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jueves, 1 de agosto de 2013

ELISA RAMÍREZ CASTAÑEDA [10.319]


Elisa Ramírez Castañeda 
(DISTRITO FEDERAL, MÉXICO 1947)

Mujeres insumisas
Elisa Ramírez: las musas son rejegas

Por Angélica Abelleyra

Ni cantante de blues ni aprendiz de sax tenor como le hubiera encantado. Sí una juglar con dos tareas: divertirse y ejercer la escribanía como un peregrinaje.

Entre los placeres de la antropología, la traducción, la historia y la narración para niños, a Elisa Ramírez Castañeda le fue dada una liga profunda y desenfadada con la poesía. La trata de tú a tú, se ríe de ella, y mediante el verbo indaga los pasos, nombra distancias y explora caminos. "¿Cómo sacar la humedad de tu recinto?/ ¿Cómo enfrentar la terquedad de lluvia en julio?/ ¿Cómo evitar en tu piel el musgo pegajoso,/ o la humedad que tiñe de escamas las paredes?/ ¿Cómo desdecirse con claridad estando el día tan nublado?/ Se hace pronto demasiado tarde."

Cuatro son sus libros de quehacer poético: Palabras (1971), ¿Quieres que te lo cuente otra vez? (1985), Una pasión me domina (1989) y También en San Juan hace aire (1999, del que traemos algunas líneas para esta columna). Es traductora de Mark Strand, Anne Sexton, Jack London y D. H. Lawrence. Ha antologado libros sobre el café y bestiarios hechos de fotografía. Investiga en la tradición oral indígena, trabaja con instructores y niños en procesos de escritura nativa y continúa en su labor detectivesca para reunir la información posible que constituya un "inventario razonable" (en lugar de un "catálogo razonado") de la producción artística de Francisco Toledo. "Tengo el corazón desobediente,/ la piel necia./ ¿De dónde se atenaza el alma para encaminarse?/ ¿Por cuáles hilos corre la fantasía/ ­gota de rocío sobre las telarañas?/ ¿Cómo supo el tlacuache dónde estaba el fuego,/ entre quiénes lo repartió?/ Y tú, ¿dónde quedará el tiempo/ que alguna vez llamaste tuyo?"

Socióloga de profesión, ha dado origen a estudios de antropología como El fin de los montiocs (inah, 1987) y ejercitado la docencia en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (enah). Un ámbito para escudriñar en los ritos y en la relación del hombre con su medio que enriquece su olisqueo del chamanismo y la cosmovisión indígena que ha trabajado por años.

"Si algo, mi poesía apunta hacia un peregrinaje. Tengo una gran nostalgia del sentimiento de totalidad, de fusión con el paisaje. Soy una persona profundamente religiosa pero atea. De ahí mi indagación en los rituales y en tratar de hacer una recuperación mística a través de las palabras, aunque suene mamonsísimo."

Y sí, eso que tal vez se escucha sangrón, no se vislumbra por ningún paraje en su poesía, donde no opta por la grandilocuencia pero tampoco por los lugares comunes del decir amoroso o la autobiografía lacrimosa. Sí hay un atisbo de su vehemencia, de su acelere nebuloso, de su apremio por nombrarlo casi todo, menos aquello vestido como chabacano y cursi.

"Quisiera escribir como Sor Juana pero no me sale el soneto", dice con un ademán de puchero para burlarse de la desventura. "Quisiera escribir como Pessoa pero no me sale la esquizofrenia. Quisiera escribir como Santa Teresa pero todo se me va en la levitación. Quisiera escribir como Cavafis pero no soy griega. ¿Qué hago entonces? A veces escribo como Mark Strand o Lawrence o Simic. Y, cuando puedo, como yo misma": "Puedes usarme./ Pero no me ofendas creyendo que soy/ tan idiota como para ignorarlo./ Pide mi anuencia y seré tu cómplice./ Pero no creas, ni por un instante/que no te sé."

Cuando no está en su propio cosmos se concentra en la escritura ajena, trasladando de otros idiomas los entramados de ciertos poetas. Entonces Elisa hace calistenia, se mantiene en forma, ejercita su sensibilidad y enriquece su gozo. "Finalmente toda la vida es una traducción. Está la traducción de la vida a la poesía, del alma a las palabras, de lo real a lo escrito, del inglés al español, de lo imposible a lo factible."

Otras veces disecciona canciones y mitos infantiles para sacarles jugo. A Cri-Cri, por ejemplo, lo interpreta para los niños contemporáneos como un anarquista e iconoclasta en el libro ¿Y quién es ese señor? (Conaculta) y a otros adolescentes les relata mitos en El mensajero del cuervo (Conaculta). Además, hasta hace poco estuvo en los Altos de Chiapas como tallerista sobre procesos educativos y de escritura para infantes e instructores indígenas en sus lenguas de origen.

Caminante con varios naufragios, ha recibido el premio especial Alfonso X de Traducción (1984) y la beca de la Fundación Rockefeller (1992-93), también por esa labor. Asume que tal vez escribe un largo poema toda la vida y va haciendo versiones sobre la misma fuga, al estilo de Bach.

