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sábado, 16 de marzo de 2013

ROSARIO DE ACUÑA [9551]



Rosario de Acuña
Rosario de Acuña y Villanueva (Madrid, 1 de noviembre de 1850 - Gijón, Asturias, 5 de mayo de 1923) fue una escritora y publicista española.
Rosario de Acuña es una escritora en cuyos trabajos se advierte un militante y vanguardista pensamiento feminista, sorprendente dada la época y, por tanto, polémico, que, junto con sus convicciones republicanas y su apasionada defensa de la libertad y el humanismo, le iban a ocasionar graves contratiempos a lo largo de su vida.
Nacida en el seno de una familia acomodada, Rosario de Acuña, hija de Felipe de Acuña y Solís y de Dolores Villanueva y Elices, recibe una educación amplia, muy cuidada y esmerada, siendo la suya una formación familiar y autodidacta, tutelada por su padre.
Muy pronto se despierta en ella la vocación literaria y empieza a escribir versos. Su primera colaboración aparece en 1874, en una revista popular y de gran difusión, La Ilustración Española y Americana. En febrero de 1876 se estrena en el Teatro del Circo de Madrid su primera obra de teatro, Rienzi el tribuno, que obtiene un éxito clamoroso y la da a conocer al gran público. Esta pieza, que era una llamada a la libertad en un momento poco propicio para ello, llama mucho la atención y merece el interés de la prensa de la época y el elogio de críticos tan acerados como Clarín.
Rosario de Acuña decide vivir en Pinto (Madrid) donde construye una casa "Villa-Nueva". Dos meses después de su brillante estreno teatral, contrae matrimonio con un joven de la clase media-alta madrileña, el teniente de Infantería Rafael de Laiglesia y Auset. Antes de terminar el año el matrimonio se instala en Zaragoza, ciudad a la que es destinado el militar. La relación no le proporciona la felicidad deseada, por la infidelidad del marido, por lo que se refugia en la escritura, estrenando otros dos dramas, Tribunales de Venganza y Amor a la Patria, a los que sigue una obra de gran belleza, La siesta (1882). A partir de 1884 la separación del matrimonio es un hecho. Además, en 1901 enviudará.
Que Rosario de Acuña fue una mujer adelantada a su época lo demuestra su intervención en el Ateneo de Madrid, cuyas tribunas nunca habían estado abiertas a las féminas. En la primavera de 1884 protagoniza una velada poética que también fue controvertida.
Por entonces ya es una escritora muy conocida, con abundante obra publicada (prosa, teatro, lírica) y asiduas colaboraciones en los principales diarios ( El Imparcial, El Liberal... y revistas españolas ( Revista Contemporánea, España...).
También hay un progresivo acercamiento suyo a los sectores sociales y culturales que apoyan los republicanos y más afines al libre pensamiento que, en aquel tiempo, defendía la separación de la Iglesia y el Estado.
La polémica que rodea a Rosario de Acuña la alimenta ahora (1886) su iniciación en una logia de adopción masónica, la Constante Alona de Alicante, con el nombre simbólico de Hipatia, que nunca abandonará pues en la firma de escritos suyos va a aparecer solo o junto a su verdadero nombre. Entre 1886 y 1890 su vida es muy agitada: viaja, conoce gente, propaga los ideales de la masonería, se prodiga en recitales y discursos por Galicia, Asturias, Andalucía, el Levante...
En 1891 estrena en el teatro madrileño de La Alhambra otro de sus grandes dramas, «El padre Juan», pieza en tres actos que la convierte en una mujer de teatro tal como se entiende en la actualidad, pues se encarga de la producción, los escenarios y el vestuario, alquila el teatro, dirige la obra, y es la autora del texto y de la puesta en escena. Se trata de un obra anticlerical que, aunque levanta ampollas en la sociedad conservadora, obtiene un rotundo éxito de público. Pero a pesar de haber superado la censura previa y contar con el permiso pertinente, el gobernador de Madrid la prohíbe. La suspensión casi la lleva a la ruina.
Este duro revés le reafirma en su defensa de la emancipación de la mujer y le lleva a viajar por Europa. Al regresar deja Madrid y, en compañía de Carlos Lamo Jiménez —un joven que había conocido en Madrid en 1886 y que nunca la abandonará— y la hermana de éste, Regina, va a vivir a Cueto (Cantabria), donde hace realidad uno de sus sueños: montar una granja avícola. Rosario de Acuña, profunda conocedora del campo y de la naturaleza, llega a convertirse en una experta en avicultura, hasta el punto de acudir a la primera Exposición de Avicultura celebrada en Madrid en 1902 con una colección de artículos publicados en el diario El Cantábrico de Santander y lograr una medalla por su labor de difusión de la industria avícola.
En 1909 comienza la construcción de su solitaria y humilde casa en La Providencia (Gijón), sobre un acantilado, donde vivirá hasta su fallecimiento, después de que los dueños de la finca en que había montado la granja, sometidos sin duda a presiones, le rescindieran el contrato. En la decisión de fijar su residencia en la villa de Jovellanos son decisivos los ruegos en tal sentido de los directivos del Ateneo-Casino Obrero de Gijón.
En 1911 se traslada a vivir a su nueva casa. Pero la polémica vuelve a llamar a su puerta. Esta vez viene de la mano de «La jarca de la Universidad»un artículo que le envía a Luis Bonafoux, editor del periódico francés El Internacional de París, en el que muestra su indignación y utiliza la ironía para criticar los insultos de un grupo de estudiantes a universitarias extranjeras en Madrid, artículo que, reproducido también en El Progreso de Barcelona, causa un gran escándalo y motiva, incluso, una huelga de estudiantes que tiene un masivo seguimiento. Tal y como se ponen las cosas y ante la perspectiva de ir a la cárcel, Rosario de Acuña opta por huir a Portugal. Dos años después, en 1913, regresa del exilio con el gobierno liberal del conde de Romanones. A su vuelta a Gijón se convierte en un icono.

