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lunes, 15 de octubre de 2012

8198.- VLADIMIR AMAYA



Vladimir Amaya. Nació en San Salvador, en 1985. Estudiante de Letras en la Universidad de El Salvador. Miembro fundador del Taller Literario El Perro Muerto. Algunos de sus poemas han aparecido en la revista “Humanidades” de la Universidad estatal, en el Diario Co Latino, en la revista guatemalteca “Ariete” y en el Colectivo “Mi corazón es cenicero” donde aparece junto a otros siete poetas más. Ha publicado Una Madrugada del Siglo XXI, antología de poesía joven salvadoreña (2010) El Falso Acorde del Silencio, antología mínima del taller al que pertenece y el poemario Los ángeles anémicos (Editorial Equizzero, 2010) Ha participado en recitales y conversatorios tanto a nivel nacional como en el extranjero. Es director del boletín ocasional de poesía “La Huesera Colectiva” en la UES. Ganó primer lugar en el Certamen Universitario “Matilde Elena López” en 2008, y ese mismo año compartió primer lugar en el Certamen “Arquímides Cruz”. Organizador del Poetón en el Festival Indígena Yulcuicat (2008, 2009). Representó a El Salvador en el VI Encuentro Internacional de Poetas “El Turno del Ofendido”, en mayo 2009 y ese mismo año en el VIII Festival Internacional de Poesía de El Salvador. Es uno de los poetas jóvenes más representativos.




Exordio  

Déjame morir, madre,  
aunque con ello te duela la vida. 

Porque he leído el llanto en las paredes de esta casa. 
He dormido en la helada punta de los gritos. 
Incandescentes son las sombras desde su núcleo. 
Yo no he podido atar las perdiciones de mi carne. 
Soy uno más que lleva su cruz entre las urgencias de la lluvia. 
He rodado por los peldaños de mi propia muerte inconclusa tantas ocasiones. 
Cristo ha visitado mis sueños y ha salido preñado de hierbas agridulces y tormentas.  
Soy pagano por adorar el polvo de los meses que concluyen con sal en sus bocas  
Déjame morir, madre, aunque con ello te duela la vida 
pues la escarcha ardorosa monta las arterias que forman la noche.   
En esta casa aprendí a escribir con los dedos rotos.  
El sol se hunde en las heridas del hombre,  
su oxidado aliento calienta mis mejillas demasiado tarde. 
Todo es demasiado tarde en brazos del amante fermentado que es el odio mismo. 
Sólo conozco parques y plazas abandonadas, mi ternura ha sido relámpago mortífero                                                                                                                     entre las sedas     
He propiciado la ruina del destino, me duele la sangre. 
Sé de los dientes en el barro, las llagas hijas del fuego de los hombres. 
Sé de los hombres como mentiras de sí mismos. 
He sostenido el silencio en mis manos y he besado sus manos.
He sobrevivido más de lo que creían... 

Déjame morir 
aunque con ello te duela la vida, madre. 





LA VIDA EN UN PUÑO
                                   
 a Elena Salamanca

I

Por esta vez no soy yo frente al espejo.
El corazón me es lágrima agridulce
en las mejillas de un perro que nunca aprendió a llorar.

Pero esta vez
no es un mar adentro de un reloj
lo que apresura mi mano.

Estoy solo
solo como Dios en toda su eternidad.

Como un niño envejecido,
como beso que aprende a ser pólvora bajo la lluvia.


II

No soy yo frente al espejo.
Perdí mi imagen entre los hombres,
entre sus ojos que me escupieron vidrios.

Ahí quedó mi rostro y mi nombre.
Ahora la música
sólo es música para los sordos.

¡Yo no soy yo esta vez en el espejo!

Hoy no soy yo.
No quiero serlo.
Mañana es cuento viejo para los recién nacidos.


III

Aquí, en mi casa, la noche
es arpa violenta de fantasmas.
La calle, la lengua del infierno
donde algas y jeringas descienden de las sombras.

Ya no bastan los arribos sin las flores.
No basta tener flores y quedarse sin destino.    
Hoy no soy yo en el espejo,
y por esta vez
no es un mar adentro de un reloj
lo que apresura mi mano.

No puedo ser yo esta vez en el espejo,
creer en el azar, fumar una esperanza
y andar por las aceras con el mismo vestido.


IV

Estoy solo
como muerto ya enterrado.
Partido del alma
como una carta que se rompe por orgullo.

