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sábado, 24 de noviembre de 2012

BEGOÑA REGUEIRO SALGADO [8676]




Begoña Regueiro Salgado (Madrid el 30 de enero de 1981) es doctora en Literatura Española por la Universidad Complutense de Madrid y codirectora, desde 2000, de la Revista de Creación Literaria Otras Palabras.Ha publicado textos literarios en revistas de creación o divulgación cultural. Autora del libro "Alma soñada", ha participado también en antologías poéticas como "Marés nos pousos do café" y "Sonrisas del Sáhara", y en colecciones de relatos como "El crack de 2009" y "E Madrid foi unha praia de baleas entre néboas". 
Acaba de publicar el poemario "Diosas de barro" (Devenir, 2012)





Ella baila.
Ella baila una música 
que ni siquiera escucha.
Baila,
con los ojos perdidos en las nubes,
con la mirada fija del que busca. 
Ella baila y se pierde en
los recuerdos sin luna de otras noches,
en la luz apagada, en los colores neutros.

Él la mira,
como si de veras estuviese allí.
Él la mira y,
mientras el mundo 
continúa girando en su danza frenética,
su reloj retrocede a los inicios.

Una sola palabra de ella para que el mundo comience de nuevo.

Y ella llora y tiembla y se estremece. 
Escondida en rincones polvorientos,
ella quiere controlar los espasmos
y no puede, 
no puede, 
no puede, porque la respiración no la obedece
y el aire se niega
y sus pulmones se contraen…

Y baila,
continúa bailando, 
mirando más allá de las estrellas
como quien busca algo que ha perdido.

Y él la mira
con la fijeza de la sorpresa
con la complacencia de los descubrimientos,
con la seguridad del instante que lo cambia todo.

Él la mira y sonríe, 
y ella, por fin, 
habla.

                                   




                                        No te quedes inmóvil
                                        al borde del camino
                                        no congeles el júbilo
                                        no quieras con desgana
                                        no te salves ahora
                                        ni nunca
                                        no te salves
                                             Mario Benedetti


No eres salvable o,
acaso,
es que  yo
ya no te puedo salvar.

Valen demasiado las caricias fáciles
los brazos articulables
los contornos nítidos de labios inmóviles.

Son demasiado cómodos
los ojos opacos en los que, tal vez,
jamás se desataron las tormentas.

Por eso,
ya no importa que quieras sin querer,

amar sin alma.

Ya no importa que luches o te rindas.

Ríndete.

Ríndete a las rosas sin espinas,
al mar sin olas.
Deja que un barro artificial
te envuelva, te hipnotice, 
y anule tus sentidos.

Y entonces, no te salves.

No te salves.

Y ante todo,
no te quedes conmigo.







Me preocupa el cajón de la ropa íntima;
la duda de si aprenderás
en qué lado se esconden la seda y el chocolate
y dónde esperan la angustia y el nylon.

Me preocupa
que no recuerdes el nombre
de las cosas que me importan, 
como los poemas de catorce versos
como las muñecas de cuerpo blando.

Me preocupa tanto que no descubras
que mis lágrimas pueden ser dulces,
que, a veces, mis sonrisas lloran,
que mis silencios se callan con caricias;
que, si me escondo, 
es sólo porque tengo miedo
de que no me sepas encontrar.





Cubrir con mi carne tus aristas,
para que no te hieras más,
para que no me hagas daño.

Envolver tu silencio en mis palabras
para darle una voz con la que grite.

Ojalá pudiera hacerme líquida y 
correr con la sangre por tus venas;
latir en tus latidos, 
profanar
el recinto secreto de tus sueños.

Ojalá supiera lo que piensas
cuando entornas los ojos y te marchas,
cuando trato de acercarme a ti
y te siento tan lejos

tan lejos.






También es una princesa.
La princesa del asfalto y los halógenos,
la de la nieve atropellada
y la niebla de los tubos de escape.

Es la pesadilla de la Bella Durmiente,
Blancanieves envenenada;
la Cenicienta escondida entre escombros.

La princesa sola,
sin príncipes, ni mentiras.

La sirena muerta,
sin el rescate de la espuma.






Vestida para matar,
con la sonrisa cargada
y los arcos tensados en los ojos.

Sensual.
Voluptuosa.
Sabes tejer con palabras la seda necesaria para la caza.

Después, un roce casual,
un ligero contoneo
y una mirada entornada prometiendo la vigilia.

Ya son tuyos.
Se acabó.
Has ganado tú esta noche.
Escondido en el escote, el corazón quedó a salvo 
y has salido victoriosa.

Tú también sabes jugar 
y fingir que no te duele.






Este año no llueve con distinta cadencia
y las esquinas de mi casa son viejas conocidas.

Este año no me asusta el océano de las hojas 
y los árboles desnudos han perdido 
el tenebrismo nocturno de los cuentos.

Este año tampoco oigo tu voz y, sin embargo,
su eco se repite 
como si rebotase en las paredes
gritando en el silencio de los muertos.

Este año, el espejo 
me devuelve la misma figura
veinte años más grande
veinte veces más sola
con las mismas ganas de ser una princesa
con las misma destreza para crear historias.

Este año ya no me reconozco
en esa mujer adulta que me mira,
que llora, cae, sonríe, se levanta,
que tiene miedo, tiembla, 
que se esconde
esa mujer adulta que me mira, 
que se busca en mis ojos,
y no se reconoce.



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