Eduardo Cote Lamus
Nació en la ciudad de Cúcuta, capital del departamento de Norte de Santander en 1928. Fue el menor de tres hermanos e hijo de Emma Lamus y de Pablo Cote Bautista. Cursó estudios de bachillerato en el Colegio San José de la ciudad de Pamplona y posteriormente estudió derecho durante dos años en la Universidad Externado de Bogotá. Obtuvo una beca para realizar cursos de filología hispánica en la Universidad de Salamanca en España en 1950, el mismo año en que publica Preparación para la muerte su primer poemario. En 1951 gana el premio A la joven literatura de la editorial José Janés con Salvación del recuerdo, libro que se publica dos años más tarde en España. Es de destacar que entre los jurados estaban Eugenio d'Ors]], Dámaso Alonso y Eugenio Montes. Durante su estadía en España Cote dictó conferencias y cátedras en varias universidades e hizo lecturas de sus poemas. Hizo muchas amistades, particularmente con Vicente Aleixandre, quien fue una gran influencia, los hermanos José Agustín y Juan Goytisolo, José Angel Valente, José Manuel Caballero Bonald. Allí conoció también a los poetas nicaragüenses Carlos Martínez Rivas, Ernesto Mejía Sánchez y José Coronel Urtecho.
En 1954 fue nombrado cónsul auxiliar de Colombia en Frankfort, Alemania, donde vivió tres años. En ese lapso estudió filosofía y publicó su tercer libro de poemas, "Los sueños" en la editorial Insula de Madrid. Regresó a Colombia en 1957 con motivo de la enfermedad de su padre. Al año siguiente contrajo matrimonio con Alicia Baraibar, hija de un diplómático español. Durante ese año se incorporó a la vida política en la corriente de Gilberto Alzate Avendaño del partido conservador. Fue elegido representante a la Cámara en las elecciones de 1958. En esa época participó en una visita de congresistas al departamento de Chocó que fue la base de su memorable "Diario del Alto San Juan y del Atrato", que publicó un año más tarde en Ediciones Mito de Bogotá. En 1960 regresó a Cúcuta, donde fue Secretario de Educación del departamento de Norte de Santander.
Con sus amigos Jorge Gaitán Durán y Hernando Valencia Goelkel fundó la Revista Mito, de la cual fue codirector. Allí también colaboró con traducciones del alemán, reseñas, crónicas y poemas. En 1959 publicó La vida cotidiana, su cuarto libro, en el sello editorial de esta revista. Siguiendo con sus actividades políticas, en 1962 Eduardo Cote fue elegido senador y ese mismo año fue nombrado Gobernador del departamento de Norte de Santander. En 1963 publicó Estoraques, su último libro, pues el 3 de agosto de 1964 murió en un accidente automovilístico en la carretera que comunica a Pamplona con Cúcuta.
Obras
Preparación para la muerte (Imprenta Departamental del Norte de Santander, 1950)
Salvación del recuerdo (Premio José Janés de Poesía. Editorial José Janés, Barcelona, 1953)
Los sueños (Ínsula, Madrid,1955 y Universidad Nacional de Colombia, 2004)
La vida rena (Ediciones Mito, Bogotá, 1959)
Diario del Alto San Juan y del Atrato (Ediciones Mito, Bogotá, 1959, Ediciones Simón y Lola Guberek, Bogotá, 1990)
Estoraques (Ediciones del Ministerio de Educación, 1963)
Poemas de la muerte (Eduardo Cote Lamus y Jorge Gaitán Durán) (Antología de Andrés Holguín. Ediciones Tercer Mundo, 1965)
Antología (Instituto Colombiano de Cultura. Bogotá, 1983. Antología de Pedro Cote Baraibar)
Obra literaria (Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1976. Edición a cargo de Guillermo Alberto Arévalo)
Obra completa (Casa de Poesía Silva, Bogotá, 2005. Edición a cargo de Ramón Cote Baraibar)
Bibliografía sobre Eduardo Cote Lamus
Arbeláez, Fernando: Panorama de la nueva poesía colombiana. Bogotá, Ministerio de Educación Nacional, 1964.
Arévalo, Guillermo Alberto: La poesía de Eduardo Cote Lamus, Obra literaria de Eduardo Cote Lamus, Bogotá, 1976.
