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viernes, 13 de septiembre de 2013

GERVASIO MONCHIETTI [10.489]


Gervasio Monchietti

Nació en Rosario, ARGENTINA   en noviembre 1979. 
Poeta, editor, encuadernador, gestor cultural nacido en Rosario y residente en esta ciudad. Fue encuadernador y editor de la editorial Tropofonia; actualmente dirige junto a Lucas Collosa el sello Erizo Editora. Es colaborador del Festival Internacional de Poesía de Rosario. Organiza, con Daiana Henderson, el ciclo de lecturas Virósico.

Obra Poética

Trincheta, Tropofonia, Rosario, 2010
3 cilindros, Diatriba, Santo Tomé, Santa Fe, 2011

En antologías

Código urbano. Una muestra de la nueva poesía rosarina. Ebook. comp.: Osvaldo Aguirre, poesiaargentina.com, Buenos Aires, 2013.





(Santa Fe). "Trincheta".

Somos
algo que pasa
entre el agua y la llovizna
el grano de las voces
las veredas  los cuerpos
quedan
pequeños lugares
       de certeza
ladrillos
        de una casa
inacabada.







Río
canal de olvido
donde me sumerjo
licuo
universo
de cáscara de nuez
donde uno más uno
desaprendo.
Terco tronco
que a fuerza de nombrarse
desconoce
la corteza y la raíz
las hojas en que destilo
el intento de tomar
la dirección del viento.







Escribo en las rendijas de la ventana
con cuidado de no abrir de par en par
las cortinas
una sombra se detiene
veo el filo de la navaja.


     de "Trincheta"




I



Padre
         he empezado a cultivar un pequeño jardín.
         El cuidado diario hace que crezca.
         Sorprende ver el efecto de un poco de agua
         cambian, de inmediato –si vieras–,
         la consistencia de las ramas, 
         el vigor de las hojas.
        
         ¿Hace calor allí?
         Aquí, el sol calcina las plantas.
         También he visto cómo derrite el nylon.
         Antes no percibía eso.
         Parece que el año próximo
         se acaba el mundo. 




IX


Señor paciente
colóquese la bata
puede haber un cuerpo extraño
en su ropa

La frase apareció en una sala de rayos
y atravesó los borradores.

Costó ubicar, hallar un lugar donde dejarla. 
Pero es una advertencia que hecha luz
cada vez que se lee, sobre los huesos.

De 3 cilindros, Ediciones Diatriba.








Hay que saber pasar las noches
Gabriela Massud


I

de las pocas experiencias como vendedora 
—han sido demasiadas—
lo que más me ha sorprendido es la idea
de que siempre es posible cambiar 
la opinión del que dice que no

—deberían haberme pegado varias veces—

como aquella vez que vendí un libro
a novecientos pesos
en una casa de ladrillos sin revoque
con split 
en cómodas cuotas de 90

pesos —eran doce—

la obstinación en cambiar la opinión
tiene una filosofía aplicada

no hay inocencia
entonces no sé cómo funciona 
el cliente siempre tiene la razón





II

Él 
siempre tiene la razón

dicta duro
lo que debes hacer

pone el ojo
en la contradicción.

Una vez le arruinamos el cumpleaños a un cliente
por no mandarle la vela con la torta.

Fue terrible, las tías mirándose espantadas
por la falta.






III

en el 2001 las tortas no tenían salida
y conseguí laburo vendiendo cursos
de computación

no podías usar la palabra venta
ni tampoco podías decir vendedor

la gente de la ciudad ya no abre 
la puerta a extraños conocidos

:sos lo que decís que sos:
durante un mes, llegué a ser 
asesora educativa en informática

en el instituto no usaban 
folletería y no por ecología

vos sos el folleto —te decía
el morocho que capacitaba

le faltaba un diente
y el traje le quedaba re grande
—para mí se lo habían bajado de una piña—

Aquí ofrecemos cursos de Word Excel 
Windows Explorador de internet
y auxiliar de Maestra Jardinera.






IV

Donde más me bardearon fue en la empresa de grúas.
Trabajaba de 22 a 6 y la gente llamaba desesperada.

Perdían rápidamente las fórmulas de cortesía. 
Las barbaridades eran mutuas.






V

Lo mejor de la empresa de grúas 
era mi alto consumo de pornografía. 
Michel de Certeau estaría orgulloso.
El placer que me quitan lo cobro a la noche.
Luego debía recordar: ir a herramientas y
borrar el historial.

Muchas veces me fui con dudas.
Imaginaba a mi supervisora viendo
las fotos de una orgía. Pero 
la rutina se cumple involuntaria 
se olvida. En todo caso,
me hubiese quedado la negación.

Conservo una foto del último día de trabajo:
en blanco y negro,  recostada sobre dos sillas,
con una mano sujetando mi cabeza.
La luz tenue de un velador. La luz del monitor.
La luz de la calle que asoma entre las cortinas. 
En otra, miro de frente a la cámara
las ojeras marcan una sombra fina.  
Feliz.  Sentada en el 107. No sé si se nota. 
Ese día una piedra rompió una ventana. 
Me asusté.  Por muy poco no fue la mía.




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