Fallece en su casa de La Providencia el 5 de mayo de 1923, siendo enterrada en el cementerio civil de Gijón. La manifestación de duelo fue extraordinaria.

Lo que algunas personas dijeron de ella:
Ella ha abordado todos los géneros de la literatura, la tragedia, el drama histórico, la poesía lírica, el cuento, la novela corta, el episodio, la biografía, el pequeño poema, el artículo filosófico, político y social, y la propaganda revolucionaria.
Benito Pérez Galdós

Dichosa usted, señora, que puede brillar entre los hombres por su talento, y entre las mujeres buenas por su bondad. Natural es, por consiguiente, que merecer el afecto de usted, alegre y envanezca a su respetuoso y apasionado amigo y servidor
Manuel Tamayo y Baus.




Ecos del alma




    Raro capricho la mente sueña,
será inmodesta, vana aprensión.
       Tal palabra
       no me cuadra;
       su sonido  
       a mi oído
       no murmura
       con dulzura
       de canción;
       no le presta  
       la armonía
       melodía
       y hace daño
       al corazón.

    Tiemblo escucharla; ¿será manía?  
Oigo un murmullo cerca de mí:
       no me cuadra
       tal palabra,
       que el murmullo
       que al arrullo  
       de la sátira
       nació,
       me lastima
       con su giro
       y un suspiro  
       me arrancó.

    Si han de ponerme nombre tan feo,
todos mis versos he de romper;
       no me cuadra
       tal palabra,  
       no la quiero;
       yo prefiero
       que a mi acento
       lleve el viento,
       y cual sombra  
       que se aleja
       y no deja
       ni señal,
       a mi canto,
       que mi llanto  
       arrebate
       el vendaval.




En las orillas del mar



A MI MADRE

Madre: si esto que escribí
Lograse al fin agradar,
El lauro no es para mí,
Que es de mi ser el pensar,
Y el ser te lo debo a ti.

                        Rosario

Madrid, Marzo 1874


EN LAS ORILLAS DEL MAR

Si quieres aprender a rezar,
Ve a las orillas del mar.
(Proverbio castellano)


Sobre la mar en calma, comprende el más impío
Que lámparas los astros de tu santuario son.
(Álbum de un loco. ZORRILLA)



INVOCACIÓN

Pobre es mi voz para cantar tu historia,
Piélago extenso, do el Señor se mira;
¡Cómo podré decir la inmensa gloria
Que tu grandeza colosal respira!

Pero mi acento alcanzará victoria,
Ecos sonoros logrará mi lira,
Si unes tu encanto al pensamiento mío
Prestándole belleza y poderío.



CANTO I

Brotó la creación de entre la nada,
En los pliegues de un manto de zafiro,
Envolvióse la tierra enamorada…
¡Era la mar que la siguió en su giro!

Piélago inmenso, su confín se ingnora;
Crestas movibles de rielante plata
Ocultan las riquezas que atesora,
Bordando en curvas su grandeza innata.

