with confession and a good act of contrition;
(Will you think of me, and love me / As you did once long ago)
Perhaps next year, my fourth year, when palm shells race up the sky,
to rocket trunks with bursts of coconuts, my chants will be as loud,
thanks to transposing old anthems with new chromatic metronomes
The Beach
(for Lennox Brown)
Yet another Kew Gardens behind this groyne of beach
a queen, a king, a union, further down, a Kensington—
salvages, this anomie for replicas, selections of empires,
Stonehenges, Tajmahals, recurrent Chinatowns.
The fronting lake grins and bears accumulating silt,
suppurating, giving grudgingly to those who
on a dying evening come to pace this boardwalk,
then go inland to lay down shield and sword,
facing the convergence of millennial waters from all the cardinals,
even the brutal baptisms of line-crossings way down south; who
come not to judge the grey man kissing the green woman (not his wife);
nor Mary, hair let down, bra loose, bridge in hand, resting her gums,
nor sniff the trailing whiff accusing the teenagers; nor notice
the badges in black-short pants with walkie-talkies cycling by.
But leaving Leuty and the dog run, pass the gaping bandstand,
trail fingers over the commemorative plaque, wondering
who’s the dark child in the drinking fountain and where’s the Native;
smell the white hyacinth perfuming the round Gardener’s Cottage,
swallow the saliva accreting in the throat gland, conflicted,
awed at the power of salvages to unify yet nullify;
and super-glad to see you in the missed of this, walking briskly
round Queen’s Park on the cycle track, up near Kilarney
just before you take the Y on Maraval; and I hail you out,
Lennox! Come leh we go down Macqueripe and buss a lime!
and you jump in and we heading for a real salt-water bath;
going past the tall blue Guardian Spirit with the silver wand,
on this make-believe beach, boardwalk, in these Q-Gardens, Magnificent
Seven in the distance, we the only salvages in a different place and time.
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