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jueves, 28 de febrero de 2013

ANTHONY THWAITE [9413]




Anthony Thwaite (Chester, 1930) es un destacado poeta inglés, autor de una extensa obra.

OBRA:

Anthony Thwaite (Fantasy Press 1953). Fantasy Poets 17
Oxford Poetry 1954 (1954) editor with Jonathan Price
Poems (1957) Privately Printed in Tokyo
Essays on Contemporary English Poetry (1957)
Home Truths (1957) poems
Contemporary English Poetry - An Introduction (1961)
New Poems 1961: A P.E.N Anthology of Contemporary Poetry (1961) editor with Hilary Corke and William Plomer
The Owl in the Tree (1963) poems
Japan in Color (1967)
The Stones of Emptiness : Poems 1963-66.(1967)
Deserts of Hesperides: an Experience in Libya (1969)
At Dunkeswell Abbey (1970) broadside poem
Penguin Modern Poets 18 (1970) with A. Alvarez and Roy Fuller
Points (1972)
Inscriptions, Poems 1967–72 (1973)
Jack (1973) poem
Poetry Today 1960-1973 (1973)
Roloff Beny In Italy (1974) with Peter Porter, Gore Vidal
New Confessions (1974) poems
The English Poets - From Chaucer to Edward Thomas (1974) with Peter Porter
Beyond the Inhabited World: Roman Britain (1977)
A Portion for Foxes (1977) poems
Twelve Poems (1978)
Twentieth Century English Poetry : An Introduction (1978)
New Poetry 4 (1978) Arts Council anthology, editor with Fleur Adcock
Victorian Voices (1980) poems
Odyssey : Mirror of the Mediterranean (1981)
Larkin at Sixty (1982) editor
The Penguin Book of Japanese Verse (1983) editor with Geoffrey Bownas
Telling Tales (1983)
Poems 1953–1983 (1984)
Six Centuries of Verse (1984) editor
Poetry Today : A Critical Guide to British Poetry 1960-1984 (1985)
Letter from Tokyo (1987)
Fourteen Poems Collected Poems of Philip Larkin (1989) editor
Selected Letters of Philip Larkin (1992) editor
Poetry Today: A critical guide to British poetry 1960-1995 (1996)
R. S. Thomas - Everyman's Poetry (1996) editor
Selected Poems 1956-1996 (1997)
Longfellow (1997) editor
Anthony Thwaite in Conversation (1999) with Peter Dale and Ian Hamilton
Paeans for Peter Porter (1999) editor
High Windows by Philip Larkin (2000) editor
A Different Country (Enitharmon Press 2000) poems
George MacBeth – Selected Poems (2002) editor
Further Requirements: Interviews, Broadcasts, Statements and Book Reviews, 1952-85, by Philip Larkin (2002) editor
A Move in the Weather: Poems 1994-2002 (Enitharmon Press, 2003)








CARTAS DE SINESIO*

             Carta VI  Encerrados aquí en nuestras casas, 
             como en una prisión,estuvimos contra nuestra voluntad; 
             condenados a guardar este largo silencio.


Este otoño sentí el frío en mis huesos cuando
en la fuente de Apolo las ranas empezaron a croar.
Perséfona sin rostro. Por encima del Jebel
el trueno rugía.

La fortuna en todas partes administrando sus dádivas,
dispensando suerte a los bárbaros y los ateos.
Y nosotros en la costa reparando los acueductos 
pero nos falló el agua.

Luego llegó el invierno y las calzadas se inundaron,
manteniéndonos encadenados a nuestras inútiles bahías,
acorralados por las tempestades, dejando a nuestro ganado
vagar sin que nadie lo cuidara.

En alguna parte, al este, los administradores nos archivaron 
bajo una pila de descuidados documentos.
Fuimos olvidados, menos por el hambriento
recolector de impuestos.

El gobernador me envió una invitación de cantos dorados 
para celebrar el décimo-cuarto aniversario de la independencia.
Allí veré al presumido cónsul-general
expresándose en un latín de perros.

Mi cultivadísimo amigo, por favor trate dé remitirme
cualquier nuevo libro publicado por los sofistas:
he leído las reseñas en revistas viejas de seis meses
y me siento un provinciano.