Transparente cristal donde se miran
Los astros que, prendidos en la esfera,
Del espacio infinito en torno giran
Con inmutable y eternal carrera;

Le sirven, como marco, a su grandeza
Montes helados de nevada cumbre
Y desiertos sin fin, cuya aspereza
Abrasa el sol con su dorada lumbre.

Los continentes besa cual amante,
Y en las blancas rompientes de su espuma
Levanta arrullos, que la brisa errante
Arrebata al pasar entre la bruma
......................................
......................................
.....................................

Cuando el hombre en su ribera
Contempla su majestad,
Del cielo en la limpia esfera
Presiente la eternidad,
Santo fin que al alma espera.

Y abarca la inteligencia
En los giros de su vuelo
La sublime Omnipotencia,
La inmensidad de otro cielo
Y el seno de la conciencia.

CANTO II

El hombre ante él inclina la cabeza
Y siente de entusiasmo henchida el alma,
Bien al mirar su indómita fiereza
O al contemplarle en su tranquila calma.

Miradle en ella; suave se desliza
Besando en perlas la menuda arena
O la esbelta palmera que se riza
Con aura leve, que el espacio llena.

En mil festones, cual de nívea pluma
Orla la inmoble y solitaria roca,
Hermoso cinturón de blanca espuma
Que enamorado sus cimientos toca.

En los espacios, limpio azul ondea
E impregna con su claro transparente
Onda que perezosa se recrea,
Jugando con la arena dulcemente.

Al retirar sus perlas desprendidas
Leves arrullos por do quier levanta,
Notas que entre las auras van perdidas
Cual los trinos que el ave dulce canta.

El horizonte limpio de celaje
Su última línea sonrosada viste,
Y el lento susurrar del oleaje,
Ruboroso y amante se hunde triste.

Las lindas aves, cuyo nido mueve
De la corriente el perezoso giro,
Su plumaje, tan blanco cual la nieve,
Peinan, lanzando juguetón suspiro.

De su graciosa y nítida cabeza
Leves ostentan sus brillantes galas,
Reinas del mar dominan su grandeza
Con las ligeras plumas de sus alas.

Aparece en la tersa superficie
Un habitante del profundo seno,
Agita levemente y con molicie
De su cola el arqueado remo;

Esparce en torno un círculo rizado,
Y saltando atrevido en el ambiente,
Cual un ramo de conchas nacarado,
Hace brotar desparramada fuente.

A los rayos del sol brilla un momento
El oro limpio de su hermosa escama,
Y al hundirse veloz en su elemento,
Deja movida su voluble calma.

Prende en sus alas la liviana brisa
Rumor confuso de bajel velero,
Y en la playa lo vierte cual sonrisa,
Unido a la canción del batelero.

Y el pescador, en su ligero barco
Apresta redes que llenar confía,
Y la vela flotante tiende en arco,
Y en las ondas del mar su esquife guía.

Hilo de plata y de topacios rojos
En madejas sin fin el sol derrama,
Y turbios quedan de mirar los ojos
Su mano de oro, de zafir y grana.

Dulce y grandioso cuadro a nuestra vista
El mar presenta en su terrena calma.
¡Qué ser hay en el mundo que resista
La sublime impresión que inspira el alma!

Cómo dejar al corazón sereno
Sin emitir la voz que en él levanta
La inmensa majestad de que está lleno,
Y que le dice al pensamiento “¡Canta!”

¿Qué inteligencia habrá que no conciba
Un más allá feliz y venturoso,
Y en su grandeza colosal perciba
Los umbrales de un mundo más hermoso?

Cómo mirarle en calma y en su orilla,
Sin decirle al mortal: “¡Ser desgraciado,
“Cuál  la luz que en tus sentidos brilla,
“Que vives entre luchas desgarrado,

“Ellas te roban de tu corta vida
“La santa paz que disfrutar debieras,
“Y pasa tu existencia inadvertida
“Como pasa también la de las fieras!

“Y vuela el tiempo, y contemplar no puedes
“Los mil encantos que tu muerdo encierra,
“Y encontradas pasiones en sus redes
“Innobles te sujetan a la tierra.

“Y en los goces ficticios que te brindan
“Caminas sin mirar tanta belleza;
“Cuida que las pasiones no te rindan
“Y humillen, para siempre, tu cabeza!”.

