Iris Mónica Vargas es físico, admiradora y exploradora del Universo y de la vida, de las ciencias, del lenguage y de sus permutaciones; ávida lectora que adora aprender, escribir, y escribir para aprender.
Nació en Caguas, Puerto Rico, un día lluvioso de agosto. Creció en el pueblo de Vega Alta, cruzando a diario el Río Cibuco entre las montañas y la antigua central azucarera Carmen.
Posee un doble Bachiller en Física y Biología de la Universidad de Puerto Rico, en Río Piedras, y también allí completó su grado de Maestría en Física, concentrándose en la física del estado sólido con aplicaciones a la astronomía. Fue becada para servir como parte del equipo de investigadores en astrofísica del Centro para la Astrofísica de Harvard-Smithsonian, en Cambridge, Massachusetts.
En el 2005, se desempeñó como periodista y escritora de ciencias para la columna Ciencia Boricua del periódico El Nuevo Día, bajo la edición del escritor, periodista y comunicador Francisco Vacas. En el mismo periódico también ha publicado ensayos. Sus traducciones de artículos de ciencia para una audiencia general aparecen como parte del equipo de Ciencia@NASA.
Recientemente terminó su segunda maestría en "Science Writing" (divulgación científica) el Massachusetts Institute of Technology (M.I.T.) en Cambridge, MA. Ha escrito para la revista online HarvardScience de la Universidad de Harvard, la revista cibernética del Science Writing Program en MIT, Scope, las revistas estadounidense SEED, ScienceNews, y Bay State Banner, la Asociación Nacional de Escritores de Ciencia (NASW, por sus siglas en el idioma inglés), el Boletín de la Asociación Estadounidense de Anestesia, el blog Open Salon de la revista Salon, y la revista cibernética Letralia, de Venezuela.
Iris Mónica Vargas tiene dos libros inéditos, uno de poesía, titulado La última caricia, y otro de relatos cortos. Actualmente divide su tiempo entre San Juan, Puerto Rico, y Cambridge, MA.
3.
Tu mano espera quedamente.
La tomo entre mis dedos.
No es tu destino lo que busco
― eso está claro.
La piel de tu palma se resiste.
Pauso.
Aprieto los dientes y giro la cabeza
hacia otro lado. (Suspiro sin mirarte.)
No puedo soportar tanta ironía.
Aguanto la respiración.
Vuelvo a mirar tu mano,
la desvisto en parsimonia,
y aflora el latín de sus entrañas:
Flexor pollicis longus,
Flexor pollicis brevis.
Abductor pollicis.
Flexor digitorum profundus.
Es la última caricia que recibes.
46.
Mente:
Unidad de cuerpo
inasequible,
inaccesible,
herméticamente
contenida.
Si accediéranle, también,
como a los huesos,
sobre la mesa de metal
donde reposa
fría la materia, entonces
¿dónde descansaría
en paz
la dignidad?
47.
Su rostro suave, limpio.
Lo tenso de su piel.
Sus labios, aún pintados
del rojo anaranjado
de la última vez.
Me emocioné pensando
que habría podido adivinarle
no solo su final –
el resto de su historia.
Quise apostar a que sus ojos,
su color, me contaría su vida,
tal vez una memoria
del mundo cual lo vió,
y levanté sus párpados para mirar
como le habían mirado alguna vez
quienes le habrían amado.
Eran dos huecos solos
y vacíos.
Todo lo había entregado.
48.
Me despido de ti.
Devuelvo el corazón,
lo que aún anida,
a la herrumbre del tiempo.
No pesa el infinito
al cuerpo de la pausa,
también la muerte
ha de seguir su camino.
42. Fossa anticubital
Escríbeme un poema, y déjalo
inventarme en aquel llano
donde la inmensa soledad de la hierba
mirando al arcano firmamento
hace imposible recordar la pena
de que la luna ha muerto.
Habítame en un beso
que entre los pliegues de la fosa
quede ileso después de mi caída.
Y deja ya de preocuparte.
No hay nada que pueda arrebatarme
tu presencia. Aún ese día
nadie desprenderá tu huella
de ese lugar menudo,
inconspícuamente grande.
Será una parte más entre las partes.
39.
Bajo una bolsa blanca
he desaparecido,
yazco consolidado
en una cifra roja:
procúrame negando
el resto, que anduve
acumulando, poco a poco,
en otras tierras grises.
Única garantía
-temporera-
para permanecer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario