MARIO CASTELLS
Escritor, traductor y poeta nacido en Rosario (Argentina), hijo de padres paraguayos. Marcado por el exilio de sus padres, por el avañe’e, el idioma de su gente, y por su historia familiar, tras una larga estadía en los esteros del departamento de Ñeembucú, incorporó el “ñande reko” a su imaginario poético, a su praxis creativa, en su dimensión artística y política. Hoy forma parte del Centro de Estudios de América Latina Contemporánea de la Universidad Nacional de Rosario (CEALC- UNR) y del Grupo de Estudios Sociales sobre Paraguay (GESP- UBA). Ha sido ayudante de cátedra de Literatura Iberoamericana 1 de la carrera de Letras, bajo la dirección de su querida profesora Sonia Contardi, recientemente fallecida, y de la unidad electiva: “Paraguay: Desde la guerra contra la Triple Alianza hasta la presidencia de Lugo. Visiones del pasado en debate” de la carrera de Historia, ambas materias de la Facultad de Humanidades y Artes (UNR). Ha publicado artículos de crítica literaria, historia y ciencia política en revistas y actas de congresos del país y el extranjero.
Ha publicado también el texto ensayístico: Rafael Barrett, el humanismo libertario en el Paraguay de la era liberal, (en colaboración con Carlos Castells), Rosario: CEALC-UNR, 2010; el poemario Fiscal de Sangre, (firmado con el heterónimo Juan Ignacio Cabrera), Colectivo Editorial “La Pulga Renga”, Rosario, 2011; y El mosto y la queresa, novela ganadora del Premio Provincial de nouvelle “Ciudad de Rosario” (2012). Forma parte del colectivo editorial “La Pulga Renga” que ya lleva editado 6 libros de poesía. Actualmente trabaja en una antología bilingüe de poetas guaraníes contemporáneos.
Puente’í
A Bartomeu Melià, s. j.
Travesaño quebrado sobre el agua,
a medias sumergido,
la sombra de la mano del estero,
te invade como el olvido.
Sólo te revive el beso dulzón del bañado
en su plenitud de herrumbre.
Algún teju’í, alguna garza real, algún
que otro insecto o voraz lampalagua,
seguirá tu senda viscosa
hacia el corazón del agua.
Mas no tus usuarios dilectos,
los ingeniosos destructores,
que en la diáspora difusa, marchan
a contracorriente de sus querencias,
—cíclica manía–,
rumbo a un puerto que colme
sus rogativas de barro.
Ñakanina
la encontré en un amanecer sin amos, sin esclavos
y sin razón cartesiana.
Francisco Madariaga
Abre tus piquetes
al ñakanina de mi amor.
Expande esos potreros
de intramuros
donde se funden la miel
y el lodo de la vida.
Los árboles de pakuri
no maduran su fruta,
esperándonos.
Trepemos hasta
su cima y aguardemos
un diluvio que nos
pertenezca.
Tu sudor
es mosto de caña
para mis ojos
y el color broncíneo
de tu piel de onza,
exacerba mi deseo.
Desde la hora del plañir
de las palomas,
consagraré mi vida
al cíclico resurgir
de los humedales,
donde los dioses enamorados,
arrastrando la polvareda
del bosque, la quemazón
que exhalan los rozados
y el embrollo
de higueras empayenadas,
lavan sus genitales
después del coito.
Ñeembukugua
A Zenón Bogado Rolón, en vida
Arovia tekovépe asyryñemíva
Yvyguýpe, ita ñe’áme,
Yvyra ro’ópe,
Y ñe’emíme.
Tracy K. Lewis
Desde las riberas del Piraguasu
hasta allende el cenizal,
incluyendo el Pikyry,
soy del Ñeembucú.
Soy de los esteros,
de estos grandes riachos sin prisa.
Como las garzas y el karãu,
como el kuriju o el lovope,
como el camalotito verde y la herrumbre
que llegan a los pozos y bebederos,
yo soy de los esteros.
Camino de madrugada
sobre el embalsado sigiloso,
al acecho como el jakare;
rujo como el karaja celoso en los tacuarales
y remedo, borracho, al pececito de lluvia
que agoniza sobre la arena.
Determinado a sestear,
regateo el vientito
con las frondas y los tremedales,
con el vaho de los rozados
y las sementeras.
Dispuesto a dormir disipo
el delirio desenfrenado de mis estrellas rotas;
callo el complot de las naranjas
en eterna caída; fumo
y pienso: “Muerta
la ilusión de un amor arenoso,
cagué, alguna vez, maripositas de palo”.
Apaguen hoy su pedantería, luciérnagas.
En mi gruta, sólo
resplandecen los lampiones.
Onírica
A Mariana Bernasconi
Con el cansancio dormido
nos metimos en la cueva.
Tu sonrisa en harapos brillaba
en la íntima oscuridad del crepúsculo.
La niña se esforzaba en prender
el arbustito del fuego familiar
y mi alegría callosa necesitaba
del agua de tus besos.
El niñito encendió un pequeño sol
nuevo y te entregó el corazón
para no perderlo.
Se lo guardaste en tu escapulario
y te levantaste a cocinar
las flores del jardín eterno.
Jaguarete
A Hernán Ruiz, jinete sin redomón
Amenazarö pyhare
Che rancho guýpe aguapy
Ajapysaka mombyry
Ahendu heta mba´e.
Emiliano R. Fernández
Noche tempestuosa: espasmos
de refucilos se agitan sobre las cumbreras
de mi rancho destartalado;
el cubil de estaqueos y cortaderas
se ha inflado como un escuerzo
en fuelle, picaneado
por la corredera del viento
orillero y el cielo en llanto.
......................
Retazo de selva murmurada,
mi voz carrizalera
recupera, a grandes zancadas,
la tonada del «Yo, pecador».
Y el recuerdo de otras noches
de tormentas olvidadas,
se lubrica con el semen de la vela
y el repiquetear furioso del chaparrón.
......................
Fascinados por el rugido
melodioso del jaguarete,
mis pulmones saturados,
emulan su celada.
Fumo en cuclillas
a la luz de un quinqué;
veo morir sin gloria a las uras
y a las polillas, incineradas
en la flama del querosén.
......................
Consuelo busco en el camino
y en los círculos sostenidos,
alrededor de mi deber.
Oiré el mugir de vacas aterradas,
sintiendo en cada arpegio, la llegada
del tigre del amanecer.
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