Esto pensamos del humano orgullo
En las orillas del tranquilo mar,
Y en los leves sonidos de su arrullo
Los ecos dicen: “¡Aprended a orar!”

Y se pierde en el cielo la mirada
Rápida atravesando el firmamento,
De sacrosanta fe vuela impregnada
Entre las alas del ligero viento.

Latiendo vibra el corazón amante
Al impulso del amor diviso,
Faro deslumbrante de luz brillante
Que enseña al hombre su inmortal destino.

Y comprendemos en aquel momento
La grande, inmensa majestad de Dios,
Que al solo impulso de su breve acento
Miles de mundos desparrama en pos.

CANTO III

En ruda tormenta el mar admiremos,
No siempre dormido en calma se ve;
El temple del alma tal vez probaremos,
Tal vez en sus pliegues prendamos la fe.

Un velo tupido de pardos crespones
En líneas flotantes oculta la luz,
Doblado se acerca en mil nubarrones
Y entolda los cielos con negro capuz.

El mar, que presiente los besos del viento
Se mece al impulso de ruda presión,
Rugiendo amenaza con sordo lamento
Y una ola levanta cual raudo turbión.

Sobre él una racha veloz se desliza
Rodando en las olas con sórdida voz,
Las crestas del agua doblándose riza,
Y pasa y se pierde marchando veloz.

El mar, que la siente, con doble rugido
Deshace su furia creciéndola más,
De intensos vaivenes sintiéndose henchido
Desborda sus aguas con rudo compás.

Revueltos turbiones de formas extrañas
Se lanza en rauda, confusa legión,
Las crestas movibles de inmensas montañas
Destrozan los nidos del cándido alción.

Cascadas de espuma sus cumbres desprenden,
Atruena el espacio su voz colosal,
Y roncos silbidos los ámbitos hienden
Con rápido giro y estruendo infernal.

Abismos inmensos de hondura insondable
Entreabren horribles los senos del mar,
En ellos el viento que cambia variable
Doblando las olas, las hace rodar.

Los genios del agua, tal vez temerosos
Esparcen en ella oscuro color,
Y sombras confusas de tintes verdosos
La prestan aspecto que inspira terror.

Creciendo en instantes la furia del viento
Se torna en inmenso terrible huracán,
Se ensaña en las ondas, y al mundo en su asiento
Coloso moviera, cual nuevo Titán.

Revueltos los mares con fuerza increíble
Se lanzan en forma de inmensa espiral,
Sacúdele el viento, la encuentra movible,
Y en montes de espuma deshace el raudal.

¡Ay! pobre del barco que entonces alcanza
Pues débil cual caña se empieza a romper;
En antro sin fondo rugiendo lo lanza
Y sólo en despojos los llega a volver.

Se apiñan las brumas en calma aparente,
Furiosas las nubes chocando entre sí,
Entreabren su seno bordando el ambiente
Con hebras de fuego, de grana y turquí.

En mágicas luces y extraños perfiles
Se lanzan veloces a hundirse en el mar,
En chispas brillantes deshechas a miles
Su tumba movible las hace oscilar.

El trueno vibrando con ronco sonido
Del cielo en la esfera se siente rodar,
Lejano se pierde cual lento quejido
Que el aire en sus alas prendiera al pasar.

Llenando el espacio de horrible grandeza
Su voz desparrama cual ruge el león,
Retumba en los ecos, su inmensa fiereza
Semeja un terrible, gigante dragón.

En vuelo cansadas las aves marinas
Exhalan gemidos de triste pesar,
Al ver que sus nidos se pierden en simas
Y nunca sus hijos les vuelve la mar.

Por no abandonarlos tardaron su vuelo
Y aliento a su pecho comienza a faltar,
Extienden la vista buscando en su anhelo
La roca que asilo les pueda prestar.

Inútil mirada: el negro horizonte
Ingrato les niega la ansiada quietud,
Ni tronco, ni playa, ni barco, ni monte,
Ni roca escarpada, ni agreste talud.

Dobladas sus alas, turbados sus ojos,
De angustias henchidos se sienten morir,
Y al fin sus helados y mustios despojos
Del mar en el seno se vienen a hundir.

Los monstruos que tienen su reino en los mares
Huyendo se lanzan a su honda región;
Allí las cavernas les prestan hogares
Do esperan tranquilos que pase el turbión.

El cuadro completa algún grito ahogado
Que en eco perdido el viento robó.
¡Ay, pobre infelice de aquel que lo ha dado,
Ya todo en el mundo para él acabó!

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