Miriam Cairo nació en San Nicolás, provincia de Buenos Aires, el 21 de diciembre del 1962.
Desde 2004 escribe en las contratapas de Rosario/12,
En octubre de 2009 participó como expositora en las Terceras Jornadas Nacionales Interculturales de Minificción, organizadas por la Universidad del Centro Educativo Latinoamericano de Rosario (UCEL). Su trabajo de investigación: La minificción como territorio poético, será publicado en el libro que recopila los trabajos de dichas jornadas académicas.
Ha participado en numerosas antologías y revistas literarias.
Sus textos de Rosario/12 son reproducidos profusamente en Internet.
cairo367@hotmail.com
I.
Este poema se escribe con la secreta lentitud de las anguilas.
Con la claridad escurridiza de los peces.
Oscila entre la inmovilidad y el vértigo.
Este poema se impone como última sombra
y penetra la ranura del silencio.
Son hondos sus pasos.
Este poema da vuelta el cuerpo herido de una mujer,
le dobla las piernas,
acaricia lilas
y como un dios pone los labios en el hueco de la ausencia.
Este poema no distingue la luna entre las piedras.
Apaga todas las lámparas.
Teje a ciegas los hilos de una trama imprevista.
Su sombra se acuesta a los pies de un faro.
Este poema es hijo de una esperanza obligada a morir.
No se impone como un vencedor.
No tantea las paredes donde ya no hay salida
ni resiste el sortilegio de las victorias.
Vientos inauditos impulsan sus vuelos.
Sus manos anchas dejan caer secretos.
Como un marino en la punta de un mástil
avista nuevos territorios.
Sus ojos permanecen límpidos
ante la turbidez de la tristeza.
Este poema se halla al otro lado del umbral.
Su oscuridad nada tiene que ver con la noche.
Su valor no viene de la ira.
Propone un descenso en espiral.
Se desgrana en voz baja.
Se inclina ante el mundo.
Carga sobre sus hombros el sin destino.
Baja corriendo las escaleras.
Salta precipicios.
Abre los brazos al peligro.
Este poema derramado
no distingue el corazón de un hombre
de su propio corazón.
II.
Una mujer cae
y otra la reemplaza.
Entran y salen de sí mismas
con los ojos abiertos.
Lanzan gritos de tigres,
se atraviesan.
Aprenden el mundo.
Lo lavan con lágrimas negras.
Una mujer deja un espacio
y otra la sucede.
Cierran la caja barnizada de los truenos,
se contemplan,
hablan de sus sueños
pero ya no saben qué es dormir.
Una mujer se sumerge
y otra la rescata.
Atrapan un cisne.
Atrapan el vuelo.
Pasan al estado fluido.
Se derraman.
III.
La palabra es más fuerte que el acero, decías.
Más fuerte que la furia
y los vendavales.
La palabra se cuelga de los brazos
de la luna, decías,
y se contrae como un alumbramiento.
La palabra es más poderosa que una púa divina.
La palabra mancha,
la palabra muerde, decías.
La palabra cría cuervos que te devorarán los ojos.
Ella puede desprenderse de un eclipse
o nacer de un abismo.
Va a matarte, decías.
La palabra vuela más alto que el viento.
Soporta el peso de dios. Va a castigarte, decías.
Tiene un ejército de chacales.
La palabra rompe, decías.
Es un peligro y una oscuridad,
no vuelvas a escribir, decías.
El mundo cabe en una sola de sus manos,
se sostiene en uno solo de sus hilos.
No creas en la palabra, decías,
No te va a salvar del abandono.
La palabra es una bestia
horrible y resplandeciente,
decías,
y yo sostenía, bajo las sábanas
mi silencio,
demasiado solo.
EL SOCORRO
A veces hago algunas cosas bien. Es mejor tener el vuelo y no el pájaro. Yo podría decirle, "vamos, hombre, deje todo eso, no lo piense más", pero a mí no me gusta imitar el tono bonachón de las crueldades humanas. En cambio, soy hábil para la duda y la mirada pensativa. La pérdida de sus trajes, a mí me tiene sin cuidado. Prefiero que se arroje desnudo e ignorante contra el indescifrable brillo del presagio. Sé también que usted busca el socorro en mis palabras.
SUAVIDAD NOCTURNA
Yo sirvo un vino más alto que la tormenta. Cuando usted viene, cerramos las ventanas porque el día despelleja la carne trémula de las sombras.
Yo nunca le hablo con la voz del cielo, porque ese desgarrón de blancura no ennegrece mi suavidad nocturna. Tampoco le hablo de amor, porque su corroída raíz se conjuga con una doble mueca de verduga.
DERRUMBES
Usted es encantador cuando está de pie sosteniendo el peso de su ahogo. Inclinado hacia una confesión de un tiempo agonizante. Encantador también cuando se derrumba sobre sus silencios. Le ruego, por favor, nunca se deshaga de ellos. Mi carne también se alimenta del suspenso. Está claro que el mundo es una vieja tabla obvia y carcomida. Haber sido lo que fui, hace que escriba lo que escribo.
LA SOLEDAD DE LAS PAREJAS
En cada pareja, la ausencia de amor es diferente. Puede ser amarga y pérfida pero crocante, con cierto aroma de lirios fatuos. En ocasiones, se vuelve lenta y suspirante, como un alma afligida que hierve en su cadalso. A veces se soporta con largas horas en el cuarto de baño, con la complicidad del jabón y el caer del agua. Y el cuerpo se vuelve huella del propio desamparo. Es el leviatán expulsado del magnífico infierno, obligado a vivir en la yerma santidad del cielo. El cuerpo se vuelve un ídolo cautivo que se debate a ciegas desde su raigambre hasta la mínima nervadura del último nervio. Haber vivido lo que viví me hace decir que la ausencia de amor asfixia los poros sabios del sexo.
ALTAS TRANSPARENCIAS
Siempre que pienso en usted, lo besaría. Es mi manera de no traicionar nuestra confianza alegre. Cuando el deseo de besarlo es más violento, no lo devoro, sino que escribo sobre libaciones ajenas. Un poco más acá de lo visible, debajo de este paladar que celebra el silencio, rememoro el acceso a las altas transparencias. He jugado a perderlo, a desconocerlo, a no esperarlo, pero al acecho tengo un trozo de incomparable eternidad. Nadie me va a convencer de que un abrazo sexual pueda ser prescindible, esporádico, superfluo.
LA LUNA
La luna no tiene miedo y se sostiene solitaria sobre la impersonalidad del mundo. Baja la cabeza sólo para besar el río. Es la amante que no teme porque sabe que volverá a tenerlo todo. Cada día mastica la tragedia de su esperanza.
SOPLOS Y ARPAS
Una infinita sucesión de sueños vivos y muertos pasan lentamente. Son miembros de mi raza. Son la visión luciente con la que me conduzco en la niebla mundana. Cuando usted viene, su soplo hace sonar mis arpas. Cuando no viene, mi soplo hace sonar mis arpas. Yo lo espero como un resplandor azul que cae sobre los agapantos. Cuando pienso en usted me acuerdo de la eternidad. Me acuerdo de la noche con sus alas anaranjadas.
EL GRAZNIDO
La jaula del pájaro se rompe en el aire. Desde la ventana del baño se escucha el graznido salvaje. En el baño, quien se sabe solo no está perdido. Una hora, un mes, un año allí metido, urdiendo el secreto de no estar muriendo adentro de sí mismo. De mí no escuchará ninguna verdad. Todas han muerto. Excepto mis besos rotundos.
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