«Comerciamos en mortajas: las gentes han cesado de morirse.»
La fortuna ha frustrado nuestros deseos de muerte.
Las cifras de la mortalidad infantil se han perdido 
por obra de la oficina del censo.

Recuérdeme ahora a mis viejos amigos y colegas.
Discutiendo la Trinidad y 1a áurea dicción: 
piense en que estoy aquí, esperando los fuegos
de los asturianos.

Observe el sitio donde se acuclillan detrás de los acantilados,
ignorando medida, facción y cisma,
destinados por la ingrata fortuna para ser 
los auténticos herederos del Reino.

Traducción de Aurelio Arturo

---*Synesius: C.370-C414. Nacido en Cirene, estudió filosofía en Alejandría con Hipatiay después en Atenas. Más tarde fue obispo en Ptolemais en la Pentépolis libia. Suscartas nos ofrecen una vívida pintura del estado del Imperio Romano en África duranteel período que le tocó vivir. [Nota tomada de Aurelio Arturo, Morada al sur y otros poemas, Bogotá; Procultura-Presidencia de la República, 1986, p.1.23.]





LECCIÓN

En los grandes corrales, donde cerdos, vacas y ovejas
se agolpan hacia el firme punzón que martillea
dejando sin sentido de un golpe a los cuerpos,
algunos viejos animales son amaestrados para guiar a los otros
y, donde ellos van, van mansamente los jóvenes .

Semana tras semana estos veteranos muestran el camino;
después, dando la vuelta a tiempo, también ellos son guiados
de nuevo a los rediles donde los novatos aguardan.
Los jóvenes deben empollarlo todo en un día,
pero los viejos que guían siguen viviendo y educan.

Traducido por Antonio Rivero Taravillo






ALFARERO

Cogió una masa de arcilla,
se reclinó sobre su torno,
la arrojó de cierto modo,
y la hizo girar. Podías
sentir sus pulgares biselando
el borde: girando, girando, girando.
Luego la tiró, la apretó, dejó
que la arcilla se hiciera surtidor
que se elevaba, controlado por el aire;
después lo dejó ir, y más tarde
bajo el penacho de arcilla
dio un corte: así lo convertía
en un perfecto y moldeado cuenco.
Otros tres cuencos salieron
de esa columna de arcilla,
consecuciones, finales.
Después tomaron
estas cuatro perfecciones como un libro acabado
y cerraron las páginas sus manos abiertas;
aplastaron arcilla contra arcilla. Con burla
sonreía anulando su arte. Mientras
que sólo la masa informe permanece y dura.

Traducido por Antonio Rivero Taravillo







MONÓLOGO EN EL VALLE DE LOS REYES

He escondido algo en la cámara interna
y sellado la tapa del sarcófago
y atrancado la puerta con una mole de granito,
y tan perfectamente la han cubierto los escombros
que aunque la pisaras a diario no sospecharías.

Todos los días sudas bajo ese hueco, y ves en los muros
las pinturas que te convencen de que estoy en casa, que ahí vivo.
Pero eso es un pasadizo sin salida, una falsa entrada
flanqueada por una estancia con unas baratijas
bonitamente expuestas, convencionalmente elegidas.
El trono es pintoresco pero vulgar, las joyas de segunda,
los artesonados no del mejor periodo,
aunque hay suficiente para contentar a los conservadores.

Pero la cámara interna encierra la verdadera esencia.
No te desilusiones si te digo
que nunca la encontrarás: el auténtico fénix de oro,
la muselina empapada en hierbas de recetas
que nadie ya recuerda, el intrincado adorno,
y sobre todo las copiosas literaturas inscritas
en marfil y papiro, el saber destilado
de sacerdotes y médicos, poetas y dioses,
que garantizan mi inmortalidad. Pues aun si las hallases
en vano buscarías la clave, pues están cifradas
y la clave está en mi cabeza.

