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lunes, 18 de agosto de 2014

ALBERTO LÓPEZ SERRANO [10.924]


ALBERTO LÓPEZ SERRANO

Nació en La Libertad, El Salvador, Centro América, el sábado 8 de enero de 1983. Es profesor de idioma inglés y de matemáticas. Es miembro de la Fundación Cultural Alkimia y desde 2007 es coordinador de los “Miércoles de Poesía” en la peña cultural de Alkimia y Los Tacos de Paco, en San Salvador.

En este mismo espacio ha presentado lecturas y homenajes a poetas de El Salvador e internacionales, así como eventos bilingües y babélicos especiales de poesía. También ha participado en lecturas en diferentes instituciones educativas básicas y superiores, centros culturales, festivales de poesía, cafés literarios y concentraciones públicas en calles y plazas. Entre ellos: Festival Internacional de Poesía de El Salvador 2004 y 2010, Simposios Rubén Darío en León de Nicaragua, Feria del Libro de Guatemala 2009, Festival Internacional de Poesía de Costa Rica 2010, Encuentro de Escritores en Tarija-Bolivia 2011, eventos en Lima, Perú, entre otros.

En 2007 fue publicado “La Nave que Falta” (Alkimia Libros, San Salvador). Luego “Cien Sonetos de Alberto” (Alkimia Libros, 2009), “Y Qué Imposible No Llamarte Ingle” (primera edición Editorial La Cabuda Cartonera, 2009; segunda edición Editorial Equizzero, 2011), y “Montaña y otros poemas” (Editorial Equizzero, 2010). Además, aparece en las antologías “Madrugada del siglo XXI” y “Retornos: Taller Literario Serpientemplumada”.








DISTANCIA 

El mundo libre no me deja amarte
en este mar de cuerpos lujuriosos,
y mi rostro con ojos jubilosos
sabe mil versos de la piel sacarte.

Dos palabras me bastan para darte
los placeres y al mundo decorosos
ojos mostrar, y hablar tan silenciosos
que a ti el estruendo llega a sonrojarte.

Sin abrirlas, mis alas te despliego.
Sin tocarte, mis labios te acarician.
Sin verte, robo de tus ojos fuego.

Por estos mares que en pudor se envician,
se aleja el cuerpo la distancia leve,
y nadie mira que el pulgar se mueve.






YA TENGO LA ILUSIÓN Y LA CAÍDA

I

¡Inútil ofrecerte yo mis labios
si seguiré inventándome tus besos
como ensayar de labios en espejos
y limpiarles saliva con las manos!

¡De qué me sirve, entonces, el latido
que feliz me arrebola y me sacude!
¿De qué me sirve, entonces, esa nube
que tiende mi ilusión que te confío?

¿Que no es como un jardín que me florece
y sin poder oler con qué fragancias
se ilumina el contorno de mi cara?

¡Quizás inútil sea!... ¡Quizá a veces
espero tanto el Alba de tus labios,
Distancia" termina:
Por estos mares que en pudor se envician,
se aleja el cuerpo la distancia leve,
y nadie mira que el pulgar se mueve.

YA TENGO LA ILUSIÓN Y LA CAÍDA, I, así:
¡Quizás inútil sea!... ¡Quizá a veces
espero tanto el Alba de tus labios,
y ya en la espera se llegó el ocaso.







MONTAÑA

III

Llega tarde el viento… y los labios me tiemblan fijos como rocas en el río. Largo el camino bajo nubes que se cierran, y el bosque en la montaña ya se adentra en mis pasos. Llega tarde el viento… ¿Qué señal ha de llegarme del camino? Camino que me lleva hacia lo incierto mientras subo con pasos presurosos y cautelosos. Llega tarde el viento ahora que mi aliento ya no es tibio y vago entre lo espeso de mis pasos.









ODISEO

Pobre Odiseo,
finalmente en casa,
y no está,
las paredes volviéndose viento
y el piso escarbando con sus raíces:
¿no es que eran de agua los desvelos de antes?

Tantos años para darse cuenta
que su piel es como la tierra:
                                   vulnerable,
como estar para usarse públicamente,
y colgando en las ventanas
una fotografía de sus manos,
aquellas manos de tejer y destejer.
Hoy navegan el océano,
y el pobre Odiseo es un espantapájaros de madera
cayendo como grano en el cemento.

Y recuerda el encanto en Circe,
Calipso: el paraíso…
Pero Ítaca es esto:
una cama que espera,
vacía,
sin las manos que tejen y destejen:
como cualquier lugar de extraños y alas rotas,
con el sol quemándole las carnes,
esperando entre guijarros húmedos del mar que se la lleva.
Pobre Odiseo,
sangrando un lento lagrimeo eléctrico.
Ítaca es navajas de afeitar,
Ítaca es el ruido de las hojas secas rodando por el suelo seco,
Ítaca…

Y se alejan esas manos más y más por el mar
y Odiseo plantado en las esquinas de Ítaca:
punto muerto,
prendiendo las farolas,
vagando en su propia tierra ajena,
coleccionando cantos con adioses,
pinchando la memoria con un catálogo pueril de recuerdos,
y un abierto y amplio camino de lágrimas
como un tapiz de todo lo que falta.
Pobre Odiseo,
si por lo menos supiera tejer…








Dionisos no

No me abrases, Dionisos.
No tienes en tu voz la trampa de los días.

Quisiera reinventar el calendario.
Morder los meses, masticar relojes de arena.
Quizás conjeturar un nuevo siglo de abandonos.

Mejor sería que la noche fuera para siempre.
Su estrellado arrullo nos vuelve siempre primitivos.
El ruido lácteo de las cosas nos reclama y nos arroba.

No haces falta, Dionisos, para el salto.
No tienes en tu voz la trampa de los días.
Déjame vaciar las cráteras de las horas,
perseguir de nuevo las agujas y los números,
vaciar los ojos y correr a tientas, Dionisos,
perseguir las manos que me van halando hacia el desierto,
vaciar las manos de palabras resecas,
perseguir onagros dorados por los desiertos arenosos.

Mejor tomaré el vino del acto de la oscuridad
o al menos cantaré el poder del perro.

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