Armas, Alfonso: Eduardo Cote Lamus, Revista Bolívar, Bogotá. No. 48 (Oct., 1957)
Camacho Guizado, Eduardo: En torno a la poesía de Eduardo Cote Lamus, Revista del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, Bogotá. No. 467 (Jul.-Ago., 1964)
Camacho Guizado, Eduardo: Poesía colombiana 1963, Eco, Bogotá. Vol. 8 No. 1 (Nov., 1963)
Carranza, María Mercedes: Eduardo Cote entre la vigilia y el sueño, Razón y fábula, Bogotá, Nº- 18 (marzo-abril, 1970), pp. 37-49.
Carranza, María Mercedes: Eduardo Cote, un poeta de los años 50. Lecturas Dominicales El Tiempo (1984)
Claro, Campo E: Estoraques, Boletín Cultural y Bibliográfico, Bogotá. Vol. 7 No. 9 (1964)
Cobo Borda, Juan Gustavo: Mito, Bogotá, 1975.
García Mafla, Jaime: El acto y la palabra que lo nombra (En torno a la poesía de Eduardo Cote Lamus), Universitas Humanística (Separata), Bogotá. Nos. 8 y 9 (1974-1975)
Gutiérrez Girardot, Rafael. Sobre una antología, El Pueblo, Estravagario de El Pueblo, Cali. (Mar. 23, 1975)
Holguín, Andrés: Antología crítica de la poesía colombiana, Bogotá, 1974.
Holguín, Andrés: Poemas de la muerte, Bogotá, 1965.
Mejía Duque, Jaime: Literatura y realidad, Medellín, 1969.
Parra, Luís Roberto: Apuntes para una semblanza de Eduardo Cote Lamus, Gaceta Histórica, Cúcuta. Nos. 1 y 2 (1975)
Sarmiento Sandoval Pedro E.: La revista Mito en el tránsito de la modernidad a la posmodernidad literaria en Colombia (Bogotá, 2006)
Valencia Goelkel, Hernando: Exaltación de la anécdota, Crónicas de libros, Bogotá, 1974.
Valencia Goelkel, Hernando: Prólogo a Estoraques, Bogota, 1963.
Wilches Bautista, Gustavo: Vidas en alto (contiene una semblanza de Eduardo Cote Lamus) Camara de Comercio de Cucuta, 2008
Zubiría, Ramón de: Los sueños, Revista de la Universidad de los Andes. Bogotá. No. 1 (Mar., 1958)
YO SOY
Hay que sentir algo tan profundo como un dolor
para poder decir: Yo vivo.
Hay que vivir atenazando con la mano las angustias
para poder decir: Yo siento.
Hay que vagar sintiendo entre los brazos del cometa
para poder decir: Yo sueño.
Hay que soñar partiendo del cosmos del tormento
para poder decir: Yo sangro.
Hay que sangrar las mil arterias de las almas
para poder decir: Yo plasmo.
Hay que plasmar lágrimas entre rocas de ansia
para poder decir: Yo amo.
Hay que subir palpando desde la célula del mundo hasta el secreto de Dios
para poder decir: Yo pienso.
Hay que soñar, sangrar, sentir, plasmar, vagar, subir, amar y vivir atenazando siempre,
para poder decir: YO SOY.
YO TE DIJE UNA VEZ
Yo te dije una vez:
búscame más allá del canto de los pájaros
y de la savia del viento y de la sangre del verbo,
porque si te detienes en mi rostro únicamente
sólo podrás decir: es un fantasma.
Aquí sólo el tiempo relata caracoles
para que de pronto me siembre entre las piedras
y queden los espartos como únicos testigos
de una voz que fue de bote en bote
arrancando cisternas y faroles.
Pasa la vida arándome la frente
como si la sombra hubiera abierto las palabras
y todo cuanto mi sed ha atenazado
va empozándome en mis venas destruidas
que no quieren ver el alma ni el silencio.
(Suena, suena, corazón, y mueve, mueve
estas manos que poseen la distancia
y estas ansias revueltas en los dedos
y esta lengua mordida en los deseos
y esta carne floja y podrida que remacha
el espíritu en el cuerpo).
Yo, ahora, no digo nada más.
Espera que derrumbe las orquídeas
y el temblor de las rosas en el aire
y que plante al fin de los ensueños
las miradas en la palma de tu mano.
POEMA IMPOSIBLE
Deja por última vez que mi tacto te sepa
porque quiero aprenderme tu cara de memoria,
porque quiero iniciar un poema diciendo:
"En Segovia, una noche de torres, mi alma no pudo,
no le fue posible...".
Déjame, sí, déjame.
Déjame aunque sea fatigar tus huellas
por esta almohada con aroma de rostro
porque quiero hacer un pájaro con tu piel
para despertar mi corazón muerto.
Yo te amé de frente, por entero
y me miraba largamente en tus manos
buscando dar olvido a mi antigua sed de orilla.