La clave está en mi cabeza. Si hallaras el camino
hasta esta cámara, esto hallarías por último:
mi cabeza. Pero antes tendrías que buscar a los otros,
mis parientes elegantemente envueltos, veintisiete
que se deshacen de diferentes maneras.
Una mujer de cuyo rostro han levantado las especias
la delicada piel escamada, un hombre cuyo cuerpo
parece sumergido en un cuajarón de brea, decapitado,
una mano rota que a través de la mortaja protesta,
bocas con rígidas muecas o sordos gritos:
un catálogo de declinaciones.

¿Cómo, pues, sobrevivo? Amordazado en mis telas enrrolladas,
las cuatro rosas pardas marchitas sobre el pecho
dejan una morada mancha. ¿Cómo soy diferente
al trascender estos pequeños detalles?
Suponiendo que con habilidad desusada
penetraras en la cámara, el granito, los sellos,
arrastraras fuera el tesoro con júbilo, distinguieras
a mis veintisiete parientes lamentables,
los clasificaras, barrieras y midieras todo
excepto este sarcófago, dejándolo
para lo último, suponiendo que
me alzaras con cuidado fuera bajo la luz voltaica,
sintiendo las uñas de oro, el olor sobrenatural
de la conservación, ¿no temblarías
al pensar de quién podría tratarse? Mantendrías firmes
las manos por un momento, como alguien que apunta, y alzarías
la máscara.
Hipótesis absurda. Ya te he dicho
que nunca la encontrarás. A diario caminas
sobre los cascotes, te asomas sobre el largo hueco
que a parte alguna lleva, haces tus anotaciones, añades
otro apéndice a tu laboriosa obra.
Cuando mueras, ya convenientemente incinerado, tu muerte
sancionada por el Registro Civil, y con tu esquela
de dos módulos en el Times, tal vez yo
tenga ocasión de hablarte. Hasta ese momento,
oigo tus pasos sobre mi cabeza, mientras yazco y pienso
en lo que he escondido aquí, perfecto y a salvo.

Traducido por Antonio Rivero Taravillo






IMAGINA UNA CIUDAD

Imagina una ciudad. No es una ciudad que conozcas.
Llegas a ella por río o por uno de cuatro caminos,
nunca por aire. El río corre a través de la ciudad.
Los caminos entran por los cuatro puntos cardinales.
Hay murallas, viejas, ya hace mucho en ruinas,
pero allí también continúan, trozos de un pasado que tuvo.

Llegas a ella -digamos- por el camino del este.
Puedes ver la derruida puerta a una milla,
y, tras la puerta, torres que pueden ser templos o tumbas.
Va a anochecer, y aquí y allá se alzan fumaradas.
Así que preparan cenas, supones, en millares de casas.
Hay un olor a asado, un suculento aroma.

Ahora entras en la ciudad, atraviesas la puerta del este.
Grandes pájaros, como buitres, se turnan sobre sus rotas tejas.
La calle frente a ti la oscurece el sol poniente,
una pelota bermeja de deslumbrantes tonos.
El adoquinado bajo tus pies es desigual. Tropiezas,
y te agarras a una puerta que cede al tocarla a tu mano.

Y ahora por vez primera te inquietas.
No hay nadie en la calzada ni en las bocacalles,
o asomado a las ventanas, o de pie en los portales.
La luz que desfallece conspira con el humo que el viento arrastra,
pero si aquí hubiese gente seguro que la verías,
o, al menos, la oirías. Pero hay silencio.

Y aun así prosigues, aunque sólo sea porque ahora
volver parece peor, peor -digamos- que lo que pueda
esperarte, mientras la calle se estrecha, y callejuelas
corren acá y acullá, una maraña sin salida
que se enreda adelante, a los lados, ni aquí ni allí, mas de algún modo
cambia de dirección como agua que el viento detiene bruscamente.

Y allí estás ahora. Podrías hallar la puerta del oeste,
debe estar en línea recta, el norte a tu derecha,
el sur a tu izquierda. ¿Pero dónde está el río
del que oíste -dirás- al principio?
Eso lo tienes que descubrir tú o no descubrirlo.
En cualquier caso, no podría servir de escapatoria.

Imaginaste una ciudad. No es una ciudad que conozcas.

Traducido por Antonio Rivero Taravillo



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