"¡Imagínate, siete hijos a la luz de las velas y todo lo que hizo Bach! ¡Cómo lo admiro! Gracias a él tengo claro que no soy Sor Juana pero que sí tengo un vínculo con la palabra", pestañea Elisa, consume otro cigarrillo y continúa con su acelere plasmado en una escritura rebelde, encapotada y peregrina. "Las grullas son símbolo de amor./ Una línea en la cola/ y abarca con sus alas las vetas/ de la estampa en la madera./ Un plato persa, un ensueño:/ la huella de la pata del coyote es una flor./ El zopilote adorna su cuello con sartas de chaquira./ Mi verdadero amante tiene plumas."



La mujer del artesano

Para contrarestar tu nostalgia por los mares,
para menguar tus decepciones
- en las playas sucias y lodosas de tu infancia
sólo hay conchas raídas como botones mal gastados -
recorrí cajones de tiendas o vitrinas de coleccionistas.
O, más modesta, puestos de mariscos y pescaderías.
Conocí la anatomía del crustáceo y del cangrejo,
sus pliegues flexibles y sus coyunturas,
los bosques de percebes y sus copas nacaradas.
Vacié para ti a esos personajes, amé su olor a yodo
- su carne fue a las sopas y a las ensaladas.
Conspiré con las hormigas para llegar a impenetrables huecos.
Desnudé tortugas. Puse patas y pinzas al sol,
cuidándolas de la astucia y la glotonería del zanate.

De mi cocina hiciste siempre un estropicio:
en las hornillas corrieron ceras y barnices,
me fueron hurtados rodillos, piedras de molcajete y coladeras.
Amasé polvos de colores, di con la mano del metate
a duras piedras de al empecinadas,
renuncié a cuchillos, palas, tablas de picar.
Los vasos se llenaron de aguas cada vez más grises,
en ellos el ruido de pinceles
arremedó el tintineo de las cucharas endulzando los brebajes.

Dibujaste rayas indelebles en sábanas y duelas,
virutas coloridas y aceitosas s epegaron del mijo de la escoba.
Trapear era una sorda lucha contra un terco rastro de arcoriris,
cubetas y mechudos se tiñeron tras mi paso mojado en el mosaico.
Desaparecieron las telas de mi canasta de costura -¡y las tijeras!
En los baños, los abrasivos intentaban llegar al fondo de tus uñas;
tuve una marca de color en el lavabo. A ratos la pasión
llevó olor de aceite; aroma de aguarrás anuncaba en mi sueño tu venida.

Seduje al carnicero para traer pliegos de estraza hasta tu mesa
- sedientos bebieron de inmediato las tintas y las líneas.
Desgaje el abrigo filoso de la palma,
limpié la pelusa de las jícaras, llegué con machetes al duro corazón del coco,
saqué pastas de tubos y con las yemas de los dedos
alisé las vetas de las tablas.
Pulí con piedras, remojé el papel hasta su punto.

Vi las texturas de la casa con los ojos soberbios
de quien puede deshilarlas.
Enhebré en bordados, caminé por los polvos y los lodos.
Largos años fui la mujer de un artesano.
Miré la tarde improvisar vitrales al chocar sobre los frascos de las tintas.
Recuerdo haberte amado con mis manos.







Consejos de un amigo

               
  Antes de conocerte te adiviné

Sedúcelo. Abrázalo apretado y cántale derecho.
Relata una sensualidad exuberante
y hazle creer que le incumbe su exacto desempeño.
Dile que tus ojeras son memoria del harem
—no tu desvelo, tu edad (menos tu insomnio y sus
          delirios).
Llévalo a una función de media noche.
Lee con voz ronca tus poemas más cachondos
—como si a él los hubieras dedicado.
Invítalo a tu casa, ve a la suya:
la cercanía de un lecho, de una intimidad ajena
conllevan la tentación de profanarse.
Déjale entrever el festín que se aproxima,
prepara de comer cosas sabrosas.
Haz alianzas con sus ambigüedades
apela a su vanidad. No lo acorrales.
Que crea que te ha conquistado con sus méritos
—no que debe llenar huecos de aguas estancadas
          que lo ahoguen
o cruzar territorios encendidos que lo quemen.
Úntate pociones con olores vagos,
inclúyelo en rituales de los cuales se crea destinatario,
rétalo, halágalo, procura la media luz
(a tu edad, siempre más favorable).
Ofrécele una copa, tómate otra.
Habla, hazlo reír —la risa.
Calla también, resulta misteriosa, ten secretos.
Invítalo a lugares que luego vincule a tu recuerdo.
Ahora, como le gusten gordas, te chingaste, hija.








Duelo

No retirarse, porque el contrincante no está a nuestra altura
no declararse vencedor alegando proezas anteriores
no envanecerse o dejarse intimidar ante la fuerza del contrario
(haz caravanas al pavorreal, no seas rencorosa)
sin sumisión voluntaria ni respeto irrestricto
sin interrupción ritual de la contienda.
No examinar el territorio en prevención de retiradas
no repetir las reglas de la lucha
no escuchar consejos ni recomendaciones
no retar por vías torcidas
ni en atajos dictados por la prudencia solterona
en las trampas del chantaje o los pozos de la conciencia
no entretenerse en bravuconadas extensas
que los demás doblegan apelando a la concordia y las razones.

Una madriza de aquéllas: a matar y sin lecciones.
Una santa madriza de aquellas.











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