Por ahí para esta tristeza con cara de rosa
como si el color llevara mi dolor descalzo.
A veces me viene tu silencio de campanas
que debajo de tu piel silban siempre, siempre...
Te acercaste a mi vida como un vegetal solo
alargando tus ojos hasta la plenitud del árbol.
Mi vida era sencilla, humilde,
tiernamente arcilla para un tacto.
Ahora no soy sino un manantial ciego
que huye de la sombra en tu mirada.
Es cierto que todo me fue inútil, doloroso;
fue una lástima que tú no me quisieras:
ha sido el mayor qué lástima del mundo.
Pero ven, acércate y muérete un poco en mis palabras.
A pesar de todo eres mi amor, mi tú, mi nunca.
Y ya no puedo con este hueco sin destino
que me pesa por dentro como Dios en la yerba.
Porque tampoco puedo con este sabor de ti en los labios.
Sí: en Segovia murió la savia de repente.
Y yo no pude,
no me fue posible.
EN EL AIRE SE BORRAN LAS PALABRAS
El viento va midiendo las palabras
que ruedan por el hombre como mundos
salidos de las órbitas del fuego;
pero el tiempo, fiscal de lo perdido,
asombra aquellas que se quedan dentro
y que sólo se escuchan en las pausas.
El silencio es el mar de la palabra
donde hay más voz que yodo, que agua: ¡cómo
la enfermedad del mar es no moverse!
Por cuanto el verbo calla se abre un hueco
habitado por aves, por ausencias,
por las sombras sonoras de las letras
que pasan por el hombre como ráfagas.
EL CUERPO DOMINADO
Para morir tenemos grande el cuerpo.
La muerte es el tamaño de la vida.
Soñamos. La plegaria viene luego,
cuando la sombra aumenta el corazón;
la luz de pronto se abre, quema. Soy
un cuerpo encadenado lleno de alma.
La memoria, la fe, la condición
de ser un hombre más entre los hombres:
pecado vigilante, me limitan.
Cuando se tiene el pan yo pienso que
los pobres tienen hambre porque como,
cuando padezco yo sed de justicia
digo que no soy quién para obtenerla,
cuando busco en la vida solamente
aquello que he querido, me conmuevo,
porque siempre el dolor fue deseado.
El cuerpo no es culpable: es manso, duerme.
Tenemos que purificar el alma, amigos.
A JORGE GAITÁN DURÁN
Cómo pesa la luz en este otoño.
Todo lo borra, todo lo consume;
su mano es solamente hierro, yunta;
nos dice: aquí está el bien, aquí está el mal,
y no nos deja optar. Vas por caminos
acaso demasiado claros: la
luz de otoño es honda, ciega, pesa
en las hojas lo que un día en un muerto.
Remontando palabras has buscado
la presencia del hombre, la insistencia
en lo triste: medidas de tu asombro.
Me parece que no has hallado nada
y que las cosas te reclaman. Vuelves.
La luz se te ha dormido entre los huesos
y el viento acaudillando eriales vino
a morir entre tu sombra. Por cuantos
países fuiste te nació un recuerdo:
¡cuántos días gastaste para ver
el destino frustrado! Y te has caído
sobre tus pasos, solo. Tú regresas.
Devolverás los sueños inservibles
y de nuevo el calor, las viejas muertes
de los abuelos, las tumbas resecas,
el aliento de los contrabandistas
con bocas llenas de vainas y de oro
y el oculto lector de tus poemas,
no te comprenderán; para ellos, luz;
tienes la sombra muy oscura, amigo.
¿No imaginas el sol como un gran río
a fuego lento y que se nutre con
la ceniza de sus despojos, Jorge?
POEMA DONDE CRECEN LAS HOJAS
Mis miradas con los ojos de Marzo
celebran en cada cosa a mi amada
y me visto de nuevo con mi cuerpo
tan completo de tiempos y de sombra.
¡Cómo otra vez han llegado las hojas!
El árbol, en su gran sabiduría
horada el aire con sus nacimientos.
El sol, antes avaro, numeroso
ahora como ejército en victoria
prolonga su desfile por el día;
pero yo voy con todo, con los sueños,
viviendo la medida de mi muerte.
LA ESTACIÓN PERENNE
Tu cuerpo desnudo brilla bajo los relámpagos
como antes bajo mis manos.
Todas las estaciones están en tu cuerpo.
La primavera comienza su esplendor en tu abrazo
y concluye en tu boca entreabierta, exultante.
Todos los ríos del mundo están en tu cuerpo,
confluyen en ti en el momento
en que el animal más bello del bosque
—el ciervo, por ejemplo—
bebe de ti y se contempla.
Tu piel es el límite del fuego
donde se refugia el ardor del verano.
Rojas llamas te inundan.
Se mezclan los elementos y tu cuerpo se curva,
hay más aire en tu boca y mi cuerpo sediento
busca en ti salida, la libertad, los deseos.
Se anudan en ti los olivos del mundo
y ardes como una lámpara.
Somos un cuerpo solo luchando contra la muerte.
El otoño se riega en tu cuerpo como vino rojo en la mesa.
Tus muslos descansan en el borde del mundo.
Vuela una paloma de tu pecho a mis manos.
Después miramos los dos, de alegría cansados,
como a chimenea en invierno, el fuego pasado
y tu piel que brilla bajo los relámpagos.
ESTORAQUES
III
El tiempo nada más en la piel del estoraque,
el tiempo como un perro que nunca llega al hueso,
el tiempo ladrando como perro, como un perro
derrotado por los sueños.
En la superficie el tiempo: Heráclito el Oscuro
hubiera aquí encontrado que su río es la sed,
hubiese aquí encontrado que es mejor
el limo que los días, el cristal que las imágenes,
la rueda del molino igual al agua.
Aquí las ruinas no están quietas:
el viento las modela. Por ejemplo
lo que antes era escombro de palacio
lo convirtió en estatua la erosión
y lo que fue la sombra de la torre
es ahora la sombra del chalán.
Ese bote de lanza del jinete
contra algo inexistente, ese ademán
de contienda en esos ojos sin sueño,
ese violento paso del caballo
detenido por siempre, ese color,
fueron antes las bases de algún templo,
el comienzo de algún arco, el fin
de tanta fe entregada a un dios terrible.
Hoy es un rostro, máscara mañana,
sueño primero, luego ni recuerdo,
columna ardiendo en el viento en llamas,
tórridas manos sobre la garganta
del caballero ecuestre, río, ríos
de sombra al rojo blanco dominando
aquello que existencia fue sin duda.
En esta sucesión que nadie nota
algo que no se mueve ni transforma,
algo quieto a pesar de tanto caos,
algo que permanece sin embargo
aunque desaparezcan estoraques
y nazcan otros, aunque aquellos bosques
de serpientes de pie como escuchando
la flauta del encanto comprendieran
que nunca han existido.
Pero es que aquí, también, todo se queda.
Es que acaso ¿razón tenía Parménides?
En fundamento todo permanece,
los elementos son iguales siempre
y la materia siempre es inmutable,
inmóvil es el ser y no se mueve
(ser y pensar son una cosa misma)
y todo esto que vemos y sentimos
es no más que un asunto incomprensible.
No más que la alta hoguera de la estrella
sobre este mundo. Nada más que el sueño
de pronto convertido en nada. Nada
distinto al propio fuego en que se incendia
ebria, la luz, muy dentro de la tierra
o encima de la lámpara que lleva
todo nombre encendido. El estoraque
siempre tiene las luces apagadas.
Al polvo nada vuelve, todo queda
delante de los ojos y las manos
sin poder recoger huellas de arena,
sin poder encontrar en tanta forma
cosa distinta de nuestro fracaso.
Por esto, Gorgias, Gorgias, yo te veo.
En la verdad te vi, en lo incomprensible
después de preguntar qué significan
esta vida, estos monstruos, estos sueños.
La boca oscura
En cada viento llega una palabra,
igual que cada sueño tiene un nombre;
y el movimiento de la primavera,
con su viaje de vuelta en el otoño,
deja atrás un lenguaje que ella olvida.
Siempre la boca tiene labios nuevos.
Pero siempre es oscura porque nunca
obtiene lo que muda: el testimonio
del tiempo que se va, no el que se queda.
Un fuego inaugural, como una estatua
que fuese a hablar, las voces de un metal
desconocido de los hombres, no
de la montaña. Y es deber del canto
hermosamente relatar el árbol,
no el que vemos y bajo el cual soñamos,
sino la imagen que se lleva el rio.
El desígnio
A Ernesto Mejía Sánchez
En las páginas solas de algún libro
alguien (seguramente yo) há dejado
escrita, para luego destruirla,
una palabra: Muerte. Con amor
la fue escribiendo, con amor la deja
como para olvidarla en esa forma,
pero vuelve después sobre las letras.
Como un adolescente que lee un libro
a escondidas, detrás de la família,
se descubre culpable hasta los huesos:
la misma mano que dejó los signos
se endurece de pronto en la escritura
y el mundo, entonces, ya, de nada sirve.
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