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lunes, 29 de julio de 2013

WALDO PÉREZ CINO [10.294]

Waldo Pérez Cino

Waldo Pérez Cino
Waldo Pérez Cino (La Habana, 1972). Narrador, poeta y ensayista cubano. La demora, su primer libro de relatos, se publicó en La Habana en 1997. Desde entonces reside en Europa. Ha publicado los volúmenes de poesía Cuerpo y sombra (2010), Apuntes sobre Weyler (2012) y Tema y rema (2013), y los relatos de La isla y la tribu (2011) y El amolador (2012). En referencia a sus textos narrativos, la crítica ha hablado de un post-barroco 1 que hace énfasis en los procesos de representación del lenguaje 2 y en la posibilidad misma de la representación.

Obras

1997: La demora. La Habana: Letras cubanas.
2010: Cuerpo y sombra. Bokeh: Antwerpen.
2011: La isla y la tribu. Bokeh: Antwerpen.
2012: Apuntes sobre Weyler. Bokeh: Antwerpen.
2012: El amolador. Bokeh: Antwerpen.
2013: Tema y rema. Bokeh: Antwerpen.






Bajo otra forma del sosiego

Una vez, ya cerca de El Escorial
Montoro se volvió hacia ella y dijo que la amaba
o dijo cualquier otra cosa parecida
(una consigna más bien o un gesto
que abriera las puertas del deseo).
No estuve allí. Ella sí, claro, y ella misma
me lo contó luego, primero titubeante
y por fin suelta, al cabo de su boca
los detalles que los dos sabíamos
peor imaginados que ya dichos.
Primero titubeante, instalada
primero en el se puede. Un regalo
o simplemente la vida como sale
de la boca en las partidas, lo que hay.
Aquel día, dijo, no tenía intención
de acostarme con él, más bien buscaba
otra cosa al besarlo, quizá fuera (dijo ella),
otra forma de seguir la conversación,
de proseguirla. ¿Sobre qué hablábamos?
No sé de qué hablábamos, la verdad.
De todo un poco, creo, de música
o de cosas por el estilo, nada en concreto
ni nada demasiado trascendente,
ni mucho menos algo que cupiera
bajo otra forma del sosiego, bajo alguna
otra línea distinta y majestuosa.

Apuntes sobre Weyler, 2012)






EN PROPIA AUSENCIA

A menudo por aquella época leíamos
los libros inacabables y sucintos de Serraud,
las piezas, decía ella, del oráculo disperso
entre las páginas y la tarde o la circunstancia
de una tarde precisa, sea cual fuera.
A menudo exhaustos de caminar una ciudad
que hacía tiempo no era nuestra. Y sí, a menudo
cruzar sobre los puentes, los tabiques,
aun esquivar las vigas o sortear su filo
en nuestra pobre cobija era el fracaso
y la iluminación del adviento, una iluminación,
decíamos, como de ciclones o desastre:
la epifanía de las cifras de Weyler en un campo
cercado por las palmas, una marcha a campo traviesa
hacia un horizonte que tuviera
en ese paraje distante y conocido su ceguera
mejor, y sus mejores celadores. Y su mérito,
sí, todo hay que decirlo, aun su ironía paulatina:
aquella gravedad bajo la que todo se conmina
a una tregua conmiserativa en propia ausencia.
A una pausa en propia ausencia, arrancado de sí:
una tregua en vez de una disculpa avizorada,
en puridad la absolución de la fuga o del final.
Una víspera como la del centurión que vacila
sumergido en agua tibia antes de abrirse
las venas o la de algún santo atravesado por la veta
más oscura del martirio, su senda entre la noche
más cerrada del verano, la más breve:
sorprendido en el trance de saberse, decía ella,
o en el trance de la pérdida, porque extraña siempre
la pérdida al vacío. La pérdida es el vacío, lo suplanta
cuando se trata de salvarla, de vadear su lastre sucio
amontonado sobre el suelo como cajas,
como esas cajas que hacían a menudo
intransitable la escalera, ¿No te acuerdas?
De aquella, sí, nuestra víspera perenne,
nuestros sempiternos cajones de mudanza.

[en Apuntes sobre Weyler, 2012]




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