Esta vez no hay espejo donde se duplique la esperanza.
No soy yo esperando inaugurar una puerta
o secar una lágrima en el misterio de los soles.

El niño no rejuvenece
ni rejuvenece el beso.

Mi silencio sólo es decir
que a veces la vida cabe en un puño.





LA VOZ ESTÁ HECHA DE DOCE PUERTAS
CERRADAS

Esas piedras en la ciudad
son las voces que pudrió la espera
y cada voz es un laberinto de hélices cuando callan.

Once puertas se abren al mencionar el milagro
y haces la noche, los trenes,
el viento y levantas el diluvio.

La voz no es la llave del Universo,
es sólo la llave a la esperanza más tonta de la Tierra.

Y es la flor para la amada,
y es la misma flor para el padre muerto.

De voces está formado el árbol donde Dios descansa
y él es otra voz,
suave como el fuego en la madera
ronca como el sueño del whisky.
                            
La voz está hecha de doce puertas cerradas.
cuerdas subterráneas que sólo la saliva
maquina y empuña
en el eco de las humedades y las sombras.

Y al decir
no se sabe nada
y al decir
en su vacío se da todo.




EL AMARGO ORÍN DE LOS DÍAS
                                
 A Roque Dalton y Alfredo Espino.

Este es el amargo orín de los días
cauce luminoso de sonidos extraños,
sombras largas como lágrimas de niño.

Es el mundo derrumbado bajo la hierba
y rastro de las horas diseminadas en el lodo.

Este es el amargo orín de los días
ropa sucia que nos recluye en nosotros mismos,

hedor a casa enferma entre los dedos,
labios que sobraron en la saliva,
sello pretérito,
cadena breve de la diadema en la penumbra.

Este es el amargo orín de los días
reino del enigma y la sed de donde no se regresa.

Es redoble de tijeras en la memoria herida,
petardos de lluvia en el ojo ya muerto;

tren de los alcoholes matutinos,
fétida raíz de témpanos solares,

padre que muere sin decir que nos amó,
novia que se va con un largo puñal en el costado;
Es palabra de silencio. La palabra  “silencio”. Poema que termina.





ENTRE UN ESCARABAJO Y OTRO

Nos acostumbramos dulcemente al crujir de los insectos en la noche,
a los partos de mujeres sin vulvas ni bocas.

No dijimos nada ante el ventanal roto.
Todo fue tan ordinario y vulgar que sonreímos con náusea. 

No hubo paz.
No hubo un amor que valiera el amor de aquellos que nos odiaron un día.
(Escribimos cartas de perdón a hombres vestidos de payaso.)

Perdóname ahora si no logro reparar tu muerte con mi muerte y la muerte de otros.

Nos acostumbramos dulcemente a no olvidar. Y a morir sencillo.

Ninguno de nosotros sabía que los labios duelen después de llegar a tantos labios,
que nuestros labios ya no lo son cuando sólo se llenan de polen y de besos.

Ahora, cada quien sabrá llevar esta lluvia en sus manos.
No podremos sostener nuestra herida mientras preguntemos una noche más por nuestra sangre.

Nos acostumbramos a los poemas más tristes,
a que fueran nuestras lagrimas si alguna vez nos quedábamos sin lágrimas.

Nos acostumbramos sí, dulcemente al crujir de los insectos en la noche.
Y al crudo cinismo de hacer las bodas
con las mismas trompetas y los mismos violines de los funerales.

Deberé de perdonarte si me alcanza la ternura,
en una noche parecida más a la luz que a la lluvia.
Deberé de perdonarte sí,
entre un escarabajo y otro….




PÁJARO TÓXICO

                       a Marissa Corleto,
                        por compartir conmigo
                       la siempre honrosa medalla de la sonrisa y del silencio.

                             11:30 AM

Siempre limpié mi cráneo antes de las ejecuciones.
Porque era lo más sencillo,
porque era cuestión de cerrar los ojos y olvidar la luna;
De romper el vidrio y comer los restos del espejo.
Así de sencillo era parir tantos muertos que fui.

                               
                            3:00 PM

Siempre regresé a los desperdicios del cuerpo después de las ejecuciones.
Porque era lo doloroso y lo divertido:
Armar de nuevo el rostro,
comprar otra alma en la tienda de guitarras,
enseñarles a los niños las grotescas quemaduras de la roca.
Así de sencillo era fingir tantos vivos que fui. 

                            
                            8: 15 PM

Cada aplauso que recibí
nunca estuvo a altura de mis lágrimas.


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